Revista Cintilatio
Clic para expandir

HIT (2020) | Crítica

Trabajando la verosimilitud en ficción
HIT, de Joaquín Oristrell
La ficción propone un enfoque dramático y realista de los trastornos mentales en contextos educativos y sanitarios, construyendo personajes complejos que oscilan entre la redención y el desgaste, en una serie que apuesta por la verosimilitud como motor narrativo.
Por Daniel González Irala | 7 mayo, 2025 | Tiempo de lectura: 6 minutos

De las montañas y montañas de series televisivas nacionales e internacionales que apenas consiguen difusión debido a la tiranía del clickbait, bien pudiera estar este producto dramático realizado principalmente por Joaquín Oristrell y su eterna compañera de fatigas Yolanda García Serrano. Junto a otra buena y nutrida cantera de nuevos guionistas y realizadores, juegan la baza de la salud mental como algo anterior y que traspasa la pandemia vivida durante esos años. Muestran, desde el sector educativo primero y el médico más tarde, cómo ciertos trastornos mentales y del comportamiento son no solo inherentes a la condición humana de la que todos formamos parte, sino una rémora de la que quizás, algo ingenuamente, se puede llegar a sanar mientras sigamos haciéndonos preguntas en torno a ellos.

De primeras cuesta entender cómo una sola persona —el facilitador y también enfermo Hugo Ibarra Toledo— es capaz de ayudar interna e intensamente a unos treinta chavales desde un humanismo que lo convierte en un personaje con más aristas quizás que cualquiera de ellos. Esto resulta en ocasiones difícil de resolver por parte del actor Daniel Grao, que en más de una escena se parte el cobre de manera esplendorosa, por más que su negociado sea el de tratar de pasar desapercibido dando consejos. El papel del facilitador (que Hugo trata de desempeñar) le viene dado tras haber intentado ser profesor sin éxito. A partir de ahí se reconvierte en escritor de libros parecidos a los de autoayuda que, pese a su éxito desmesurado, frustran sus expectativas aún más debido quizás a su condición de alcohólico reincidente. En la realidad, este rol podría asegurarse que es mucho más limitado del que aquí se muestra. Como los sentimientos de los chavales tratados o ayudados tienen un punto de convergencia basado básicamente en la depresión, desde ahí se construye un guion poderoso y nada concesivo. Muestra, por más que le den ganas solo de criticar, cómo hay enfermos que tardan años en ver esa añorada luz al final del túnel y cómo el proceso suele ser tan extenuante a veces como inútil otras.

Dos serán los pilares sobre los que trabajará Hugo. Uno es el espiritual, a través del cual su empatía funciona de una u otra manera (conforme mejor funciona, más ganas tendrá Hugo de volver a coger la botella); el otro es el físico, que dosifica con lógica y para el que no siempre todo es suficiente. En este sentido también, el esfuerzo de Grao es proverbial. De esta forma, el espacio que se crea desde la realización es el de considerar la verosimilitud como un constructo que va más allá de lo teórico, y que por tanto desgasta a veces con sentimientos de inutilidad parecidos a los que viven cada uno de ellos. En este sentido, no sabemos hasta qué punto hay investigación psicológica. Sin embargo, cada caso viene justificado o bien por un rol psicosocial, o por otra serie de problemas que provienen de extractos sociales bajos o demasiado altos y despreocupados: la drogadicción, el gamberrismo, el sobrepeso e incluso diagnósticos bajo cuya etiqueta laten profundos problemas de personalidad.

Una captura de la serie.

Sea trabajado desde fuera o dentro, el resultado final recuerda al filme de 2001, —uno de los primeros de la pareja Oristrell-García, que a mediados de los noventa cosecharon algún premio de guion por Todos los hombres sois iguales del irregular Gómez Pereira—, Sin vergüenza, que ya en su época consiguió denunciar con gran cantidad de argumentos o personajes la precariedad en la industria actoral española, es una película digna de ser reconsiderada. A través del montaje, y como en HIT, se jugaba a la coralidad de actores (des)ilusionados, prevaleciendo siempre una mirada empática sobre ellos.

Madrid: el Anne Frank y su detonante frente a lo rutinario en espacios educativos públicos

En esta primera temporada, todo comienza cuando alguien consigue explosionar cinco coches de miembros del claustro en un acto terrorista sin precedentes. El Anne Frank no es un instituto especialmente conflictivo y solo habrá diez alumnos bajo sospecha: entre ellos, un árabe cuyo padre trabaja en un vertedero de basuras cercano; una chica drogadicta; otra que bien podría ser considerada bipolar; y Lena, caprichosa, narcisista y algo psicópata, que se erige en capitana hasta ser desenmascarada por Hugo.

Lena, en torno a cuyo grupo de tres o cuatro amigos se mueve con tal de no perder poder y pasar inadvertida, es interpretada por Carmen Arrufat. Repetirá en la tercera temporada. Además de estas «dotes», está envuelta en dicho atentado gracias al cual quiere cazar a uno de los profesores, con el que mantuvo relaciones sexuales. Otros actores importantes que aparecen son María Rivera (Silvia Muñoz), Gabriel Guevara (Darío Carvajal), Luisa Vides (Maya) o Mauro Muñiz, ex monologuista de Paramount, que interpreta al sobreprotector padre de Lena. La dirección del colegio recae en una mujer inestable que no logra zafarse de un inspector burocratizado y baboso, por más que Hugo intenta impedirlo.

Puertollano: el León Felipe y una clase de Formación Profesional

Con ánimo de no repetir alumnado, HIT se traslada a Puertollano (Ciudad Real), un pueblo-ciudad de vida provinciana. Durante su estancia allí, a pesar de más de un episodio arriesgado y violento (hay un caso de violencia de género y varios de bullying por sobrepeso, homofobia y racismo), Hugo no acude a ninguna reunión de Alcohólicos Anónimos, lo que le pasará factura.

Logra aquí HIT afianzar, tras mucha lucha, una relación amorosa con la conductora de autobuses Francis (Marta Larralde), cuyo hijo, también mal estudiante, aprende mal las lecciones contra el racismo, comunicándose por su cuenta y riesgo desde su ordenador con el ISIS. Otros episodios interesantes incluyen un concierto de David Bustamante que sirve para enconar conflictos y reconciliaciones entre abuelos, padres e hijos, así como el caso de Emma (Nur Levi), poetisa hipersensible que vive encerrada en una casa con su madre depresiva y chantajista, y a la que HIT pretende poner en valor en un concurso de rap.

La Palma antes y después del volcán: un sanatorio para ellos y la presencia de Mario Gas

Como Hugo ha llegado muy quemado de sus anteriores aventuras, ingresa como alcohólico en una casa prefabricada llena de psicólogos que tratan de reorientar a nuevos chavales pacientes, esta vez potentados económicamente. Reaparece Lena, que está allí pasando sus últimos días y reavivando viejas heridas que seguirán escociendo. Aparecen trastornos de personalidad como el esquizotípico o el límite de personalidad, que sirven a Hugo para darse cuenta de por qué está allí. Raúl (Alejandro Jato) es el coordinador de sesiones, alguien muy reglamentista, pero del que descubrimos su gran corazón gracias a Christian (interpretado por el hijo de Darío Grandinetti), un chico que de joven vivió abusos sexuales por parte de un cura y sufre síndrome de estrés postraumático.

Otras novedades que aportan algo de humor son la presencia de Carmen Balagué (cocinera con TOC de contrapunto gracioso) y Mario Gas, el padre de Hugo, alguien incapaz de concebir la educación más que desde la economía, motivo por el cual se separó de su hijo hace veinte años. Ahora se reencuentran, él también con otra vida y a punto de fallecer.