Nacida de las mentes que escribían en Cahiers du Cinéma —André Bazin, Jacques Doniol-Valcroze y Joseph-Marie Lo Duca–, la nouvelle vague es la corriente de cine europeo que se opuso de manera frontal al cine comercial que llegaba desde el otro lado del charco. Estos cineastas, a través de sus escritos en Cahiers du Cinema, expusieron su concepción artesana del cine y defendieron que el director era el único autor y creador de la película. Destacaban por mostrar una acusada simplicidad y libertad técnica a través de la utilización de cámaras ligeras y en mano. Los presupuestos eran bastante bajos con respecto a los de las cintas habituales de la industria francesa. Además, redujeron al máximo el trabajo en estudio, exponían su libertad creativa propiciando la improvisación y rodando en escenarios naturales y espacios abiertos.
En resumen, la nouvelle vague se constituyó como lo hacen la gran mayoría de las artes desde hace siglos: como una cercana contraposición a lo ya existente. Un cierto halo vanguardista, nacido de su admiración exaltada de otros realizadores como Hitchcock u Orson Welles, envuelve a estos jóvenes directores entre los que se encuentran François Truffaut, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol o Éric Rohmer.
François Truffaut
Siendo la ópera prima de François Truffaut, Los cuatrocientos golpes (Los 400 golpes) es la película que hizo que la nouvelle vague fuese más allá de las fronteras de su Francia natal, convirtiéndola en uno de los movimientos cinematográficos más importantes hasta nuestros días. Truffaut ganó con ella el premio a mejor dirección en el Festival de Cannes de 1959. Es una obra semi-autobiográfica en la que el director narra acontecimientos de su infancia y la de sus amigos, en un ambiente hostil y gamberro. La cinta es la primera de la saga de películas que nos cuenta la vida de Antoine Doinel, interpretado por Jean-Pierre Léaud, el actor fetiche de Truffaut. El director decidió hacer de este personaje su encarnación en la gran pantalla, transformado en un avatar que necesita para expresar su amor hacia el cine, la música y las mujeres. Su historia continua en un breve corto de veinte minutos titulado Antoine y Collete: El amor a los veinte años (1962), seguida de Besos robados (1968), Domicilio conyugal (1970) y El amor en fuga (1979). En todas ellas, las aventuras de Antoine en el terreno amoroso servirán para conocer y crecer con su protagonista.
Otra película imprescindible de Truffaut es La noche americana (1973), en la que el cineasta aparece esta vez interpretándose así mismo en un filme muy experimental cercano a un documental guionizado, que pretende mostrar en pantalla cómo es el proceso de un rodaje. El mismísimo Billy Wilder —Con faldas y a lo loco (1959), El apartamento (1960), etc.—, muy contrario a la nouvelle vague, consideró una obra maestra esta película. Por otro lado, dentro del propio movimiento francés, el director y mejor amigo de Truffaut, Jean-Luc Godard, consideró esta película como una farsa alejada de la verdadera vida en los rodajes, y terminó por escribir una carta a Truffaut que acabó con su amistad.
Agnès Varda
La carrera de Agnès Varda empieza en 1955 y terminó con su muerte en 2019. Eso son sesenta y cuatro años haciendo cine. ¿Cuánto cine puede caber en ese tiempo? Una barbaridad, desde luego. Así pues, como dentro de Varda hay cosas «normales» y, por otra parte, algunas obras un tanto ¿complejas? —sí, por ejemplo—; lo mejor sería hablar simplemente de Cleo de 5 a 7 (1962). Primero, porque es una maravilla. Segundo, porque Varda es la pionera en la dirección cinematográfica femenina, y Cleo de 5 a 7 es todo un exponente de arte feminista.
Varda nos cuenta la historia de Cleo, una joven cantante «aburguesada» que espera los resultados de unos análisis que le darán a las siete. La impaciencia puede con ella, y a las cinco decide visitar a una pitonisa, que le augura un cáncer y una prematura muerte. Este golpe de realidad rompe el mundo de Cleo, y en las dos horas que le quedan hasta recibir los resultados, va dando vueltas por París de un lado a otro obsesionada con el sentido de su vida, de la felicidad y la belleza.
Jean-Luc Godard
Quizá la figura de Godard, el único de los cineastas franceses de este movimiento que sigue vivo, sea la que más en serio se tomó el significado revolucionario de la nouvelle vague. Al final de la escapada (1960) es una de esas películas en la que se denota a la perfección cómo el director sobrepasa la importancia del buen narrador, hasta el punto en que su guion, directamente, no exista. La idea original nació en la cabeza de Truffaut, pero se la entregó a Godard, quien dejó todo a su improvisación.
La película nos cuenta la historia de un joven delincuente que, al principio de la misma, sobrepasa sus propios límites al asesinar a un agente de policía. Sin un ápice de arrepentimiento, casi como si uno de los protagonistas de La soga (Alfred Hitchcock, 1948) se tratase, Michel vuelve a París a toda prisa. Allí busca a una de las numerosas mujeres a las que su encanto ha cautivado, Patricia, e intenta convencerla de irse juntos a Roma. Ambos deambulan por la capital francesa, y le dan a Godard la oportunidad de mostrar en pantalla su visión personalista de la ciudad, como ese centro burgués, de cafés y grandes avenidas que una vez deslumbró a Europa.