Lo que esconde Silver Lake y ahogarse en la cultura
Reflexiones sobre la obra de David Robert Mitchell

Una película deliciosamente retorcida, llena de referencias, códigos y guiños seleccionados con el mejor de los gustos que inundan tanto la forma como el fondo de la narración de manera natural y respetuosa con el espectador.

En estos días se ha estado hablando de la importancia de la cultura en nuestras vidas. Aunque quizás sea una palabra que impone y que infunde cierto respeto en más de uno, creo que no somos conscientes de los pocos días, diría nulos, que pasa un ser humano occidental y actual sin hacer contacto con algo cultural. Solo tienes que encender el móvil para ver que alguien ha vuelto a postear el que parece el único cuadro de Klimt (sí, ese), tomarte un café en una taza con un Hakuna Matata estampado, o salir al balcón para escuchar por enésima vez el maldito Resistiré.

Y fijaos que, aun así, hay gente que incluso lo busca. Yo, por ejemplo. No me escondo. Admito que actualmente mi día a día se basa en saltar de una película de Miyazaki a otra de Scorsese, pasearme de vez en cuando por el tomo de Hellboy que tengo sin acabar, escuchar mientras recojo algunas de las canciones de la Electric Light Orchestra que me recomendaron o volver a disfrutar de la banda sonora de La tienda de los horrores (Frank Oz, 1986) que tengo casi gastada. Incluso echo un par de partidas a Cuphead para luego decirme que quizás mañana consiga pasar de nivel. Y vale, puede que ahora con esta preciosa «vida cuarentenil» que nos está brindando 2020 esto sea algo medio normal pero, echando la vista atrás, no puedo dejar de pensar en la cantidad de veces que la cultura ha sido mi refugio. Y el de muchos otros.

El desaliñado Sam interpretado por Andrew Garfield.

Para David Robert Mitchell, director de Lo que esconde Silver Lake,  la cultura tiene varias facetas. Por una parte, es una pasión. Algo que impresiona, que llama tu interés desde el primer contacto y que desprende tal cantidad de curiosidad que fácilmente puede tornarse en obsesión. Una pasión de esas que le gustaban a Hitchcock y que tan magistralmente ilustraba gracias a hermosos rostros como los de Kim Novak, de ojos azules y cabellos rubios. Por otra, puede constituir un hogar. Ese sitio al que, sin saber exactamente cómo ni por qué, le has concedido una importante conexión con tu ser. Donde siempre puedes acudir si estás dolido en busca del amparo de un mensaje claro, seguro y reconfortante, como las turquesas aguas de una piscina en una noche de verano.

Sam, el desaliñado e interesante personaje de Andrew Garfield, probará de estas y otras mieles al sumergirse en exceso en esas aguas que poco a poco irán arrugándole los dedos. Con un tono que recoge desde el suspense armonizado por Bernard Herrmann, hasta el sentido onírico de David Lynch, Lo que esconde Silver Lake nos transporta a las localizaciones mas singulares de Los Ángeles, donde sus habitantes merodean sin rumbo entre las lápidas de los que un día fueron ideales personificados. El lugar idóneo para confundir (consciente o inconscientemente) la realidad con la ficción, exponiendo a toda una generación desilusionada con las promesas de triunfo y amor verdadero que anunciaban todas las películas de Disney, con las recompensas por parte de la princesa Peach que nunca llegaron tras un duro trabajo, con el estilo y la identidad única que parecían conferir el escuchar a Radiohead aun cuando sus fans se cuentan por millones, o con la falta de aventuras y misterios por resolver cada semana, por mucho que compraras una caravana y un gran danés o hicieras la carrera de criminología.

Las referencias, guiños y códigos inundan cada minuto de Lo que esconde Silver Lake.

Todo eso se puede sumar, de mala manera, al dulce panorama actual en el que la privacidad es territorio habitual de las redes sociales, la fama es tan efímera como la del papel higiénico en el súper o incluso se confunde masturbación y sentimientos a la hora de encontrar consuelo. Lógicamente se llega a un punto en el que no suena tan descabellado que tal vez todo esto forme parte de una inmensa broma de mal gusto. Tal vez a mas de uno no le interesa que salga la verdad de este asunto a la luz. Tal vez el investigar y destapar los intrincados mecanismos de esta nueva conspiración sean mi misión y mi destino en esta vida. Y qué narices, tal vez la clave de todo eso esté en el reverso de mi caja de cereales. O al menos eso cree Sam.

Lo que esconde Silver Lake es una película deliciosamente retorcida, llena de referencias, códigos y guiños seleccionados con el mejor de los gustos. Que inundan tanto la forma como el fondo de la narración de manera natural y respetuosa, constituyendo una experiencia que llama a la curiosidad innata del espectador y que deja en evidencia la razón por la que negocios como el de las escape rooms están en auge en nuestros días. Dos horas y media que dejan hueco para reflexionar sobre sus argumentos, adentrarse en sus enigmas ocultos por todo el metraje (incluso en su póster) o simplemente disfrutarla con una sonrisa cómplice y culpable esbozada en el rostro. Porque al final todo trata de eso. De complicidad, de conexión. Y aunque suene estúpido o directamente una locura, cada vez tengo más la sensación de que esta película está hecha especialmente para mí.

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