Día 545 de confinamiento. Lo que en un principio podría parecer hasta toda una oportunidad para cinéfilos empedernidos como nosotros, se ha convertido en un hastío insufrible. Cuando aquel 14 de marzo el gobierno decretó el estado de alarma, ¿quién de nosotros no se alegró de poder tener todo el tiempo del mundo para ver todas aquellas joyas del cine indie que teníamos pendientes de ver? ¿Quién no pensó en revisitar toda la filmografía del maestro Scorsese —en la que de por sí, cada película dura una media de tres horas—? ¿O ver aquellas obras maestras de la historia del cine que aún no hemos visto? Pero seamos sinceros, a medida que pasan las semanas, ese entusiasmo desaparece. Tu cuerpo y mente no dan más abasto con tanto «cine elevado», y solo te apetece meterte la última película de la filmografía de Jason Statham en vena. Por ello, os propongo esta lista de mis «placeres culpables», esas películas que, a pesar de las veces que las he visto, me siguen pareciendo divertidísimas. En algún caso, pueden llegar a ser tan malas que, precisamente por ello, son fantásticas. Probablemente penséis que alguna de estas películas es «basura inmunda», pero no os engañéis, todo el mundo guarda su lista personal en el sitio más recóndito de su mente.
1. Scream. Vigila quién llama (Wes Craven, 1996)
Tengo que admitir que esta es una de las películas que me hizo empezar a amar el cine, y sobre todo, el género del whodunnit, y esto hace que sea una de mis películas favoritas de los noventa. Scream. Vigila quién llama (Wes Craven, 1996) es un clásico del slasher, y de hecho fue la película que lo volvió a popularizar, siendo el slasher más taquillero de la historia —con nada más y nada menos que 173 millones de dólares de recaudación, frente a los 14 millones que costó la película—. Es una película delirante, que intenta homenajear al cine de terror clásico —incluso, al cine de serie B, en cierta manera— explicándote «las reglas básicas de todo buen slasher» —hay un personaje que es encargado de un videoclub que es experto en esta materia— y luego hacer con ellas lo que le viene en gana. Roza la parodia en todo momento, es absurda, pero realmente autoconsciente de lo que está ofreciendo: entretenimiento del bueno. No olvidemos que tiene una de las escenas más míticas del género —aquella protagonizada por Drew Barrymore, que habla por teléfono con el asesino mientras prepara palomitas, tan parodiada como emulada a posteriori—, y ya solo por eso merece la pena. Y, joder, ¿quién no se ha disfrazado alguna vez de Ghostface?
2. Van Helsing (Stephen Sommers, 2004)
Las películas de aventuras ya no son lo que eran. Hubo una época, en torno a los 2000 —sobre todo con la aparición de grandísimos éxitos como El señor de los anillos: La comunidad del anillo (Peter Jackson, 2001) o Harry Potter y la piedra filosofal (Chris Columbus, 2001)— en el que el cine de aventuras, que además juntaba tintes del género fantástico, tuvo su auge. Y es entonces cuando apareció esta pequeña joya, Van Helsing (Stephen Sommers, 2003). Fue una película denostada por la crítica —tiene nada más y nada menos que un 35 en Metacritic, con comentarios como el de Peter Travers, crítico de la revista Rolling Stones, que la denomino «un ensordecedor aburrimiento de cinta de terror»—, pero seamos sinceros, la película es lo que es, una historia entretenidísima, en cierta manera un poco disparatada y que, además, en momentos aporta unas pinceladas de serie B y sexy thriller que son irresistibles. Es verdad que no ayudan detalles como la espantosa peluca de Hugh Jackman, la desastrosa actuación de Kate Beckinsale —probablemente, una de las peores actrices vivas— o esa especie de vampiras-gárgolas que se les sale la cara del cuerpo —el nivel de los equipos técnicos de la época, supongo—, pero sigue teniendo un ritmazo fantástico. Porque como bien dice un buen amigo mío «es la puta-fucking-mejor-película-de-vampiros-de-toda-la-historia-hostia-puta-ya».
3. Un pequeño favor (Paul Feig, 2018)
Un pequeño favor (Paul Feig, 2018) no es apta para cualquier persona, es más, no es apta para cualquiera que no se haya tomado un buen gin tonic previamente. Si vamos al grano, podríamos definirla como la versión mamarracha de Big Little Lies (David E. Kelley, 2017) —aquella serie protagonizada por Nicole Kidman o Reese Witherspoon, entre otras, que narraba la historia de un grupo de madres de un pueblo pijo a orillas del mar, muy estiradas y con muchos problemas existenciales—. Coge directamente todos los clichés de estas mujeres pijas, que se creen buenísimas madres, y crea una especie de parodía detectivesca, con mucho Martini, música francesa y escenas absurdas que te crean sonrojo pero a la vez no puedes dejar de mirar. No das crédito de lo que estás viendo en ningún momento, y eso la convierte en una película tan disfrutable como estimulante. Eso sí, si no entras en su juego desde el primer instante, te pueden entrar ganas de destrozar la pantalla de cualquiera que sea el soporte audiovisual que estés utilizando para verla. Si estás preparado para ver a Anna Kendrick y Blake Lively en su salsa, hablando sobre albóndigas vegetarianas en mitad de una trama de misterio y desapariciones, esta es tu película.
4. La mano que mece la cuna (Curtis Hanson, 1992)
La mano que mece la cuna (Curtis Hanson, 1992) es una peli de domingo de tarde de manual, pero en el mejor sentido de la palabra. Este thriller domestico cuenta la historia de Peyton, una mujer que llega a casa de una pareja para trabajar de canguro de su niño primerizo, pero esta, en realidad, tiene sus propias intenciones. Es una película puramente «culebronesca», y su éxito radica en un detalle importantísimo: los buenos te importan un carajo, la película, deliberadamente, te hace ponerte de parte de la villana. O como dice Juan Sanguino en su libro Generación Titanic: El Libro del Cine de Los 90 (2017) «no te pones de su parte, pero tampoco puedes dejar de mirarla». Al fin y al cabo, Vilanelle de Killing Eve (Phoebe Waller-Bridge, 2018) no inventó nada, ya existían villanas memorables en la ficción, y Peyton —interpretada por una grandísima Rebecca de Mornay— es, sin duda, una de ellas. El guion quiere que odies a esa familia de blancos de clase media-alta que se creen mejor que los demás, y su único objetivo en la vida es ser perfectos y, además, dejárnoslo claro al resto. Justamente, el mal rato que les hace pasar esa villana tan maravillosa es lo que hace esta película tan fascinante.
5. Noche de juegos (John Francis Daley y Jonathan Goldstein, 2018)
A veces, en el mundo cinéfilo estamos tan obsesionados con que las películas deben reflejar una realidad o ser metáfora de algo, que nos olvidamos de que hay películas que no tienen ninguna aspiración narrativa más que hacer pasar un buen rato al espectador, y ese es el caso de Noche de Juegos (John Francis Daley y Jonathan Goldstein, 2018). Esta película puede que sea una de las comedias más divertidas de los últimos años, y, probablemente, una de mis favoritas también —sin olvidar La boda de mi mejor amiga (Paul Feig, 2011), por supuesto—. Los siempre fantásticos Jason Bateman y Rachel McAdams encarnan a una pareja cuya gran afición es celebrar una noche de juegos de mesa una vez por semana, algo que, claramente, no ocurre en el mundo real. Todo funciona tan bien que es imposible que no te mees de risa con ella. Lo mejor: Jesse Plemons nos regala uno de las mejores interpretaciones secundarias de aquel 2018. Os lo aseguro, no hay mejor remedio para quitarse de encima todas las penas y depresiones de este confinamiento.