Revista Cintilatio
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Bikeriders. La ley del asfalto (2023) | Crítica

La sensualidad de la libertad
Bikeriders. La ley del asfalto, de Jeff Nichols
Algunos filmes parecen predestinados a marcar una época, y otros a que la época los marque a ellos. Pero existe una tercera raza de filmes, quizá exentos de etiquetas, cuyo dinamismo y musicalidad resultan extemporáneos y a la vez capaces de tomar la medida de su tiempo. Es muy posible que el de Jeff Nichols pertenezca a este tipo, estrenado varios meses después de su fecha prevista pero ya golpeando al espectador con su tremenda belleza e inteligencia.
Por Adrián Massanet x | 26 julio, 2024 | Tiempo de lectura: 7 minutos

Como espectadores, cualificados o no, tenemos dos opciones: o bien completar los títulos de directores ya fallecidos —con lo cual lo que hacemos, mal que nos pese, es corroborar o desmentir lo que otros digan de ellos—, o bien seguir la pista, título a título, de directores todavía en activo —con lo que corremos el riesgo de decir lo que pensamos al mismo tiempo que los demás, y equivocarnos o acertar según nuestra inteligencia y conocimientos—; no hay más. En el segundo caso, eso sí, por lo menos a pesar del riesgo tenemos la posibilidad de ver crecer a aquellos directores que desde un principio nos han deslumbrado o por lo menos han llamado nuestra atención, viendo cómo van creciendo título a título ante nuestros ojos, como chiquillos que se van desarrollando, a los que vamos defendiendo durante años y décadas, hasta que por fin su talento o su carrera llega a su cima… o en el peor de los casos dándonos cuenta de que no era para tanto. Por suerte Jeff Nichols no es de los que defraudan, sino de los que vemos desarrollar su mirada y su voz con cada nuevo esfuerzo narrativo.

Nada menos que siete años hemos tardado en tener una nueva película de Nichols. Por el camino han quedado varios proyectos frustrados y un sinfín de habladurías acerca de cada uno de ellos, que no vamos a desgranar aquí. Allá por 2016 llegaban casi seguidas sus dos últimas películas: la emocionante y extraña Midnight Special y la bella y conmovedora Loving. Es decir, que ya a mediados de la década pasada, el talento y la personalidad de este cineasta oriundo de Arkansas estaban más que consolidados. Ahí quedó esa maravilla de Mud (2012) como uno de los filmes estadounidenses más hermosos de este siglo XXI. Y ahora, tal como contábamos antes, se ha estrenado por fin Bikeriders. La ley del asfalto (The Bikeriders, 2024), cuyo estreno estaba previsto para finales de 2023, pero que por los problemas de la huelga de actores derivó en desavenencias con la distribuidora, que de buenas a primeras les dejó tirados, y la necesidad de buscarse una nueva distribuidora emplazó el estreno a mediados de este año. Había pues, después de tanto tiempo y tantos problemas, no pocas ganas de volver a ver de qué es capaz Jeff Nichols. Con Bikeriders. La ley del asfalto avisa que está más que dispuesto a presionar sobre los límites que hasta ahora se había impuesto como creador, lo que es indicio como poco de que estamos ante un cineasta de fuste. El autor se ha inspirado en el libro de fotografías homónimo de Danny Lyon, publicado inicialmente en 1968 y que describía en un fotorreportaje la vida del club de motoristas Outlaws Motorcycle Club, y ha decidido crear una ficción con una banda que nunca existió, The Vandals, para hablar de este fenómeno cultural y poético que en el cine estadounidense comenzó con Salvaje (The Wild One, László Benedek, 1953) y que alcanzó su clímax contracultural con Easy Rider (Buscando mi destino) (Dennis Hopper, 1969).

Nichols no carga las tintas, no hace evidente su discurso: emplea toda su considerable fuerza como narrador en que vivamos y sintamos al mismo tiempo que sus personajes.

Habla de ello, Nichols, porque en realidad es el tema de su obra: la búsqueda de una libertad personal en un mundo que está diseñado para que carezcas de ella a todos los niveles. Tanto el atormentado protagonista de Take Shelter (2011), como el casi trágico de Mud, por no decir los que jalonan sus títulos de 2016, los personajes de este cineasta pugnan por encontrar un espacio de libertad que les es negado de raíz, y sin el que no pueden existir como tales personajes. En su sexto largometraje, los Vandals, que se erigen como una de las primeras bandas en existir en EE. UU., son la herramienta a través de la cual sus personajes consiguen esa ansiada libertad en un entorno hostil en el que se sienten asfixiados. Pero el cineasta es también escritor, y en un alarde de inteligencia narra la historia no a través de uno de los miembros, sino de una outsider, de una extraña al grupo que comienza una apasionada y volcánica relación con uno de ellos, acaso el más joven, rebelde y autodestructivo de todos. Y con esa mirada externa Nichols construye su relato, dotándolo de una vida y una autenticidad que hay que verlo para creerlo, zambulléndonos en unos furiosos años sesenta en los que todavía todo era posible, inoculando a este grupo de perdedores motoristas de una mística parecida a la de los jinetes del wéstern estadounidense o de los piratas del caribe. La libertad no ya como forma de vida, sino como única vía de entender la existencia.

Ya desde la primera secuencia, en la que la chica protagonista conoce al enigmático y atractivo objeto de su deseo, se percibe la depurada puesta en escena de Nichols y su escaso deseo de epatar al espectador. La densidad de su cámara y de su montaje aspiran a algo más que a demostrar su supuesto genio o su grandeza como director: aspiran a crear vida. Y lo consigue. Y lo hace además acompañado de dos actores en estado de gracia y de un tercero que por fin hace algo más que ser una estrella en ciernes. Porque Jodie Comer y Tom Hardy bordan sus respectivos papeles antagónicos. Y Austin Butler consigue dejar de ser solamente una cara bonita y clava su secundario personaje, dándole un aura casi mística que le sitúa como tercer vértice de este triángulo. Hardy, por su parte, lleva años demostrando que no tiene miedo de arriesgar, y compone un personaje aparentemente muy poco agradecido y muy oscuro, como el líder de la banda. Pero la británica Comer, que hasta ahora no es muy conocida para el gran público, pero que ya tiene veteranía a sus espaldas, carga con todo el peso de la narración al ser ella misma la narradora y componer un complejo personaje que es el corazón de la película. La cámara se queda hipnotizada con ella en las dos líneas temporales de esta compleja estructura que es Bikeriders. La ley del asfalto en la que casi todo es referido y por ello doblemente evocador. Es todo, al fin y a la postre, una reflexión y un poema acerca del coste de la libertad, y de las consecuencias de intentar ser libre. No hay idealización ninguna: ser motorista en una banda como esta, y tratar de huir de las servidumbres de la vida moderna tiene un alto precio, y todos ellos lo pagan de una u otra manera. Pero Nichols no carga las tintas, no hace evidente su discurso, sino que emplea toda su considerable fuerza como narrador en que lo vivamos al mismo tiempo que sus personajes y lo sintamos a la vez que ellos.

Resulta inevitable pensar en esa otra gran ficción sobre clubs ilegales de motoristas como lo fue la monumental Hijos de la anarquía (Sons of Anarchy, 2008-2014), y como es inevitable tienen puntos en común. Pero la ficción de Kurt Sutter era mucho más brutal, mucho más visceral y descarnada. Era una tragedia en el sentido estricto de la palabra. La de Nichols es mucho más evocadora, más lírica, y por tanto más sensual. Sutter, en sus últimos momentos, negaba cualquier atisbo de belleza en la vida de su criatura más importante, el terrible Jackson Teller. Para Nichols, de momento, sigue existiendo una chispa de esperanza: la que se atisba en los últimos segundos de esta gran película. En sus créditos, vemos las fotos del álbum original de Danny Lyon, y nos percatamos de que hay planos idénticos en el filme. Pero no son meras transfiguraciones, sino que pareciera que el talento de Nichols les ha insuflado vida y movimiento. Solo un gran director podía ser capaz de hacer tal cosa y de no resultar falso o tendencioso en un solo frame de su película. Esperemos que no haya que aguardar otros siete años para que pueda levantar un nuevo proyecto, en el que nos preguntaremos si ya los personajes de Nichols han perdido toda chispa de esperanza, o aún siguen soñando con historias hermosas de libertad.