Un efecto óptico
Un puzle metafílmico que ni Lynch de carajillos
• País: España
• Año: 2020
• Dirección: Juan Cavestany
• Guion: Juan Cavestany
• Título original: Un efecto óptico
• Género: Comedia
• Productora: Cuidado con el perro
• Fotografía: Javier López Bermejo
• Edición: Raúl de Torres
• Música: Nick Powell
• Reparto: Carmen Machi, Pepón Nieto, Luis Bermejo, Lucía Juárez
• Duración: 78 minutos
• Festival de Sitges:
Noves Visions
(2020)
• País: España
• Año: 2020
• Dirección: Juan Cavestany
• Guion: Juan Cavestany
• Título original: Un efecto óptico
• Género: Comedia
• Productora: Cuidado con el perro
• Fotografía: Javier López Bermejo
• Edición: Raúl de Torres
• Música: Nick Powell
• Reparto: Carmen Machi, Pepón Nieto, Luis Bermejo, Lucía Juárez
• Duración: 78 minutos
• Festival de Sitges:
Noves Visions
(2020)
Juan Cavestany regala un aperitivo entre onírico y meta. Un breve largometraje que cortocircuita la mente, enternece y divierte con lo absurdo. Psicodelia que luce el guion y variedad técnica que aplicaría un José Luis Cuerda a una «Carretera perdida».
«Alfredo y Teresa son un matrimonio de Burgos que viaja a Nueva York con la intención de “desconectar” y hacer todos los planes que vienen en la guía. Pero nada más aterrizar empiezan a percibir señales, sutiles y no tanto, de que en realidad no están en la ciudad que les vendieron en la agencia». Así reza la sinopsis de esta original y encantadora marcianada que rompe con la narrativa lineal, imprimiendo sobre el estilo bucle una personalidad sorprendente. Y como resultado, te tiene durante toda la película preocupándote por esos sufridos padres, preguntándote si es una estafa, si es un sueño, si están todos muertos, si acaso… Nada, que no, que ni te lo imaginas.
Si hay un elemento narrativo que se está repitiendo constantemente, y especialmente en la apertura de diferentes largometrajes a lo largo de este festival, son los animales de granja alterados. Pero la intencionalidad de las ovejas en esta ocasión es bien distinta. Es fácil asociarlas a lo aborregados que estamos, siguiendo todos los mismos caminos, los mismos trayectos. Aspirando a los mismos grandes viajes. Y por otra parte, somos rebaño: somos comunidad y lo que nos da seguridad es sentirnos arropados en nuestro establo, en contacto con el calor de los nuestros. Protegidos del lobo que nos puede convertir en lonchas de embutido. Los efectos ópticos de esta película encierran un metamensaje que no desvelaremos. El desorden temporal —y también el perceptivo, del que hablaremos luego— desconciertan a la par que aportan comedia. Pero también generan un suspense muy definido: el de la paranoia de los padres que se marchan por primera vez de viaje sin la hija, su pequeña, a la que desearían proteger día y noche de todos los males que inundan su imaginación. Antiguamente se amedrentaba a la descendencia, con mayor hincapié en las niñas, con el cuento de Caperucita, advirtiéndoles de los peligros de los extraños que pueden acechar entre la frondosidad del bosque. Ahora, ese temor lo perpetúan las pantallas.
Este miedo al extraño condiciona la vida de muchas, sometidas a un sobreproteccionismo asfixiante, y su presencia se manifiesta tanto en la que nos trajo al mundo como en el que siente que tiene que ser nuestro gallardo caballero, defensor de nuestra integridad física (y no tanto ya —o ni mucho menos tan generalizado— aquello de la pureza, en pleno siglo XIX). En España, el caso Alcásser sacudió toda una generación de padres, y muchas nos hemos visto obligadas a luchar por obtener unas libertades que venían de algo tan comprensible y doloroso como el miedo de nuestros responsables. Que al fin y al cabo, es profundo amor. En este país, el televisor nos bombardea una y otra vez con casos de manadas de violadores. Ése es el temor autóctono, y los padres pueden llegar a sufrir la ilusión de podernos proteger de ellos. Así que el verdadero carcelero es el amarillismo y la tendencia morbosa a acumular informaciones amenazadoras.
Esto es tan solo en la comodidad de nuestras casas. En el lugar donde tenemos el chóped al alcance, y que más vale que nos llevemos, porque a saber qué guarradas se comerá al otro lado del océano. Porque lo de la patria, ya lo sabemos, es lo mejor. Una actitud muy bien representada en el filme, y con una aproximación cómica muy bien medida. El extranjero (país o persona) es lo desconocido, y todos hemos visto Nueva York en las películas. Nos ha fascinado esa megalópolis. Hemos visto a Bruce Willis saltar por La jungla de cristal (John McTiernan, 1988) y liarse a sopapos. Y desde que vimos lo peor en directo, en aquellos informativos del 11S, no paramos de oír gritos encomiándose a Alá, acompañados de cinturones de explosivos forrando cuerpos de complexión más oscura que la nuestra. La cultura basura del miedo no para de reavivar ese trauma en las pantallas. No es casualidad que sean éstas las que reflejan o deforman continuamente los rostros de los protagonistas cuando les acucia la preocupación. Las pantallas son responsables de ese fenómeno. Por eso es tan interesante que Un efecto óptico (Juan Cavestany, 2020) evidencie estos comportamientos que fustigan a la población.
Vemos pues que, por más que nos empoderemos, el lobo sigue habitando las mentes de nuestros padres. Es herencia cultural y es altamente contagioso. Sobre todo por la vía televisiva. He aquí parte del subtexto de ese efecto óptico que las pantallas ejercen sobre nuestros cerebros y su tranquilidad. Es de agradecer que esta denuncia venga de la mano del humor y, además, unida a una encomiable voluntad de animar a muchas madres y padres a cortar el cordón umbilical y centrarse en la verdadera relación que les une: redescubrirse como compañeros de vida y amantes, porque en algún momento los hijos deben dejar de ser el foco de atención y recuperarse la propia vida. Volver a ser uno, en lo individual y en la comunión. Aprender a cruzar los túneles —símbolo clave en esta pieza— ; dejar atrás la imaginación perversa y disfrutar de todo lo bueno que puede ofrecer el turismo en lugares hacia los que nuestro subconsciente sigue reacio, por un prejuicio imbuido.