Las esenciales de Stuart Gordon
Lo mejor del genio de la serie B
Vísceras, torturas, desnudos, robots asesinos y cultistas deformes. Bienvenidos al mundo de Stuart Gordon, el maestro indiscutible del cine de serie B. Aquí os presentamos sus obras más logradas a través de un recorrido profundo por su carrera.
Puede parecer que un título como «maestro del cine de serie B» es en sí contradictorio. Si bien todo tipo de directores consagrados se han abierto paso gracias a presupuestos pequeños y tramas de contenido más bien dudoso, la mayoría de ellos se han desplazado a producciones más refinadas y ambiciosas una vez su nombre adquiere la suficiente fuerza. O bien, por el otro lado, la firma del director suele ser de los aspectos menos reseñables de las producciones de serie B, haciendo que sea difícil hablar de estilos particulares o señas de identidad de este u otro creador cuando estamos hablando de las producciones más baratas, rápidas y menos pretenciosas de la industria cinematográfica. El caso de Stuart Gordon, sin embargo, no es ni lo uno y lo otro. Quizás precisamente porque su estilo y sus veleidades requieren de una producción que deje espacio a lo especialmente extremo y chorra, lejos de la supervisión de ejecutivos y burócratas, Gordon ha demostrado que es posible ser un artífice de lo burdo, un maestro de lo vulgar y lo obsceno, todo un genio de las más atroces imágenes que pueda imaginar y un agudo bromista más certero de lo que nos gustaría admitir.
Para acercarse al cine de Stuart Gordon hay que tener mucho cuidado, o ninguno. Hay que tener un cierto gusto por lo irreverentemente malo, por el brillo de cartón piedra, por el diálogo torpe que roza lo paródico, por los efectos especiales de pacotilla y las construcciones de stop-motion que parecen juguetes. Hay que tener un cariño poco irónico por los héroes de acción con cara de pan, los cadáveres sanguinolentos en los que se puede ver el surtidor de sirope, los decorados de cartón piedra y por ese recrudecimiento tan extremo de los estereotipos del cine de género, que se vuelve casi una sátira contra la propia industria cinematográfica que se quiere hacer pasar como de «mejor calidad». Pero no nos equivoquemos: el cine de Gordon puede ser considerablemente malo y deplorable bajo multitud de criterios y no hace falta que se los perdonemos, porque además sus películas no nos pedirán que lo hagamos. Por el contrario, solo si somos capaces de abrazar y aceptar sus aspectos más ásperos, podremos dar paso a sus escenas de total descontrol, donde la imaginación desbocada de Gordon brilla con toda su fuerza y nos transporta a los extremos de la hilaridad, la náusea y el asombro. Porque de todos los pecados de los que el director se embriaga, la superficialidad y el tedio no están entre ellos. Aquí hemos venido a entretenernos, y así será.
Si tenemos un verdadero amor por la serie B y las mayores bajezas del cine de género, la obra de Stuart Gordon nos proporcionará toneladas de entretenimiento, sustos, risas y momentos de genuina incredulidad.
Ahora bien, nada de esto significa que haya que perdonar muy aceleradamente algunos de sus pecados más sangrantes. El cine de Stuart Gordon no es solo especialmente violento y truculento, sino que sus nulas precauciones para embarrarse en temas espinosos le hacen en ocasiones, por ejemplo, meter el dedo en la llaga de ciertos temas, como el racismo, con quizás más torpeza de la que estamos acostumbrados. Su retrato de las mujeres, que en casi cada película tendrán más de un desnudo, es en ocasiones tosco y repleto de clichés y en momentos de una misoginia zafia extrema. Sin embargo, nos equivocaríamos al considerar a Gordon, que siempre juguetea con el filo de lo políticamente aceptable, un director que ahonda en lo ofensivo por lo ofensivo, intentando explotar al máximo sus aspectos escandalosos e irrespetuosos bajo la máxima de que toda publicidad es buena publicidad. Y aunque hay mucho, pero que mucho, shock-value en el cine de Gordon, el director nunca nos pedirá de forma hipócrita que le excusemos, ni nunca será infiel al principio de supeditar todos sus extremos al entretenimiento y disfrute de la audiencia. El cine de Stuart Gordon no es simple violencia ofensiva esperando sin sustancia ni objetivo, como han acabado haciendo muchos de la lista interminable de sus imitadores. Su cine es, por el contrario, un espectáculo meticulosamente cuidado de las mayores bajezas humanas, nuestros chistes más negros y grotescos, nuestro humor más sangriento y en ocasiones una exploración de los extravagantes pasadizos que conectan toda esta ridiculez aberrante con los problemas fundamentales de la condición humana.
Dicho lo cual, es sencillamente inaudito que otro director de género lograse mantenerse en su elemento, nos guste más o menos, a lo largo de las décadas. Con cerca de veinte acreditaciones como director, no tiene sentido negar que el cine de Gordon resulta irregular por momentos, repetitivo por otros. Pero una mirada amplia a su trayectoria nos devolverá un número sorprendentemente alto de clásicos de culto, pequeñas joyas de cine de género más sofisticadas, absurdas y sangrientas de lo que cabría esperar de ellas. No cabe duda de que el director norteamericano tiene más de un tropiezo en su carrera, pero si tenemos un verdadero amor por la serie B y las mayores bajezas del cine de género, su obra nos proporcionará toneladas de entretenimiento, sustos, risas y momentos de genuina incredulidad. En este artículo hemos reunido las películas que representan, para nosotros, los pináculos de la obra del director. Presentadas cronológicamente, diseccionamos aquí las producciones que uno ha de conocer si quiere acercarse a la perversa obra del eterno maestro de la serie B.
1. Re-Animator (1985)
Como en el caso de muchos otros directores, el legado de Stuart Gordon estará para siempre unido a una de sus obras en particular y, en su caso, a su segunda película. La primera entrega de una trilogía de culto, y considerada una joya oculta de los años ochenta para los grandes aficionados del terror, Re-Animator ha conseguido unir en la posteridad a los espectadores casuales, los fanáticos del género y a los amantes del cine de serie B más ridículo. Simple y llanamente, Re-Animator no tiene derecho a ser tan buena. Basada en el relato de H. P. Lovecraft Herbert West, Reanimador, la película sigue las peripecias del susodicho Herbert West, interpretado por un icónico Jeffrey Combs, en su delirante experimento por devolver a los muertos a la vida mediante un suero verde fosforito de su invención. A medida que los intentos de West dan resultados cada vez más inesperados e incontrolables, la película desciende por un torbellino de muerte, reanimaciones y más muertes que desemboca en todo un espectáculo de vísceras y sangre.
A través de hora y media de ritmo incansable, Re-Animator no para de sorprender, con efectos prácticos más aberrantes, situaciones más absurdas todavía, peleas con gatos cadavéricos, hordas de zombis por los pasillos, palas silbando por los aires y más suero reanimador inyectándose en los cuerpos que van quedado por el camino. Además de una excelente puerta de entrada al cine de Stuart Gordon, esta película también nos puede servir para saber si tenemos estómago para tragar su cine. Si nos convence la alianza sacrílega que el director nos propone entre la comedia y el terror, absurdo y lo sublime, con Re-Animator aprenderemos a reconocer las señas de identidad de Gordon con las que nos deleitará en muchas de sus otras producciones. Pero si esta es demasiada sangre o demasiada chorrada para nuestro gusto, es también el lugar adecuado para apearse. Ahora bien, luego no digan que no vinieron avisados.
2. Re-sonator (1986)
Recién salido de Re-Animator, Stuart Gordon no se complicó demasiado y pensó que, si la fórmula funcionaba, no había motivo para cambiarla. Así que volvió con otra adaptación de un relato de Lovecraft en Re-sonator, y contó de nuevo con la ayuda de dos de los protagonistas de su anterior producción, Barbara Crampton y Jeffrey Combs, a quienes volvería a reunir una tercera vez en Un castillo alucinante (1995). El talento desatado de Combs, un actor excepcional que brilla en multitud de películas de Gordon, es de por sí suficiente excusa para sumergirse de lleno en el cine del director. Y aunque para Re-sonator las comparaciones con su antecesora no sean muy halagadoras, la realidad es que el film sigue siendo uno de las obras maestras indiscutibles de Stuart Gordon, donde los aspectos más salvajes de su imaginación campan a sus anchas, en un cruento relato sobre un experimento científico que logra materializar las ondas irreales de una dimensión paralela. Acechados por entidades informes y espectros interdimensionales, los protagonistas intentan comprender la verdadera trascendencia del descubrimiento a la vez que tratan de no sucumbir a su insidiosa influencia.
El film es sin duda una de las pequeñas producciones de terror más logradas y sólidas no ya de Gordon, sino de la historia del género. Con un buen número de sustos y escenas espeluznantes y unos fabulosos efectos prácticos a la altura de John Carpenter y David Cronenberg, Re-sonator es un viaje chungo por los espacios más retorcidos y espinosos de la imaginación terrorífica de los años ochenta. Si a eso se le suma un fortísimo sobretono sexual, alguna escena especialmente ridícula y desproporcionada y unos actores protagonistas que elevan el significado de «cine de serie B», tienes todo un clásico del género de terror. Gordon, que nunca se ha resistido a incluir un gran subtexto erótico en todas sus películas, firma con estas sin duda la más caliente y perversa, donde la pegajosa red de la incierta sexualidad humana se da la mano con un deseo que viene del más allá, un impulso terrorífico de pasión y aniquilación que reflejan las impías alianzas entre el placer, el dolor y la muerte.
3. Robot Jox (1990)
Aunque por una cuestión de números es fácil encasillar a Gordon como un director de terror, la realidad es que se ha acercado no pocas veces a otros géneros, en especial al de la ciencia ficción, no con malos resultados, aunque quizás tampoco demasiado exitosos. Su primera incursión en el género, Robot Jox, requiere que dejemos más prejuicios en la puerta de lo que ya nos tiene acostumbrados el director, porque si bien no se disculpa por nada, la película tiene especial dificultad para esconder su diminuto presupuesto. Pero nadie puede decirle a Stuart Gordon que no se atreve con grandes ideas, trasladándonos aquí a un futuro lejano donde las disputas geopolíticas se dirimen por un juego violento de combates a muerte entre robots gigantes. Homenajeando con gran cariño y perspicacia a las series «mecha» y las películas «tokusatsu» japonesas, Gordon se hace con ese brillo saturado y color chillón de los clásicos del país nipón para ofrecernos ridículas escenas de robots gigantes animados por stop-motion pegándose a misilazo limpio.
Si uno no tiene especial interés por estas peleas, es posible que no encuentre mucho más de interés en Robot Jox, porque no lo hay. Su trama es realmente inexistente, sus interpretaciones especialmente torpes y algunos de sus personajes, si no resultan hilarantes por lo paródico, son directamente irritantes. Por no hablar de algunos aspectos del diseño de producción donde se va de madre un poco la idea de homenajear a la ciencia ficción clásica, y parecen más cutres todavía que los de Star Trek (1966-1969), solo que treinta años más tarde. Pero si uno es un aficionado de estos antecedentes rudimentarios de Pacific Rim (Guillermo del Toro, 2013), encontrará en Robot Jox una excelente oportunidad para desconectar mientras vemos maquinaria pesada pegarse de leches en un torbellino de violencia catastrófica, heroísmo rancio y más de una sorpresa especialmente chorra y atrevida. Es posible que, para un género que tiene especial tendencia a plantear preguntas relevantes, la primera incursión de Stuart Gordon en la ciencia ficción resulta especialmente tonta y plana, incluso para él. Sería un error considerar que el cine de Gordon es mero divertimento irreflexivo, pero hay que admitir que eso es en lo que consiste básicamente Robot Jox, y no hay nada especialmente malo en ello.
4. El foso y el péndulo (1991)
No es habitual, en una carrera tan llena de truculentas escenas de terror y violencia, encontrar una película que destaque por lo rara y retorcida. Es el caso, sin embargo, de El foso y el péndulo, una adaptación del relato homónimo de Edgar Allan Poe que nos transporta a una España medieval irreconocible, donde la Inquisición tiene bajo un yugo tormentoso a la población. Aunque la ambientación es ridículamente inverosímil, Gordon utiliza este pasado alucinado para explorar algunos de los elementos y temas más extraños que nos había presentado hasta ahora, y el uso del cierto cariz extravagante y siniestro del acervo cultural católico es sin duda blasfemo e interesado, pero tremendamente estimulante. Gordon nos introduce aquí en un calabozo siniestro de retorcidas máquinas de tortura, pérfidos habitantes, inesperadas traiciones y espantosos rituales de confesión y penitencia. La trama es bastante irrelevante aquí, por no decir directamente inexistente.
Lo curioso de El foso y el péndulo es que, si bien la película es imposible de seguir, al final dará bastante igual. El film está lo suficientemente lleno de ideas perversas, chistes sádicos y grandes interpretaciones para darnos más sustos, risotadas y escalofríos de los que nos esperábamos. A la cabeza está un Lance Henriksen desatado como un Inquisidor Torquemada debatiéndose entre la locura religiosa y la genialidad megalómana, además de el eterno Jeffrey Combs dándolo todo bajo una peluca de paje. Incluso Oliver Reed se deja caer en una escena especialmente tortuosa. Quizás hay aquí más de un desnudo especialmente innecesario y alguna interpretación protagonista directamente lamentable, pero sus apuestas son tan altas, sus ambiciones tan maquiavélicas, que uno no puede acabar de ver El foso y el péndulo sin una especial culpabilidad por haber disfrutado de un espectáculo tan salvaje de sadismo y horror.
5. Space Truckers: Transporte espacial (1996)
Es imposible negar que Space Truckers: Transporte espacial no cuenta con la mejor fama, incluso dentro del cine de Stuart Gordon, y es sin duda una de sus películas menos conocidas. Pero si bien el film se desinfla por momentos, y resulta especialmente machista, tonto y burdo incluso para una producción de nuestro querido director, la realidad es que la película está lo suficientemente llena de buenas ideas y grandes momentos de acción como para ser considerada, definitivamente, una de sus incursiones más exitosas a la ciencia ficción. Pues si bien es bastante más ofensiva que Fortaleza infernal (1992), es también más ambiciosa y entretenida, y sin duda no es más tonta que Robot Jox, aunque eso no sea decir mucho. Y si sus elementos más subversivos no nos enajenan demasiado, o incluso si podemos incorporarlos con un cierto disfrute irónico, la película nos recompensará con toneladas de diversión y acción en todo un espectáculo de ciencia ficción pulp, donde unos camioneros del espacio exterior pero que parecen salidos de la América profunda reciben el encargo de transportar una carga misteriosa y mortífera.
Con todo, Space Truckers: Transporte espacial destaca en más de un momento que no tiene nada que envidiar no ya de otras producciones del director, sino de otras joyas ocultas del género. Cabe mencionar especialmente los efectos de los robots asesinos que derraman rayos láser y muerte por doquier, más amenazadores y terroríficos de lo que el presupuesto de la película parecía poder admitir. Charles Dance aparece también por aquí como comandante cíborg con un aura nazi y más de una sorpresa bajo el uniforme, en un papel especialmente absurdo pero inolvidable. Y aunque Dennis Hopper parece no tener ni idea de donde se ha metido, el carácter patético e irredento de su personaje le dan un cierto romanticismo cateto, y más de un momento especialmente extraño hacen concluir que, si bien es una de las películas más irregulares de Gordon, es sin duda de las más atrevidas. Y pese a todo, puede que el filme no sea mucho más que lo que se puede adivinar del título: un romance hillbilly con naves espaciales, robots asesinos, piratas estelares y más chistes verdes de los necesarios. Puro y duro Stuart Gordon, eso sí.
6. Dagon: la secta del mar (2001)
Entrando en el nuevo milenio, y después de casi veinte años de carrera, el director norteamericano se las apañó para volver a sus orígenes, y regresó para adaptar otro relato de Lovecraft. Esta vez se hizo con La sombra sobre Innsmouth, cambiando de forma muy inteligente la localización de Nueva Inglaterra a la costa de Galicia. Y pese a que muchos de los aciertos de este cambio pueden ser más accesibles para una audiencia española, no habría razón para no aprovecharse. Haciendo de los habitantes de un oscuro pueblo gallego los pérfidos cultistas que persiguen a unos pobres turistas perdidos, la película gana mucho en el aspecto cómico y absurdo sin perder ni un ápice de sus elementos más tortuosos y sangrientos. La película tiene, y eso es mucho decir, algunas de las escenas más espantosas del cine de Gordon, así como algunas de las más divertidas.
Macarena Gómez está espectacular como la princesa sirena de esta particular secta del mar, cuyos miembros han sucumbido en aberraciones infelices debido a su pacto satánico con un dios ancestral acuático. Los efectos especiales de sus deformaciones son especialmente sugerentes, y dan para más de una escena perversa, con las típicas referencias sexuales enfermizas a las que nos tiene acostumbrado el director. Dagon: la secta del mar no es simplemente otra película de Gordon, aunque su talento e imaginación brillan por cada rincón. Es, además de ello, una fábula siniestra repleta de vísceras y tentáculos que, gracias a un sólido giro final, pasa de ser una simple excusa para ver turbas de cultistas enfurecidos con antorchas, chorros de sangre y tetas al aire y se convierte de repente en una meditación morbosa sobre la alteridad, la avaricia y el destino.
7. Edmond (2005)
Si bien su cine está lleno de lugares comunes, Stuart Gordon nunca fue enemigo de reinventarse. Lejos de seguir arrastrando su legado penosamente por producciones cada vez más genéricas, como han hecho muchos de sus contemporáneos, Gordon aprovechó la etapa tardía de su carrera para sacar a la luz proyectos un poco más experimentales y mucho más personales, pero asombrosamente fiel al mismo tiempo a su tono escandaloso y su humor subversivo. Y para un director que nos tiene acostumbrados a lo más ofensivo, irreverente y extravagante, Edmond es muy probablemente su película más incómoda, corrosiva y extraña. Basada en una obra de teatro de David Mamet, y con William H. Macy en el papel del epónimo protagonista, la película es un relato cruento de la masculinidad en crisis y la descomposición moral de la vanidad y la opulencia, con una textura psicodélica y un aroma esotérico, en la extraña estela de Un día de furia (Joel Schumacher, 1993) y American Psycho (Mary Harron, 2000).
Pero nos equivocaríamos al pensar que Edmond es otro gimoteo cansino sobre los problemas de los hombres y los ricos, pues más que un gimoteo es un aullido espectral, una mirada al cadáver pútrido del siglo XX, una reflexión a la vez profunda y superficial, inteligente y burda, sobre las obsesiones y patologías de una sociedad enferma. Para ello Stuart Gordon corre el grandísimo riesgo de hacer de su protagonista un antihéroe especialmente despreciable, misógino y racista, un narcisista psicótico cuyas veleidades filosóficas le empujan por el camino de la violencia y del crimen. Con una fotografía nocturna que nos sumerge en una versión pulp del Nueva York alucinado de Eyes Wide Shut (Stanley Kubrick, 1999) y un diálogo que sondea las profundidades del existencialismo y la metafísica, Edmond sumerge la realidad social de la ciudad nocturna en un laberinto de espejos torcidos que, para bien o para mal, nos devolverán todo tipo de imágenes monstruosas y deformes de nosotros mismos. Sumado a referencias al Tarot, alguna aparición estelar como la de Julia Styles y por supuesto de Jeffrey Combs, Edmond es sin duda la película más inteligente, más atrevida, más ofensiva y más irritante de Stuart Gordon. Y quizás sea la más importante.
8. Stuck (2007)
Si creíamos que Gordon nos había dicho todo lo que quería sobre la podredumbre moral de nuestra sociedad en Edmond, estaríamos muy equivocados. Apenas dos años después volvió a salir de las claves del terror y la ciencia ficción para firmar este drama criminal que es, seguramente, su última gran película. Basada parcialmente en un crimen real, Stuck cuenta la historia de una trabajadora de una residencia de ancianos y un hombre sin trabajo ni techo cuyas vidas quedan irremediablemente enredadas después de un accidente especialmente cruento. Si no conoces algunos de los detalles más locos y espeluznantes de la historia, muchos de los cuales ocurrieron de verdad, es mejor no leas ningún resumen de la película, y vayas directamente a verla. Pero Stuck es mucho más que la dramatización barata de un crimen real, es todo un compendio de personajes despreciables, detalles poco casuales y marcadores temporales que la convierten en un sorprendente comentario social sobre su tiempo, con acercamientos atrevidos, aunque ocasionalmente imperfectos y rudimentarios, a cuestiones espinosas sobre la explotación laboral, el crimen, la desigualdad racial y la inmigración ilegal. En definitiva, un comentario ácido y salvaje sobre el denostado papel que tiene la vida humana en la sociedad estadounidense.
Aún dirigiendo con pulso y motivación, Stuart Gordon nos recuerda con esta producción tardía y un tanto inusual por qué nos habíamos enamorado de su cine en primer lugar, en gran parte gracias a su irreverencia irredenta que le hace hundir los colmillos en ese aspecto rudimentario, burdo y vulgar, recordándonos que no va a edulcorar su visión con mensajes tranquilizadores o un tono más suave para no resultar demasiado agresivo con nuestros gustos. Aunque el film de Gordon desemboca en una resolución más o menos positiva, no deja de resultar un tanto pérfido al ensañarse con algunos personajes, obligándonos a considerar la posibilidad del perdón, o el deseo de aniquilación, de las partes más horribles y retorcidas de nuestra propia naturaleza, que a pesar de su carácter increíble por momentos resultan sin embargo escalofriantemente fáciles de identificar en nuestro día a día. Por medio de unas interpretaciones excelentes, más de una escena alocada al más puro estilo Gordon y un guion inteligente y enrevesado, el director firma un relato retorcido sobre la cotidianidad del mal, la facilidad con la que todos, por nuestros peores impulsos o por las fuerzas estructurales de nuestra sociedad, podemos convertirnos cualquier día en la peor versión de nosotros mismos.