Park Chan-wook
La futilidad de la venganza

Celebramos al poeta visual de la ultraviolencia. Filósofo que hace empatizar con vengadores de a pie en desgraciadas campañas.

Hablábamos hace unos días de la innegable influencia global de Hitchcock. Hoy homenajeamos a un claro discípulo que cumple años: Park Chan-wook, cuyos travellings y encuadres beben directamente de esa fuente, así como sus fuera de plano, o el sonido, música o silencios adecuados para la emoción del momento. Y alguien a quien también se ha tachado de sádico, pero… ¿no es acaso la exhibición de la violencia y sus consecuencias una estrategia para prevenirla? Nos acercamos al hombre que elevó las historias de venganza a arte superlativo, logrando arrasar en entornos ya de por sí sanguinolentos, como son las pantallas del Festival de Cinema Fantàstic de Sitges. En la 37ª edición del certamen, y con el Gran Premio del Jurado de Cannes bajo el brazo, se alzaría con el galardón a la mejor película con Old Boy (2003). Sin duda, su espectáculo más dantesco, retorcido y mejor hilado en eso de cobrarse justicia por la propia mano. Opción que, curiosamente, el surcoreano desaconseja totalmente: en realidad, sus filmes son moralejas sobre la futilidad de embarcarse en esas campañas kamikazes. 

Criado en el conflicto

Es inevitable asociar ese vestido y ese pasillo con La posesión (1981) de Andrzej Żuławski.

Nacido en Seúl en 1963, Pak Chan-wook estudió para ser filósofo y se le cruzó Vértigo (De entre los muertos) (Alfred Hitchcock, 1958). Epifanía que le llevó a decidir ser cineasta. Y se convirtió en uno de los más comerciales en su país aunque, catalogado de ultraviolento, permanece en el culto en Occidente. A su estilo personal contribuyó, sin duda, el  contexto social de su juventud, atestiguando cáusticas revueltas estudiantiles  y con qué contundencia policial eran aplacadas. El genio surcoreano confiesa ésta como la probable fuente de la omnipresencia de palizas y sangre en sus narraciones: se inspira en la realidad presenciada. Es normal que nos choque más a quienes no hemos vivido esos tiempos.

Y es que la historia reciente de las dos Coreas es convulsa. No olvidemos las sacudidas de la invasión por parte de un Japón contagiado por el ansia imperialista occidental. El rencor derivado, aún hoy se evidencia en obras como El extraño (Na Hong-jin, 2016), en la que el japonés es visto como el mismísimo diablo. La propia división del país original es retratada por Park Chan-wook en Joint Security Area (JSA) (2000) , que nos enfrasca en la investigación de un tiroteo en la frontera de las Coreas. Historia rematada con el dilema del relativo valor de una verdad si, siendo justo revelarla, va a hacer tambalear el statu quo o causar más sufrimiento.

Derribando el sistema paterno-filial: cuando fallan los referentes morales

Sympathy for Mr. Vengeance ilustra lo indefensos que estamos ante los poderosos y, sobre todo, ante los caprichos impredecibles de la naturaleza.

Cuestionar lo aparentemente lícito de las decisiones humanas es propio del filósofo. Y eso es exactamente lo que hicieron las revueltas estudiantiles. En el pensamiento oriental, padre y Estado están íntimamente ligados. Si tenemos en cuenta que la Corea primigenia recibió, como casi toda Asia Oriental, su código moral básico a través del confucianismo, entenderemos uno de los grandes temas en la obra de Park Chan-wook: las relaciones paterno-filiales, que rigen todos los protocolos sociales en esa parte del continente, siempre de manera vertical y con la protección desde el seno del progenitor. Del literal o figurado (sea el paterfamilias, el Estado o las instituciones eclesiásticas). 

Es decir, los conflictos de Park Chan-wook sacuden todos los pilares del bienestar: el padre es imperfecto y falible (Old Boy). Como lo es el hermano mayor (Sympathy for Mr. Vengeance, 2002). Del mismo modo que no son omnipresentes ni la madre (Sympathy for Lady Vengeance, 2005) ni Dios (Thirst, 2009). Y en casi todos los casos, las mujeres de las vidas de los protagonistas masculinos sufren las consecuencias de los actos de aquellos. A menudo en contextos incestuosos entre padre (natural, adoptivo —como en Stoker (2013)— o parroquial) e hija. 

Amamos, compadecemos y odiamos a quien él nos diga

La venganza es humana: los animales no la ejercen y es un impulso visceral que todos podemos llegar a sentir o comprender en nuestros iguales. Pero para sentir algún tipo de empatía, usamos el narcisismo: ¿por qué te importa lo que le pase al personaje? Porque sabes por lo que está pasando, entiendes sus motivos. Podría pasarte a ti. Park Chan-wook es un genio poniéndonos en la piel de personas de cualquier posición social. No importan los rasgos de personalidad. Ni si nos tiene que insonorizar los estruendos del entorno para que vivamos la discapacidad auditiva y la frustración de la incomunicación. Los personajes pueden ser amables, como el chico sordomudo de Sympathy for Mr.Vengeance, desesperado por salvar a su hermana, lo que nos va a alistar en su causa desde el principio. Y celebraremos su violencia —más gráfica y visceral que en Oldboy— porque no nace de la concentración de años de encierro planificando la salida, sino de la impotencia, el miedo a la pérdida del familiar y la desesperación. 

Su objetivo es retratar cómo, por mucho que el enemigo merezca las mayores miserias, no es una vía gratificante y su precio es demasiado alto: todos sus personajes acaban responsabilizándose de las consecuencias de sus actos.

Park Chan-wook nos hace incluso apoyar a un ser despreciable, como Oh Dae-su, cuyo nombre significa «llevarse bien con todo el mundo» pero, irónicamente, nos lo caricaturiza como antipático, bocazas y conflictivo desde el principio. No importa cómo ni quiénes sean sus personajes, porque el director escoge cuándo nos vamos a apiadar y a estar de su lado, y lo hace mediante la exposición detallada de su sufrimiento. Así los humaniza, porque la capacidad de sufrir y el deseo de resarcir ese padecimiento está en todos nosotros. Y así incluso nos llega a dar lástima quien concebíamos como el enemigo a abatir cuando aún desconocíamos sus motivos y solo se nos mostraba su altanería. Una frase de Oh Dae-su resume la actitud piadosa y moralizadora del director: «Señor, aunque soy peor que una bestia, ¿no tengo derecho a vivir?». 

Los impulsos agresivos desgastan la vida

El humor negro y la exageración empapan Oldboy, pero, aún así, conserva la verosimilitud por detalles como el famoso plano secuencia de la pelea en el pasillo. Pese a lo fantasioso de un solo hombre que avanza erigiéndose como poderoso entre tal multitud, el agotamiento que van acusando todos los participantes y los fallos de cálculo en golpes lanzados por aquél por quien apostamos, lo hacen humano, de carne y hueso, mortal y falible. Y esto es una metáfora de toda agresividad en la vida: la energía de la combatividad parece que nos lleva a nuestros objetivos, pero en realidad nos consume más rápidamente. Algo aplicable también a las bajas pasiones contra las que luchan. El aura angelical de Sympathy for Lady Vengeance hace menos terrenal la odisea de la protagonista, y nos desvincula más, hasta que paulatinamente va comprendiendo el horror y error de su empresa. Es en su hundimiento cuando empatizamos con ella por fin, porque de pronto se muestra humana y se despoja de la frialdad que le envolvía hasta entonces. Lo que hace aún más dura la culminación de su viaje. 

Si es un pensador tan profundo y tiene, además, el acierto y la estética en la puesta en escena, la elección del sonido y el retrato psicológico, y también los sorprendentes giros argumentales, ¿por qué no lo veneran las masas en Occidente? Remitámonos a esa violencia tan inusual para quienes no han vivido guerras, posguerras ni revueltas encarnizadas. Quizás sean públicos generalmente demasiado sensibles a la desesperación con que el joven y adorable sordomudo revienta a quienes le agravian. A los planos detalle de tenazas en torno a dientes, tijeras con claras intenciones sobre una lengua, gritos de dolor, e incluso la famosa ingesta de un pulpo vivo —tradición coreana, por otra parte—. Park revuelve por dentro al más estoico. Y eso sin tener el foco puesto en el gore: el surcoreano sabe dar tregua al espectador y abortar la imagen del clímax de cada agresión extrema. Sabe que lo que oculta la cámara es recreado con mayor crueldad y grafismo en nuestra imaginación. El filósofo tras la aplaudida Trilogía de la Venganza, prefiere mostrar el drama y la sensación final de no retribución, de ausencia de catarsis o redención en la carrera hacia la venganza. Consumada o no. Su objetivo es retratar cómo, por mucho que el enemigo merezca las mayores miserias, no es una vía gratificante y su precio es demasiado alto: todos sus personajes acaban responsabilizándose de las consecuencias de sus actos, un rasgo que Park Chan-wook se autoadjudica. El extremismo genera repugnancia hacia ese ojo por ojo, ilustrando aquel otro refrán sobre la letra, que con sangre, parece que entra.

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