Revista Cintilatio
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Wendell y Wild (2022) | Crítica

Una adolescencia liberada
Wendell y Wild, de Henry Selick
El director de joyas como «Pesadilla antes de Navidad» o «Los mundos de Coraline» crea un interesante universo en stop-motion que, si bien plantea una divertida y compleja realidad adolescente, se enreda en sí mismo y prioriza el frenetismo a la emoción.
Por Diego Simón Rogado x | 9 noviembre, 2022 | Tiempo de lectura: 4 minutos

La creación de expectativas es inevitable a la hora de visualizar una película. De lo contrario ¿por qué elegir esa cinta y no otra cualquiera? Estas ideas preconcebidas, que pueden estar más o menos desarrolladas, llegan desde muy diversos orígenes: por una crítica en un periódico de referencia, por una recomendación personal, por lo atractivo de su sinopsis o por confianza en un actor o, como ocurre en el caso que nos ocupa, un director. Estos escultores de películas —como diría Andréi Tarkovski—, a quienes consideramos los autores de las obras cinematográficas, conforman filmografías más o menos unificadas por un estilo común o temáticas recurrentes que pueden funcionar como guía para los espectadores sobre un filme nuevo, a la espera de que posea reminiscencias de sus obras anteriores. Por tanto, estos repertorios de películas pueden ser otra vía para despertar expectativas que, al final, pueden verse satisfechas o no. Personalmente, mi experiencia con Wendell y Wild (2022), el quinto largometraje del director Henry Selick, se corresponde con la segunda opción. No encontrarse con lo esperado no siempre supone un sentimiento negativo: cabe la posibilidad de que el resultado final sorprenda y supere las expectativas, pero este no es mi caso. Tras dos sobresalientes adaptaciones, como son Pesadilla antes de Navidad (1993) y Los mundos de Coraline (2009), esperaba que el regreso del estadounidense navegase en su mismo nivel.

Apuesta por la acción sobre el fondo y, aunque resulta entretenida, resta emoción a situaciones que carecen de credibilidad por un ritmo que se mueve entre la solvencia y el frenetismo.

Wendell y Wild, escrita por el propio director y Jordan Peele, adapta a la gran pantalla el libro homónimo de Selick y Clay McLeod Chapman con la animación en stop-motion que caracteriza toda la filmografía del realizador. En este sentido, la película es lo contrario a una decepción por la calidad técnica, visual y artística que ofrece cada fotograma a través de su dicotomía entre lo terrenal y lo infernal o la presentación de sus personajes —que, aunque recuerdan al universo animado de Selick, tienen un diseño personal e inconfundible—. Por lo tanto, esta es una historia fantástica donde la joven y macarra protagonista se enfrenta a sus demonios —de manera simbólica y literal— tras la muerte de sus padres. Una historia sobre el trauma, la pérdida, la familia, el amor propio y la amistad cuya subtrama presenta un tratamiento temático radicalmente distinto al abordar la corrupción empresarial y eclesiástica y la protesta ciudadana. Una doble visión —originada por la fusión entre Selick y Peele— que plantea una ardua labor de equilibrio que el guion no resuelve de forma satisfactoria, pues decide coleccionar propuestas en vez de indagar en ellas. En contra de las otras dos películas del director antes mencionadas —de las que extrae elementos como la luna llena o los sueños y cuya dirección busca lo concreto y lo profundo—, en Wendell y Wild se aprecia una dispersión narrativa que presenta conflictos interesantes para, a posteriori, resolverlos apresuradamente uno tras otro con ideas potencialmente dramáticas que, sin embargo, no están precedidas por un contexto favorable. Así, la película se pierde en su diversidad argumental, que no humana. Es decir, mientras la representación de personajes con diferentes características se siente positiva, el papel de alguno de ellos en el transcurso de la historia peca de unidimensional, escasa evolución y falta de motivaciones propias.

Con esta película, Selick se dirige a un público mayoritariamente adolescente desde el terror, la fantasía, el drama y lo macabramente divertido con una propuesta liberadora en lo personal y lo político, ya que Wendell y Wild busca un destino mejor y más justo para sus diversos personajes, incluidos los supraterrenales —en este sentido, los dos demonios que dan nombre al título, Wendell y Wild, resultan menos malévolos que algunos humanos—. Apuesta por la acción sobre el fondo y, aunque resulta entretenida, resta emoción a situaciones que carecen de credibilidad por un ritmo que se mueve entre la solvencia y el frenetismo. Aun así, es capaz de crear una atmósfera tenebrosa e inquietante elevada por el ya recurrente buen tratamiento sonoro y musical en las películas del director, donde destacan las canciones interpretadas por voces infantiles susurradas a coro que remiten a la banda sonora de Los mundos de Coraline. A fin de cuentas, Wendell y Wild es una película fiel a la filmografía de Selick; esa misma que despierta unas expectativas en torno a ella que, si bien juegan en su contra, no evitan que pueda considerarse una obra trascendental sobre toda una generación.