Descomponer una obra audiovisual en sus dos partes más elementales puede dar como resultado alcanzar una comprensión superior de su lenguaje, su idioma, sus recursos de estilo; su forma y su fondo, al fin y al cabo. El noul val românesc, después de todo, no deja de ser una corriente cinematográfica que, como tantas otras de mayor o menor trascendencia histórica —pensemos en la nouvelle vague, por ejemplo— pretende ser rupturista, trascender el modo de enfrentar la creación audiovisual desde unas ideas frescas y desprovistas, en este caso, de artificio, y encumbrar el mensaje y el cómputo global sin perder de vista el naturalismo, la esencia misma de las imágenes pisando, si hace falta, toda muestra de elementos postizos. Y ahí va Radu Jude con Un polvo desafortunado o porno loco (2021), una pieza que, si me permiten, transgrede incluso sus propias premisas, sus propios orígenes —el noul val românesc en sí mismo—, y altera sus virtudes para dar vueltas alrededor de un mensaje fascinante, sí, pero enmarañado sin remedio en las redes de un sentido de la imagen demasiado performativo como para poder ser considerado puramente fílmico: detrás de la ganadora de la edición 2021 de la Berlinale vive tanto lo audiovisual como lo esperpéntico, lo satírico con lo teatral, lo pornográfico con lo disidente, y por supuesto, lo metacinematográfico, autoconsciente y letal de su mirada con lo, inevitablemente, condescendiente y desprovisto de toda posible sutileza o estilización paisajística.
Claro que su gramática es llamativa, al romper la narración de tres actos —en este caso, literales, separados por cortes a rosa— con una sección intermedia que responde más a la transgresión, o a la digresión quizá, que a lo narrativo: Emi es una profesora de secundaria que ve filtrado un vídeo casero porno en el que se la ve ejecutando de modo explícito todo tipo de prácticas sexuales; tras esto, se deberá enfrentar a los temibles padres de sus alumnos, un cónclave de personajes casi erigidos en Torquemadas de ocasión que se relamen ante la posibilidad de sacar a relucir toda su hipocresía social e individual. Una vez expuesta su premisa, la película de Radu Jude abandona lo expositivo de su primera sección para entrar, directamente y sin preámbulos de ningún tipo, en un diccionario de bajezas humanas en clave sardónica, de pequeños cortes sin ningún tipo de conexión con el hilo principal que increpan a la sociedad, al individuo como fuente de estulticia. Un polvo desafortunado o porno loco es libre, absolutamente libre en su forma, y por descontado austera y atípica, pero, a su vez, infinitamente imperfecta en el modo en que hace coincidir su sintaxis con el contenido audiovisual que expone: podemos afirmar que la reverberación de los temores individuales y sociales que expone Jude es muy valiosa, e incluso su crítica al puritanismo y la terrible estupidez de sus personajes, que de tan profundamente estúpidos casi podrían incluso reformular el propio término, mantiene un ritmo satírico que arranca alguna risotada entre culpable y cínica; pero lo que desequilibra hasta límites insospechados el conjunto es la escasísima simbiosis que une el tejido narrativo con el fílmico. El guion, potente y provocador, se apoya de modo inconsistente sobre unas imágenes sin vida, alargadas, no naturalistas o cotidianas, sino apagadas y terribles, amortiguadas por una pretensión, la de ser visualmente parca, que no solo no conecta con sus propósitos, sino que los abandona.
A pesar de que se ríe de todo y de todos, no da con el tono que permita que sus salidas de lugar encuentren un lugar que deje un espacio al espectador para reposarla con tranquilidad.
Un polvo desafortunado o porno loco tiene tanto de estimulante como de exasperante. A la vez que recurre a la inteligencia del espectador con interesantes conceptos cómicos, desprecia todo tipo de praxis cinematográfica y se desvincula de ser una película con algo que decir, y cae en el estigma de ser una con algo que demostrar. Su nivel de provocación —y no me estoy refiriendo en ningún caso a la inclusión de las escenas pornográficas ni a su nivel de explicitud, sino a su estructura aleccionadora, que queda tan lejos de trasfondos psicológicos/sociales/filosóficos capaces de generar pensamiento— se atranca a medio camino, y casi podemos pensar que Jude disfrazó de modestia la arrogancia de sus aspavientos. Sí, Un polvo desafortunado o porno loco es divertida por momentos, mientras que por otros resulta atrevida aunque vacía de narración y, lo que es más grave, sentido de pertenencia a su propio castillo de naipes. A pesar de que se ríe de todo y de todos, algo, si me permiten, ampliamente loable, no da con el tono que permita que sus salidas de lugar y toda la amplitud que pretenden abarcar encuentren un sitio que deje un espacio al espectador para reposarla con tranquilidad, desplegando en todo momento unos brazos alrededor del respetable que le zarandean y le hacen partícipe de conceptos que ya vienen mascados de fábrica. La película es tremenda, en toda la amplitud del término, solo queda ver si nos quedamos con la acepción de «terrible, digna de ser temida» o con la de «digna de respeto y reverencia».