Onward
Cómo Pixar sigue encontrando la sensibilidad en lo férreo
• País: Estados Unidos
• Año: 2020
• Dirección: Dan Scanlon
• Guion: Dan Scanlon, Jason Headley, Keith Bunin
• Título original: Onward
• Género: Animación, Aventuras
• Productora: Pixar Animation Studios, Walt Disney Pictures
• Fotografía: Sharon Calahan, Adam Habib
• Edición: Catherine Apple
• Música: Jeff Danna, Mychael Danna
• Reparto: Tom Holland, Chris Pratt, Julia Louis-Dreyfus, Octavia Spencer, Mel Rodriguez, Kyle Bornheimer, Lena Waithe, Ali Wong, Grey Griffin, Tracey Ullman, Wilmer Valderrama, George Psarras, John Ratzenberger
• Duración: 102 minutos
• País: Estados Unidos
• Año: 2020
• Dirección: Dan Scanlon
• Guion: Dan Scanlon, Jason Headley, Keith Bunin
• Título original: Onward
• Género: Animación, Aventuras
• Productora: Pixar Animation Studios, Walt Disney Pictures
• Fotografía: Sharon Calahan, Adam Habib
• Edición: Catherine Apple
• Música: Jeff Danna, Mychael Danna
• Reparto: Tom Holland, Chris Pratt, Julia Louis-Dreyfus, Octavia Spencer, Mel Rodriguez, Kyle Bornheimer, Lena Waithe, Ali Wong, Grey Griffin, Tracey Ullman, Wilmer Valderrama, George Psarras, John Ratzenberger
• Duración: 102 minutos
La película Dan Scanlon, cineasta estadounidense que viene de rodar «Monstruos University», también de Pixar, en el año 2013, es una buena muestra de cómo la compañía sigue tratando con mimo y maestría su producción cinematográfica.
Ya pueden pasar los años que, por lo general, nuestra confianza en Pixar siempre seguirá intacta. Tras años de éxitos que se han ido convirtiendo en clásicos de la animación y en referentes puros de toda una generación (probablemente también de las venideras) tampoco era para menos. Y aunque últimamente se esté comentado que quizá la compañía esté relegándose a películas de menor categoría o a productos fáciles como las secuelas de sus grandes obras, uno no puede dejar de sentirse tentado por las propuestas de esta gente. Porque Pixar tiene algo. Algo que va más allá del tópico tan conocido de que sus películas emocionan a niños y adultos partiendo de premisas aparentemente simples. Algo que trasciende a sus personajes, ya sean peces perdidos, juguetes de plástico o monstruos obsesionados con la energía, dotándolos de vida y significado dentro y fuera de la pantalla. Algo que, a fin de cuentas, consigue arrancar una lágrima al espectador sin sentirse víctima de la sensiblería, sino más bien, presa de su más profunda sensibilidad. ¿Pero cómo ha surgido esa fe ciega por parte de crítica y público? ¿Qué es lo que diferencia estas cintas de las de otros estudios, sean o no de animación? ¿Cuál es el secreto de la, por algunos llamada, «Fórmula Pixar»?
La clave está, como todo lo que perdura tras los años, en la solidez. Y no hablo de una solidez sinónima de rigidez, dado que quizá los límites, sobre todo imaginativos, son casi inexistentes en esta compañía. Me refiero más bien a una solidez a nivel narrativo, basada en tener muy claro qué es lo que se quiere contar y cómo. Lo que es muchas veces necesario en proyectos de animación donde, debido al enorme trabajo y a las dificultades que supone animar cada minuto de metraje, sería impensable e insostenible ponerse manos a la obra sin un plan y una organización previa al milímetro. En otras palabras, las decisiones, actos o escenarios en los que se ven envueltos Woody y Buzz Lightyear se han de discutir durante un largo proceso antes de que se vean siquiera «boceteados» en una pantalla de ordenador.
Onward, la última película de la compañía, dirigida por Dan Scanlon, que también participó en Monstruos University (Dan Scanlon, 2013), es una buena muestra de cómo Pixar sigue tratando con mimo y maestría ese paso previo tan importante. Donde, en la búsqueda de un guion bien estructurado, se somete a cada escena a una especie de juicio, al ser expuesta con pelos y señales al resto del equipo gracias a una serie de storyboards e interpretaciones de la mano de los propios guionistas. Un desarrollo creativo vivo, sostenido a lo largo de varios meses en los que se plantean, añaden, cambian y desechan miles de ideas con tal de ir haciendo, lentamente y con pies de plomo, el camino hacia la historia que quieren contar. Y, por ende, la historia en sí misma. En la que, del mismo modo en que el agricultor va plantando semillas estratégicamente por el campo, Pixar va presentando sus extraños mundos mediante detalles aparentemente simples con los que es fácil familiarizarse y entablar empatía. Una frase ante el televisor, una prenda de vestir, un dibujo estampado en una furgoneta, una lista con cosas por hacer… Todo va poco a poco a poco cobrando un determinado sentido gracias a las numerosas escalas de un viaje en el que solo la superación de las adversidades permite que brote su verdadera naturaleza.
La cinematografía de Onward otorga una personalidad única a cada elemento de la película.
Tal vez Onward no posea la sutileza propia de obras anteriores, como Ratatouille (Brad Bird, 2007) o Los Increíbles (Brad Bird, 2004), a la hora de desarrollar las muchas capas de complejidad que envuelven los temas recurrentes de la compañía: la familia, el crecimiento personal o la búsqueda de la identidad. Pero tampoco me costaría admitir que, en términos de presentar, desarrollar y cerrar personajes, ofrece un trabajo más que solvente, digno de ser material didáctico. Amén de una cinematografía precisa y eficaz, en la que todo movimiento de cámara o cada detalle de su muy cuidada iluminación ofrecen una característica distintiva a cada rincón, situación y por supuesto, personaje, dentro de su amplio universo. Algo que fácilmente y cada vez con más frecuencia pasamos por alto, más aun si viene de la mano de una empresa que siempre ha estado en la cúspide en cuanto a técnica o tecnología se refiere.
Y quizá sea ese el problema. Que cuando nos tienen acostumbrados a lo bueno, solo le damos valor a la sorpresa que supondría algo mejor, si eso existiera. No ignorando, pero sí subestimando el esfuerzo y la dedicación inmensas que conllevarían crear algo mínimamente a la altura de unas expectativas que con el tiempo se tornan cada vez más irreales. Lo cual supone tanto un impulso constante hacia la innovación, como una necesidad irrefrenable de atesorar las más preciadas tradiciones técnicas y creativas. Aquellas que, aunque resulten hoy un tanto predecibles, nos siguen ofreciendo una experiencia tan reconfortante como ver madurar para después recoger los frutos de un árbol, firme, recto y majestuoso, tiempo atrás plantado sabiamente. ¿Y cómo no emocionarse ante eso?