Revista Cintilatio
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El mundo según Hayao Miyazaki: entre la fantasía y la realidad

Entre la fantasía y la realidad
El mundo según Hayao Miyazaki
La obra del veterano director japonés que ha transformado el mundo de la animación nos lleva a historias y personajes en los que magia y emociones se entremezclan de forma única.
Por Roberto H. Roquer | 5 enero, 2021 | Tiempo de lectura: 10 minutos

Mientras que en Occidente el género de la animación ha estado tradicionalmente, y con puntuales excepciones, casi siempre dirigido a un público infantil, en Japón estas producciones nunca han dudado en abordar historias, temas y personajes cercanos a una audiencia adulta. Esto, por lo tanto, ha tenido un reflejo en la animación japonesa (anime para los amigos) que se plasma tanto a nivel de continente (cinematografía preciosista y con una atención extrema al detalle que busca una estética formal que no tiene nada que envidiar a sus contrapartes de imagen real) como de contenido (historias maduras con personajes complejos que tocan generalmente temas serios). Y dentro del mundo de la animación japonesa, hay un nombre que es imposible pasar por alto: Hayao Miyazaki.

El director nacido en Tokyo en 1941 saltaría a la fama en el país del sol naciente en 1984 al dirigir la película Nausicaä del Valle del Viento (1984) a la que seguirían numerosas películas a finales de los ochenta y principios de los noventa como El castillo en el cielo (1986), Mi vecino Totoro (1988) o Porco Rosso (1992) que tendrían un sólido éxito doméstico. No obstante, su consagración internacional no legaría hasta unos años más tarde cuando su largometraje La princesa Mononoke (1997) alcanzaría un rotundo éxito tanto en Japón como en Occidente gracias a su distribución a gran escala. Unos años después, El viaje de Chihiro (2001) arrasaría en el Festival de Cine de Berlín llevándose el Oso de Oro así como en los premios Óscar de 2002 al conseguir la estatuilla a la mejor película de animación. Tras esto vendrían otras obras de enorme repercusión internacional como El castillo ambulante (2004) o la más reciente El viento se levanta (2013).

Si algo destaca de los personajes de Miyazaki es su complejidad. Los protagonsitas siempre tienen suficientes aristas como para no ser irrealmente perfectos y los antagonistas nunca están más allá de la redención.

Gracias a su carrera tan dilatada como brillante, Miyazaki es quizá el gran referente del mundo del anime para la mayor parte de la audiencia y sus películas pueden decir que han funcionado a la perfección tanto entre las audiencias japonesas como con las occidentales. Debido a la gran diversidad de temas y personajes que sus películas presentan, es difícil tratar de pergeñar unas características esenciales de su cine, pero una idea fundamental que se mantiene constante durante toda su filmografía es el enorme peso de la fantasía y el onirismo en su obra. A diferencia de otros miembros del estudio Ghibli, como Isao Takahata, que dirigen películas ancladas férreamente en la realidad, Miyazaki busca en su cine explorar mundos fantásticos que de alguna forma sirven de contrapunto al mundo real. No ha de entenderse esto como un escapismo sin más como puede ocurrir con buena parte de la fantasía occidental, sino que en la obra del director japonés estos mundos de fantasía se crean a través de la deconstrucción de la realidad y sirviendo como una herramienta para el estudio de esta. Este uso de fantasía como herramienta para relativizar y analizar la realidad se logra a través de la combinación de ambos elementos en permanente contraposición. Quizá el ejemplo más evidente de esto sea el de El viaje de Chihiro en donde la protagonista literalmente tiene que viajar del mundo real a un mundo de fantasía para salvar a sus padres. Incluso en sus obras más realistas, como puede ser El viento se levanta se aprecia esta dicotomía, en este caso confrontando el mundo interior y familiar del protagonista lleno de quietud y armonía con el contexto bélico de la Segunda Guerra Mundial.

Así pues, Miyazaki tiende a presentar un mundo real alienante, emocionalmente entumecido e incluso anodino que actúa como tesis de la realidad y que el director contrapone con un mundo de fantasía cargado de elementos oníricos que aprovecha para explorar las pulsiones y la psicología de los personajes, la naturaleza humana y las disyuntivas morales de sus protagonistas e incluso cuestiones sociales de carácter ético para finalmente, a través de la contraposición de ambos mundos, establecer una síntesis con la que resolver todos estos conflictos. Así pues, la contraposición de elementos fantásticos y reales es constante en su cine. En La princesa Mononoke nos encontramos ante un bosque habitado por criaturas mágicas y dioses amenazado por la revolución industrial y por una empresa que busca aprovechar los recursos naturales de la zona. En El castillo ambulante nos encontramos a un personaje sobrenatural (Howl) dueño de un castillo mágico que sin embargo está en un contexto absolutamente realista, una guerra entre diversas naciones a inicios del s. XX, mientras que en el caso de El castillo en el cielo los protagonistas viven en un mundo totalmente realista pero siguen la pista de un elemento tan fantástico como puede ser una isla flotante.

Puede que en el mundo en que vivimos no exista la magia, pero desde luego lo que Miyazaki ha creado con su cine es lo más parecido a ella que la mayoría de mortales llegaremos a ver en toda nuestra vida.

Podríamos tratar de sintetizar el estilo de Miyazaki adscribiéndolo a la corriente del realismo mágico, en la cual elementos mágicos y fantásticos se incluyen en la realidad cotidiana del mundo que se está plasmando, pero esta definición, aunque apropiada, se deja en el tintero una parte fundamental de la manera en que el director japonés entiende la fantasía, esto es, una vía a través de la cual penetrar en el interior de los seres humanos. Si se examinan sus películas, siempre se observa que la dualidad fantasía/realidad es utilizada mano a mano con el desarrollo de personajes. Así, los personajes del cine de Miyazaki habitualmente tienen una confrontación fantasía/realidad entre sus objetivos y sus motivaciones, respondiendo los primeros a necesidades inherentes al mundo mágico y las segundas a cuestiones puramente realistas. Ejemplo de esto está por ejemplo en El castillo en el cielo en el que la protagonista Sheeta tiene un objetivo mágico, el de encontrar y proteger la ciudad flotante de Laputa, pero una motivación mucho más realista y terrenal, terminar la obra de su padre y resolver el conflicto interno que supone para ella la pérdida de este. Similarmente, en Mi vecino Totoro Mei tiene el objetivo de descubrir la verdad sobre el espíritu protector de Totoro, pero la motivación subyacente es la de superar la angustia que le provoca la enfermedad y posible perdida de su madre. Así pues, vemos como el recurso a la fantasía de Miyazaki no deja de transformarse en una herramienta para explorar la psicología y la transformación de los personajes.

Esta ruptura entre mundo exterior y mundo interior, así como lo difuso y cambiante de la linea divisoria entre realidad y magia es la que permite que los mundos de fantasía creados por Miyazaki nunca pierdan una cierta capa de realidad que los hace creíbles para el espectador y por lo tanto permiten que sea más fácil conectar con ellos. Incluso cuando estos elementos mágicos se añaden, la base de estos mundos nunca se aleja demasiado del realismo. Así, los elementos de fantasía añadidos en La princesa Mononoke o en El castillo ambulante no dejan de apoyarse en conflictos basados en la realidad (la lucha por preservar el medio ambiente en la primera o el pacifismo en la segunda) y por lo tanto, dar más espacio al guion para desarrollar personajes cargados de complejidades y matices con los que la audiencia puede empatizar.

Paralelamente, esta dualidad fantasía/realidad permite al director explorar de forma recurrentes ciertos temas permanentes en su filmografía. Quizá el principal de ellos sea el tema del respeto y la protección de la naturaleza. De esta forma Miyazaki tiende a contraponer un mundo de fantasía armónico y casi bucólico en donde la naturaleza imperante se asocia con la paz y la vida y que se contrapone con un mundo real fabril, sucio, oscuro, cargado de grotescas máquinas de fabricación humana de aspecto mórbido que siempre se asocian a escenarios de guerra y muerte. En el director de Tokyo la noción de naturaleza no representa únicamente el medio natural sino que también encarna todo un cuerpo de tradiciones, creencias y formas de vida familiares y tradicionales que casi siempre se ven amenazadas por un mundo industrial profundamente alienante que pone en riesgo la preservación de estos elementos. Igualmente, es destacable la madurez del mensaje político que Miyazaki hace sobre la guerra. El ser un director eminentemente pacifista no le impide comprender todos los matices y grises de los conflictos armados, y cuando estos son representados en su cine nunca tienden a sobresimplificarse como el resultado de un antagonista malvado mas como el resultado de la incapacidad humana de coexistir en paz. Miyazaki nunca basa sus mensajes pacifistas en presentar la guerra con una dicotomía entre los buenos y los malos, sino que presenta a la propia guerra como mala y a todos sus integrantes como, en mayor o menor medida, víctimas de la misma. Es por ello que por lo general las representaciones de la guerra de sus películas nunca se resuelven con el manido recurso del triunfo del bien sobre el mal (en parte porque Miyazaki escapa de un reduccionismo tan básico) y en su lugar se presenta la paz como el resultado del entendimiento y el acuerdo en armonía e igualdad de los diferentes grupos humanos. En una época en la que los mensajes del cine parecen sobresimplificarse cada vez más, una mirada tan madura a algo como la guerra es de agradecer.

Pero el cine de este autor no brillaría tal como lo hace si no fuera gracias a sus personajes. Miyazaki tiende habitualmente a recurrir al mismo arquetipo de protagonista, un joven (o más generalmente, una joven) en edad de transición entre la juventud y la etapa adulta. Nuevamente, la dualidad fantasía/realismo se hace aquí patente, pudiéndose argumentar que los elementos fantásticos de su obra tienden a representar la etapa de juventud de sus personajes mientras que el realismo refleja el inevitable paso a la edad adulta. El director aprovecha esta etapa de transición para dotar a sus personajes de profundos arcos de evolución, pudiendo observar cómo todas las peripecias que estos atraviesan durante sus aventuras conducen a un crecimiento intelectual y ético así como a una resolución de los conflictos internos que estos pudieran presentar en los compases iniciales de la historia. Esto es particularmente apreciable en películas como por ejemplo El castillo ambulante en el que una densa trama que implica tanto elementos sobrenaturales como una guerra entre varios reinos rivales sirve en el fondo como un vehículo a través del cual explorar la evolución de los dos personajes principales, Howl, que a lo largo de la historia aprende a superar su narcisismo y a abrir su corazón a otros, y Sophie, que a través de los avatares de la película pasa de ser una joven apocada e insegura a tener un rol proactivo y una plena confianza en si misma.

Quizá lo mejor que se puede decir de Miyazaki es que gracias a su obra ha logrado mostrar al mundo las enormes posibilidades del género de la animación a la vez que nos ha regalado historias con personajes complejos, cargadas tanto de magia como de realismo y que han fascinado a audiencias tanto de adultos como de niños y tanto en Oriente como en Occidente. Puede que en el mundo en que vivimos no exista la magia, pero desde luego lo que Miyazaki ha creado con su cine es lo más parecido a ella que la mayoría de mortales llegaremos a ver en toda nuestra vida.