Revista Cintilatio

La escuela poética de Nueva York | Reseña

El viejo nuevo renacer de la poesía
La escuela poética de Nueva York, de Frank O’Hara, John Ashbery, Kenneth Koch, Barbara Guest, James Schuyler
La belleza de la alegría, el entusiasmo en cada verso, gesto común de estas voces tan heterogéneas. Había que poner en el mapa de la lengua de Cervantes a los referentes de lo que sería a partir de los años cincuenta y sesenta la poesía exportada de EEUU.
Por Elena Trinidad Gómez | 23 febrero, 2021 | Tiempo de lectura: 4 minutos

Los años cincuenta fue la década de alzamiento del arte en el continente americano. Mientras que Europa entraba en declive debido a las continuadas guerras por las que había pasado (París y Londres dejaban de ser el centro neurálgico de la creación cultural); EE. UU., y más concretamente Nueva York, se convertía en la capital del arte: la pintura, el cine, la música, y como no puede ser de otro modo, también la poesía encontraron su espacio para evolucionar y alimentarse uno del otro. En la isla de Manhattan surgió una generación poética que no se encasillaba ni pretendía tener un estilo común ni un compromiso literario parecido. Cada autor era libre y no fue hasta tiempo después que se consideró a este grupo de poetas como una generación propia. La editorial española Alba nos ha traído una traducción necesaria de lo mejor de cada uno de los autores, una antología muy esperada para el mundo hispanohablante ya que carecíamos —prácticamente— de obras así mientras que el público de habla española interesado por los títulos de esta generación no dejaba de crecer. No hay que olvidar el trabajo de diseño editorial, una apuesta desenfadada y llamativa en coherencia con la poesía pop de sus autores, rompiendo con toda seriedad estética y de contenido que siempre se relaciona con este género; plátanos amarillos sobre un fondo rosa inspirados en la obra de Warhol.

Hubiera sido de agradecer un prólogo más extenso para hablar con más detalle sobre esta generación que no había sido atendida como se merecía hasta este momento, de la vitalidad común de estas dispares voces. El criterio de selección es arriesgado pero inteligente y permite que queramos leer más, aunque haya que apañárselas para saber a qué libro pertenece cada poema. Un pequeño bocado que no hace más que abrirnos el apetito de esta primera generación y de las que le preceden.

La escuela poética de Nueva York se convirtió en un resurgir de la poesía anglosajona que se había quedado estancada, una revisión de los códigos poéticos.

La escuela poética de Nueva York se convirtió en un resurgir de la poesía anglosajona que se había quedado estancada, una revisión de los códigos poéticos. Una primera generación (luego vendrían más) inspirada en los movimientos vanguardistas, el impresionismo abstracto, la poesía francesa y el jazz. Los componentes de esta traducción son: John Ashbery con sus paisajes ausentes y una originalidad mordaz. Uno de los referentes de la escuela de Nueva York y de los más populares por el público hispano (gracias a las diversas obras publicadas en español) en comparación con el resto de autores de esta primera generación. Ganó el Premio Pulitzer en 1976 con Autorretrato en espejo convexo. Es considerado uno de los poetas norteamericanos más influyentes del siglo XX y un clásico de la literatura estadounidense; Kenneth Koch se dedicó al ensayo y a la dramaturgia pero fue con la poesía con la que recibió reconocimiento mundial gracias a sus versos agitadores e incómodos. No fue hasta cierto tiempo después que recibió el reconocimiento legítimo; Barbara Guest se ganó su espacio con la sutileza de sus imágenes. Una sutil belleza que le llevó a ganar la Medalla Robert Frost. De largo recorrido poético también fue crítica de arte, ensayista y dramaturga.

El núcleo de la escuela de poética de Nueva York surgió en el piso de O’Hara, Ashbery y James Schuyler; este último fue tan aclamado que ganó el Pulitzer gracias a una poética de lo común, que compuesta de una extrema sencillez y elementos que eran imperceptibles a nivel estético a los ojos de la mayoría. Frank O’Hara, en cambio, recurría a una escritura más formal e irónica que nos adentra a una especie de diario por sus viajes por Europa, un modo de ver desde su prisma cada escena de la vida, cada tramo de la experiencia desde un punto de vista autobiográfico. Gracias a todas las influencias del arte moderno del que disfrutaban y las amistades artísticas de las que se rodeaban —como Pollock— esta primera generación de poetas se pudieron empapar del ambiente artístico que no paraba de crecer. Esta edición es una apuesta arriesgada en versión bilingüe, porque cada antología poética de estas características es un acto de valentía, no lo olvidemos, pero sobre todo un acto de amor. Trabajar con una poesía tan brillante no es un trabajo fácil pero contar con grandes traductores —y mejores poetas muchos de ellos— hace de este libro una obra literaria de un grandísima calidad.