La mejor defensa es un ataque
La masculinidad en crisis

País: Estados Unidos
Año: 2019
Dirección: Riley Stearns
Guion: Riley Stearns
Título original: The Art of Self-Defense
Género: Comedia, Drama, Artes marciales
Productora: End Cue Production
Fotografía: Michael Ragen
Edición: Sarah Beth Shapiro
Música: Heather McIntosh
Reparto: Jesse Eisenberg, Alessandro Nivola, Imogen Poots, Steve Terada, Phillip Andre Botello
Duración: 104 minutos

País: Estados Unidos
Año: 2019
Dirección: Riley Stearns
Guion: Riley Stearns
Título original: The Art of Self-Defense
Género: Comedia, Drama, Artes marciales
Productora: End Cue Production
Fotografía: Michael Ragen
Edición: Sarah Beth Shapiro
Música: Heather McIntosh
Reparto: Jesse Eisenberg, Alessandro Nivola, Imogen Poots, Steve Terada, Phillip Andre Botello
Duración: 104 minutos

Jesse Eisenberg protagoniza esta comedia negra sobre lo ridículo y lo siniestro de la masculinidad decadente.

A medida que el feminismo se ha ido haciendo un hueco cada vez más grande en la esfera pública, y los elementos patriarcales y machistas de nuestro mundo cultural y social han ido quedando expuestos, de manera más o menos efectiva, una pregunta un tanto incómoda y marginal ha ido tomando también relevancia: en qué consistiría ser hombre en un mundo post-feminista. Si bien se habla mucho de la «masculinidad en crisis», en ocasiones se olvida que una etapa de crisis no implica, ni mucho menos, una desaparición total o el fin de la actividad, sino que puede significar lo contrario: cuando cualquier sistema se encuentra en crisis, ya sea económico, imperial o de identidad, cuando se siente a sí mismo como más frágil y vulnerable, es cuando se vuelve más radical, voluble y peligroso. Lo hegemónico puede representarse a sí mismo como conciliador y moderado (aunque en el fondo, no haya nada de moderado en sus efectos), pero cuando siente que pierde la preponderancia y centralidad que antes tenía, es cuando tiende con mayor fuerza al extremismo en sus medios y en sus formas. Ante esta pregunta sobre las insospechadas tensiones de la masculinidad en crisis se sitúa Riley Stearns en La mejor defensa es un ataque (2019), su segunda incursión en la dirección después de el magnífico thriller psicológico Faults (2014), donde Mary Elizabeth Winstead y Leland Orser brillaban en un duelo interpretativo memorable que ocurre casi en su totalidad en el interior de una sola habitación.

Pero para La mejor defensa es un ataque Stearns deja atrás el claustrofóbico y cerebral escenario de Faults y, aunque repite con su característico humor negro y su habilidad para subvertir las convenciones, se atreve con una historia ligeramente más grande y un elenco más extenso. La película sigue las peripecias de Casey (interpretado por Jesse Eisenberg), un simple oficinista en la treintena enfrentado a una crisis de mediana edad. Pero en lugar de entender sus fracasos vitales en el marco de la soledad, el tedio o la falta de interés laboral (todos de los cuáles es víctima), Casey ve en la raíz de sus problemas su falta de masculinidad, entendiendo esta como fortaleza física y capacidad de intimidación. Traumatizado por un incidente donde un grupo de desconocidos le propinan una paliza gratuita, Casey entra de forma casual en una academia de karate y queda instantáneamente prendido de la mandíbula cuadrada y la retórica rimbombante de su instructor, que conocemos sencillamente por el nombre de «Sensei» (Alessandro Nivola). En busca de su masculinidad perdida, Casey se desliza poco a poco por un torbellino de testosterona, agresividad y la parafernalia de las artes marciales, que acaba por demostrar sus aspectos más absurdos a la vez que los más peligrosos y siniestros.

Imogen Poots en La mejor defensa es un ataque

Imogen Poots encarna a Anna, la única mujer de la academia de karate.

El gran éxito de La mejor defensa es un ataque es precisamente este, el de demostrar que los puntos de tensión y fractura de una masculinidad en crisis bien pueden revelar lo ridículo y lo arbitrario de lo que hemos conocido tradicionalmente como más «masculino», a la vez que enseña que, aunque sus elementos más surrealistas queden más patentes, no por ello dejan atrás su potencial dañino y su reverso más oscuro. La película nos invita a reírnos de la pompa ritual de los deportes de combate, sus extraños sistemas de jerarquías basados en cinturones de colores, sus filosofías un tanto trasnochadas y sus sistemas absurdos de reglas; al mismo tiempo que se burla del estereotipo del macho agresivo y revela de forma especialmente ingeniosa sus aspectos más evidentemente homoeróticos, como en la genial connotación de una felación en el acto de un karateka al enseñar a otro a atarse el cinturón correctamente, o en las disparatadas rutinas de estiramientos y masajes. Pero a medida que algunos puntos del guión nos van revelando una trama más seria y oscura que lo que podíamos habernos imaginado, nos recuerda que la simple risa o la distancia irónica no han de servir como tapadera o justificación de las sangrantes y muy reales consecuencias que esta masculinidad radical puede traer consigo.

La ironía no es un ataque definitivo contra nada, y por mucho que creamos haber escapado de la fiera riéndonos de ella, quizás no hemos hecho nada más que darle una mayor legitimidad, hundiéndonos felizmente en sus fauces.

En este delicado lazo que Riley Stearns traza entre lo hilarante y lo aterrador, el elemento fundamental y que mayor peso tiene en la trama es la magnífica interpretación de Alessandro Nivola. Envuelto en la amenazadora presencia de Sensei, Nivola desprende carisma y respeto ritual, logrando un complejo pero exitoso resultado final intimidatorio e hilarante a partes iguales. Similar reconocimiento merece Imogen Poots, quien representa el principal contrapunto de la película, al ser la única mujer de la academia de karate, insistiendo en sus intentos porque un sistema que la humilla y la margina sistemáticamente reconozca un valor que, en fondo, no está en condiciones de aceptar. Poots encarna con gran maestría las contradicciones de su personaje, a medida que trata de hacerse valer como mujer en un esquema de reglas hipermasculinizado, luchando por abrir una brecha en la absurda asociación de la agresividad y las artes marciales con el sexo masculino. Tristemente, no es posible decir lo mismo de sus personajes secundarios que de su protagonista, que de lejos supone el punto más flojo y mejorable del film. Jesse Eisenberg forcejea sin éxito con su pobre imitación de Michael Cera, fracasando en su intento de resultar entrañable y patético a partes iguales, y quedándose tristemente en lo segundo; demostrando, en definitiva, lo difícil que resulta mostrar empatía o cariño por un personaje que tiene la cara de un villano de opereta cyberpunk.

Jesse Eisenberg en La mejor defensa es un ataque

Riley Sterns jugará con habilidad con los colores, asociando a los personajes con el color de su cinturón de karate y, por tanto, con su lugar en la jerarquía de la academia.

Aunque el lamentable error de casting de Jesse Eisenberg resulta difícil de obviar, La mejor defensa es un ataque acierta a redimirse gracias a su original forma de cerrar su relato. A medida que vamos descubriendo las afiladas aristas de la masculinidad radicalizada de la academia de karate, nos veremos inmersos en una trama oscura llena de secretos inconfesables y algunos giros un tanto tétricos. Pero, al igual que hizo con Faults, Riley Sterns no queda satisfecho con resolver los puntos más oscuros de sus guiones de forma tradicional y dar a sus protagonistas una salida fácil y feliz del laberinto de muerte en el que se han internado. Si la trama de la mayoría de las comedias negras del estilo suelen conducir a una resolución relativamente amable, donde sus personajes quedan a salvo y la audiencia puede respirar con alivio, La mejor defensa es un ataque no se contenta con respuestas planas y soluciones simplonas a las complejas preguntas que se ha planteado. Si la genialidad original de la película supone su hábil ligazón entre los aspectos más humorísticos y los más escalofriantes de la masculinidad en crisis, su genialidad final consiste en no apostar ingenuamente por ninguno de los elementos en la ecuación, ahondando en uno de los problemas fundamentales de la ideología de hoy en día: que ciertos fenómenos sociales siguen siendo igual de persistentes y siguen igual de vivos a pesar de que no nos los tomemos en serio. En definitiva: que la ironía no es un ataque definitivo contra nada y que, por mucho que creamos haber escapado de la fiera riéndonos de ella, quizás no hemos hecho nada más que darle una mayor legitimidad, y nos hemos hundido felizmente en sus fauces.

La mejor defensa es un ataque es una sólida comedia negra que ataja un problema importante y poco tratado de una forma original. Algunos pequeños errores de guión y un actor protagonista incapaz de estar a la altura de su personaje empañan un resultado final que se empequeñece en comparación con Faults, pero que puede defenderse de forma consistente él solito. Aunque sólo sea por la poca atención y la gran importancia que tienen algunos de los temas que trata, por sus formas originales de lanzarse a ellos y por la cautivadora interpretación de Alessandro Nivola, La mejor defensa es un ataque merece que prestemos atención a la trayectoria de su joven director. Esperemos que esta vez no tarde tanto tiempo en regalarnos otra deliciosa comedia negra, pues seguramente seguiremos necesitando nuevas propuestas que reformulen y nos obliguen a repensar las convenciones fáciles del género, y nos ofrezcan las resoluciones subversivas a problemas incipientes a las que nos tiene acostumbrado el director.

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