Revista Cintilatio
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The Medium (2021) | Crítica

Sangre y veneno
The Medium, de Banjong Pisanthanakun
La película de Banjong Pisanthanakun accede al cine de posesiones desde el folk horror y construye un realismo documental que aterroriza y sedimenta a través de una puesta en escena sobria y neblinosa y una narrativa que nunca baja la guardia.
Sitges | Por David G. Miño x | 13 octubre, 2021 | Tiempo de lectura: 4 minutos

A fuego lento, construyendo una crónica de corte realista en la que lo visto se realza desde lo tangible, desde la posibilidad de que todo sea mucho más probable de lo que la razón permite contemplar. Donde existe un sentido de la certidumbre que traspasa la frontera de la pantalla desde lo documental, tocando las teclas de un tipo de cine en el que las cosas pasan por una razón y entran en los sentidos desde lo vivencial. The Medium (Banjong Pisanthanakun, 2021) es una película difícil, que exige en su faceta fílmica cierta implicación, que recurre al estilo del falso documental para extenderse como un virus sobre el espectador y coquetea con una forma narrativa desprovista prácticamente de artificio en beneficio, de este modo, de unas maneras que sacan a relucir la capacidad de convertir en fehaciente lo que otras películas que toman como punto de partida las posesiones o los ritos chamánicos pueden representar como algo menos aterrorizante, precisamente porque la estética, la fuerza de las imágenes, el potencial con el que The Medium saca de la caja de Pandora las pulsiones de muerte, de sexo, de destrucción encuentra en el estilo visual desplegado por Banjong Pisanthanakun un lugar en el que todo puede pasar. Claro que tiene anclas obvias con El extraño (Na Hong-jin, 2016) —al fin y al cabo, el autor de aquella aquí guioniza y produce—, e incluso se le intuyen inspiraciones de la española [•REC] (Jaume Balagueró, Paco Plaza, 2007) o la estadounidense Paranormal Activity (Oren Peli, 2007), pero no llegan a enturbiar un visionado que, además de sacar a relucir con mucha precisión un imaginario religioso muy localizado y un sentido de la narración que, aunque peca de los sospechosos habituales del falso documental —los cámaras siempre están en el punto perfecto, etc.— es lo suficientemente potente como para pasar por alto cualquier desacierto técnico.

Una obra que ofrece un terror rural muy potente, capaz de conectar con las raíces y los demonios más ancestrales a través de un estilo documental que ofrece una de cal y otra de arena.

Narilya Gulmongkolpech es Mink.

La obra nos traslada a Tailandia, donde en un pueblo del nordeste nos presentan a una familia que tiene una relación muy estrecha con las prácticas chamánicas. Ahí, claro, se complicará el asunto y saldrá a relucir el verdadero folk horror que propone Banjong Pisanthanakun, siempre desde esa credibilidad que le proporciona el formato y un sentido del terror muy fuerte. La progresión de la historia está partida en dos secciones perfectamente diferenciadas que le sirven a The Medium para entrar en harina desde dos lugares distintos: por un lado, expone su mitología, y sienta las bases del realismo apoyándose en los diálogos y unos personajes que se sienten cercanos y muy humanos. Hablan de lo suyo, dudan, se cuestionan cosas; incluso hacen bromas, tal y como lo haría cualquiera, aportando de este modo una sensación constante de avance, de veracidad, de estar dentro de una familia real que vive la religión y las prácticas rituales como lo podría hacer cualquier otra. Por otro lado, el punto de inflexión: la posesión y todo lo que viene después. El cuestionamiento de la realidad encuentra, a partir de ahí, el verdadero reto, y es cuando el buen trabajo construido sobre la primera mitad del relato cobra relevancia, aportando ese suelo firme sobre el que pisar para no resbalar en algunos clichés que arroja, en este punto, The Medium. El grupo de personajes que desfilan delante de las cámaras —como comentábamos, los que están detrás pertenecen a un arquetipo mucho más difuso— responden muy bien ante el espectador, integrándose dentro de la fidelidad a la premisa inicial: esto es un documental, y lo que estamos viendo podría estar pasando en algún lugar remoto de Tailandia, donde llegado el caso, no nos gustaría estar. Al final, la obra de Banjong Pisanthanakun, a la que como decíamos se le ven las maneras de Na Hong-jin —en el buen sentido de la expresión—, ofrece un terror rural muy potente, capaz de conectar con las raíces y los demonios más ancestrales a través de un estilo documental que ofrece una de cal y otra de arena. O quizá sea de sangre y veneno.