Uno piensa, viendo Undercover (Thierry de Peretti, 2021), en grandes del thriller político o periodístico, quizá en un Alan J. Pakula, pero la sensación dura poco tiempo, ya que el francés se pone manos a la obra con una película que, si bien gira en torno a intrigas de despacho alrededor del narcotráfico, difiere tanto en formas y en resultado de piezas como El informe Pelícano (Alan J. Pakula, 1993) o Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976) que la comparativa solo funciona sobre el papel. Undercover es un thriller político, sí, pero realmente no lo es: funciona como una obra hablada, como una representación filmada de lo que sería el acto de la infiltración del protagonista, de las secuelas psicológicas y físicas, o de sus motivaciones a la hora de acometer la acción de enfrentarse a su pasado, pero no hay «infiltración», no hay «intriga», no hay «tensión». Hay, en su lugar, densidad argumental y una puesta en escena bastante solvente que funciona a ratos, aunque sin grandes alardes estilísticos. El mayor problema que arrastra consigo la obra del cineasta francés es que sus personajes no despiertan simpatía, ni antipatía, ni ternura, ni odio; no despiertan ningún sentimiento identificable, hasta el punto de que a pesar de un trabajo interpretativo notable —reseñemos a Vincent Lindon que, como de costumbre, es la perla más brillante del reparto—, las ambivalencias argumentales y los saltos en el tiempo lastran un filme que discurre entre lo cansado y lo, por momentos, repetitivo.
Si uno siente predilección por un tipo de cine descentralizado de su estilo, con un sentido de la dramaturgia parco, puede encontrar en lo último de Thierry de Peretti una fuente de infinito placer.
La lucha contra la corrupción y un tráfico de drogas de estado desde el cuarto poder quizá sea el tema central de Undercover, y si uno siente predilección por un tipo de cine descentralizado de su estilo, con un sentido de la dramaturgia parco y las historias de «puerta de atrás», las que no se suelen ver en las producciones cinematográficas, puede encontrar en lo último de Thierry de Peretti una fuente de infinito placer. En esta línea, podríamos decir que Undercover representa, por ejemplo, la película antagonista a Spotlight (Tom McCarthy, 2015): donde la ganadora del Óscar centraba el tiro en la investigación y la acción, esta lo hace en las conversaciones que preceden o proceden a todo lo que representa el acto de la propia infiltración. Su mayor hándicap, no obstante, es cierta unidimensionalidad en sus personajes, que al margen del interpretado por el nombrado Vincent Lindon —Jacques Billard— y el de Roschdy Zem —en el papel de Hubert Antonie, el «infiltrado»—, todos los demás actúan como entes sin una profundidad clara ni definida, con líneas de diálogo que, de intercambiarse, no resultarían en un choque para el espectador. Una lástima que una película con tantas líneas de lectura haya resultado más un ejercicio de ficción hablada y de interés disperso que un thriller político/periodístico de gran calibre. La premisa valía para ello.