Wolfwalkers
La empatía como resistencia

País: Irlanda
Año: 2020
Dirección: Tomm Moore, Ross Stewart
Guion: Will Collins (Historia: Tomm Moore, Ross Stewart, Jericca Cleland)
Título original: Wolfwalkers
Género: Animación, Fantástico, Aventuras
Productora: Cartoon Saloon, Dentsu Inc, SIF309 Film & Music Productions
Edición: Darragh Byrne, Richie Cody, Darren T. Holmes
Música: Bruno Coulais
Reparto: Honor Kneafsey, Eva Whittaker, Sean Bean, Simon McBurney, Tommy Tiernan, Maria Doyle Kennedy
Duración: 103 minutos

País: Irlanda
Año: 2020
Dirección: Tomm Moore, Ross Stewart
Guion: Will Collins (Historia: Tomm Moore, Ross Stewart, Jericca Cleland)
Título original: Wolfwalkers
Género: Animación, Fantástico, Aventuras
Productora: Cartoon Saloon, Dentsu Inc, SIF309 Film & Music Productions
Edición: Darragh Byrne, Richie Cody, Darren T. Holmes
Música: Bruno Coulais
Reparto: Honor Kneafsey, Eva Whittaker, Sean Bean, Simon McBurney, Tommy Tiernan, Maria Doyle Kennedy
Duración: 103 minutos

La película de animación capitaneada por Tomm Moore y Ross Stewart deslumbra con sus instantáneas pobladas de belleza natural, y advierte sobre los peligros de la superstición y la desconexión del ser humano con sus semejantes y su entorno.

La saturación audiovisual cada vez más evidente e invasiva de hoy en día ha originado muchos clichés, pero también mucha incertidumbre y un panorama cada vez más concentrado. Antes la culpa era de los medios de comunicación tradicionales; ahora, la lucha de las plataformas de suscripción por crear sus propios catálogos y microuniversos (Disney+ ha sido la última en aparecer) apunta hacia un proceso de producción cada vez más estandarizado con argumentos, personajes y conceptos cortados por el mismo patrón, casi al modo de la época dorada del cine hollywoodiense. Si pensamos en el cine de animación, el peligro se duplica al encontrar obras que no van dirigidas a un público específico (los niños no la entenderán, y los adultos se podrán aburrir), o que tienen un mensaje facilón o demasiado triturado, factores que reúne, para decir también lo malo sin muchos tapujos, Soul (Pete Docter y Kemp Powers, 2020).

Afortunadamente, apostando por un método más artesanal y dilatado en el tiempo, y una serie de mensajes con cierta profundidad que no son un insulto a la inteligencia, tenemos el caso que nos ocupa: Wolfwalkers (Tomm Moore y Ross Stewart, 2020) y su impresionante animación 2D. A su manera, esta película de animación cierra la trilogía iniciada por Moore hace unos cuantos años con El secreto del libro de Kells (Tomm Moore y Nora Twomey, 2009) y La canción del mar (Tomm Moore, 2014). De hecho, además del mismo director, las películas comparten su nominación a los Premios Óscar como mejor largometraje de animación, un hecho destacable dado el carácter independiente con el que empezaron, y siguen. Tomm Moore, Nora Twomey y Paul Young fundaron en 1999 el estudio de animación Cartoon Saloon en Kilkenny (Irlanda) cuando todavía eran estudiantes. Desde este han producido todas las películas, además de algunos cortometrajes y series, aunque también han pasado por distintas crisis financieras, lo que ayuda a ver el endeble entramado industrial del cine: aclamadas por la crítica, El secreto del libro de Kells y La canción del mar apenas recaudaron la mitad del presupuesto invertido.

La historia de Wolfwalkers se sitúa en el siglo XVII, cuando Bill (interpretado por Sean Bean) y Robyn (Honor Kneafsey) Goodfellowe, padre e hija ingleses, emigran a Irlanda. En el pueblo en el que se instalan reina la miseria, así como la magia y la superstición ante lo que ellos creen sobrenatural, sobre todo si está relacionado con los llamados wolfwalkers o «caminantes entre lobos». De esta manera, cuando Robyn intenta ayudar a su padre con la caza de la última manada de lobos, una serie de acontecimientos la llevan a conocer a Mehb Óg MacTíre (Eva Whittaker), cuya compañía le dará la oportunidad de mirar con otros ojos la naturaleza y el colonialismo del pueblo en el que ahora vive, dirigido férreamente por Lord Protector (Simon McBurney).

La obra de Moore y Stewart incide con inteligencia, sin que nada sea demasiado superficial o complejo, en la reconciliación del ser humano con todo lo que le rodea.

La naturaleza, en este eje de coordenadas, es el fondo que da vida a la refinada y exquisita animación de la película. Los personajes están engullidos por ella, y nos ofrece uno de los dos valores sobre los que pivota Wolfwalkers: el cuidado de nuestro entorno (llámese ecología, medio ambiente o cambio climático, según el término de moda). El colonialismo, en su extensión feudal y dogmática, como decíamos antes, es la principal barrera que separa a los humanos de descubrir y apreciar su entorno, incluso de descubrir lo desconocido, o al menos comprenderlo mejor para no odiarlo. Bajo esta perspectiva, la expresión «volver a las raíces culturales» cobra un doble sentido, ya que la mitología y/o creencias irlandesas tienen un gran peso, y le dan un toque de autenticidad y originalidad a la película.

Otro de los pilares fundamentales son los planos, de nuevo, haciendo de la forma de narrar un medio más con el que potenciar el contenido, mientras el montaje nos invita a disfrutar de otro tipo de composiciones. Es ahí donde la naturaleza cobra todo su esplendor, como ocurrió en la pintura de paisajes hasta el siglo XX (aquí también la luz define los espacios), y donde se observa la versatilidad del equipo. Algunas veces parece que estamos ante un libro ilustrado, como los que hace la editorial Nórdica, por ejemplo, con momentos que invaden la retina de manera instantánea con sus colores y trazos diversos, más gruesos o finos, definidos o desdibujados, inspirados en los libros iluminados y obras del medievo. Otras, la acción parece que se traslada de una viñeta a otra, incluso partiendo la pantalla para representar momentos simultáneos, a modo de cómic o novela gráfica animada. Esta riqueza de planos, digna de enmarcar por su belleza y cuidado, fue totalmente intencionada. Además, cada escena suele estar acompañada, gracias a esta composición, de un tinte emocional que potencia el efecto de conjunto. Por separado, como en algunas de las imágenes que ofrecemos, resulta muy sencillo aproximarse al mensaje que transmite cada ilustración. Esa facilidad, sin duda, es otro de sus puntos fuertes, pues permite empatizar en todo momento con la historia y los contradictorios sentimientos de los personajes. Por otra parte, la evolución de esos mismos protagonistas también se puede medir por la cantidad de fronteras o ritos de paso que atraviesan (el bosque, el muro del castillo o el interior de la cueva, por ejemplo). Esto, además de delimitar muy bien cada escenario, juega con el otro valor fundamental de Wolfwalkers.

Dicho valor esencial, o clave de bóveda de la película, es el amor. Pero no el romántico o amoroso en su sentido literal, sino el filial en su sentido amplio, más allá del familiar: el que profesa Bill, su padre, por Robyn a pesar de sus constantes diferencias, el que intercambian Mebh y Robyn en su amistad, e incluso al contrario el de una sociedad que ve en lo extraño, en lo diferente, un enemigo que temer y erradicar, todo ello potenciado por Lord Protector, el principal antagonista. La obra de Moore y Stewart incide con inteligencia, sin que nada sea demasiado superficial o complejo, en la reconciliación del ser humano con todo lo que le rodea, y esa vuelta de la empatía es la principal enseñanza que nos va transmitiendo el metraje, desde distintos modos, hasta su final. Hoy en día, ¿no tenemos también dirigentes que encarnan ese mal absoluto seguido por muchos en silencio? ¿La manipulación mediática no es otra fuente de supersticiones? El odio, cuyo inicio es el miedo y su final la polarización, es el principal problema a solucionar de estas últimas décadas. Ante esto, Wolfwalkers tiene claro el remedio: volver a las raíces culturales y la imaginación, y tener el valor suficiente para ir más allá de las reglas impuestas.

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