Ondas de choque
Zombis nazis en la playa

País: Estados Unidos
Año: 1977
Dirección: Ken Wiederhorn
Guion: John Kent Harrison, Ken Pare, Ken Wiederhorn
Título original: Shock Waves
Género: Terror, Ciencia ficción
Productora: Zopix Company
Fotografía: Reuben Trane
Edición: Norman Gay
Música: Richard Einhorn
Reparto: Peter Cushing, Brooke Adams, John Carradine, Fred Buch, Jack Davidson, Luke Halpin
Duración: 90 minutos

País: Estados Unidos
Año: 1977
Dirección: Ken Wiederhorn
Guion: John Kent Harrison, Ken Pare, Ken Wiederhorn
Título original: Shock Waves
Género: Terror, Ciencia ficción
Productora: Zopix Company
Fotografía: Reuben Trane
Edición: Norman Gay
Música: Richard Einhorn
Reparto: Peter Cushing, Brooke Adams, John Carradine, Fred Buch, Jack Davidson, Luke Halpin
Duración: 90 minutos

Un grupo de náufragos se enfrentan a unos superguerreros nazis que no mueren ni debajo del agua.

Son muchas las formas en las que el cine de terror disfraza y presenta de forma indirecta la amenaza de la muerte y de lo Otro. Se podría apuntar, además, que precisamente esta tradición de sugerir en lugar de mostrar, que se ha mostrado tan efectiva en el terror, convierte al género en un nicho natural de las producciones de bajo presupuesto. Y cuanto más bajo es el presupuesto, más imaginativas han de ser las técnicas que encubren y aluden a la amenaza, superando en sus mejores éxitos las fronteras de lo que tradicionalmente se ha entendido como el rostro de lo desconocido y que, por tanto, ha perdido cierta efectividad. Puede decirse que Ondas de choque (Ken Wiedernhorn, 1977), trata de hacer algo parecido. En su caso, la inminencia de la muerte y la violencia se logra primero mediante el uso particular del océano, como amenaza de infinita extensión y desconocidos peligros, algo que había logrado con gran eficacia Steven Spielberg apenas dos años antes con Tiburón (1975). Pero Ondas de choque va más allá, y trata de involucrar toda su localización en este ambiente de amenaza, usando con gran efectividad los enrevesados bosques de manglares tropicales y el espectral aspecto natural de las playas para inducir esta sensación general de agobio. Este es, sin lugar a dudas, el aspecto más logrado de Ondas de choque, y por el cual ya merece nuestra atención.

La película sigue una trama más o menos estándar en el cine de terror, donde un grupo heterogéneo de pobres infelices reunidos de forma fortuita (en este caso, se trata de un grupo de turistas que ha contratado un breve viaje por la costa en una vieja embarcación), se dan de bruces con un suceso más o menos accidental (un extraño fenómeno meteorológico seguido de un naufragio frente a los restos oxidados de un buque de guerra) que los empuja a una situación límite enfrentados a una amenaza sobrenatural (zombies nazis) de la cuál no todos saldrán con vida. ¿Zombies nazis? Sí, así es: el buque de guerra naufragado era la vieja embarcación de un contingente de super-soldados creados por las SS durante la Segunda Guerra Mundial, capaces de sobrevivir más allá de la muerte y poseídos por una incontrolable manía asesina. Nuestro imperfecto grupo de supervivientes tratarán de refugiarse en un hotel abandonado junto al litoral, que en sí parece una gran embarcación de otro tiempo varada en la playa, e intentarán escapar de aquella trampa de muerte entre la tierra y el mar.

¡Cuidado! ¡Zombies nazis en los manglares!

La figura de los zombies nazis es, en realidad, un lugar común del género de terror sobrenatural, y que no responde meramente a la yuxtaposición, aparentemente absurda, de dos elementos cargados simbólicamente de oscuridad y malignidad, para un resultado a la vez ridículo y terrorífico. Los nazis, al fin y al cabo, no solo representaban en la época de posguerra un adversario paradigmático dotado de una figura estéticamente hipnotizante, de trajes de cuero y simbología esotérica, sino que también venía a funcionar a la perfección como el ejemplo de las grotescas consecuencias de un elevado avance técnico y científico desprovisto de las riendas de la moral. El poderío técnico e industrial de Alemania, sumado a los contoneos de los nazis con los mitos paganos y el ocultismo, convertían su recuerdo en la advertencia de un progreso científico a expensas de la moral (o de la religión, términos que son aquí intercambiables). No es de extrañar, por tanto, que se atribuyera en la ficción a los nazis la transgresión más imperdonable de todas: el arrogarse el poder divino de resucitar a los muertos.

Esta representación de los zombis como criaturas anfibias es sin lugar a dudas uno de los principales aciertos de la película y va acorde con la general temática de permeabilidad y continuidad entre el agua y la tierra, los espacios húmedos y los secos del entorno, los lugares seguros y los peligrosos.

Los nazis también funcionan de manera acorde a otro tropo habitual del cine de zombies: el del miedo a que las víctimas de la historia y del progreso, sobre cuyos cadáveres se han elevado los cimientos de nuestras sociedades, pudieran regresar a reclamar la deuda de sus vidas. Los nazis, los derrotados por antonomasia del siglo XX, regresan para perseguir y aterrorizar a la clase media norteamericana, como si quisieran indicar que su beneficio material (representado, de manera paradigmática, por el turismo), debiera pagar la deuda con las superpotencias que dejó por el camino. Pero esta amenaza no es un elemento meramente negativo, ni fruto necesariamente de la culpa, sino también un recuerdo de quienes perdieron y quienes ganaron, y por qué razones, como si el éxito militar de los EEUU en la Segunda Guerra Mundial debiera apuntalarse simbólicamente en el cine de serie B. No se trata de acusar a la película de ninguna implicación ideológica consciente, sencillamente se trata de señalar los elementos comunes con los que cuenta una historia de terror sobrenatural de los años ’70 a la hora de presentar un antagonista. La imagen de los nazis se hacía especialmente perversa, a la vez que enigmática y peligrosa, para el público de una industria cultural que había inundado durante los años de la Segunda Guerra Mundial los cómics y revistas pulp con los nazis como los malos por antonomasia.

Luke Halpin, antigua estrella infantil por su aparición en Flipper (Arthur Weiss, 1963), interpreta aquí a nuestro bigotudo protagonista.

La novedad es que los zombis nazis, en Ondas de choque, son representados como simbióticamente unidos a la amenaza del océano, antes comentada, surgiendo de las aguas en las que son, sin duda, las más emblemáticas secuencias de la película. Esta representación de los zombis como criaturas anfibias es sin lugar a dudas uno de los principales aciertos de la película y va acorde con la general temática de permeabilidad y continuidad entre el agua y la tierra, los espacios húmedos y los secos del entorno, los lugares seguros y los peligrosos. Pero una naturaleza y presentación emblemática se resuelve de forma un poco ridícula en los métodos elegidos por nuestros implacables muertos vivientes para deshacerse de sus víctimas, que básicamente se reducen al ahogamiento. Si bien el método de muerte-por-ahogadilla se muestra tristemente anticlimático en algunos momentos, hay que reconocer el mérito de una amenaza así de torpe en una terrorífica escena, cerca del final de la película, en la piscina abandonada del hotel.

A pensar de sus grandes habilidades para hacer uso de los pocos elementos disponibles para una producción de estas características, Ondas de choque no deja de sufrir de su condición de película de serie B de los años ’70, que es bastante posible que no convenza más que a los que estén dispuestos a aceptar sus trasnochadas premisas y su característico tono anticuado como elementos que multiplican el propio efecto fantástico y escalofriante de la cinta. Son probablemente estos dos elementos, unos villanos de apariencia icónica y un ingenioso uso del espacio y la localización, los que convierten a Ondas de choque es una película de terror sorprendentemente sólida, que también se beneficia de las apariciones de John Carradine, legendario actor del cine de serie B, y de Peter Cushing, quien ese mismo año estrenaría La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977), donde interpreta al Gobernador Tarkin. Pero Ondas de choque no logrará aportarnos más que alguna risa tenue y algún breve susto si no somos capaces de aceptar que ambos elementos, lo absurdo y lo terrorífico, lo surrealista y lo escalofriante, son dos caras de una misma moneda. Ondas de choque, aunque no sea para mucho más, sirve como buen ejemplo de ello.

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