Revista Cintilatio
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Tori y Lokita (2022) | Crítica

Por una nueva vida
Tori y Lokita, de Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne
La película de los hermanos Dardenne, de carácter social y trasfondo de denuncia, propone un visionado estable y directo, aunque deje la impresión de haber guiado en exceso el aspecto emocional del espectador y pierda así relevancia en lo fílmico.

Si me preguntan, creo que no hay nada más difícil de abordar que el cine de denuncia social. Es muy complicado encontrar un equilibrio entre el comentario político y el fílmico, por un lado para que no se diluya el mensaje, y por el otro para que no canibalice la narración y no se convierta en un comercial. El caso de Tori et Lokita (2022), de los por otro lado enormes hermanos Dardenne, es bastante particular, pero no exento de estos males: es una película concisa y que se desarrolla rápido y sin rodeos, y además cuenta con una pareja de jóvenes actores cautivadora —Mbundu Joely y Pablo Schils— y un montaje magnífico, pero algo en ella se siente fácil, ya sea tanto su guion como su puesta en escena. En primer lugar, los hechos que narra se enmarcan en lo general en la problemática de los refugiados en Bélgica, y en lo particular en el racismo sistémico de una sociedad que los trata muy por debajo de la categoría de personas. Hay aquí un choque que una película como esta no se debería permitir, y es entrar a lo emocional a través del melodrama y no de la concienciación o lo intelectual. La lastimosa vida de los Tori y Lokita del título toca la fibra con facilidad, eso es innegable, pero lo hace a través de la manipulación, entrando por la vía rápida a la empatía, sin dar la oportunidad al espectador a que sienta por sí mismo la tragedia que palpita detrás de esa realidad: en su corta duración —apenas llega a la hora y media—, el grueso de las imágenes pertenecen no a un desarrollo de personajes, sino a un enunciado diseñado para generalizar a Tori y a Lokita hacia el mundo. Esto convierte la película en un símbolo fuerte, pero en una obra tímida.

Una película que no está desatinada pero que vive tan concentrada en su discurso y en su modo de guiar el aspecto emocional que termina víctima de su propia relevancia.

Pablo Schils y Mbundu Joely protagonizan Tori et Lokita.

Por otro lado, los Dardenne no despliegan en este caso un apartado visual reseñable, sino que ruedan con oficio pero sin ningún tipo de elemento formal que destaque. Esto, que podría no ser más que una anécdota en el terreno crítico, es particularmente relevante al centrar por completo la atención de la obra en todo lo que queda fuera de lo visual, que como decía, guía demasiado lo que debe sentir el espectador en cada momento como para ser verdaderamente intenso. En el guion, además, incurre en subrayados innecesarios —la frase final de la película se me ha antojado incluso sonrojante por lo obvio—, y en una predecibilidad que acompaña al visionado a partir de su segundo acto que solo pone de manifiesto que esta necesaria historia de racismo social e institucional, de pérdida y soledad, está narrada de un modo muy cómodo y sin bajar al barro. Tori et Lokita se siente, además, como una oportunidad perdida de haber entrado más en el clima político que provoca su objeto de denuncia como telón de fondo, de señalar de algún modo lo execrable de un mundo —el nuestro— que permite que siempre sean los mismos los que terminan sufriendo las injusticias, en lugar de focalizarse tanto en la plétora de bastardos que aparecen a lo largo del metraje provocando de todo menos alegría —pero que, al final, quedan de nuevo en el terreno de la reducción—. Los hermanos Dardenne ya tienen su trono dorado en la historia del cine sin que exista nada en el mundo que pueda cambiar eso, y no es que Tori et Lokita sea ningún desatino insalvable, pero sí se queda bajo la forma de una película menor en su trayectoria, demasiado concentrada en su discurso y en su modo de guiar el aspecto emocional que termina víctima de su propia relevancia.