Make 'Em Laugh
Seis musicales legendarios de un Hollywood distinto al de hoy

Desde un gusto por lo clásico quizá algo alejado de la voluntad de crear tendencia, miramos de nuevo atrás en el tiempo en la selección de estos musicales míticos que, por una razón u otra, marcaron época en la ciudad de las estrellas.

En el género musical en cine y, por ende, el de Broadway, se podría aplicar el dicho de que «ancha es Castilla» a la hora de hacer una selección de películas. No solo esta vez hemos de decir que nuestro gusto es personal, aspecto este obvio, sino que nos dejamos tantos y tantos filmes y espectáculos en el tintero, que casi es mejor dejarlos allí a quien tenga a bien seguir con esta nómina infinita que, por falta de espacio y tiempo, no hemos podido abarcar. A este respecto, la factoría Disney quizá haya sido la más olvidada, y por ello mencionamos Hamilton, del 2020, dirigida por Thomas Kail, por no querer tampoco obviar las de animación tales como El rey león (Rob Minkoff, Roger Allers, 1994), El jorobado de Notre Dame (Gary Trousdale, Kirk Wise, 1996), Mulan (Barry Cook, Tony Bancroft, 1998), La bella y la bestia (Gary Trousdale, Kirk Wise, 1991)… por ir dedicadas a un público infantil y juvenil en sus versiones más comerciales. También quedan atrás películas que a pesar de no ser de animación van igualmente dirigidas a este tipo de público como Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964) —cuyo seguimiento particular hicimos hasta la más actual Al encuentro de Mr. Banks (John Lee Hancock, 2013), que también hizo nuestras delicias— o Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965) —con la misma actriz Julie Andrews de protagonista.

Por otro lado, mencionamos Cabaret (Bob Fosse, 1972) y no tenemos más que recordar la miniserie que se nos dedica a los amantes del género: Fosse/Verdon (Thomas Kail, Steven Levenson, 2019), en que la mujer de su director Bob, aquí tratado como politoxicómano, participa como bailarina estrella nada menos que en Chicago, espectáculo llevado al cine por última vez por Rob Marshall en 2002. Aparece también citada en la serie la gran Los miserables de 2012, ejecutada en filme en su realización por Tom Hooper. Menor crédito, aunque no poco sobre todo por su producción, al constituir en ocasiones mera repetición, están las películas de Baz Luhrmann, como la que dedicó a Romeo y Julieta o Moulin Rouge. O la más reciente, constituida en bucle nostálgico-dramático, La ciudad de las estrellas (La La Land) (2016) de Damien Chazelle. Qué decir igualmente de West Side Story, cuya segunda versión no en balde también ha sido estrenada por y en canales afines a Disney, nada menos que dirigida por Steven Spielberg y en cines —no olvidemos tampoco la magnífica versión de Robert Wise, una joya también de la narrativa audiovisual—. Acomódense en su butaca y disfruten por riguroso orden de estreno en cines de esta siempre irregular selección, que quizá corresponda más al capricho de una gran era y por tanto también a la nostalgia de ella, que a otro tipo de concesiones intelectuales.

Un americano en París (Vincente Minnelli, 1951)

País: Estados Unidos | Año: 1951 | Dirección: Vincente Minnelli | Guion: Alan Jay Lerner | Título original: An American in Paris | Género: Musical, Romance | Productora: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) | Fotografía: Alfred Gilks | Edición: Adrienne Fazan | Música: George Gershwin | Reparto: Gene Kelly, Leslie Caron, Oscar Levant, Georges Guétary, Nina Foch, Ernie Flatt, Alex Romero, Dickie Humphreys, Charles Mauu | Duración: 115 minutos | ★★★★☆

Hay un paso en la historia de los musicales sonoros de Hollywood que nos hemos saltado quizás premeditadamente, y que para entender a Gene Kelly y su claqué resulte tal vez fundamental. Pongamos como ejemplo Sombrero de copa (1935) de Mark Sandrich —con los ineludibles Fred Astaire y Ginger Rogers— de los años treinta o cualquiera de las películas de estos dos actores o bailarines brillantes, en los que Kelly también se inspiró como coreógrafo de la que nos ocupa. Por otro lado, el claqué de Kelly está ejecutado en su mayor parte con menos finura y, eso sí, más colorido en el vestuario que el de Astaire, lo que por un lado lo humaniza, y por otro lado gracias a la partitura de George Gershwin, hace que nos fijemos también más en los personajes y la historia que se nos cuenta. Rodada de una manera algo caótica pero no por ello menos profesional un año antes que Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, Gene Kelly, 1952), Jerry Mulligan (Kelly) es un pintor que vive en el bullicioso barrio de Montmartre, junto con su amigo el concertista de piano con ocho becas de conservatorio, pero sin concierto Adam Cook (Oscar Levant), que ya desde el principio se define a sí mismo como hombre de poco carácter para los oficios artísticos.

El filme es un debate entre ensoñación y realidad en la vida de ambos, de tal manera que si Jerry cuestiona el binomio razón y corazón con su juego a dos bandas amoroso (Lise Bouvier interpretada por Leslie Caron, con look a lo garçon) y lucrativo (Milo Roberts, la rica heredera interpretada por la no menos bella Nina Foch), Adam trabaja sin cesar en nuevas melodías que pudieran convertirlo en estrella; en este sentido resulta genial cuando exhausto sueña en un concierto imposible en que el pianista, los músicos, el director de orquesta y hasta los espectadores de palco son todos él mismo. A pesar de que introduce estas ideas no solo musicales sino también dramáticas, Minnelli sabe ser correcto con los personajes y, sobre todo, con su protagonista, no cargando demasiado las tintas sobre ninguno de los dos, ni incluso sobre el amigo de café de Adam (prodigiosa voz, por cierto) Henri Baurel interpretado por el francés Georges Guétary, con el que Adam habla algo en la lengua de Charles de Gaulle.

En la partitura de Gershwin destacan piezas como I Got Rhythm o Wonderful, Marvelous y otras muchas que sirven para contarnos a través también de sus letras una historia típica del Hollywood de final feliz, entretenido y que pone sus miras no solo en la taquilla, sino en pasadas o futuras adaptaciones a Broadway. La enorme cantidad de figuración es otra constante dentro de este nuevo ciclo de películas. La fotografía de Alfred Gilks sabe aprovechar muy bien el trabajo de decorados realizado por Edwin B. Willis, siendo igualmente el vestuario de OrryKelly y el maquillaje coordinado por el equipo de Sydney Guilaroff, apenas la punta del iceberg de un trabajo en equipo de producción sobre el set de rodaje digno de encomio. Galardonada con seis Óscar de la Academia (película, argumento, guion, música, dirección artística y vestuario), cosechó igualmente nominaciones a los BAFTA ingleses, así como en categorías principales en los Globos de Oro. Con el sello inconfundible de Metro-Goldwyn-Mayer, Minnelli supo desde su máxima responsabilidad en el equipo aunar a crítica y público, en este musical que, junto con el que vendría el año siguiente, incorporaría en su elenco no solo la genialidad sonora, sino también la visual.

Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, Gene Kelly, 1952)

País: Estados Unidos | Año: 1952 | Dirección: Stanley Donen, Gene Kelly | Guion: Betty Comden, Adolph Green | Título original: Singin’ in the Rain | Género: Musical, Comedia, Romance | Productora: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) | Fotografía: Harold Rosson, John Alton | Edición: Adrienne Fazan | Música: Nacio Herb Brown, Arthur Freed | Reparto: Gene Kelly, Donald O´Connor, Debbie Reynolds, Jean Hagen, Millard Mitchell, Cyd Charisse, Rita Moreno, Douglas Fowley | Duración: 102 minutos | ★★★★☆

El año 1927 en que está ambientada esta siempre fresca comedia de cine dentro del cine, mientras en los estudios de Hollywood todavía hacían películas mudas, en Nueva York se tenía el atrevimiento de estrenar El cantor de Jazz de Alan Crosland, un filme de la Warner con evidentes fallos de sincronización de sonido con la imagen en su estreno y en que se trató de emular hasta el color de piel de su protagonista (era blanco y para que pareciera negro le embetunaron la cara), siendo a pesar de todo ello un filme que aún se deja ver por otros motivos aparte del de la reliquia que hoy supone su visionado. Todo ello lo sacamos a colación a propósito de lo que debió suponer una guerra de egos entre productores de MGM y Warner, y es que por aquella época y tal y como vemos reflejado en la película, tanto R.F. Simpson (Millard Mitchell) como Arthur Freed (productor real de Cantando bajo la lluvia) como autores últimos del filme hacen un ejercicio de hipocresía o tierna sátira homenaje a los responsables del filme de Crosland interpretado por Al Jolson, y lo hacen principalmente en la escena del rodaje de su primera película sonora antes de ser musical El caballero duelista (reconvertida al género en El caballero danzarín) cuando la engreída en la ficción Kathy Selden (Debbie Reynolds) no sabe hacia donde enfocar su irritable y estrambótica voz, y también en la escena en que Don Lockwood y Cosmo Brown (Gene Kelly y Donald O’Connor respectivamente), que a su vez sirve de autocrítica a esta hipocresía, con su logopeda (inolvidable la canción Moses cantada e interpretada por ambos) este intenta hacerles o ayudarles a vocalizar ante la llegada del nuevo hito.

De todo ello también son responsables obviamente los guionistas Betty Comden, de larga y dilatada trayectoria en el oficio y Adolph Green, con el que hizo tándem en varias producciones más, así como del perfecto montaje de Adrienne Fazan (Un americano en París, Gigi, La viuda alegre). El argumento realizado no solo para lucimiento de Kelly, un actor de cine que de pequeño veía representaciones de Calderón y Molière con sus padres, y que también estudió en un conservatorio de música, cuenta el amor fou que desde el estreno de El truhán real y, con los celos consabidos de Selden (en el portal history.com, Erin Blakemore asegura que no fue la única actriz del reparto que se vio obligada a tomar drogas psicotrópicas) sufre Lockwood por Lina Lamont (Jean Hagen) siempre con la premisa propia de Hawks de que los que se pelean se desean. La dirección artística de Randall Duell y Cedric Gibbons está más aprovechada en cámara gracias a la fotografía de Harold Rosson (La jungla de asfalto, El Dorado) de lo que en otros musicales estamos comentando. El vestuario de Walter Plunkett y el equipo de estilistas de nuevo de Sydney Guilaroff saben dotar de colorido visual un recorrido no por lo antes dicho, menos placentero. Asimismo, la colaboración de Stanley Donen con Gene Kelly hace que cada uno de ellos coordine la labor de los suyos con ritmo y maestría también tras la cámara. A pesar de ser considerada hoy la segunda mejor película musical de la historia, el palmarés de premios fue limitado (un Globo de Oro para el actor O’Connor, dos nominaciones a los Óscar y otra a los BAFTA), teniendo en cuenta que también está muy bien considerada dentro del género romántico y de comedia. Qué decir por otro lado de los magistrales temas musicales como You Were Meant For Me o All I Do Is Dream of You, que junto con el principal de la banda sonora —utilizado no en balde también desde la sátira más aviesa en La naranja mecánica (1971) de Kubrick— y los ya citados y conocidos por todos, convierten la película en legendaria.

Melodías de Broadway 1955 (Vincente Minnelli, 1953)

País: Estados Unidos | Año: 1953 | Dirección: Vincente Minnelli | Guion: Betty Comden, Adolph Green | Título original: The Band Wagon | Género: Musical | Productora: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) | Fotografía: Harry Jackson | Edición: Albert Akst | Música: Howard Dietz, Arthur Schwartz | Reparto: Fred Astaire, Cyd Charisse, Oscar Levant, Nanette Fabray, Ava Gardner, Jack Buchanan, James Mitchell | Duración: 112 minutos | ★★★★☆

Titulada en versión original The Band Wagon, el filme del responsable de dramas como Cautivos del mal o El loco del pelo rojo superó según gran parte de la crítica las estimaciones de Cantando bajo la lluvia. Con gran capacidad de autocrítica que en este caso y por su endiablado ritmo llega a la autoparodia en ocasiones, sabe convertir el guion de Betty Comden y Adolph Green (también colaboraron sin aparecer en los créditos Norman Corwin y Alan Jay Lerner) en un prodigio de grandes gags visuales y verbales que transmiten la esencia de una ironía fina y amable, lúdica. Protagonizada por un Fred Astaire en estado de gracia y elegancia a pesar de venir de pasarlas canutas (o quizá por ello) como personaje bailarín de revista y Cyd Charisse (simplemente cautivadora en el papel de Gabrielle Gerard) se cuenta la historia de Tony Hunter, necesitado de recuperar su oficio de actor en un Broadway diferente al que conoció en los años treinta que ahora le ha dado por ponerse intenso en cuanto a la utilización de argumentos trágicos grecolatinos o germánicos.

En un cameo que aporta aún más sabor al filme y para que veamos hasta qué punto Hunter necesita trabajar, aparece en el vagón de tren de al lado nada menos que la estrella del momento, Ava Gardner, a quien por supuesto el bailarín conoce personalmente. En el filme se hace una ridiculización de lo solemne, ya que en un principio quiere convertirse una revista de tono y tema alegres, en una adaptación de Fausto de Goethe, solo a partir del esbozo de un argumento por el que un escritor pobre vende su alma al diablo por conseguir a su amada. Desde que Hunter baja del tren, todo parece resultarle parte de esa ironía que afronta además con profesionalidad, no hay más que ver el baile y canción con el limpiabotas (sujeto en extraordinario equilibrio sobre una frágil silla encima de una pequeña tarima) y la manera de bailar de Astaire (tan lejana en la mayoría de los números del claqué para deslizarse a través de la música de Howard Dietz y Arthur Schwartz, con temas como Love Louisa o la repetida y conocida That’s Entertainment) y Charisse, así como por ejemplo la pericia al piano de Oscar Levant, uno de sus amigos Lester Marton, en un papel que nos recuerda su más larga aparición en Un americano en París, o la increíble voz de su hermana Lily (Nanette Fabray). El elenco, como vamos sugiriendo, resulta de excepción.

La producción de Arthur Freed, Roger Edens y Bill Ryan resulta provechosa en su conjunto: entre los técnicos musicales que aportaron sapiencia y ritmo al proyecto estuvieron Alexander Courage —que participaría en Star Trek o Parque Jurásico (Jurassic Park) (Steven Spielberg, 1993—, Adolph Deutsch —compositor de la banda sonora de El apartamento (Billy Wilder, 1960)— y Conrad Salinger. La fotografía en Technicolor para MGM fue llevada a cabo por Harry Jackson y George J. Folsey —que ya había trabajado con Minnelli en Cita en San Luis (1944)— y sabe sacar aprovechamiento de los decorados y casuísticas planteadas por E. Preston Ames y, de nuevo, el gran Cedric Gibbons. Resulta curioso un detalle de vestuario por el que el atuendo de Fred Astaire, que va cambiando como es lógico en cada número, obtiene desde el principio un mayor colorido a pesar de su uniformidad, esos trajes de un solo color gracias a los que se considera al personaje como alguien sencillo que valora ese «menos es más» fundamental tanto para definirle a él como al espíritu que se respira, y que no sabemos hasta qué punto es engañoso, en la película. El montaje de Albert Akst y George White quizá utilice planos menos cerrados que en Cantando bajo la lluvia, pero no pierde ese sentido del compás gracias también a la labor en decorados entre otros de F. Keogh Gleason y Edwin B. Willis, dos clásicos igualmente de los estudios mentados. Actualmente ocupa el lugar número siete en el ranking de mejores musicales de la historia del cine, cosechando en su día tan solo tres nominaciones al Óscar por el guion, vestuario y banda sonora y una mención del Sindicato de Guionistas (WGA).

Siete novias para siete hermanos (Stanley Donen, 1954)

País: Estados Unidos | Año: 1954 | Dirección: Stanley Donen | Guion: Albert Hackett, Frances Goodrich, Dorothy Kingsley | Título original: Seven Brides for Seven Brothers | Género: Musical, Comedia | Productora: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) | Fotografía: George J. Folsey | Edición: Ralph E. Winters | Música: Adolph Deutsch, Saul Chaplin | Reparto: Howard Keel, Jane Powell, Jeff Richards, Tommy Rall, Russ Tamblyn, Marc Platt, Matt Mattox, Jacques d’Amboise, Julie Newmar, Virginia Gibson | Duración: 103 minutos | ★★★☆☆

Basada en la leyenda mitológica romana de El rapto de las Sabinas que aquí tal vez podría ser reinterpretada dentro de un libro de Plauto que la protagonista lleva en su refajo cuando Adam en el pueblo más cercano a su granja de Oregón la conquista (ya se ve desde el principio que tanto Milly como Adam Pontipee apenas conocen más que este libro y la Biblia), la premisa argumental, que tanto pudiera recordar a algunos la de un reality show tipo Granjero busca esposa, busca todo menos moralizar al respetable. Enmarcándose este argumento quizá dentro de un clasicismo demodé (el demérito aquí quizá sea más del cuentista y poeta Stephen Vincent Benet, que de los encargados de la magnífica banda sonora e incluso el guion: Albert Hackett, Frances Goodrich, Gene de Paul y Dorothy Kingsley) el filme es uno de esos musicales que desde la estética del wéstern de estudio consigue seducir por su carácter lúdico ante esa incorregible, aunque quizá no tanto, actitud machista de los siete granjeros más salvajes que corteses sobre los que, es cierto, existe cierta actitud paternalista en el punto de vista adoptado, más también en torno al clero y los padres de las muchachas, que hacia los personajes principales.

El trabajo de dirección artística y de atrezo tiene la mano inconfundible de otro grande de MGM, Cedric Gibbons (también realizó estas actividades en Un americano en París o El mago de Oz entre otras ya mencionadas) y Urie McCleary, no solo coordinado desde la fotografía de George J. Folsey, sino desde los fondos de Hugh Hunt y Edwin B. Willis. En cuanto al montaje de Ralph E. Winters se notan ciertas carencias de ritmo que ignoramos si obedecen a la existencia de un único productor principal, Jack Cummings, durante el rodaje de la unidad principal, lo que la convierte vista hoy en una película quizá en exceso teatral, debido a que tras la escena de la pelea de seis de los siete hermanos sobre sus maridos, pelea en que termina por caerse la casa de madera que están construyendo a base de martillazos, y que es más un concurso para demostrar la torpeza masculina que una reyerta de gallos en su afán solo entendible cuando acabamos de ver la película, también de destronar al machito anonadado.

También en cuanto a planificación notamos esa teatralidad y esto es responsabilidad mayor del coreógrafo y director Stanley Donen, si bien tal vez Michael Kidd, otro de sus ayudantes, quizá tampoco le puso las cosas demasiado fáciles a la hora de incorporar primeros o medios planos. La música de Adolph Deutsch y Saúl Chaplin es quizá lo más sobresaliente, sabiendo además combinar diferentes timbres y tonos de voz como el de Howard Keel, Marc Platt o Jane Powell entre otros tantos. Cosechó también una nominación a los BAFTA como mejor película, un Globo de Oro al mejor actor promesa, un hoy irreconocible entre la multitud Jeff Richards (Benjamin Pontipee) y alguna mención sindical tanto a Stanley Donen (que se cobró en la taquilla lo que no ganó en premios) como a los mentados guionistas.

My Fair Lady (Mi bella dama) (George Cukor, 1964)

País: Estados Unidos | Año: 1964 | Dirección: George Cukor | Guion: Alan Jay Lerner (Obra: George Bernard Shaw) | Título original: My Fair Lady | Género: Musical, Romance, Comedia | Productora: Warner Bros. | Fotografía: Harry Stradling Sr. | Edición: William H. Ziegler | Música: Frederick Loewe | Reparto: Audrey Hepburn, Rex Harrison, Stanley Holloway, Wilfrid Hyde-White, Gladys Cooper, Jeremy Brett, Theodore Bikel | Duración: 170 minutos | ★★★★☆

Además de constituir una producción (quizá de las primeras de musicales en cine) de la Warner, que compitió sobradamente con las comentadas de MGM, este filme tal vez nos resulte especial por el tacto con el que, desde el guion y la puesta en escena —no en balde fue llevado o nacía no solo en Broadway, sino que a principios de este nuestro siglo pudimos ver este musical en la Gran Vía madrileña con grandes actores (José Sacristán y Paloma San Basilio a la cabeza)—, se tratan temas peliagudos como la lucha de clases o la guerra de sexos. Con elegancia y fastuosidad, todo ello se nota sobre todo en las escenas multitudinarias en el hipódromo o en la embajada recibiendo a la reina de Transilvania, e incluso en las primeras en la calle cuando Eliza Doolittle (Audrey Hepburn) no es más que una pobre y descarada violetera de una concurrida plaza londinense, en que conoce al pedante y misógino profesor de fonética Henry Higgins (Rex Harrison), que tras un momento conflictivo, deja a la chica una suculenta propina que le permitirá al menos soñar con la felicidad por unas horas.

George Cukor, a quien deben tanto directores tales como aquí en España Pedro Almodóvar, consiguió no solo el Óscar y Globo de Oro al mejor director, sino también un galardón en la misma categoría de los BAFTA, lo que fue gracias a no solo su trabajo, sino el de su estudio a la hora de manejar escenas de masas como las ya indicadas (con un diseño de producción impecable de Cecil Beaton y Gene Allen y un trabajo en estudio no menos encomiable de George James Hopkins entre otros muchos) o de manejar en bailes de salón a toda una figuración así como a personajes secundarios de altura. Tiene la película de Cukor una integración entre la historia y el número musical que fue capaz, al menos en español, de aguantar el envite de la traducción y el doblaje con más o menos dignidad: de hecho, el trabajo de estos profesionales aquí sirvió a la versión teatral comentada de la Gran Vía. La partitura de Frederick Loewe, cuya composición de André Previn (Jesucristo Superstar, Gigi) no aparecía en los créditos primeros resulta una de las más escuchadas de todos los tiempos y la dirección de fotografía de Harry Stradling Sr. sabe ofrecer el colorido preciso en cada momento.

Personajes que pueblan tramas secundarias saben dar más dimensión a la historia que si solo nos encargáramos de Henry Higgins; es el caso de Alfred P. Doolittle (padre de la violetera que entra en conflicto consigo mismo debido a su obsesión humanísima por el dinero) o el coronel Hugh Pickering, mejor amigo del estrafalario y a veces hasta caricaturizado Higgins, que lleva sus métodos en el estudio de la fonética hasta su paroxismo más vanidoso. El guion, basado en una obra de teatro de George Bernard Shaw, que más adelante haría su propia versión de Pigmalión en que también podría estar basado el texto original, fue puesto en imágenes y corregido por Alan Jay Lerner, a quien también mencionamos en Un americano en París. Temas como I’m Just an Ordinary Man que tiene una continuación dolorosa para Higgins, los coros de los sirvientes o la maravillosa The Rain in Spain (ya saben, «la lluvia en Sevilla es una pura maravilla») resultan y resultarán míticos no solo para la historia del cine, sino también del espectáculo y de la música. En esta ocasión, crítica y público se dieron la mano del talento que había tanto delante como detrás de las cámaras, cosechando en total ocho Óscar, de doce nominaciones, y otra nominación en los BAFTA que sirvió para reconocer cómo la reconstrucción de Londres era más que singular.

Cabaret (Bob Fosse, 1972)

País: Estados Unidos | Año: 1972 | Dirección: Bob Fosse | Guion: Jay Presson Allen (Novela: Christopher Isherwood) (Obra: John Van Druten, Joe Masteroff) | Título original: Cabaret | Género: Drama, Musical | Productora: Allied Artists, ABC Pictures | Fotografía: Geoffrey Unsworth | Edición: David Bretherton | Música: John Kander (Letra: Fred Ebb) | Reparto: Liza Minnelli, Michael York, Helmut Griem, Joel Grey, Fritz Wepper, Helen Vita, Marisa Berenson, Elisabeth Neumann-Viertel, Sigrid von Richthofen, Gerd Vespermann, Ralf Wolter, Georg Hartmann | Duración: 123 minutos | ★★★★☆

Basada en una enorme cantidad de material literario y dramático, el novelista británico Christopher Isherwood en los relatos o crónicas de Adiós a Berlín tal vez fue el primero en concebir a su personaje femenino por excelencia, Sally Bowles, aquí bailarina en la sala casi clandestina, sobre todo a raíz de la llegada de los nazis a Alemania y la constitución por ello de la República de Weimar, KitKatClub, que es parte de la noche bohemia de la ciudad. Estamos pues ante un musical que todo lo que tiene de alegre, lo tiene también de trágico y decadente. El alter ego (o directamente el yo) de Isherwood del libro editado en España por El Acantilado oficia de narrador de cinco de las seis historias que cuenta (la última de ellas se la narra un obeso quiosquero mal encarado), un libro sencillo, por el que un inglés que llega de fuera de Berlín conoce estas atmósferas decadentes de las que hablábamos.

La película musical está basada en la obra de teatro de Joe Masterhoff y llevada con bastante acierto a la pequeña gran pantalla por Jay Presson Allen desde la planificación, siendo Fosse el responsable de la dirección de actores, así como del contenido expresionista de las mismas. Es un caso en que no solo el guion sino también la realización fue compartida, y un monumento igualmente al séptimo arte sobre todo en cuanto al respeto del material de Isherwood, la coordinación de elipsis en la historia mágicas en montaje, el trabajo fotográfico y en general técnico, llevándonos a un local ruidoso, obsceno. Todo ello gracias también a la introducción del Maestro de Ceremonias (Joel Grey), uno de esos tipos que reflejan tan bien el arte caricaturesco que se pretende mostrar, con esa sonrisa tan aparentemente alegre, siempre gamberra, que roza el patetismo, por tener que vivir lo que está sucediendo fuera. En lo argumental, Brian Roberts acude a la capital alemana tras tres desengaños amorosos con ánimo de instalarse en un piso en el que dar clases particulares de inglés, y conoce a Bowles, que le ofrece no solo sitio, sino también contactos. Sally es una chica pizpireta y alocada que destaca por sus dotes interpretativas fuera y dentro del escenario (una Liza Minnelli en estado de gracia) y así es como aparecen entre otros muchos Maximilian (Helmutt Griem) o Fritz Wendell (Fritz Wepper), un desgraciado judío que se hace pasar por protestante que finalmente seduce a Natalia Landauer (Marisa Berenson), hija de un potentado comerciante que teme por la pérdida de su patrimonio.

Con una producción arrebatadora de Martin Baum, Cy Feuer y Harold Nebenzal, la adaptación musical corre de cargo de los estadounidenses John Kander y Ralph Burns. La fotografía de la que hablábamos de Geoffrey Answorth utiliza los reflejos en la joyería barata del local para lanzarnos de principio a fin un retrato del nazismo por el que se engaña no solo a jóvenes sino a mayores (que incluso desean la vuelta de un káiser) a través de esta deformación en espejo al modo más valleinclanesco en Luces de bohemia. Un ejemplo de montaje magistral es aquel por el que Fosse trata de obviar con éxito el grito en el metro de Roberts (Michael York) posterior al de Bowles. El maquillaje y estilismo del departamento de Susi Krause se compagina con la dirección artística aparentemente caótica (como debían ser estos lugares) de Richard Eglseder, caos que también se deja ver en el vestuario de Ille Sievers. El filme aunó numerosos premios —ocho Óscar de la Academia en un año en que El padrino (Francis Ford Coppola, 1972) se llevaba la estatuilla a la mejor película, son un ejemplo— y cosechó grandes críticas como la de Roger Greenspun en The New York Times, en que ya se hablaba de su montaje como disociativo, lo que resultó más un halago que una falta leve, y que hizo que desde la prensa de Chicago no se viera tan bien este elemento.

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