Revista Cintilatio
Clic para expandir

All Eyes Off Me (2021) | Ensayo

Tiempo muerto en una vida
All Eyes Off Me, de Hadas Ben Aroya
Desde la sinceridad y el naturalismo, la película de la israelí Hadas Ben Aroya explora el sentimiento de desarraigo, la mirada perdida y la sexualidad millennial a través de una obra contemplativa, introspectiva en su estudio de personajes y magnética.
Por David G. Miño x | 9 enero, 2022 | Tiempo de lectura: 8 minutos

La representación de lo millennial en el cine tiene, en efecto, algunos grandes exponentes, ejemplificaciones audiovisuales de las ansiedades que definen a todo un grupo demográfico y sus puntos de partida y salida, sus retos personales y laborales, sus inquietudes sexuales y eróticas, su mirada y su espíritu contradictorio y casi denostado por los tiempos; las que ponen en jaque lo intermedio que supone ser milénico en un mundo que parte de las premisas del antes y ejecuta las del después. Además, el cine, como la más noble y a la vez tendenciosa de las artes, quizá la más abierta y también la menos exacta de las representaciones culturales, siempre agarrada a la mirada y la entraña, al cielo y al suelo, un manual de estilo en el que lo humano y lo espiritual se entremezcla en un jugo gástrico ácido y dicotomizador, es capaz de saltarse las convenciones de la policía de lo correcto, o de lo moralmente aceptable, o de aquello que podríamos dar por sentado desde nuestros sofás y nuestros techos; desde nuestros emplazamientos de cotidianidad individualizada en los que no hay hueco para el «otro», solo para lo que desde la simplificación entendemos como ajeno: lo que nos deja ver el filtro del mass media y, a pesar de todo, dejamos que nos convenza. Y no, no es All Eyes Off Me (2021), de la israelí Hadas Ben Aroya la obra quintaesencial que, atravesando los lugares cerrados de olor a naftalina, ha llegado para reconducir conciencias, pero no sería de recibo negarle la grandeza de discurso, ni la intensidad gramatical dentro de su, aparente, simpleza narrativa.

Decía que All Eyes Off Me es poderosa, y descriptiva, y hasta cierto punto elemental: dentro de su sintaxis fílmica, en la que el espacio está reservado para demostrar y ejemplificar, y no para lucir o poseer, los personajes se mueven como materia en el espacio vacío, en «su» propio espacio vacío: vacío de emociones, vacío de sensaciones, y vacío de intensidad, ese vacío que no se puede llenar con lo tangible, sino con lo imposible y lo efímero, a veces con lo prohibido o lo que está a décadas o kilómetros —nunca se sabe dónde empieza el uno y dónde acaba el otro— de aquí. En su estructura, partida en tres, no se puede hablar de grandes hitos narrativos, pero sí de cierta querencia hacia lo fragmentado: a través de estos segmentos vivimos junto a Avishag —absolutamente impresionante en su infinita melancolía Elisheva Weil— los retales que sobrevienen a la duda de ser una misma, a la búsqueda catastrófica y desadaptada del cariño, al sexo problemático y la sinceridad que sigue a la vulnerabilidad; y a la subversión de los roles de género —el personaje de Dror, sintiendo inseguridad por su físico— o la apertura a la experiencia, y los mundos emocionales que abre —la duda en que vive Avishag ante su fantasía de ser golpeada y humillada durante el sexo, que encuentra en la pieza de la cineasta israelí todo un sendero de indeterminaciones e incertidumbres que se resuelven, poco a poco, con solo mirar a los ojos de la portentosa actriz—. Hadas Ben Aroya introduce, casi en el subsuelo, del mismo modo, píldoras de significado hacia su país, Israel, con el que dice «mantener una relación entre el amor y el odio»1 y que se filtran con alevosía y carácter político, mostrando las caras ocultas del hecho religioso en la sociedad del estado, en la importancia social que ostenta —«llevarla a Sinaí es un paso demasiado importante: puede arruinar la relación», dice un personaje, explotando la relación casi contradictoria en que viven los israelíes con respecto a sus creencias institucionales— y la relevancia individual que representa, aun visto desde lo millennial, los descreídos por antonomasia.

Una obra de las que dejan más de lo que enseñan, cristalizada sobre la conciencia rota de lo millennial a través de un salto de pértiga de aceptación, de búsqueda y de contemplación.

La realidad, es que a través del viaje interior de Avishag y de su búsqueda del cariño, de la experiencia y de la fuente inequívoca de aceptación —propia, por supuesto—, está el núcleo de All Eyes Off Me. Y para muestra, exploremos dos escenas vivas y clave: por un lado, Avishag, que se dedica a pasear y cuidar perros, sola, en un parque (imagen 1), rodeada de sus maravillosos aliados de cuatro patas. Saca su móvil destartalado, uno que definitivamente vivió tiempos mejores —probablemente, igual que ella—, y mira atentamente un vídeo de la versión local de The X Factor, donde una concursante interpreta el Hurt de Christina Aguilera. Y llora, ella sola, en ese parque, después de todo lo que dejó atrás y tan solo mirando un pedazo de plástico y metal cochambroso. Hadas Ben Aroya introduce, de este modo, uno de sus intangibles vestidos de slice of life, en los que la propia representación de la soledad y la ansiedad ante la nada brotan con más facilidad en un lugar baldío que en los pubs y la desconexión que implica esa cercanía y esa sobresocialización. Por otro lado, Avishag, sentada en una piscina llena de hojas caídas (imagen 2), con las piernas dentro del agua, bebiendo sola una botella de vino, más para recordar quién es que para olvidar por qué está allí, que concluye, del mismo modo, con una huida del mundo hacia lo intrascendente —de nuevo, el teléfono móvil convertido en añicos—. La cineasta, en una escena larga y quieta, convierte el tiempo en la variable que define la secuencia en particular y la obra en general, al dejar que pasen los minutos y sea el movimiento de los pies de la joven, del agua, de su pelo, del vino, el que cuente la historia de que, realmente, dejar pasar el tiempo para recordar —o para saber— es lo único que tiene relevancia. No para entrar en la película, sino para poder encontrar una salida digna. De este modo, el tejido sintáctico de All Eyes Off Me se desenvuelve alrededor de las cadencias lentas y la contemplación, de los escapes, de la necesidad de mirar hacia un lugar menos hostil buscando refugio, y sirve como ejemplo claro de obra articulada sobre lo interior, pero de amplia recompensa intelectual.

Por su parte, el tratamiento del sexo es parco, visceral y explícito. No mitificado, tampoco derribado; más bien bello desde el acercamiento curioso, sin nada que encubrir: firme. Al final, y siendo fiel a su propia mirada y su identidad, Hadas Ben Aroya, que sostiene que «el sexo no es algo que se tenga que ocultar»2 en lo cinematográfico se enfrenta a un acercamiento a los retos eróticos de la generación millennial desprovisto de todo glamur, pero también colocado en el contexto necesario dentro de la jerarquía emocional y tendente a la desmitificación, incluso con ánimo iconoclasta y una mirada no controvertida, pero sí provocadora y expansiva, buscando estudiar sobre el fascinante personaje de Avishag —al que le entiendo cierto punto autobiográfico, cómo no— y con capacidad para rehuir lo esperado, en términos de significancia, para entrar en lo más emocional e introspectivo. All Eyes Off Me, vista en retrospectiva, e igual que la gloriosa PVT CHAT (Ben Hozie, 2020) o la interesantísima Playlist (Nine Antico, 2021), es quizá una de esas películas que, como decía, no inventan nada, no redescubren la pólvora ni lanzan fuegos de artificio sobre lo inexplorado, pero sí que dan discurso y pensamiento, punto de vista, sensaciones y alteración del statu quo, tendencia, ganas de subvertir y comprender, necesidad de dar la vuelta y mirar a los ojos al de al lado, de beber vino ajeno, reventar el móvil contra alguna acera solo para no sentir la necesidad hiperglobalizada y acelerada de comprar uno nuevo y calmar el miedo durmiendo abrazado a un perro. Porque es una obra de las que dejan más de lo que enseñan, cristalizada sobre la conciencia rota de lo millennial a través de un salto de pértiga de aceptación, de búsqueda y de contemplación. Y porque salir al mundo y volver de una pieza no es algo para todos los públicos.


  1. Martínez Mantilla, D. (2019, 28 junio). Hadas Ben Aroya en diez claves: mucho más que la Lena Dunham israelí. Fotogramas. https://www.fotogramas.es/noticias-cine/a28214344/hadas-ben-aroya-en-diez-claves-mucho-mas-que-la-lena-dunham-israeli/[]
  2. Llorente, S. (2019, 30 junio). Hadas Ben Aroya: «Tel Aviv no ha estado bien representada en el cine en los últimos 10 años». Cultur Plaza. https://valenciaplaza.com/hadas-ben-aroya-tel-aviv-no-ha-estado-bien-representada-en-el-cine-en-los-ultimos-10-anos[]