Instinto básico
Belleza de sexo y fuego

País: Estados Unidos
Año: 1992
Dirección: Paul Verhoeven
Guion: Joe Eszterhas
Título original: Basic Instinct
Género: Thriller. Intriga
Productora: Carolco Pictures, Canal+
Fotografía: Jan de Bont
Edición: Frank J. Urioste
Música: Jerry Goldsmith
Reparto: Michael Douglas, Sharon Stone, George Dzundza, Jeanne Tripplehorn, Denis Arndt, Leilani Sarelle, Stephen Tobolowsky, Jack McGee, Daniel Von Bargen, Mitch Pileggi
Duración: 125 minutos

País: Estados Unidos
Año: 1992
Dirección: Paul Verhoeven
Guion: Joe Eszterhas
Título original: Basic Instinct
Género: Thriller. Intriga
Productora: Carolco Pictures, Canal+
Fotografía: Jan de Bont
Edición: Frank J. Urioste
Música: Jerry Goldsmith
Reparto: Michael Douglas, Sharon Stone, George Dzundza, Jeanne Tripplehorn, Denis Arndt, Leilani Sarelle, Stephen Tobolowsky, Jack McGee, Daniel Von Bargen, Mitch Pileggi
Duración: 125 minutos

Con unos inmensos Michael Douglas y Sharon Stone, y trascendiendo el concepto del thriller erótico, Paul Verhoeven dirigía a principios de los noventa una de las películas más singulares e impetuosas sobre el deseo y las pulsiones del ser humano.

A Paul Verhoeven siempre le gustó la provocación. Quizá por sus ganas de trascender su oficio a base de imágenes inolvidables y conceptos incómodos, o como él dice, porque es europeo[1] y la casuística moral estadounidense, tan dada al puritanismo, le queda muy lejos tanto ética como cinematográficamente. Lo cual, claro, no ha impedido que a lo largo de su longeva carrera, en la que tocó bastantes palos, le llovieran golpes de multitud de organizaciones, públicos y críticos que intentaron por todos los medios sabotear —o por lo menos edulcorar— su mirada, por lo general tendente a mostrar buena cantidad de piel desnuda, mucha perversión y no menos violencia. En el caso de la película que nos ocupa, una de sus grandes obras, Instinto básico (1992), el holandés y todo su equipo de producción sufrieron una potentísima persecución por parte del colectivo queer de San Francisco, que no estaba de acuerdo con el modo en que el cineasta mostraba la homosexualidad, probablemente por la escasa representación que tenía el colectivo a principios de los noventa y porque consideraban que la dirección moral de los personajes gay de Verhoeven vulneraba de alguna manera la percepción popular que la sociedad podía tener de ellos. Claro, pasaban por alto que en la mirada del realizador esto no era más que una representación de un hecho narrativo, que normalizaba por encima de todas las cosas y que filtraba una actitud en absoluto condescendiente ni impostada —algo que no podemos decir de infinidad de subproductos diseñados para satisfacer el devenir de los tiempos que ofrecen tokenismo y paternalismo a partes iguales pero que, por alguna razón, no recogen la mediocridad que siembran—, sino desprovista de todo prejuicio escénico y estético y, aunque abiertamente controvertida, también de insoportable belleza y finura.

Si bien Verhoeven tenía cierto recorrido en Hollywood al haber dirigido ya tres filmes memorables en tierras estadounidenses antes de Instinto básicoLos señores del acero (1985), Robocop (1987) y Desafío total (1990)—, es bastante sencillo encontrar entre sus imágenes cierta tendencia hacia la europeización que tienen más que ver con su propio imaginario que con las palabras que el muy solvente Joe Eszterhas había dejado escritas en el libreto —un guion que se adquirió por una cifra desorbitada de dinero y que encontró antes a bordo de la producción a Michael Douglas que al propio Verhoeven—. Una imagen, la de Instinto básico, que tiene más de narrativa propia que cualquier otro thriller erótico de esos que aparecieron en los noventa como setas bajo el rocío, que posee un poder sugestivo enorme que se articula alrededor del misterio, de la tensión sexual —luego hablaremos de eso— y de un núcleo estilístico de magnífica personalidad. El filme presenta, además de una serie de planos y cortes de montaje absolutamente magníficos desde el punto de vista atmosférico, fulminantes en su sordidez y liquidez moral, tan opresivos como sucios, una narrativa invulnerable a las inconsistencias —precisamente porque vive en un espacio de «suspensión de la incredulidad» (y lo entrecomillo porque casi podríamos considerarlo un concepto metaficcional que sale a relucir en determinada escena) en el que la verosimilitud queda escondida detrás del magnetismo que exuda— que conecta con los bajos instintos y desactiva toda predisposición del espectador a desentenderse de su profundo drama. No en vano, Verhoeven cita Vértigo (De entre los muertos) (1958) como una de sus piezas de cabecera de Alfred Hitchcock, del que aprendió la maestría a la hora de plasmar en imágenes aquello que nubla el juicio y desestabiliza el propio modo de entender la narración, volviéndola íntima pero profundamente universal en sus tropos —en este caso, la seducción tendente al amour fou, la obsesión, la ambivalencia—.

Un profundo drama que, de tan ardiente, explota bajo la forma de una de esas obras inasibles que no buscan complicidad ni simpatía, sino la pura expresión de lo físico y lo poético.

En Instinto básico la inexorable realidad queda siempre un paso por detrás del juego de cuerpos y tensiones que viven los personajes de Michael Douglas, Sharon Stone y Jeanne Tripplehorn. El modo en que el realizador recrea los actos sexuales desde la peligrosidad hace que adquieran gran valor las elipsis que más adelante introducirá poco a poco. ¿Por qué estamos viendo a dos personajes haciendo el amor en el frenesí más colérico, extendido en el tiempo y buscando tanto una sexualidad imposible como una violencia implícita turbísima? ¿Por qué, sin embargo, surgen set pieces en lo sucesivo que pasan del inicio al final del acto sin haber desarrollado un trayecto que Verhoeven demostró tener la audacia de sostener más allá de lo que cualquier película del tipo made in Hollywood sería capaz de siquiera soñar? La precisión con la que el realizador ofrece su filme de esta manera a la pulsión sexual conecta directamente con el modo en que el propio acto forma parte indisoluble de la narrativa, más allá de cualquier concesión estética o puramente ornamental —o provocadora, que también—. La cámara busca siempre la transición entre el deseo y el miedo, el punto exacto en el que el reflejo de huida y de propia conservación podría vencer a la sed insaciable de beber del cuerpo del otro como si fuera el último líquido potable en el planeta. Si esta sigue la línea de la espalda, se detiene en los pechos o busca los muslos contrayéndose sobre el torso del otro es precisamente porque ahí, en esos mismos impulsos, hay cine en su máxima expresión, del que conecta con su estamento de ficción sin buscar ningún tipo de palabra para comunicarse, sino conceptos puros, estilizados en busca de la transgresión formal, pero desprovistos de toda intención verbal al fin y al cabo. El personaje de Sharon Stone, de una belleza y una sensualidad —y violencia— tan inflamada que apenas se puede llegar a soportar, conecta a través de la imagen y del vector de su mirada con el furor endemoniado con el que Michael Douglas, puro exceso y sexo húmedo, se enfrenta a su vía crucis. Cuando se entregan, finalmente, al deseo, el brillo que se le supone a la unión corporal se disipa hasta convertirse en oscuridad impenetrable, en el que la bajeza toma el control en la busca de una respuesta que únicamente puede vivir en ese momento exacto. 

Verhoeven se vuelve casi freudiano en lo psicológico, desde el momento en que confronta el Eros y el Thanatos a través del enlace pictórico con el que une a sus personajes bajo el claroscuro del sexo y la violencia, del deseo y su incontrolable pulsión de muerte. Pero más allá de eso, Instinto básico integra dentro de ese conglomerado de alta carga erótica la búsqueda de una respuesta al misterio que plantea, que más que una trama policial sugiere una introspectiva, de identidad. Y, de nuevo, y volviendo sobre la imagen, conversa con el espectador demostrando una audacia y una depuración visual exquisita. De este modo, en la ínclita escena del cruce de piernas de Sharon Stone, y si tratamos de mirar un poco más allá de los ríos de tinta que hizo correr tanto por su búsqueda del impacto como, por un lado, por las declaraciones posteriores de la actriz en las que aseguró no estar al tanto de que el cineasta pretendía ser tan explícito en esos planos[2], y por el otro por la réplica de Verhoeven que aseguraba que eso es inexacto[3], lo que más llama la atención es cómo localiza la tónica general de la relación entre los personajes y la audiencia a través de la puesta en escena y la fotografía. La sala de interrogatorios actúa sobre los policías, que están encerrados con la más inverosímil depredadora —algo así como decía el Rorschach del Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons: «yo no estoy encerrado aquí con vosotros. Vosotros estáis encerrados aquí conmigo»[4]—, iluminada como una diosa imposible ante los sudorosos rostros acomplejados de los agentes de la ley, incapaces de hilar tres palabras más o menos lógicas ante el despliegue físico e intelectual de la mujer que tienen delante y que les empuja contra las cuerdas. Todo en Instinto básico parece contradecir que la meta argumental sea localizar al culpable de los asesinatos, y en su lugar plantea un juego lleno de subversiones de estilo que sugiere que el drama es humano, puramente relacional, social, profundamente imperfecto y hasta cierto punto de naturaleza destructora.

Los personajes a los que Verhoeven insufla vida, además, tienen un potencial figurado que va más allá de lo meramente textual, algo con lo que el realizador se muestra particularmente agudo al tener la habilidad suficiente como para otorgarles variables argumentales pero también, y esto es lo más importante, un subtexto rico y unas motivaciones impulsivas/pasionales que les dan mucha más profundidad de la que suele lucir el thriller convencional. Lejos de ser el policía que busca venganza, obsesionado con la justicia o atribulado por terribles demonios, el agente que usa la piel de Michael Douglas pareciera obtener algo de todos ellos, pero a su vez de ninguno habida cuenta de lo multidimensional de sus motivaciones: su búsqueda es interior, sensitiva. Ella, por su parte, la Catherine de Sharon Stone, excede a la mujer fatal al uso al estar dotada de esa sexualidad inabarcable y de una gran inteligencia, pero también de una sensibilidad subyacente que se apoya mucho más en la mirada que en la piel: Verhoeven no solo celebra su figura de un modo físico, sino que saca partido de la que probablemente sea la mejor interpretación de toda la carrera de Stone y una de las más perturbadoras femme fatale del cine a través de lo invisible y lo hormonal, de cualidades que solo podrían ser sentidas u olidas y que en Instinto básico adquieren una dimensión casi háptica. Es imposible entender el filme de Verhoeven sin prestar atención a la perturbación que surge de sus características menos visibles, aunque para ello el cineasta haya convertido la puesta en escena en una prolongación de lo mental: desde el uso del color, la organización de los espacios, el vestuario y hasta cada decisión puramente plástica la película grita con cada escena que todo lo que vemos tiene su homólogo en el terreno de lo emocional y lo cognitivo. Instinto básico no es un thriller erótico ni un policial, sino un profundo drama que, de tan cortante y ardiente, explota bajo la forma de una de esas películas inasibles que no buscan complicidad ni simpatía, sino la pura expresión de lo incómodo, lo físico y, finalmente, lo poético. Una belleza de sexo y fuego, que no se extingue porque mirarla es una condena de la que no podemos escapar. Ni queremos.


  1. Blonde Poison: Cómo se hizo «Instinto básico». (2001). [Blu-ray].[]
  2. S., A. (2021, 19 marzo). Sharon Stone asegura que la engañaron para quitarse la ropa interior en la escena de «Instinto Básico». Vanity Fair. https://www.revistavanityfair.es/sociedad/articulos/sharon-stone-ropa-interior-escena-cruce-piernas-instinto-basico/49348[]
  3. Neale, M. (2021, 9 julio). «My memory is radically different from Sharon’s memory». NME. https://www.nme.com/news/film/basic-instinct-director-paul-verhoeven-denies-tricking-sharon-stone-into-leg-crossing-scene-2989016[]
  4. Moore, A. & Gibbons, D. (2018). Capítulo VI. En F. Tobar Pastor (Trad.), Watchmen (Segunda Edición, p. 191). (Original work published 1986).[]
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