The Gentlemen: Los señores de la mafia
Gánsteres, incorrección política y acento británico
• País: Reino Unido
• Año: 2019
• Dirección: Guy Ritchie
• Guion: Guy Ritchie
(Historia:
Guy Ritchie, Ivan Atkinson, Marn Davies)
• Título original: The Gentlemen
• Género: Thriller. Acción. Comedia
• Productora: Miramax, STX Entertainment
• Fotografía: Alan Stewart
• Edición: James Herbert, Paul Machliss
• Música: Christopher Benstead
• Reparto: Matthew McConaughey, Charlie Hunnam, Hugh Grant, Colin Farrell, Eddie Marsan, Henry Golding, Michelle Dockery, Jeremy Strong, Jason Wong, Jordan Long, Russell Balogh, Chidi Ajufo, Lyne Renee
• Duración: 113 minutos
• País: Reino Unido
• Año: 2019
• Dirección: Guy Ritchie
• Guion: Guy Ritchie
(Historia:
Guy Ritchie, Ivan Atkinson, Marn Davies)
• Título original: The Gentlemen
• Género: Thriller. Acción. Comedia
• Productora: Miramax, STX Entertainment
• Fotografía: Alan Stewart
• Edición: James Herbert, Paul Machliss
• Música: Christopher Benstead
• Reparto: Matthew McConaughey, Charlie Hunnam, Hugh Grant, Colin Farrell, Eddie Marsan, Henry Golding, Michelle Dockery, Jeremy Strong, Jason Wong, Jordan Long, Russell Balogh, Chidi Ajufo, Lyne Renee
• Duración: 113 minutos
Guy Ritchie regresa al cine que le hizo famoso hace décadas con una película tan controvertida como admirable, en la que el director británico mezcla su estilo característico con nuevos temas e inquietudes.
En el mundo del cine existen básicamente dos clases de directores. Por un lado, están aquellos con una visión lo suficientemente plástica como para adaptarse a cualquier tipo de proyectos. Pueden triunfar tanto con una comedia como con una película de terror, con un drama histórico o un musical, con una superproducción o con una cinta de presupuesto modesto. Generalmente esto se traduce en un estilo impersonal y estandarizado que los convierte en directores que funcionan bien en la industria pero rara vez son recordados por la originalidad de su trabajo y que tienden a darle al público películas que nunca son ni demasiado malas ni muy buenas. Nombres como Morten Tyldum, Ron Howard o Marc Forster son un ejemplo de esta clase de realizador. Por otro lado, existen autores que suponen el caso totalmente contrario y tienen un estilo tan absolutamente personal y un dominio tan tremendamente específico de un género o una clase de historia en concreto que, o bien nunca salen de su zona de confort o, cuando lo hacen, generalmente terminan dando a luz películas mediocres, pero por otro lado cuando están en su salsa entregan obras maestras totalmente incuestionables. Es fácil reconocer en esta lista nombres como Tim Burton, Robert Eggers o, cómo no, Guy Ritchie. Lo que hace interesantes a estos directores, por lo tanto, no es verlos explorar nuevos géneros, estilos o ideas, sino observar como sus temas recurrentes van evolucionando a lo largo de los años y cómo regresan a temas y personajes similares pero siempre aportando algo nuevo o refinando un estilo cinematográfico hasta alcanzar la perfección. The Gentlemen: Los señores de la mafia (Guy Ritchie, 2019) es el perfecto ejemplo de ello, un autor volviendo a la clase de película donde se siente cómodo creativamente pero a la vez tratando de decir cosas nuevas.
La película nos cuenta la historia de Michael Pearson, un estadounidense de origen humilde criado en Reino Unido que salió de la pobreza creando su propio imperio del cannabis que quiere ahora vender a Matthew Berger, un millonario siniestro que pretende extender sus tentáculos en el mundo del crimen británico. Cuando esta transacción sale a la luz, la mafia china, por medio del gánster Lord George, trata de hacerse con el control del negocio iniciando una guerra contra Pearson mientras un periodista sin escrúpulos (Big Dave) trata de chantajearle por medio de un detective privado. Todos estos intereses cruzados darán lugar a una guerra a varios frentes cargada de giros de guion y subtramas en las que los protagonistas nunca sabrán en quién confiar y quién planea traicionarles.
Estamos ante una película que captura la atención del espectador gracias a un guion trepidante, una dirección brillante e interpretaciones portentosas.
Si bien el argumento puede parecer confuso cuando es explicado, no es menos cierto que el director demuestra su dominio de las historias con varias tramas simultáneas (algo absolutamente característico de su carrera) de forma tal que incluso una historia siempre sobrecargada de personajes, giros de guion y diálogos peculiares cuando menos le resulta al espectador de una claridad absoluta. Guy Ritchie sabe mostrarse como un excelente narrador y hace que un guion que en manos de otro director hubiera sido farragoso y confuso le resulte al espectador tan trepidante como ameno gracias a las marcas personales como director que ya han venido a transformarse en su sello distintivo, esto es, un montaje endiabladamente rápido, personajes masculinos con una personalidad absolutamente arrolladora que capturan la esencia de la clase trabajadora británica y escenas de acción que se basan no tanto en recargar los panos con coreografías excesivas sino que brillan a través de la construcción paulatina de tensión dramática que culmina en momentos climáticos absolutamente explosivos no tanto por la acción que se ve en la pantalla, sino por lo que significan a nivel narrativo.
Si bien el estilo personal de Ritchie creó escuela en la década de los 2000 con cintas que trataron de replicarlo como Ases calientes (Joe Carnahan, 2007), el director inglés se confirma como el maestro indiscutible del mismo. El ritmo trepidante en la película se consigue no a base de escenas de acción repetitivas (algo muy vistoso pero a la vez reiterativo que parece haber plagado el cine de acción actual), sino a través de una trama que mantiene al espectador en constante tensión. Las escenas de acción están ahí, siempre que son necesarias, y profundamente efectivas y bien realizadas, pero funcionan no gracias a su espectacularidad sino a la magistral forma en que el espectador se ve envuelto en la historia y en unos personajes con los que es imposible no empatizar. Algo similar ocurre con los personajes, los cuales son la personificación del concepto tantas veces repetido pero tan pocas veces entendido por los directores actuales: «muestra, no cuentes». La película evitará arrojar al espectador exposición sobre las motivaciones o el universo emocional de los personajes (algo que, por norma general, solamente ocurre cuando un director es incapaz de contar su historia de manera apropiada) para en su lugar mostrarnos su personalidad a través de sus acciones, de sus diálogos rápidos y llenos de ingenio puramente británico. Los personajes de The Gentlemen: Los señores de la mafia nunca tendrán una escena en la que explican sus sentimientos o motivaciones con un redundante monólogo, sino que toda esta información lo obtendremos progresivamente gracias a lo enormemente bien escritos que están incluso en sus aspectos más minúsculos.
Si bien no son particularmente abundantes, las escenas de acción son de una excelente factura.
De todas maneras, si bien la cinta bebe profundamente del trabajo previo del director de películas como Snatch. Cerdos y diamantes (Guy Ritchie, 2000), también hay hueco para la innovación y para traer cosas nuevas aprendidas de una década dirigiendo superproducciones estadounidenses. Por un lado, el director británico muestra una de sus películas más refinadas a nivel estético y técnico. Lejos queda el aspecto descuidado y casi underground de sus primeras obras (con las que esta parece compartir más aspectos a nivel narrativo), aunque el espíritu de estar viendo un cine que se siente cómodo con un estilo narrativo no convencional y casi contracultural sigue tan vivo como siempre. Esta evolución también se aprecia en el guion, en el que, a diferencia de los trabajos previos de Ritchie, la cinta sabe detenerse para mostrar una faceta más personal y humana de sus personajes. A diferencia de lo que podíamos ver en sus primeras obras, los personajes de Ritchie ya no son solamente gánsteres, ahora son gánsteres que además tienen una vida personal, una faceta familiar o una serie de relaciones humanas que los humanizan y les dotan de profundidad. Generalmente se dice que un guion se compone de dos elementos, el argumento y la historia. Mientras el argumento comprende las cosas que pasan, la historia refleja cuestiones como la psicología de los personajes o su viaje a nivel emocional. La película de Guy Ritchie sabe manejar estos dos registros como ningún otro de sus trabajos anteriores, probando que estamos no solo ante un director que no solo ha regresado al estilo de película que mejor domina, sino que ha madurado lo suficiente como para enriquecerlo en grado sumo.
Ritchie construye una historia con un ritmo trepidante llena de personajes carismáticos y entrañables realizada con un mimo y una atención al detalle casi artesanales.
Esta madurez se aprecia también en el que quizá fue el aspecto más controvertido de esta película en el momento de su lanzamiento: el de su mensaje político. Aunque en su estreno la recepción fue mayoritariamente positiva, no fue escaso el número de críticos que atacaron a la película por su presunto tono machista o racista. Lo cierto es que tales reseñas no hacen sino evidenciar algo mucho más preocupante: la incapacidad de una parte de la crítica de entender las propias películas que están analizando. Como buen reflejo de la Inglaterra actual, multicultural y diversa, The Gentlemen: Los señores de la mafia nos muestra grupos de jóvenes de clase más bien baja compuestos por personas de diversos grupos étnicos que en ocasiones hacen uso de expresiones que, fuera de contexto, pueden parecer racistas para hablar entre ellos, pero que una vez entendidas dentro del contexto de amistad y familiaridad de unos personajes con relaciones casi fraternales, no pueden interpretarse como otra cosa que una muestra de amistad y pertenencia al grupo. Lo cierto es que todos los que, como el que suscribe, nos hayamos criado en cualquiera de los muchos barrios obreros españoles de las décadas de los noventa y los dos mil reconoceremos cómo Guy Ritchie captura ese antirracismo propio de la clase trabajadora, de personas que, por encima de sus diferencias, forjan su sentimiento de fraternidad a través de compartir valores, principios y sustrato social y en la que el uso de términos que en otros contextos podrían ser ofensivos existen aquí como todo lo contrario, elementos que evidencian y refuerzan los lazos de hermandad de quienes los usan, algo que además le sirve al realizador para reírse de la élite de clase media-alta y del activista de teclado y de salón que, careciendo de esto, necesita sustituirlo por la interpretación de un papel de indignado perpetuo.
Una de las grandes virtudes del director es su brillatne capacidad de capturar la épica de la working class británica.
Guy Ritchie vuelve a ofrecer un retrato idealizado y lleno de épica de su muy admirada working class británica, que esta vez además existe como contrapunto y con una relación antagónica con unas élites globalizadas y plutocráticas. De esta forma, si bien nuestros protagonistas son de manera prácticamente exclusiva personajes de origen humilde o incluso marginal (desde minorías étnicas hasta familias de clase económica muy baja: incluso el protagonista nos es presentado como un joven de familia pobre que alcanzó el éxito a base de trabajo duro e ingenio) que comparten una serie de valores de probidad, integridad y honradez, sus enemigos serán siempre representados por élites sociales que carecen de cualquier tipo de escrúpulo o de virtud, desde banqueros millonarios hasta periodistas manipuladores. Estos personajes, retratados de una manera en ocasiones abiertamente satírica que permite establecer una clara línea entre un «nosotros» y un «ellos», no solo entroncan con la propia trayectoria autoral de Ritchie —la cual siempre se ha sentido cómoda dotando de una épica incuestionable a personajes de clases marginales y populares—, sino que además permite al director británico deslizar un refrescante discurso político que refleja la lucha de estos representantes del pueblo llano para no ser fagocitados por las voraces élites globales.
Es así que Ritchie refleja la sociedad británica actual, diversa y multiétnica, con honestidad y respeto, siempre mostrándose como un miembro de la misma más que como un observador externo, y entendiendo a la perfección los códigos, las realidades y los aspectos más esenciales de la misma. El director demuestra saber de lo que habla y conocer a sus personajes de forma tal que ninguno cae nunca en el estereotipo, la condescendencia o la hipersimplificación como sí tienden a hacer otras películas que tocan temas similares. Su preocupación por el impacto de la sociedad global en las clases populares británicas se plasma también en la representación de la mafia china, las élites liberales o los billonarios con intereses en negocios transnacionales como los principales antagonistas de la obra, ofreciendo una lectura de tintes geopolíticos que ensalza la figura del habitante del pueblo llano trabajador y crea toda una mitología entorno a sus valores y a su necesidad de defenderse de las amenazas existenciales antes planteadas.
Vemos en la cinta un reflejo de una sociedad británica que captura a la perfección la naturaleza de las clases trabajadoras contemporáneas.
Pero sin lugar a dudas uno de los grandes deleites de esta película es la increíble oferta de interpretaciones absolutamente sublimes de todo su reparto. Es especialmente destacable el tridente formado por Matthew McConaughey, Charlie Hunnam y Colin Farrell, que interpretan respectivamente a Pearson, su mano derecha y a un entrenador de boxeo de un gimnasio de barrio. Estos tres actores construyen personajes absolutamente carismáticos que capturan a la perfección el aspecto más entrañable del gánster con acento británico, un arquetipo que en los últimos años ha sido particularmente exitoso gracias a producciones como Peaky Blinders (Steven Knight, 2013). Ritchie demuestra que sabe sacar lo mejor de estos portentosos actores gracias a un guion lleno de diálogos plagados de ingenio que logran que cada escena tenga personalidad propia y que hacen que cada uno de estos personajes tenga su propia personalidad y en ningún casos se sientan faltos de originalidad. También logra destacar en este conjunto Michelle Dockery interpretando a Rosalind, la mujer de Pearson, el personaje femenino con más peso en la cinta y que está escrito e interpretado de una manera lo suficientemente sólida como para destacar dentro de un reparto mayoritariamente masculino. Y es quizá este el aspecto que hace destacar a The Gentlemen: Los señores de la mafia sobre la gran oferta de producciones similares: la enorme capacidad de la película de construir todo un microcosmos tan rico en matices como coherente en su narrativa del que el espectador en todo momento se siente parte, siempre guiado por la mano firme de un director en estado de gracia.
En conclusión, el regreso de Guy Ritchie al tipo de película que le hizo famoso hace décadas después de varios años de irregulares superproducciones de Hollywood se salda con una obra que demuestra que el director británico sigue en forma y es capaz de volver a capturar la magia de los bajos fondos de la sociedad inglesa y usarlos para construir una historia con un ritmo trepidante y llena de personajes carismáticos y entrañables a la vez que añade elementos nuevos y que enriquecen el conjunto como un afilado mensaje político o unos personajes con una mayor complejidad psicológica. La película es disfrutable porque casi en cada escena se nota que estamos ante un director que nos está contando una historia personal, una historia que es importante para él y que construye con un mimo y una atención al detalle casi artesanales. Por desgracia para esta película, el ser estrenada justo antes del inicio de los grandes confinamientos de 2020 la condenó en su momento al olvido, pero sin lugar a dudas estamos ante un filme que merece ser rescatado no solo como una de las grandes piezas de la filmografía de Ritchie, sino también como una de las mejores y más originales películas de los últimos años.