Krzysztof Kieślowski
Existencialismo y humanismo

El cineasta polaco, siendo un autor minoritario durante gran parte de su carrera, y habiendo conocido el mainstream internacional, se muestra aún hoy como insobornable para muchos.

Mientras en España sabíamos por el periódico que la inflación del mes anterior bajaba o veíamos como Agroman se adjudicaba 14 kilómetros de autovía allá por 1996, ese mismo 13 de marzo, y debido a un agudo infarto de miocardio, moría Krzysztof Kieślowski en su Varsovia natal. Esta muerte prematura (morir a los cincuenta y cuatro, poco tiempo después de estrenar Tres colores: Rojo (1994), su tercer paseo por la bandera tricolor francesa que le hizo asentarse allí y alcanzar las mieles del éxito internacional se antojaba igual que la desaparición de escritores como Raymond Carver, si bien de este último luego se conoció su alcoholismo) nos hace recordarlo hoy, 27 de junio, desde una especie de nebulosa, la misma por otra parte, por la que sabemos que hoy el maestro hubiera cumplido setenta y nueve años.

No sabemos si tenemos tantos buenos autores en el cine actual como entonces; por lo que conocemos de él solo a través de sus irrepetibles películas, nos hace sumergirnos en esa forma de olvido que es la memoria, una memoria forjada en los primeros 90 en cines de barrio estudiantil que proyectaban sus películas en versión original subtitulada (y qué sentido tenía ver Tres colores: Azul (1993) o La doble vida de Verónica (1991) doblada) o directamente en la Filmoteca (donde descubrimos El azar (1987) en sesiones con dos o tres personas en el aforo total del cine) o en aquellos pases de madrugada del programa de La 2 Cine Club (en los que descubrimos esa maravilla entre documental y realista que era el Decálogo (1988), diez películas de menos de una hora basadas en los diez pecados capitales, en los que su rareza y extraordinario mundo nos hacían plantearnos si estábamos equivocados por ser ateos, o nos llevaban a amplios debates incluso sobre el incesto —Honrarás a tu padre y a tu madre—).

La mirada de Kieślowski era pesimista y existencial, en tanto que le gustaba más mostrar que tener que demostrar.

La razón por la que creemos que aún hoy Kieślowski es un cineasta minoritario es pues porque ya vivo lo era, sin embargo, el paso del tiempo le ha conformado, sobre todo gracias a su última etapa francesa y a la prolongación de alguno de sus episodios de la serie Decálogo —en concreto No amarás y No matarás—, como cineasta de cineastas. Las ideas de guion que desarrolló para todas ellas, y en la música junto a Zbigniew Preisner, han sido posteriormente elogiadas y copiadas aquí en España por artistas de la talla de Fernando Trueba o Juan Vicente Córdoba (quién para su film Aunque tú no lo sepas (1999) reconoció la potencia del guión de No amarás (Krzysztof Kieślowski, 1988) y el poder de su influjo públicamente).

La mirada de Kieślowski era pesimista y existencial, en tanto que le gustaba más mostrar que tener que demostrar; es una actitud humanista capaz de hacernos conocer a una música en depresión clínica (como la Julie Vignon de Tres colores: Azul)  o de mostrarnos las ganas de luchar por la justicia de un abogado principiante (Piotr Balicki, en No matarás) que no tiene más que necesitar madurar, para ver con sus propios ojos cómo lo que es injusto es el mundo. En concreto en esta película es curioso cómo la cámara sigue durante más tiempo al campesino homicida Jacek Lazar (Miroslaw Baka), lo que entronca ya más directamente con esa idea camusiana que el Premio Nobel desarrolló en su obra de teatro Los justos (controvertida en el sentido en que trata de poner el acento en el deber de unos personajes abyectos como son tres terroristas reunidos en un piso franco que acaban de cometer un atentado), es por ello que la idea del mal a través del antagonista (ya sea este natural como el caso citado, o provocado por un mal fario o azar como en Tres colores: Azul) tiene un peso tan específico como en cualquier otro cineasta.

Hay que decir que, tras su exitoso periplo por Francia, a Kieślowski le dio tiempo a la preproducción de un proyecto sobre La Divina Comedia, que imaginamos pensaría rodar en Italia, con sus tres partes Paraíso, Purgatorio e Infierno guardadas en algún oscuro cajón. Graduado en 1957 en la Escuela de Cine y Teatro de Lodz, el homenajeado estudió para ser pintor escenógrafo, y tras muchos años como documentalista (no siempre bien recibido ni siquiera en su Polonia natal) empezó a ser conocido en los 70 en círculos minoritarios con películas como La cicatriz (1976), El aficionado (Amator) (1979) o Sin fin (1985).

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