El espacio es importante pues crea un ambiente, una especie de imagen onírica donde la diversidad de lecturas solo enriquece la fotografía. Es en la idea de crear donde todo se formula y la dirección creativa cobra sentido y forma, donde los diálogos se vuelven en un monólogo o una reflexión que deja poso, un acto de contemplación para el que mira detalladamente. Desde esta postura reflexiva Philip-Lorca diCorcia nos trae historias individuales e independientes de cada personaje. Se recrea en su objetivo, una sugerente incógnita que no queremos descifrar del todo. Es sin duda más estético que político, no hay una implicación social en su obra, es el arte por el arte. Crea atmosferas tan sumamente interesantes, esos espacios que se alejan de lo documental, donde los sujetos fotografiados son llevados al reposo desde lo artístico y la luz se vuelve esencial a partir de la iluminación artificial y natural. La creación de imágenes desde una estética que nos lleva a una película, puliendo al máximo todo detalle: es imposible no ver su obra y pensar directamente en las pinturas de Hopper. Philip-Lorca diCorcia estudió en la Escuela del Museo de Bellas Artes de Boston, y en 1979 finalizó el master de Bellas Artes en la Universidad de Yale. Desde 2007, su trabajo es representado por la Galería David Zwirner, en Nueva York, donde ha expuesto dos de sus obras más importantes Thousand en 2009 y Eleven en 2011. Se trata de uno de los fotógrafos actuales más importantes del mundo.
La sombra del fotógrafo estadounidense es alargada y no deja más que la puerta abierta a una fotografía documental distinta, que sugiere más que habla y que busca el impacto estético sea como sea.
Se convierte en el narrador desde la distancia, a diferencia de los fotógrafos documentales al uso que evitan la dirección e intervención Lorca diCorcia crea una escenificación a caballo entre lo encontrado y lo creado. Obras complejas que hablan desde la distancia: ¿quién es? ¿Qué busca? ¿Cuál es el sentido de esa mirada? La dirección de los ojos, aquello que hay más allá de lo que se ve en la escena, la foto conlleva más ideas, no todo es evidente y es en ese sugerir donde todo tiene sentido, recoge una magia en lo estático del individuo. Detrás de una esencia totalmente casual se encuentra una maestría compositiva, paciencia, un gran equipo técnico para poder llevar a cabo una iluminación que roza lo cinematográfico —por no decir que lo consigue de pleno—. La improvisación es solo ficticia pero el azar lo envuelve todo, cada movimiento y mirada puede llevarnos a una lectura distinta del instante. Minucioso y en búsqueda del detalle constante desde la construcción más absoluta sea en la calle o en interiores, fue justamente a partir de un trabajo que hizo con prostitutos que su interés por lo street empezó a darse. Aunque utilizaba actores también para estas instantáneas, eran captados en momentos cruciales donde la intuición del fotógrafo era primordial. Su serie StreetWork (1993-1997) se caracteriza por los flashes estratégicamente colocados, jugando con la luz artificial de los neones de la ciudad y el sol.
La mirada ajena del espectador influye en la imagen de una forma muy radical. La necesidad de gustar y resultar atractivo implica una carga estética muy grande en el fotodocumentalismo. La sociedad contemporánea ha crecido viendo miles de fotografías esencialmente documentales y la exigencia de mostrar algo nuevo es cada vez mayor. Philip-Lorca diCorcia es consciente de esa exigencia y de esa necesidad: aquellas fotos crudas de guerras sin fin no es que no interesen, pero ya tuvieron su espacio y su momento en la actividad del desarrollo fotográfico. La sombra del fotógrafo estadounidense es alargada y no deja más que la puerta abierta a una fotografía documental distinta, que sugiere más que habla y que busca el impacto estético sea como sea.