Mujeres en el arte
«Aquellos que tienen privilegios inevitablemente se aferran a ellos»

¿Cuántos nombres de pintoras podéis citar sin consultar vuestro buscador favorito? Si solo habéis citado a Frida Kahlo no os preocupéis, hasta hace unas décadas cualquier historiador del arte habría tenido los mismos problemas.

Mujeres pintoras las ha habido siempre. Y escultoras, talladoras, carpinteras, grabadoras, orfebres, vidrieras, y hasta arquitectas y diseñadoras. Nótese que he obviado las profesiones de poeta y música a posta. Porque no tenemos ningún problema para imaginar a una delicada mujer componiendo versos o tañendo una lira. Pero ya con un cincel en la mano se nos hace más difícil. No entremos en teorías que afirman que las manos responsables de las pinturas rupestres o las que tallaron las venus de formas rotundas del paleolítico pertenecían a mujeres. Eso dejaría a la mujer no como la primera artista, sino como creadora del arte en sí mismo. Estamos pues de acuerdo que la existencia de mujeres artistas es por lo menos tan antigua como el arte mismo. Entonces, ¿por qué de Van Gogh sabemos hasta que oreja se cortó y no tenemos ni idea de quién era Fede Galizia o Elisabetta Sirani?

En los años 70 las historiadoras del arte Linda Nochlin y Joan Kelly pusieron el dedo en la llaga en el asunto de las mujeres pintoras a lo largo de la historia. ¿Dónde estaban? ¿No las hubo? Desde luego que las hubo y algunas tuvieron un talento que en un contexto más positivo las hubiera convertido en auténticas maestras que no necesitarían ser reivindicadas porque serían parte del acervo cultural de la sociedad. El problema es que pese a que algunas de ellas lograron un éxito en su época similar al de sus colegas masculinos, el tiempo ha sepultado sus vidas y obra bajo una capa de desinterés, apatía o simple descuido. En otras palabras: vivimos en una sociedad machista que las ha relegado al olvido cuando no simplemente se ha burlado de la idea de la mujer como artista.

Echando la vista atrás parece que no siempre fue así, pero ojo que tiene truco. El término artesano es hoy en día sinónimo de trabajo elaborado y digno de admiración, pero en la antigüedad trabajar con las manos estaba mal visto por las clases altas (trabajar en sí mismo tampoco estaba mejor valorado). Un artista era un currito, un tipo que sabía usar sus manos pero nada más. Un anónimo cuyas habilidades estaban al servicio de cosas más relevantes que él. La tumba de tal o cual faraón, las pinturas de una basílica cristiana, un manuscrito que había que copiar para que el duque de no sé dónde se lo regalase al conde de no se sabe o las vidrieras de la catedral más alta de la región. Vamos, que salvo raras excepciones no tenemos ni idea de cómo se llamaban esos primeros artistas.

Parece que cuando el arte deja de ser una cosa anónima y practicarlo empieza a otorgar un cierto prestigio, ellas se quedan fuera del asunto. Alguien mal pensado podría decir que menuda casualidad, ¿no?

No fue hasta el Renacimiento que el arte empezó a ser considerado algo más que un trabajo manual. Y fue así gracias al empeño de esos artistas que reivindicaron que sus nombres pasaran a la posteridad junto a sus obras. Cuando príncipes, reyes y obispos se dieron cuenta de que el arte era un lenguaje perfecto para dejar constancia de su poder se obró el milagro. El artista dejó de ser un anónimo para ser respetado y valorado por su trabajo. Y ahí, curiosamente, es cuando la mujer empieza a desaparecer de la escena. Había mujeres que decoraban las tumbas egipcias, mujeres artesanas en torno a las grandes catedrales del gótico y por supuesto mujeres que iluminaban los manuscritos medievales (de hecho una de las primeras pintoras de la que se tiene constancia fue una tal Ende, que iluminó manuscritos en el siglo X) pero parece que cuando el arte deja de ser una cosa anónima y practicarlo empieza a otorgar un cierto prestigio ellas se quedan fuera del asunto. Alguien mal pensado podría decir que menuda casualidad, ¿no?

Sea como fuere, las mujeres siguieron pintando. Lo harían durante el Barroco, cuando el arte además de algo que elevaba el espíritu era algo que dejaba dinero, y seguirían haciéndolo pese a las innumerables trabas con las que se encontraban. Que no eran pocas. Por citar algunas: en muchas ocasiones sus obras las firmaban sus padres, maridos e incluso hijos, que de todo hubo. No podían recibir un encargo sin contar con la aprobación de un familiar masculino y desde luego nada de entrar en los gremios de pintores salvo rarísimas y contadas ocasiones. Se las vetaba en academias de pintura, algo que, además de negarles una formación, las condenaba al ostracismo, ya que les impedía estar al tanto de las novedades en su campo y compartir experiencias con colegas. A cambio, eso sí, se decía de ellas que eran muy buenas pintando géneros «femeninos», léase retratos de bebés, de otras mujeres, jarrones con flores, flores sin jarrones o bodegones… cosas de chicas. Ironías aparte, estos géneros eran considerados menores. En fin multitud de trabas. No digamos ya, si hoy en día una mujer que va a la oficina sin maquillar es objeto de chismes, que sería en aquella época una que oliese a aceite de trementina, cola de conejo o fuera con una mancha de pintura en el vestido.

Es fácil imaginar que Tiziano, antes de pintar su Venus de Urbino o Miguel Ángel sus Frescos de la Sixtina habrían pasado horas puliendo sus habilidades para retratar brazos, piernas, torsos y el resto de la anatomía humana. Para eso habrían de haber recurrido a una o un modelo. ¿Creéis que eso era también lo que hacían las mujeres pintoras? Pues no. Les estaba totalmente vetado.

Lavinia Fontana | Autorretrato en el estudio (1579)

Caso aparte merece algo que podría pasar por anecdótico, pero que es muy revelador de la situación de la mujer a lo largo de la historia. Es fácil imaginar que Tiziano, antes de pintar su Venus de Urbino o Miguel Ángel sus Frescos de la Sixtina habrían pasado horas puliendo sus habilidades para retratar brazos, piernas, torsos y el resto de la anatomía humana. Para eso habrían de haber recurrido a una o un modelo. Parece lógico y lo es. Esa era y es una práctica habitual y el mejor modo de asegurarse la perfección dibujando la figura humana (además de fuente inagotable de gags en series cómicas). ¿Creéis que eso era también lo que hacían las mujeres pintoras? Pues no. Les estaba totalmente vetado. Lo mismo que asistir a autopsias con el mismo objeto. Si queréis una prueba de esto buscad el Autorretrato en el estudio que Lavinia Fontana pintó de sí misma en 1579. ¿Veis esas figuritas frente a ella? La pintora las incluyó para dejar claro que sus conocimientos de anatomía tenían un origen decente y sus castos ojos no habían visto carne masculina aparte de la de su esposo. 

No fue igual en todas partes. Por lo general, en los países protestantes donde la tradición y la religión tenía menos peso las mujeres lo tuvieron un poco más fácil. Eso explica la existencia de artistas como Clara Peeters o Judit Leyster en lo que hoy es Holanda

Pero pese a todas las trabas las mujeres siguieron pintando y el siglo XIX trajo nuevos aires a la pintura. Las corrientes, escuelas y géneros se suceden a lo largo de toda la centuria y las mujeres formaron parte de esa espiral creativa como protagonistas. Aunque hayan pasado a la historia como secundarias.

Ya con la llegada de las primeras décadas del XX y los ismos de vanguardia, la mujer da un paso adelante y participa activamente de las revoluciones pictóricas del periodo de entre guerras. Quizá porque el Cubismo, la Abstracción o el Surrealismo suponen una ruptura total con el arte tal y como se conocía hasta entonces, se hace tabula rasa y a la mujer se le permite por primera vez aportar su visión. Pero las cosas no son tan bonitas como parecen y luego veremos que en muchas ocasiones a esas artistas que fueran esposas, amigas o amantes de algunos de los hombres que marcaron el paso esos años se las condenó a ser solo la figura tras el genio.

Sofonisba Anguissola

Sofonisba fue durante siglos el espejo en el que mujeres pintoras se miraron. No solo fue una artista de gran éxito, además mostró a las que le siguieron que si no les dejaban formarse, no las admitían en gremios y el papa no contaba con ellas siempre podían buscarse los garbanzos en las cortes europeas. Sentó un precedente cuando varios pintores de más o menos renombre la tomaron como pupila. Esta adelantada a su tiempo, sin embargo tuvo una formación a medias, que no le impidió ser pintora de corte en España, donde retrató con maestría a Felipe II o a Isabel de Valois. Su obra se limita casi en su totalidad a retratos, donde tuvo una honda influencia en artistas posteriores como Velázquez o Van Dyck. Murió en 1625 siendo una afamada artista reconocida por su época y convertida en una ancianita adorable (solo hay que ver su Autorretrato de 1610 para querer adoptarla como abuela). En la actualidad es una de las grandes figuras femeninas rescatadas por la historia de género. Su obra está colgada en los museos de medio mundo y su nombre empieza a ser conocido entre el público en general.

Artemisia Gentileschi

En la historia bíblica de Susana y los viejos dos ancianos se encaprichan de una mujer hermosa (Susana) que los rechaza. Para vengarse los viejos acusan a la mujer de infidelidad. Es un tema que ha sido tratado a lo largo de la historia del arte en decenas de ocasiones. Artemisia lo afrontó cuando tenía solo 17 años y dejó en su cuadro un mensaje difícil de ignorar. En el lienzo de Artemisia, Susana se aparta de los viejos con un gesto claro y rotundo. Al contrario que en el resto de representaciones a lo largo de la historia donde la pobre Susana es poco más que un simple objeto cuya belleza incluso parece justificar el interés de los viejos. Este mensaje claramente feminista pintado a tan tierna edad deja muy claro que esta romana fue una mujer de carácter. ¿Y no es un fuerte carácter una característica que tenemos como fundamental para ser un genio? Al menos así sucede con el considerado su maestro (pese a que nunca llegó a conocerlo) Caravaggio. Porque Artemisia fue más caravaggista que el propio maestro. Sus escorzos, la fuerza de sus imágenes, la visceralidad que hay tras sus pinceladas la convierten en una alumna que superó a su maestro en muchas facetas. Solo hay que echar un vistazo a su Judit decapitando a Holofernes para ver que llegó a ir a donde Caravaggio no se atrevió. Y eso es mucho decir.

Rachel Ruysch

Decía al principio que una de las trabas con las que una pintora solía encontrarse en los siglos XVII y XVIII era que se consideraba que había géneros masculinos y femeninos. Uno de los segundos fueron las naturalezas muertas a base de jarrones y flores. Una especialidad que se hizo importante en Holanda, donde nació Rachel Ruysch en 1664. Si en esa región destacó este género fue porque la sociedad holandesa era mucho menos religiosa y una pujante burguesía ocupaba el lugar de mecenas que la Iglesia representaba en países católicos como Italia o España. En ese contexto se desarrolló la larguísima carrera de Rachel Ruysch, quien vivió 81 años y que dejó firmados más de una centena de cuadros. Algo insólito ya que lo habitual era dejarlos sin firmar, por lo que muchos de los lienzos de esa época que nos han llegado hayan  debido ser atribuidos a un autor en concreto basándose en sus características. Lo que no ha generado no pocos errores y posteriores rectificaciones. Pero Rachel tenía muy claro que su nombre iba junto a su obra, por lo que hoy podemos catalogar y disfrutar de una colección de bodegones que la colocan como una de las grandes de la pintura de naturaleza muerta de todos los tiempos y que influyó en especialistas posteriores de este género como Chardin.

Marie-Guillemine Benoist

Benoist fue la artista neoclásica perfecta. Pupila de Jacques-Louis David, fue además musa del escritor Demoustier que se inspiró en ella para crear uno de los personajes que aparecen en su aclamada obra mitad poética, mitad prosa, Lettres à Émilie sur la mythologie. Retrató a Napoleón y a Paulina Bonaparte y se codeó con la creme de aquel París de la Ilustración. Pero si es famosa por algo es por un cuadro que se alejaba de todo lo que había hecho hasta entonces. En 1800 presentó Retrato de una negra (hoy llamado Retrato de Madeleine), lienzo que se convertiría en un símbolo contra la esclavitud y un canto a la libertad de las mujeres. La osadía de Marie-Guillemine de dar el protagonismo a una sirvienta de color que además había sido esclava tuvo su premio. Se convirtió al instante en una pintora famosa que pudo montar su propio taller y recibir una pensión que le permitió vivir desahogádamente. 9 años antes ya había demostrado que era una pintora diferente en medio de aquel encorsetado mundo neoclásico al representar en La inocencia entre la virtud y el vicio al vicio en la forma de un hombre, en contra de la habitual femme fatal tradicional de la plástica europea. Pero en medio de una carrera en todo lo alto el ascenso al Consejo de Estado de su marido hizo que abandonara la pintura. ¿Qué es eso de que un alto cargo tenga una esposa más admirada por toda Francia que él?

Berthe Morisot

Os propongo un pequeño juego. ¿Cuántos artistas considerados impresionistas podéis citar en un minuto? Os espero… Ya estáis de vuelta. Muy bien. Estoy seguro de que os habéis acordado de unos cuantos. Monet, Degas, Pisarro… Pero, ¿habéis recordado a Berthe Morisot? Si no es así os lleváis un cero en historia de la pintura en la segunda mitad del siglo XIX, porque esta mujer fue una figura clave en la creación de esta corriente pictórica a la que tanto debe el arte de vanguardia que vendría después. Participó en casi todas las exposiciones impresionistas (solo se perdió la del año en que nació su hija) y basta observar su Mujer en el baño o Días de verano para comprobar que asimiló con total naturalidad los preceptos del impresionismo, seguramente porque su aportación al estilo fue enorme. Amiga de Manet, asidua de las charlas intelectuales donde se codeaba con Baudelaire o Astruc, Morisot es vital para entender el arte de finales del XIX. Al igual que Mary Cassatt o Marie Bracquemond la historia del arte le debe disculpa y la reivindicación de su importantísima aportación, algo que no sucedió hasta finales del siglo XX.

María Blanchard

De todas las artistas de esta lista quizá sea la española María Blanchard la menos conocida. Una verdadera injusticia tratándose de una de las artistas más interesantes que dio el siglo XX. María nació con un problema de columna que la condicionaría de por vida, pero que no impidió que el ayuntamiento de su Santander natal le otorgara una beca con la que pudo continuar sus estudios de pintura en París en 1909. La ciudad de la luz no era entonces una capital europea más. Era el epicentro del arte mundial. Allí se daban cita los artistas y movimientos pictóricos más modernos. Toda una amalgama de estilos, corrientes y géneros que tiene como denominador común derrocar el concepto de pintura tal y como se la conocía hasta entonces. La Blanchard se vio pronto seducida por la inquieta escena artística parisina. Se codea con Diego Rivera y Angelina Beloff y sobre todo con Juan Gris, con quien se adentra en terrenos cubistas y junto a él retuerce la realidad hasta extremos nunca antes vistos. Pese a que nunca fue una cubista pura, y regresó a la figuración con obras como La Comulgante, de 1914. Con los años la condición física de la pintora se resintió y su obra se empapó de crudeza y de una turbadora oscuridad, como en la inquietante La Bretonne, de 1930. Dicen que sus últimas palabras fueron: «Si vivo voy a pintar muchas flores». Creo que no puede haber mejor epitafio para la más grande pintora española de la historia.

Sonia Delaunay

Sarah Ilínichna Stern (nombre de soltera de Sonia) es una de esas artistas que como Natalia Goncharova o Gabriele Münter sufre la maldición de haber sido pareja sentimental de una de las piezas fundamentales de la plástica del primer tercio del siglo XX. Ese estar a la sombra del gran hombre hace que se pierda el rastro de sus obras y la verdadera dimensión de estas, eclipsadas por la del genio masculino con quien compartieron su vida. Resulta, eso sí, curioso cuanto menos que haya sido el tiempo (léase los historiadores) el que haya echado tierra sobre su obra, porque en su época estas mujeres gozaban de prestigio y reconocimiento. Ya veis que ser reconocidas en su tiempo y olvidadas después es algo que se repite con casi todas las mujeres de la lista. En muchos casos, como es el de Sonia Delaunay, su aportación es tal que cuesta discernir donde empieza la obra de su esposo, Robert Delaunay, y la suya propia. No hay más que ver los discos de colores que ambos pintaron y que supusieron un jalón fundamental en el camino de la pintura hacia la abstracción. A Sonia y a su esposo la I Guerra Mundial les pilló en España. Vivieron en Madrid, Lisboa y Barcelona antes de regresar al París de entreguerras, donde entre sus amistades se encontraban Tzara, Breton o Gleizes. Vamos que los Delaunay estaban en pleno epicentro de la vanguardia artística. Lo que se dice en el momento adecuado en el sitio adecuado.

Georgia O’Keeffe

Imaginaos que sois un pintor masculino y os da por pintar solo pepinos o calabacines. Alguien, digamos un crítico de arte os entrevista y os dice que viendo vuestra obra es fácil darse cuenta de que tenéis una fijación con las formas fálicas. Vosotros enarcáis las cejas perplejos y os apresuráis a desmentir esa afirmación. Lo que os limitáis a pintar son objetos que por casualidad tienen forma de pene. La naturaleza es caprichosa, ¿qué le vamos a hacer? Ahí se acabaría la historia del pintor de penes. Pues Georgia O’Keeffe se pasó media vida pintando orquídeas, y cuando dijo que no, que no dibujaba genitales femeninos sino solamente pintaba flores, ¿creéis que le hicieron caso? Pero esta magnífica artista además de flores pintaba rascacielos de Nueva York y bellísimos paisajes del desierto de Nuevo Méjico. Y lo hacía con un estilo tan personal y adelantado a su tiempo que está considerada la madre del arte moderno norteamericano. Y teniendo en cuenta la eclosión artística que EE.UU. vivió tras la II Guerra Mundial eso la coloca como una de las grandes de la primera mitad del siglo XX.

Tamara de Lempicka

Esta polaca asimiló como nadie los conceptos del art decó. Pero en una corriente artística que tanta importancia otorgaba a los elementos vegetales, la obra de Tamara de Lempicka está llena casi en su totalidad llena de figuras humanas. La mujer y en menos medida el hombre son los grandes protagonistas de sus lienzos, lo que la convierte en una artista eminentemente figurativa, pero que supo tomar elementos de la vanguardia para crear una obra personal y reconocible. Aunque este acercamiento a los ismos del XX serían algo superficial. Su obra nunca se alejaría de los preceptos clásicos de representación de la figura humana. Sus retratos de mujeres etéreas y mirada escrutadora que parecen flotar entre vaporosas sedas son iconos de su época. Como decía supo coger elementos de las vanguardias, como del cubismo en cuyo lago metió los pies, aunque nunca se lanzó a bucear en él. Su deformación de la figura es amable, apenas perceptible, todo lo contrario de la destructora acción de Picasso o Gris que dinamitaron la forma. Además flirteó con el surrealismo y no dejaría de hacerlo con otras corrientes a lo largo de su extensa carrera. Su impacto en el pop art es además innegable. Actualmente es una figura recuperada por la historia de genero e icono de la lucha de la mujer por la igualdad.

Frida Kahlo

Frida Kahlo se ha convertido en un icono de la cultura pop y también del feminismo. Su rostro decora camisetas, pósteres, calendarios y cualquier objeto que se le ocurra al marketing. Su dura vida sirve de inspiración para mujeres de todo el mundo que han aprendido de la mejicana que todos los obstáculos son salvables. Pero, ¿la recuperación de su figura ha venido acompañada de la recuperación de su obra? Hace unos años me topé en un concierto con el jefe que entonces tenía. Estaba acostumbrado a verlo de riguroso traje. Así que encontrármelo con una camiseta de Ramones me dejó patidifuso. Vaya, le dije señalando la camiseta, no sabía que te gustaba el punk rock. Él miró el logo de la camiseta unos segundos y respondió: no tengo ni idea de quienes son. Me la ha regalado mi hija. Ojalá esto nunca le suceda a Frida porque su obra merece figurar por sí misma entre las más grandes del siglo XX por su originalidad, honestidad y su capacidad para generar emociones. ¿No es esa la mejor definición posible de un genio del arte?

No quiero acabar este artículo sin recomendaros que más allá de estas diez mujeres y de las que haya podido citar busquéis las que he obviado o simplemente no conozco. Que el genero del artista no os haga perderos la obra de alguien que puede aportarnos la dosis de belleza, reflexión, o lo que sea que buscáis cuando entráis en un museo u hojeáis un libro de arte que necesitáis.

Cita del subtítulo: Linda Nochlin.

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