Los mejores videojuegos de la década de los 90
Mario, Sonic, Crash y los demás

Los noventa fueron testigo del ansiado paso de los 16 bits y las 2D a las impactantes 3D. Un cúmulo de circunstancias que convirtieron estos años en una época dorada para los amantes de los videojuegos.

Seguro que más de una vez habrás escuchado la manida —pero no por ello menos cierta— frase de que la década de los noventa fue una época gloriosa para los videojuegos. La generación de los 16 bits, la mítica pugna entre Nintendo y Sega, el nacimiento de sagas trascendentales que aún siguen con nosotros y la irrupción de las 3D con Nintendo 64 y PlayStation, la primera consola de Sony. Y todo rociado con ese encanto de lo retro que, lejos de pasar de moda, ha ido ganando empaque como el buen vino y hasta ser capaz de defender su vigencia artística a día de hoy. Y esto, en un mundo en 4K, tiene un mérito inmenso. Tan dorada fue esta década que este listado está muy concurrido y, como siempre ocurre, habrá ausencias perdonables —y alguna que otra inclusión ecléctica y sorprendente—. Acompañadnos en este viaje al pasado, reino de riñoneras de tactel, cintas de cassette de Aqua y consolas de color gris oscuro. Despegamos.

The Secret of Monkey Island  (1990)

Si hubo un género en esta década prodigiosa que brilló con luz propia y que, por desgracia, ya no está entre nosotros es la aventura gráfica. Y dentro de ese club hubo una que marcó a toda una generación. The Secret of Monkey Island (PC, 1990) nos ponía a los mandos del entrañable aprendiz de pirata Guybrush Threepwood. Este juego supuso la primera de cuatro entregas en la saga que, aunque perdieron cierta capacidad de sorpresa, mantuvieron el tipo y la calidad general. El encanto de este título está fuera de toda duda, incluso manteniendo al margen el factor nostalgia. Sobre todo por el carisma apabullante de la práctica totalidad de los habitantes de Melee Island, desde los piratas del Bar Scumm (nombrado así en honor a SCUMM, el motor gráfico del juego) a la Gobernadora Elaine, pasando por el villano del juego: el no-tan-aterrador pirata fantasma LeChuck. El género del point-and-click —con el que nos desplazábamos por los escenarios e interactuábamos con ellos para resolver puzles a golpe de mouse— tuvo como uno de sus máximos exponentes a este maravilloso The Secret of Monkey Island, un juego que ha dejado momentos para la historia como los emblemáticos combates de insultos. Si no los has probado, no te vamos a estropear la sorpresa. Y si lo has hecho, te invitamos a rememorarlos. Porque, ya sabéis: vuestra lengua es más hábil que cualquier espada.

Super Mario World  (1990)

No queremos entrar en ningún tipo de batalla noventera a estas alturas —a Damon Albarn y Liam Gallagher les pitan los oídos en estos momentos— pero, casi de forma unánime, cierto fontanero de bigote poblado aplastó todo tipo de competencia en el género de las plataformas como si de un goomba se tratase. Hablar de Super Mario World es complicado, porque es inmensamente difícil trasladar lo que este título significó para Super Nintendo en particular y para los videojuegos en general hace ya la friolera de treinta años. Este World fue la cuarta entrega de la saga y la encargada de subir el —altísimo— listón que dejó Super Mario Bros 3 (NES, 1988). Nos encontramos ante un esfuerzo titánico para la época: variedad increíble de entornos, una cantidad ingente de niveles y, sobre todo, un número de secretos que, a día de hoy, pocos juegos han conseguido igualar. Lograr el 100% en Super Mario World era un reto solo al alcance de los más hábiles del lugar. Disfrutarlo, un privilegio al que absolutamente todos pudimos acceder. Perenne en nuestra memoria queda el ítem de la pluma que otorgaba a Mario una capa con la que sobrevolar gran parte de los niveles o los Yoshi multicolores —cada uno con su capacidad característica— que cabalgar y domar con el objetivo de conquistar el mapeado de Dinosaur Island a base de lengüetazos. Mítico título que puedes rejugar en la consola virtual de Super Nintendo en Nintendo Switch. Ya. Ni te lo pienses.

Sonic the Hedgehog  (1991)

Pero no todo en esta década fue saltar, ni mucho menos, aunque el erizo que nos ocupa tampoco era manco —ni cojo— en esta cualidad. Sonic no tuvo un futuro tan exitoso —que nos perdonen los fans— como su italiano competidor, pero su rutilante estreno fue un apabullante éxito en el catálogo de Mega Drive y, esto sí que fuera de toda duda, nos regaló uno de los personajes más reconocibles y queridos del mundo del videojuego. Fue en Sonic the Hedgehog (Mega Drive, 1991) donde nos dimos nuestras primeras carreras a toda velocidad en la maravillosa Green Hill Zone, tan verde y apetecible como siempre. No todo era poner pies en polvorosa: Sonic the Hedgehog también contaba con niveles de ritmo mucho más pausado como Labyrinth Zone o niveles acuáticos —con una temible y estresante cuenta atrás— como Marble Zone. Todo lo que ofrece este juego es icónico treinta años después, desde el inconfundible sonido al ser golpeados y perder nuestros anillos dorados, el boing al saltar encima de un muelle, los enemigos mitad mecánico mitad animal engendrados por Robotnik —ahora Dr. Eggman— o los objetos de mejora en el interior de monitores desperdigados por los niveles. Un clásico atemporal.

Earthworm Jim  (1994)

Si hay un adjetivo que puede definir a Earthworm Jim (Mega Drive, 1994) sería el siguiente: surrealista. ¿Por dónde empezar? Lo primero es aceptar que el protagonista es Jim, un gusano de mirada atolondrada que subsiste utilizando un cuerpo de astronauta para poder caminar y ser capaz de empuñar armas de fuego. No solo esto: el propio Jim podrá ser empleado como látigo para atacar enemigos a corta distancia o para ahorrar munición. Lo segundo, tener las agallas para internarnos en ambientaciones de locura como vertederos plagadas de montañas de neumáticos, algo que parece un intestino humano (sí, estás leyendo bien), infiernos ardientes habitados por muñecos de nieve y hombres trajeados con maletín o sesiones de puenting a vida o muerte con un monstruo esperando a que se rompa la cuerda. Lo tercero, la banda sonora engendrada por Tommy Tallarico, en un punto intermedio entre lo bizarro y lo genial y creada a base de melodías originales y de, atención, versiones distorsionadas y retorcidas de conocidas piezas clásicas. Poco más se puede pedir en un título de plataformas de lo más creativo de la generación 16 bits y que irradia diversión —y vacas, muchas vacas— por los cuatro costados. Groovy.

Super Metroid  (1994)

La tercera entrega numerada de la franquicia Metroid irrumpió en Super Nintendo allá por 1994. Ríos de tinta han corrido para hablar de este juego pero nunca son suficientes. Porque Super Metroid es una verdadera obra maestra, quizá uno de los ejemplos más paradigmáticos y representativos de juegos adelantados a su tiempo. No solo fue capaz de revolucionar y perfeccionar la fórmula de la saga sino que, sin saberlo, sentó las bases de un género que actualmente conocemos como «metroidvania» (un híbrido entre las franquicias Metroid y los coqueteos de Castlevania con las esencias de la saga de Nintendo). Las bases, grosso modo, consisten en mejorar a nuestro personaje —la cazarrecompensas espacial Samus Aran en este caso— y obtener nuevos objetos y elementos que nos permitan recorrer el mapa para acceder a zonas que, hasta ese momento, permanecían inaccesibles. Así, la sensación de exploración y de gratificación es casi constante —siempre y cuando no nos quedemos atascados o nos perdamos en la inmensidad de Zebes, algo que puede ocurrir con relativa frecuencia—. La atmósfera, opresiva como pocas, es otra piedra angular de Super Metroid. Desde el solitario y lluvioso aterrizaje en Crateria, la bajada a los infiernos de Norfair o la Maridia más inhóspita y sumergida, cada píxel de este título es una delicia. Koji Kondo, a la batuta de unas composiciones maravillosas y que exprimieron las capacidades de Super Nintendo, puso la guinda al pastel de Super Metroid. Un imprescindible.

Comix Zone  (1995)

Uno de los tapados de la década y de su generación de consolas. Mega Drive y Sega se sacaron de la chistera un beat ‘em up —yo contra el barrio— que pasó sin pena ni gloria a nivel de ventas pero conquistó los corazones de quienes le pusieron sus pulgares encima. En este título nos ponemos en la piel de Sketch Turner, un dibujante de aspecto genialmente hortera que acaba, por azares de la vida, atrapado en uno de sus cómics. De este modo, la misión de Sketch será defenderse con uñas y dientes de sus propias creaciones y de otros que el malo del juego, Mortus, irá dibujando a tiempo real a medida que nos desplazamos por los escenarios. Una idea que, 25 años después, sigue resultando innovadora. Los gráficos estaban a la altura, con unos sprites y personajes enormes, vistosas animaciones y todo el encanto de las viñetas y onomatopeyas —boom, flash, pow!— de los cómics de la época. De hecho, el protagonista irá narrando en primera persona sus sensaciones a lo largo de la aventura, dando pistas al jugador o dialogando con Mortus utilizando bocadillos sobre la cabeza del propio Turner. Comix Zone no es solo un gran juego, sino un homenaje a una década. Pocos títulos pueden presumir de tanto.

Donkey Kong Country 2: Diddy’s Kong Quest  (1995)

Quizá no seas plenamente consciente de ello, pero nos apostamos un brazo a que tienes, al menos, tres melodías de este juego grabadas a fuego en algún compartimento de tu cerebro. David Wise, en estado de gracia, puso la guinda a uno de los mejores juegos de plataformas de la historia. Rare perfeccionó Donkey Kong Country (Super Nintendo, 1994) a todos los niveles e incluso se atrevió a dejar fuera de forma jugable al mismísimo Donkey Kong para darle protagonismo total a su sobrino Diddy Kong y a la adorable Dixie Kong, la cual era capaz de planear unos preciosos segundos en el aire para salvar alguna que otra comprometida distancia. Donkey Kong Country 2: Diddy’s Kong Quest (Super Nintendo, 1995) decidió huir también de las convencionalidades en lo que a ambientaciones clásicas se refiere —selva, lava, desierto, etcétera— y se atrevió con parques de atracciones hechizados, panales de abejas plagados de trampas pegajosas o formaciones espinadas que recorrer a lomos —o a garras— de nuestro querido loro Squawks. Efectos de iluminación sobrenaturales para la época, frescura marca de la casa y retos en forma de esquivos objetos coleccionables hicieron el resto. Una joya atemporal del catálogo de Super Nintendo y, probablemente, el mejor de la trilogía Donkey Kong Country.

Resident Evil  (1996)

El comienzo de la pesadilla. El origen de la pandemia. Un virus letal estaba libre, un patógeno que hacía que los muertos resucitaran y que los jugadores no pudieran soltar el mando de sus PlayStation a pesar del miedo y del incipiente sudor en las palmas de las manos. Resident Evil (PlayStation, 1996) nos abría las puertas de la mansión Spencer y nos presentaba a los ahora mundialmente conocidos agentes de S.T.A.R.S: Jill Valentine y Chris Redfield. Su trabajo, investigar unos extraños incidentes en las afueras de Racoon City. El resultado, un maravilloso y sangriento caos. A pesar del control tipo tanque característico de la saga (en el que para modificar la dirección del personaje teníamos que pararnos y rotar sobre nuestro propio eje), un tanto anquilosado actualmente y que afortunadamente desapareció en Resident Evil 6 (PlayStation 2 y Xbox 360, 2012), todo en Resident Evil es sobresaliente. La gestión del inventario y los baúles, la súbita tranquilidad de las salas de guardado, sustos inesperados y giros de guion, finales alternativos, impactantes bosses. La ambientación, digna de película de terror y acompañada de unos gráficos increíbles, fue otro punto fuerte de este título con el que Capcom marcó un hito con no solo uno de los mejores juegos de la historia sino con, además, el primer survival horror de una larga y fructífera estirpe. La saga ha tenido sus altibajos desde entonces pero, más de dos décadas después, sigue viva y con ganas de dar guerra y provocar escalofríos. Solo esperamos tener munición suficiente.

Crash Bandicoot  (1996)

Ya hemos nombrado unos cuantos entes carismáticos en este listado y, en efecto, el bueno de Crash no podía faltar a la fiesta. No fue el mejor juego de plataformas de la década —ya hemos comprobado que este premio estaba muy disputado por aquel entonces— pero Crash Bandicoot (PlayStation, 1996) tiene un no sé qué especial que le convirtió, de facto, en la mascota de PlayStation. Gran parte de su encanto reside en su estilo artístico que rezuma sentido del humor y, sobre todo, poca intención de tomarse en serio a sí mismo. Ni siquiera el villanísimo científico loco Neo Cortex nos pone precisamente los pelos de punta y esto es todo un detalle. Lo que sí era capaz de ponernos cardíacos era la dificultad de este título, con saltos más que ajustados que requerían nervios de acero y muchos intentos. Crash Bandicoot es un plataformas tremendamente exigente y, sobre todo, variado. Tanto en su aspecto jugable con mecánicas diversas como de sus ambientaciones. El diseño de los personajes también fue de lo más fresco de la generación, con el propio protagonista, Crash, inspirado en un pequeño —y adorable— mamífero australiano de nombre «bandicut». Otras imaginativa criatura de la fauna de este título era la máscara parlante Aku Aku, quien nos protegía de perder una vida absorbiendo el impacto de un enemigo. Suspiramos de nostalgia pensando en Crash Bandicoot mientras esperamos con ganas la cuarta entrega que verá la luz en octubre de este año para consolas de la presente y próxima generación. Porque nunca romper cajas girando sobre nosotros mismos mientras recogemos frutas Wumpa fue tan divertido.

Final Fantasy VII  (1997)

El juego de rol por antonomasia. Clásico entre clásicos. Icono pop. Título «muevemasas» y «vendeconsolas». Los adjetivos calificativos se agotan cuando hablamos de la séptima entrega de Final Fantasy, la más aclamada de la saga y una de las que más imágenes indelebles ha grabado en nuestras retinas. Final Fantasy VII (PlayStation, 1997) nos contaba la historia de Cloud Strife, mercenario a sueldo que se ve envuelto en una epopeya más grande que la mismísima Midgar. La jugabilidad, con el encanto de los combates por turnos de toda la vida, no innovaba en absoluto. Ni lo pretendía. Regodearnos en el clasicismo de los sistemas clásicos de los juegos de rol de siempre fue una experiencia religiosa. Y por si todo esto fuera poco, Final Fantasy VII cuenta probablemente con el spoiler más famoso de la historia del videojuego —tranquilos, no vamos a decir ni pío, nunca os haríamos eso—. La veneración por Cloud y compañía era y sigue siendo absoluta. Tanto es así que hace tan solo unos meses PlayStation 4 recibió el ansiado remake de este título del que ya nos hicimos eco en La Ciclotimia con el análisis del juego. En resumen: Final Fantasy VII es una verdadera joya y una parada obligada para todo amante del RPG y de los videojuegos en general. 

BONUS: The Legend of Zelda: Ocarina of Time  (1998)

Tal y como avisábamos al inicio del reportaje, es muy posible que en este listado haya alguna que otra ausencia. Simplemente, no cabían todos. Pero The Legend of Zelda: Ocarina of Time (Nintendo 64, 1998) es harina de otro costal. El que para muchos sigue siendo el mejor Zelda de la historia —con permiso del sobrecogedor Breath of the Wild (Nintendo Switch, 2018)— es un título excepcional y, al estilo de Metroid Prime (GameCube, 2003), el perfecto ejemplo de cómo hacer que una idea maravillosa en 2D siga teniendo la misma vigencia (o más) en su traslación a las 3D. Ocarina of Time impactó por sus gráficos, por el sistema de apuntado z-targeting que aún en la actualidad usan infinidad de juegos, por su mundo abierto y por lo ambicioso de su propuesta. Las expectativas fueron superadas con creces y Nintendo lanzó una bomba en forma de cartucho de 64 bits cuyos ecos aún resuenan en el imaginario colectivo. Y quizá así siga siendo, pase el tiempo que pase y sin ocarina que lo remedie.

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