A veces, para contar una historia basta con tener las ideas claras, aunque los medios no acompañen. Por ejemplo, si se quiere realizar un filme de terror político —si es que este subgénero existe—, con tal de disponer del material y vocación artística, debería de ser suficiente. En el caso de Historia de lo oculto (Cristian Ponce, 2020) el logro es a medias: el concepto es a todas luces original y, hasta cierto punto, inédito; el estilo visual, con su blanco y negro en 4:3 llama la atención y está justificado en lo narrativo; pero las actuaciones son, con alguna salvedad —destaquemos a Germán Baudino y a Nadia Lozano, que gracias a su presencia el filme se siente de más nivel—, muy pobres, hasta el punto de que pueden llegar suscitar cierto sentimiento de estar asistiendo a una obra amateur, y la direccionalidad general de la historia no llega a tener poso fuera de su metraje.
El problema, principalmente, es un guion que no concluye, que no acaba de cercar la tesis que expone. Mientras el punto de partida es fantástico y particularmente original, uno tiene la sensación de recorrer varias veces el camino ya andado. Mientras que en lo argumental llama la atención a las claras —un programa de televisión se propone desenmascarar al presidente del país, que según ellos ha alcanzado el poder mediante magia negra y brujería—, parece que faltan algunas notas más en el pentagrama para adquirir totalidad, sensación de haber culminado. Cristian Ponce, que dirige y escribe, tiene muchas buenas ideas, plasmadas con solvencia en lo directivo y lo sugestivo, pero que abandonada la idea subyacente —esto es, la crítica al poder que se alcanza mediante malas artes— no resuena con libertad, sino con sensación de claustrofobia cinematográfica.
Su puesta en escena y su constante invitación a la evocación literaria hacen de Historia de lo oculto una sensacional aproximación a la realidad política desde el terror.
Por la contra, no cabe duda de que perdura en el recuerdo a pesar de sus irregularidades. Su puesta en escena y su constante invitación a la evocación literaria —esto es, su capacidad de dibujar conceptos abstractos no representados textualmente— hacen de Historia de lo oculto una sensacional aproximación a la realidad política desde el terror. Aunque como comentábamos más arriba ofrece un nivel interpretativo bajo para ser un filme muy narrado —sobre todo en el campo de la oratoria—, no llega a invalidar el visionado en ningún momento, y se mantiene estable a lo largo de su corto metraje. Aunque se preocupe demasiado en trascender la pantalla y ofrecer un potencial alegórico constante —la brujería como método de ascensión política, los medios de comunicación como responsables últimos de transmitir la verdad a la sociedad pese a la oposición de los de arriba, las grandes corporaciones como entidades opacas que actúan por propio interés—, sí podemos considerar que la película argentina ofrece más de lo esperado en un primer momento: acostumbrados a tramas políticas de gran complejidad como, por ejemplo, la reciente Los archivos del Pentágono (Steven Spielberg, 2017), el filme se afana lo justo en desarrollar un entramado político hiperrealista para abanderar algo mucho más mental, menos literal en beneficio de lo conceptual.
Historia de lo oculto, como obra final de poderosa estética —tanto que incluso sitúa en un segundo plano el mensaje— representa una de esas rara avis que a veces aparecen y polarizan al público, tanto por su propuesta argumental, de fuertes implicaciones políticas y que se mojan en lo ideológico, como por una personalidad marcada y concreta que recuerda que, al final, el cine es la conjunción de contenido y continente. Cabe la posibilidad de que se pierda en lo teórico, y de que no vaya a convencer a todos por igual dadas sus características particulares —y accidentales—, pero no se le puede negar el espíritu contestatario y las ganas de agitar las aguas.