Hablar de Morgan es hablar de potencia, sensibilidad, buen gusto. De tardes lluviosas sin más compañía que la sobrecogedora voz de Nina y tu propia respiración que baila con cada nota. Es hablar de blues, de americana, de roots rock; pero sobre todo de vigencia, de sonidos apasionados, de armonía.
Comenzaron hace unos años tocando en pequeños locales a medio camino entre Madrid y País Vasco, trabajando cada escalón como si fuera el primero y el último, creando un sonido que desprende lo que sea que desprenden los grandes.
En marzo de 2018 vio la luz su segundo largo, Air, en el que fueron madurando un sonido personal y dieron aire a unas composiciones —firmadas en letra y música por Carolina de Juan «Nina»— que navegan entre lo rápido y lo lento, lo potente —Blue Eyes— y lo recogido —Sargento de hierro—.
Algo a destacar, amén de la hechizante voz de su vocalista y alma mater —digna discípula de la mejor Janis Joplin, alma y rabia juntas en una voz singular y trabajada, con un rasgado y un timbre fascinantes—, son el plantel de músicos que completan la formación. Cada uno de ellos está ahí aportando calidad y savoir fair; no son simples profesionales que tocan con solvencia, sino que juntos consiguen crear un todo cohesionado —si me preguntáis, lo más difícil en una banda— que hace vibrar al respetable y le hace partícipe de la conexión que hay entre ellos. No hay momentos extraños de lucimiento, de esos en los que bajo y batería se repiten para que la guitarra se marque un solo en pentatónica, sino que el sonido navega, y mientras uno da un pequeño paso adelante los demás funcionan arropándolo con complicidad.
En Air, la banda ha evolucionado con respecto a lo conseguido en su álbum debut, North.
Si en aquel primer LP había quizá más nervio y fiereza, aquí se sueltan en un disco más trabajado y reposado, de cadencias más definidas y riffs que incitan a cerrar los ojos y verte en Memphis acompañando a Samuel L. Jackson en Black Snake Moan (Craig Brewer, 2006), como ese oscuro y melancólico blues de Be a Man que hipnotiza y eleva a partes iguales.
Sus influencias van, como decíamos, desde la música raíz americana hasta el pop más actual; fusionan esas guitarras y atmósferas con las melodías ligeras, y el cóctel resultante no suena impostado ni cargante, sino fresco y original, como si estuvieran tocando las teclas clave dentro de un panorama musical nacional no demasiado alentador. Podemos escuchar, afinando el oído, a artistas tan dispares como Amy Winehouse —Flying Peacefully y sus giros vocales—, Kylie Minogue, a Sister Rosetta Tharpe —ese gospel atemporal de The Child— e incluso a Pink Floyd —Planet Earth, tema que abre el disco, es un prodigio progresivo en cuyo final casi pudiéramos imaginar las manos de David Gilmour acariciando el mástil—.
Pero quizá uno de los momentos en los que el LP adquiere más relevancia sea en la mencionada Sargento de hierro. Siendo el único corte en castellano, juega con una letra sencilla e inspirada, un piano tranquilo y unos arreglos —punto fuerte quizá del álbum en su totalidad— con carácter y épica, de los que elevan una composición de buena a magnífica. Es una de esas canciones que levantan mecheros y dejan el cuerpo hormigueando, de las que no necesitan más de una escucha para formar parte de una banda sonora de vida.
Morgan va por el camino de las leyendas. Sus directos están hechos de energía y carisma —el que desprende Nina y su banda de maestros—, y sus dos álbumes hasta la fecha los sitúan poco a poco en el lugar en el que viven los sonidos atemporales. No se les puede perder la pista.