Vania en la calle 42
La familia en tres generaciones
• País: Estados Unidos
• Año: 1994
• Dirección: Louis Malle
• Guion: David Mamet
(Novela:
Antón Chéjov)
• Título original: Vanya on 42nd Street
• Género: Drama
• Productora: Mayfair Entertainment International, Film4 Productions
• Fotografía: Declan Quinn
• Edición: Nancy Baker
• Música: Joshua Redman
• Reparto: Julianne Moore, George Gaynes, Brooke Smith, Wallace Shawn, Larry Pine, Phoebe Brand, Jerry Mayer, Lynn Cohen, Madhur Jaffrey, Andre Gregory
• Duración: 119 minutos
• País: Estados Unidos
• Año: 1994
• Dirección: Louis Malle
• Guion: David Mamet
(Novela:
Antón Chéjov)
• Título original: Vanya on 42nd Street
• Género: Drama
• Productora: Mayfair Entertainment International, Film4 Productions
• Fotografía: Declan Quinn
• Edición: Nancy Baker
• Música: Joshua Redman
• Reparto: Julianne Moore, George Gaynes, Brooke Smith, Wallace Shawn, Larry Pine, Phoebe Brand, Jerry Mayer, Lynn Cohen, Madhur Jaffrey, Andre Gregory
• Duración: 119 minutos
En el año 1994, Louis Malle realizaba esta su última y artesanal película sobre «Tío Vania», obra que ha vuelto a ponerse de moda especialmente por dos producciones, de Carla Simón y de Ryûsuke Hamaguchi, que pasamos a comentar.
A pesar de que las adaptaciones de esta obra de teatro de Antón Chéjov son realmente tres, contando la muy british reescrita por Harold Pinter, realizada durante la pandemia, dos son realmente las que nos llevan a escribir este artículo, y las dos bastante personales. La primera, Vania —película para televisión realizada por Carla Simón, hoy archiconocida directora de Alcarrás (2022)—, pertenece a los capítulos rodados para televisión con el título genérico de Escenario 0 que fue adaptada por Àlex Rigola y tenía en el reparto a Ariadna Gil, Luis Bermejo e Irene Escolar entre otros, esta última actriz artífice junto a Bárbara Lennie de la idea de la serie de HBO: una versión que rozaba estándares cómicos gracias a que el personaje que da título a la obra permanecía en su casa escribiendo y hacía evolucionar al resto más por su ausencia que por protagonizar el enredo principal. La otra versión, también rareza desde el punto de vista de la adaptación es Drive My Car (2021), del japonés Ryûsuke Hamaguchi, que viene del relato homónimo de Haruki Murakami, que aparece dentro del libro editado en España por Tusquets, Hombres sin mujeres —hay que considerar que Murakami no es solo uno de los mejores narradores vivos en el mundo, y que aún no ha recibido el Premio Nobel, sino un excelente traductor tanto de los relatos de Chéjov en ruso, como de Raymond Carver, del inglés norteamericano—. La versión de Hamaguchi no es propiamente una adaptación, pero su protagonista, director escénico, está preparando una versión de Tío Vania, que nos es representada, ensayada y leída en varias ocasiones durante las tres horas que hace durar su película; por lo demás, tiene la peculiaridad de que una de las actrices con más texto se comunica mediante lenguaje de signos, lo que aporta una modernidad al original que se hace grandilocuente gracias también a su novedosa visión.
Un brindis a la esencia teatral y humana en su forma y fondo más primigenios.
El decadente escenario es también protagonista.
Gracias a estas dos visiones de la obra, que sirven también para ver cómo ha evolucionado el audiovisual en estos tiempos inciertos pero prolíficos en producción, hemos de decir que la versión de Louis Malle, soberbiamente escrita —gracias a la mano de David Mamet— e interpretada, es puramente una tragedia donde se oyen disparos —y no solo dardos verbales a quien no está presente o a quien se mira con cierta displicencia—. Este hecho lo provoca sobre todo no solo en el humor subyacente de Chéjov —alguna broma se deja ver sobre la intelligentsia rusa que es probable pase inadvertido a más de un espectador—, sino en el hecho de mostrar la batalla entre tres generaciones en medio de una rotunda crisis. El tema en esta última y brillante película de Malle —nada que ver con ese Ascensor para el cadalso (1958) inicial, donde todo parecía estar permitido— es el paso y el peso del tiempo, y cómo este nos va liquidando. La imposibilidad de cambiar o empezar de cero queda clara no solo desde cuando se deja ver el doctor Astrov (Larry Pine) al protagonista, sino gracias a los silencios que la hija de este, aquí llamada Sonya (Brooke Smith) le procura a él cuando, tras enterarse de que bebe los vientos por su sonrisa, ella demuestra más madurez en este sentido que su propio padre. El reparto encabezado en sus caras más conocidas por Wallace Shawn y Julianne Moore en el papel de Yelena es una obra de arte sin paliativos y una despedida del cine y de una forma de hacerlo que recuerda al del amanuense en literatura: reflexivo, y quizá por ello, caduco. Cuenta asimismo con personajes secundarios que convierten el conflicto principal en algo tierno que a todos nos hace más humanos: es el caso de Nanny (Phoebe Brand) y Waffles (Jerry Mayer).
El guion de Mamet está muy bien pulido y, como director de escena que también es, logra en no más de cinco actos, y con la ayuda a Malle en la planificación y de André Gregory una puesta en escena decadente, tan propia del Off-Broadway, como ese escenario propiciado por Eugene Lee y Travis Wright, todo un viaje al Nueva York de 1994, etapa especialmente prolífica en escritura para el guionista y dramaturgo por excelencia ya citado que también dirigió películas como Oleanna (1994) basada en su propia obra de teatro. Sabe igualmente Malle ambientarse de primeras en los preliminares del ensayo, en que muestra cómo Gregory presenta a una pareja de testigos privilegiados, grandes conocedores del autor de El jardín de los cerezos y La gaviota, que llegan de otro país para ver el montaje, tropezándose con un Shawn concentrado en su asunto mientras se come una de esos sandwiches judíos que ofrecen en los puestos de comida callejera de Manhattan.
La fotografía de Declan Quinn hace resaltar desde el campo oscuro de fondo lo fulgurante de unas presencias arrebatadoras por su condición y en absoluto mágicas, aunque sí reconocibles por cada uno de nosotros. Vania en la calle 42 también destaca gracias a la puesta en escena de Malle, con guiños artesanales a la representación final: como en algunas partes de Drive My Car hacia el ensayo, es un brindis a la esencia teatral y humana en su forma y fondo más primigenios. La crítica de la película fue unánimemente positiva en España, si bien Roger Ebert fue algo menos explícito al decir que quedaban reducidas las cualidades originales de Chéjov a cuatro elementos básicos que obviamente forman parte del argumento, lo que es mucho simplificar. Este hecho puede deberse a que Mamet no siempre fue profeta en su tierra y a que aún hoy es un escritor y director polémico para según qué públicos, pero ya digo, esta es solo una hipótesis.