Diego Lorenzini
De algo hay que morir

Hablar de Diego Lorenzini es hablar de uno de los artistas jóvenes chilenos multidisciplinarios más importantes de la actualidad de dicho país. Cantautor de folk de gran proyección, analizamos su último álbum: «De algo hay que morir».

Ilustrador profesional formado en artes visuales a la vez que músico y productor, diversifica su labor de manera prolífica, siendo acaso la música el arte en el que más destaca. A su vez, cabe mencionar su participación como uno de los miembros fundadores de UvaRobot, sello musical independiente bajo el cual publica sus obras y que en su web se define como «canciones raras hechas por gente común». Nada más y nada menos que un medio de referencia en cuanto a música en España como Rockdelux reparó en el trabajo del sello y este año 2020 le dedicó una columna.

Lorenzini compagina ser el motor y vocalista de los proyectos musicales VariosArtistas y Tus Amigos Nuevos con su carrera como solista, habiendo publicado ya tres álbumes. Hoy nos ocupamos del último de ellos, que lleva por nombre De algo hay que morir (UvaRobot, 2019), en el que por medio de canciones cuyas letras —repletas de jerga chilena— hablan de situaciones cotidianas, se nos invita a leer entre líneas un trasfondo que va mucho más allá de simples situaciones y lugares comunes de la vida. Detrás de casi cada uno de los diecisiete cortes del álbum hay una idea interesante acerca de la muerte —no en vano el título del disco es el que es—, el amor, la distancia, la política y otros temas en los que vale la pena indagar y descubrir lo que el autor quiere transmitirnos.

Con su voz, su guitarra, su ironía, su honestidad y mucho talento, Diego Lorenzini nos abre con este disco una puerta gigante para entrar en su obra y sumergirnos hasta el fondo en ella.

Resulta curiosa la forma en la que Lorenzini ha conseguido desnudarse sin quitarse la ropa en este álbum. Me explico: todo este cimiento analítico tangencial en cuanto a los diversos temas que podemos entrever en las letras está cargado de ironía y humor, otro de los puntos fuertes de Lorenzini como compositor. Esto se aprecia de manera explícita en la última canción del disco, Viva Chillán, una Crueldad Innecesaria, donde el autor rescata una canción popular anónima de nombre La cueca del terremoto —y difícil de encontrar, al haber varias versiones de la misma— compuesta tras el fatídico terremoto del año 1939 en la ciudad chilena de Chillán en la que se hace sorna respecto de esta catástrofe y por lo mismo, censurada en la época; lo que hace el autor es crear su propia versión de esta canción popular perteneciente al género de la cueca —género de música folclórica tradicional en Chile— y darle un giro hacia sonidos más modernos, coqueteando con sonidos cercanos al trap. Se aprecia en este último corte una ironía sobre una canción ya de por sí irónica (valga la redundancia). Es la vuelta de tuerca que le da Lorenzini a la composición, y el resultado no puede ser más cautivador. Por otra parte, en el tema titulado Felipe Camiroaga en honor a un conocido presentador de televisión de los años noventa y de los 2000 muy querido en el país andino y trágicamente fallecido en un accidente aéreo en el año 2011, y con el máximo respeto que se puede tener por su memoria, Lorenzini habla sobre la vida y la muerte. Hoy estamos vivos y en un futuro estaremos muertos: esta es la única certeza y hemos de tomarla con la máxima ligereza que nos sea posible. Con sentido del humor a la par que respeto se pueden tratar temas tan trascendentales como pueden ser la contraposición vida/muerte.

Como apunte cómico, resulta gracioso cómo en el tema que abre el disco, Spoiler, no se nos da ningún «spoiler», así como también en Dos noticias no se nos informa de ninguna. Por seguir desgranando mínimamente algunas de las ideas que se quieren plasmar a lo largo del álbum, podemos rescatar de Sí Po’ la importancia que supone tener algo de tiempo para poder disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, más allá de la vorágine que resulta la vida actual y laboral de cada cual. También es interesante detenerse en Mierda, y percatarse de que muchas veces el odio gratuito que se suele dar con asiduidad hoy en día sobre todo en las redes sociales hacia algún sujeto en particular puede terminar por beneficiar o empoderar al sujeto en cuestión, más que perjudicarlo. Me voy a Valparaíso es una oda muy bonita y sutil hacia esta ciudad tan especial de Chile y quizás una de las melodías más dulces del disco; en este tema, Lorenzini contó con la colaboración en las armonías del destacado músico noruego Erlend Øye, componente de la banda Kings of Convenience. Hablando de colaboraciones, el disco cuenta con algunas tan destacadas como la de Niña Tormenta en Chao mi niño, la de Simón Campusano en Estamos fritos o la de Rosario Alfonso en Sin otro particular se despide, entre otras.

Con su voz, su guitarra, su ironía, su honestidad y mucho talento, Diego Lorenzini nos abre con este disco una puerta gigante para entrar en su obra y sumergirnos hasta el fondo en ella; para bucear en ideas y pensamientos que en apariencia pueden ser simples pero que guardan un trasfondo mucho más complejo. Nos encontramos ante un disco que se disfraza de cotidianidad para —si se le presta la atención que se merece— transmitirnos un fondo transversalmente filosófico que por cierto, se llevó dos Premios Pulsar —importantes premios de la música chilena— en la edición del 2020: «Mejor cantautor» y «Mejor arte para un disco», siendo Lorenzini el propio encargado del arte. 

Es cierto que hace falta escuchar el disco en profundidad y analizarlo para darse cuenta del concepto que hay detrás y del mensaje final que el autor quiere hacernos llegar; esto es, si de algo hay que morir, la música puede ser un gran motivo para tal empresa. A propósito, y para terminar, se sabe que Lorenzini anda por Europa, y es más que probable que una vez las cosas vuelvan a la normalidad —maldito 2020—, podamos disfrutarlo sobre los escenarios de algunas de las salas de nuestro país.


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