Debido a la naturaleza simplista de este artículo, debemos decir que estamos ante uno de esos pocos genios solo a la altura de, por ejemplo, Johann Sebastian Bach en música. Dostoyevski destacó en la Rusia zarista durante un siglo XIX en que autores como León Tolstói o Nikolái Gógol tampoco le iban a la zaga, al menos en cuanto a la calidad de sus novelas publicadas. Le hemos incluido dentro de la novela realista, pero los movimientos romántico y naturalista tampoco le fueron del todo ajenos literaria y vitalmente según se mire. La comparación con Bach también viene a cuento en tanto en cuanto ambos artistas sufrieron muy atribuladas vidas y penurias —hoy inimaginables por cualquiera de sus acérrimos— y que a ambos siempre les salvaba lo mismo: una enorme fe en Dios a través de un catolicismo del que hasta sus dignos sucesores del siglo XX renegarían.
Nacido en Moscú, recibió elogios de Friedrich Nietzsche, quien lo consideró uno de los padres de la psicología moderna, en tanto en cuanto escarbó en el pecado de pensamiento de los seres humanos más que en el de obra u omisión. Del matrimonio entre Mijaíl Andréievich Dostoievski y María Fiódorovna Necháyeva nacían siete hijos que se trasladaron desde Moscú hasta la aldea de Darovóye en Tula gracias a unas tierras que su padre allí heredó. Su madre muere prematuramente de tuberculosis, y su padre entra en una espiral de depresión y alcoholismo que hizo que tanto Fiódor como otro de los hermanos, Mijaíl, fueran enviados a la Escuela de Ingenieros Militares de San Petersburgo, lugar en el que nuestro personaje empezaría a interesarse por la literatura a través de coetáneos de otros países como Víctor Hugo o E. T. A. Hoffmann, entre otros muchos.
La lucha contra las injusticias, el amor inevitablemente no correspondido, las penumbras fantásticas, el egoísmo o la purificación por el sufrimiento fueron temas claves que le obsesionaron durante toda su producción.
Con dieciocho años muere su padre, dicen que ahogado en vodka. El hecho de que surgieran intereses de terceros en torno a las tierras de Tula hizo que Fiódor desarrollase fuertes sentimientos de culpa por la muerte de su padre, que agudizarían lo que sería su futuro cuadro médico de epilepsia. Una enfermedad que, como el alcoholismo de Edgar Allan Poe o el mal de amores de Flaubert, le dieron tras sus ataques agudos una lucidez esplendorosa que sobre todo notamos en sus obras más universales y en sus personajes más célebres y con los que se identificaba como Murin y Ordínov (La patrona), Nelly (Humillados y ofendidos), Myshkin (El idiota), Kirílov (Los demonios) o Smerdiakov (Los hermanos Karamazov). Tras ser nombrado alférez, se aficiona muy seriamente a las obras del poeta alemán Friedrich Schiller, perteneciente al prerromanticismo.
Enormemente prolífica y vasta su producción, escribió diecisiete novelas, dieciocho cuentos, un diario que empezó en 1846 y terminó en 1880 y la crónica Apuntes de invierno sobre impresiones de verano (1863). Fue un escritor total que a diferencia de otros coetáneos incorporaba bajo la realidad de un narrador omnisciente con el que pretendía hablar o dirigirse a Dios, pero también con Él usando el recurso de la polifonía; en este sentido en casi todas sus obras hay más de un personaje redondo con los que armaba tramas complejísimas, y estoy pensando más en Los hermanos Karamazov que en Crimen y castigo.
La lucha contra las injusticias, el amor inevitablemente no correspondido, las penumbras fantásticas, el egoísmo o la purificación por el sufrimiento fueron temas claves que le obsesionaron durante toda su producción. Formalmente pues, gracias a ese narrador omnisciente tan del XIX se dirigía del personaje a instancias más supremas. Pero incluso ahondando más nos damos cuenta, por ejemplo, de que Raskólnikov —el protagonista de Crimen y castigo— pide a esta entidad una solución a un tormento que no es otro que la lucha por vivir o no morir en el intento debido a remordimientos con los que además pena en Siberia, sin haber cometido tal asesinato más que en su cabeza. Fallecido en San Petersburgo en 1881 de una hemorragia pulmonar complicada en enfisema y la ya citada epilepsia, en su lápida se inscribió del versículo del evangelio de San Juan la siguiente frase: «En verdad os digo, que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere produce mucho fruto».