El fantasma de Mark Fisher
El escritor de los futuros perdidos

El filósofo y crítico cultural Mark Fisher se ha convertido hoy en día en una figura indispensable para quienes pretenden reconectar política y cultura. Su legado, marcado por su abrupto suicidio, está sin embargo más vivo que nunca.

El 13 de enero de 2017, Mark Fisher se quitó la vida. Aunque hoy en día su figura está indeleblemente marcada por su suicidio y la horrible depresión que le persiguió toda su vida, la noticia de su muerte desconcertó y desgarró a sus amigos y conocidos no solo por lo terrible del suceso, sino por lo inesperado. Al fin y al cabo, Fisher se encontraba en el punto álgido de su carrera. A su 48 años de edad, estaba a punto de publicar su tercera obra, Lo raro y lo espeluznante, y sus libros daban la vuelta al mundo. En nuestro país su popularidad no estaba nada más que empezando. La primera edición de su obra en español, la traducción de Realismo capitalista: ¿No hay alternativa? de Caja Negra, había salido a la luz hacía unos meses. Incluso Fisher había comentado hacía no mucho la medida en que sus episodios depresivos habían remitido o, al menos, no aparecían con la misma intensidad que durante los negros años de su juventud.

Sin embargo, hoy en día la figura del filósofo y crítico cultural parece indisociable de su abrupta muerte. Preocupado constantemente por la politización y colectivización de los efectos de la enfermedad metal, sus certeras observaciones sobre capitalismo y depresión parecen hoy el triste testimonio de alguien que perdió la batalla. Toda la obra de Fisher, si se pudiera abstraer a un único principio que la anima, sería precisamente a esa necesidad imperiosa por abandonar todas las señales que nos indican que no hay salida y por luchar por una política de la esperanza y la confianza de que el mundo, al menos marginalmente, puede ir a mejor.

No es casualidad que su primer libro, el que le catapultó a la fama y que hoy en día  sigue siendo su obra más reconocible, fuera titulado Realismo capitalista: ¿No hay alternativa?. Este pequeño librito de carácter casi de manifiesto, publicado en 2009 y editado en castellano en 2016, se ha convertido hoy en un volumen de cabecera de los iniciados en los estudios culturales y de la izquierda anticapitalista por igual. La agudeza de su mensaje coincide con su simplicidad: el «realismo capitalista», nos explica Fisher, consiste en interiorizar y naturalizar las premisas económicas y sociales de nuestro sistema económico hasta equipararlas con las leyes físicas del universo, asumiendo que este sistema es la única organización social no ya deseable, sino imaginable para la humanidad. Fisher parte de la famosa formulación del filósofo Fredric Jameson (aunque atribuida en ocasiones a Slavoj Žižek, confusamente por el propio Jameson) de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Contra el realismo capitalista, argumenta Fisher, es necesario construir una alternativa que rehuya de la nostalgia de tiempos mejores y la inútil fetichización de la derrota pero, ante todo, de la perniciosa noción de que no es posible un mundo diferente.

De todas formas, aunque Fisher pueda parecer un autor eminentemente político, su óptica siempre estuvo centrada en la cultura y, más concretamente, en la forma de arte que más le obsesionaba: la música. Preocupado, incluso desquiciado, por la falta de innovación en la cultura y especialmente en la música, Fisher trabajó incansablemente por animar a una emancipación del arte de la lógica de mercado, recordándonos las instancias en el pasado que así lo habían hecho, así como buscando en su presente las pistas de cómo podía volverse a hacer. Para ello dedicó años de escritura frenética en su blog, donde bajo el sobrenombre de k-punk dirigía incisivas reflexiones sobre actualidad, política, cine, literatura y sobre todo música.

Si hay algo que pueda ser rescatado de Fisher como su primera y fundamental enseñanza, consiste en el recordatorio de que no solo es posible, sino necesario, devolver a su lugar la alianza entre la reflexión cultural y la política.

Realismo capitalista.

La primera recopilación de sus textos, gran parte recogidos de k-punk, apareció en 2014 en la forma de Los fantasmas de mi vida: Escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos (publicado en español en 2018 por Caja Negra), una formidable colección de reflexiones en torno al precario estado del panorama cultural del siglo XXI y la herencia incierta del modernismo artístico, que acosa al arte contemporáneo como un fantasma de un pasado donde aún era posible conjurar la presencia de un mundo distinto a partir de un arte innovador y anticipador. Transitando por referencias como Joy Division, Tricky, El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) u Origen (Christopher Nolan, 2010), entre muchas otras, Fisher plantea una lectura novedosa del arte y la cultura popular, donde lo importante no solo es entender qué estructuras y leyes determinan lo que la industria cultural produce, sino qué estrategias pueden aplicarse para sortear y modificar ese condicionamiento.

Aunque aparentemente es su libro menos político, la misión perpetua de Fisher de reconectar política y cultura está también presente en Lo raro y lo espeluzante, la obra que como decíamos se publicó poco después de su fallecimiento —en español fue publicado por Alpha Decay en 2018—. Y si bien puede parecer en un principio un ejercicio de submarinismo en las propias filias de Fisher por la ficción de terror y otros asuntos grotescos y aberrantes, el libro conecta con otra de las eternas obsesiones del autor, la lucha contra lo que él denominaba «popismo»: la resiliente e injusta asunción de que la única cultura que produce y consume la clase trabajadora es la cultura de masas más irreflexiva y simple. Este tóxico prejuicio necesitaría de una revisión, que no solo recordara que son precisamente aquellos que vienen de hogares más humildes quienes impulsaron a la cultura en sus momentos más saturados de experimentación y sofisticación, sino que solo con una óptica de clase es posible reconectar esa cultura con un proyecto de emancipación general.

Uno puede estar más o menos alineado con el proyecto político o cultural de Fisher, pero es innegable que el autor se ha convertido hoy en una figura indispensable de los estudios culturales recientes, una disciplina con la que él mismo tuvo sus más y sus menos, pero que hoy en día se encuentra más rejuvenecida y actual que nunca gracias precisamente a su trabajo. Pues si hay algo que pueda ser rescatado de Fisher como su primera y fundamental enseñanza, consiste en el recordatorio de que no solo es posible, sino necesario, devolver a su lugar la alianza entre la reflexión cultural y la política.

Pero cuatro años después de su fallecimiento, la divulgación y recepción de la obra de Mark Fisher están paradójicamente teñidas de una cierta nostalgia y sentido de la pérdida, como si no pudiéramos leer su obra y su vida e, irremediablemente, su fatídica muerte, sin referencia a una oportunidad perdida o a la clausura de un momento álgido de la imaginación política. Hablando de un autor que fundamentalmente nos animaba a tener la mirada fija en el futuro, no deja de ser extraño que su recepción venga acompañada del recuerdo siniestro de su suicidio, de su fantasma insidioso. La última traición a Fisher sería la fetichización inútil de su fantasma, mistificar su obra como una profecía incumplida o una utopía fracasada. Si el contexto actual no hace la tarea más sencilla, quizás puedan ayudar sus próximas publicaciones. Este año Repeater Books, editorial que ayudó a fundar, publica su obra póstuma Postcapitalist Desire: The Final Lectures, una recopilación de sus clases, conferencias y últimos textos. También se nos ha prometido un tercer volumen de k-punk, la recopilación de los textos de su blog, ensayos inéditos y otras publicaciones, que ya lleva dos entregas en Caja Negra. Mark Fisher está, como nunca, de actualidad, en un tiempo que no es el suyo. Solo sobre quienes nos sentimos hoy en día interpelados por su obra recae la tarea de estar a la altura de nuestro presente.

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