Revista Cintilatio
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Gladiator (2000) | Ensayo

El héroe estoico
Gladiator, de Ridley Scott
A través de una película que recupera a la vez que moderniza el cine péplum, el británico Ridley Scott explora, en una obra protagonizada por Russell Crowe y Joaquin Phoenix, el universo mental romano y acerca al público a los ideales del estoicismo.
Por Roberto H. Roquer | 14 enero, 2023 | Tiempo de lectura: 12 minutos

Cuando se hace cine histórico existen esencialmente dos formas de afrontar la recreación del pasado. Una, quizá la más predecible y menos controvertida, pero también la más insípida en la mayoría de los casos, consiste en simplemente tratar de ser un cronista de la época, adoptando todos los elementos históricos que el presupuesto o el guion permitan de la forma más acercada posible a la realidad. El director que opta por esta zona de confort creativa sabe que el riesgo de crear una película que se pueda sentir acartonada es un justo precio a pagar a cambio de un producto que será fácilmente aceptable por la mayor parte del público. Otra, mucho más arriesgada pero compleja a nivel creativo, consiste en desentenderse de este respeto a los aspectos más superficiales de la exactitud histórica y en su lugar tratar de entender el universo mental de las personas que vivieron en este tiempo, y de hacer una cinta que capture sus valores y creencias. Ridley Scott es un director que en sus obras históricas siempre ha optado por esta segunda opción, generalmente con resultados excelentes a nivel cinematográfico, como puede ser el caso de El reino de los cielos (Ridley Scott, 2005) o más recientemente El último duelo (Ridley Scott, 2021). Pero puede que sea en Gladiator (Ridley Scott, 2000) donde mejor se aprecia esta filosofía.

La película nos cuenta la historia de Máximo Décimo Meridio, un oficial de las legiones romanas que tras una exitosa campaña militar en Germania es elegido por Marco Aurelio para sucederle como emperador para furia del hijo de este, Comodo, el cual ordena su ejecución así como la de su familia. Si bien Máximo logra escapar, su mujer e hijo no son tan afortunados. Tras descubrir sus cadáveres, Máximo es apresado por una caravana de esclavos y convertido en un gladiador, labrándose un nombre en las arenas de todo el imperio hasta volver a Roma, en donde adquiere una oportunidad para vengarse de Comodo a la vez que colabora con su hermana (y antigua amante) y algunos senadores para terminar con su gobierno despótico y reinstaurar la república.

En Máximo se personifican las virtudes del estoicismo.

Cada sociedad histórica ha tenido su propia filosofía fundamental. Los romanos no eran menos y es imposible entender su civilización sin entender primero el Estoicismo. Esta filosofía promueve una serie de principios básicos los cuales incluyen el dominio absoluto de las emociones y los impulsos (los griegos y latinos entendían que era precisamente el domino sobre las emociones lo que diferenciaba a un ser humano de una bestia), el cultivo de las cuatro virtudes cardinales (Sabiduría, Templanza, Justicia, Coraje). En otras palabras, una filosofía que defiende la supeditación de lo subjetivo (emociones, impulsos, pasiones) frente a lo objetivo (virtudes cardinales) y que entiende al ser humano virtuoso como aquel que se depura de sus vicios y cultiva sus virtudes. A diferencia de la filosofía ateniense, propia de un pueblo acostumbrado a los lujos, las mieles del comercio y el dominio político y cultural de las élites ociosas; o la egipcia, diseñada casi exclusivamente para garantizar los privilegios de una aristocracia decadente, la filosofía romana es el fruto de una sociedad de agricultores y soldados, de personas criadas en la dureza y la guerra y en la que las masas populares ya tienen un poder político significativo (directo o indirecto) casi desde la fundación de la república (como se ve en personajes como los Hermanos Graco, Cayo Mario, o en último término Julio César). Solo así se entiende una filosofía como el estoicismo que propugna la severidad para con uno mismo y la generosidad con los demás.

Este pequeño rodeo filosófico ha de servirnos para entender un concepto básico de la película que hoy nos ocupa, y es que Máximo no es únicamente un ejemplo de libro de estoicismo, sino un estudio de personaje sobre cómo dicha filosofía y sus virtudes inherentes han de ser cultivadas. Máximo nos es presentado como un hombre que busca venganza, y si bien en los compases iniciales de la película esta sed de venganza responde al odio hacia Comodo, a lo largo de los minutos este deseo de venganza se va atemperando para en su lugar estar motivado por la búsqueda de justicia para con su familia y para la defensa del mismo pueblo de Roma. El propio Séneca, uno de los padres intelectuales del estoicismo, usaba precisamente el ejemplo de la venganza para explicar al hombre virtuoso. El filósofo hispano ponía el ejemplo de un hombre que llega a su casa para encontrar que un vecino ha asesinado cruelmente a su padre. El individuo estoico en esta situación debería rechazar la ira y la furia y controlar la aflicción causada por tal pérdida. ¿Significa esto que este individuo estoico ha de renunciar a la venganza? En absoluto, y Séneca justifica que dar muerte al asesino de su padre es el imperativo moral del hombre estoico por tres motivos: primero para hacer justicia ante un asesinato, segundo por amor a su padre, y tercero para proteger el honor de su familia.

La puesta en escena del director y su narrativa visual llega en muchos momentos a la excelencia cinematográfica absoluta.

Máximo experimenta un viaje similar en su camino de venganza, lo que empieza en un camino marcado por la furia ciega, evoluciona a una venganza que no es más que un acto de amor y de justicia. Es por ello que, además de obtener la venganza al final y matar a Comodo, el protagonista también obtiene la victoria moral sobre el mismo ya que, en el proceso de ejecución de esta venganza, se convierte en un hombre mejor y más virtuoso (dándole un giro, de paso, al cliché habitual en las cintas sobre la venganza en la que el protagonista obtiene la venganza pero a costa de ser tan malo como el antagonista, algo tan sobreutilizado hoy en día que ya roza el absurdo). A lo largo de la película, por lo tanto, el viaje del protagonista consiste no tanto en cambiar de motivación (la venganza sigue siendo su principal motivo para despertarse cada mañana) sino hacer que dicha motivación evolucione, y le sirva para transformarse en una mejor versión de sí mismo, de acuerdo con los principios de un individuo ética y moralmente ideal dentro del imaginario romano.

El acierto histórico de la película de Ridley Scott va más allá de lo material: consiste en la comprensión a nivel humano y social del mundo que representa.

Así mismo, Scott hábilmente (y aquí se muestra al director británico como un hombre de una profunda cultura histórica) presenta al protagonista de su película como un hombre que a lo largo de la cinta cultiva el domino sobre sus impulsos. De su deseo de venganza, y su furia ciega contra la figura de Comodo, surge la capacidad de aceptar y afrontar la adversidad, de cultivar la paciencia y de no permitir que los avatares del mundo exterior dominen su espíritu y quiebren la entereza de su alma y su mente. En momentos clave de la película, como la excelente escena del «todavía no» mientras habla con su amigo gladiador en África, vemos a un Máximo que crece como personaje a medida que aprende a controlar sus emociones e impulsos. El protagonista de esta historia, por lo tanto, representa la culminación del ideal humano a ojos de la civilización latina. Es así que se aprecia que hay por parte de Scott un interés genuino en el mundo de la Antigua Roma que está plasmando en su largometraje, en sus ideas y su cosmovisión cultural, y que lejos de limitarse a contar una historia con temas presentistas usando el pasado histórico como mero atrezo, el realizador realmente se preocupa por recuperar el espíritu y las ideas que forjaron el periodo que se describe en la obra.

Máximo y Comodo representan la oposición absoluta entre las virtudes y los vicios según los ideales romanos.

Pero dejando a un lado lo psicológico, esta película también entiende de una forma más profunda de lo que parece la sociedad romana. En primer lugar, es necesario entender que en Roma la familia era una estructura primordial de una sociedad que era entendida, esencialmente, como la acumulación de diversos núcleos familiares. Es así que todos los aspectos de la vida, desde la economía y la propiedad hasta la ley, giran en el mundo romano entorno a esta. La devoción que como ciudadano romano siente Máximo por su familia y por su rol como cabeza de la misma, por lo tanto, responde a una concepción extremadamente valiosa de ella en el mundo romano. Tal y como Santiago Montero (mi estimado profesor de Religión Romana en la facultad) dijo una vez, el mundo romano podía ser masculino, pero no por ello machista. A diferencia de otras sociedades, como la Ateniense, en la cual la mujer era considerada literalmente como un ser biológicamente inferior, la mujer romana disfruta de un respeto y una consideración realmente inusual para la época (con la excepción quizá de la mujer espartana), lo cual explica la existencia en el mundo romano de mujeres de negocios o administradoras de grandes patrimonios económicos familiares. Es así que en esta sociedad los roles de género no existen como una imposición jerárquica, sino más bien como un compromiso aceptado por parte de cada individuo para beneficiar al conjunto. Es ahí donde radica el acierto de presentar al protagonista Maximo como el ejemplo arquetípico de guerrero, marido y padre protector (y vengador) de su hogar, y la de su mujer como la también ideal matrona romana, mostrando a la perfección el rol social y la dimensión humana de la familia en la época.

Incluso en su vertiente política el film tiene algo interesante que decir sobre el mundo romano, en particular aquello referente a la tensión en el triángulo formado por masas populares, Emperador y Senado. En circunstancias normales, el Emperador (que no olvidemos, seguía coexistiendo con las antiguas instituciones republicanas) sería quien, durante su mandato, disfrutara de poderes casi plenipotenciarios, pero a su vez hubo momentos varios en que estos eran asesinados por el poder senatorial o simplemente peleles en sus manos, y generalmente lo que decidía hacia que lado se inclinaba la balanza era la popularidad de este entre las masas populares. Es así que el Senado pudo, por ejemplo, derrocar a Nerón y nombrar a otro emperador como sustituto, pero hubiera sido poco menos que un suicidio colectivo el haber intentado lo mismo con Trajano. No obstante la tensión constante entre estos dos poderes era una realidad de la política romana que la película sabe capturar, contraponiendo el despotismo de Comodo con el oportunismo político y los juegos de palacio de los senadores, y colocando en medio a Máximo como el representante del pueblo que con la sangre vertida en el campo de batalla y el sudor de su trabajo sostenía la grandeza romana.

Tal como es habitual en el cine de Scott, las escenas de acción son tan trepidantes como espectaculares.

A toda esta comprensión de la realidad del mundo romano a unos niveles que se apartan de lo material para entrar en el campo de lo ideológico, lo mental y lo humano, ha de añadirse una película con un trabajo de realización excelente. El director sabe que el espectáculo vacío, por sí mismo, no es capaz de sostener una historia, sino que el valor de esta descansa en sus personajes y por lo tanto el ritmo que Scott imprime a la narración sabe compaginar grandes momentos épicos (las recreaciones de la ciudad de Roma o las escenas de combates en el Coliseo son todavía, a día de hoy, la vara por la que se mide casi todo el cine histórico de alto presupuesto) con escenas mucho más íntimas que ahondan magistralmente en la psicología de los personajes, desde la evolución del viaje de venganza de Máximo hasta el no menos interesante retrato de Comodo como un líder paranoico y tiránico acomplejado por no gozar de la aprobación de su padre y obsesionado con proyectar una imagen de fuerza para contrarrestar sus propios defectos. Un personaje trágico en tanto que, en última instancia, son sus propios defectos de carácter, de los cuales durante toda la narración trata desesperadamente de huir, los que terminan causando su caída.

Y es que si Máximo representa todo lo que un romano de bien aspiraba a ser, Comodo es el reflejo de lo contrario, la idea de un ser humano que cede ante sus impulsos, que elude la depuración de sus defectos y que no está en control absoluto de sus emociones. Es aquí donde hemos de resaltar la formidable interpretación de Joaquin Phoenix, el cual captura a la perfección el tormento psicológico del personaje que encarna y sabe, además, darle una pátina de humanidad que evita que en todo momento se transforme en un personaje caricaturesco y que, incluso en el momento de su muerte, sintamos por él cierta lástima. Pero Crowe no se queda atrás y sabe llenar de matices a su Máximo y evitar el limitarlo a un guerrero o un padre vengativo para en su lugar construir un personaje carismático en una lucha épica contra la adversidad. Juntos, estos dos personajes plantean en la pantalla una confrontación que casi parece la versión romana del ying contra el yang, todo ello elevado gracias a la puesta en escena refinada de Scott, que sabe cuando rodar con nervio y acercarse a los códigos visuales del cine de acción (montaje rápido, cámara en mano) y cuando adoptar una dirección cinematográfica más clásica y pausada que dé tiempo a la narración para penetrar en la mente del espectador en lo que es, sin duda, una fascinante reinterpretación y modernización del subgénero péplum.

Así las cosas, Gladiator es una película que no escatima en gazapos históricos, desde armaduras que no se corresponden con el periodo en cuestión hasta errores como carretas con bombonas de gas en su parte trasera. Pero el acierto histórico de esta película va más allá de lo material y consiste en la comprensión a nivel humano y social del mundo que representa. En otras palabras, si un ciudadano romano de hace dos mil años viera esta película, una vez superado el shock de ver imágenes sonoras en movimiento, se encontraría con una historia que le es familiar, que habla de sus inquietudes, sus deseos y de toda una visión del mundo y unos temas que le son familiares. Y que una película sea capaz de darle eso al público actual es el verdadero triunfo del cine histórico. Citando a Alan Moore, en ocasiones los artistas mienten para decir la verdad, y en este caso Ridley Scott hace algo parecido, cambia algunas cosas de la historia para que podamos entender a la gente que la vivió.