Revista Cintilatio
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El asesinato de dos amantes (2020) | Crítica

El arte de bajar el arma
El asesinato de dos amantes, de Robert Machoian
Una relación de pareja que se acaba y un punto de vista parcial e inexplorado conforman un filme que da pocas concesiones e invita a la reflexión reposada mientras rehuye el melodrama y concentra su intensidad en unos personajes sinceros y honestos.
Por David G. Miño x | 11 marzo, 2021 | Tiempo de lectura: 4 minutos

Las historias de amor son accesibles desde un punto de vista emocional. A todos nos gusta transportarnos a lugares felices, donde al final el romance triunfa y los traumas, y el dolor, y los desengaños, y los celos, forman parte de otros mundos en otros lugares, otros mundos que se mantienen alejados y no interfieren con nuestro ideal ficticio. The Killing of Two Lovers (Robert Machoian, 2020) no es esa película. Es un grito de dolor punzante que duele y se atraganta, y que se mantiene erguida mientras descubre los pedazos que quedan después de una ruptura —o casi ruptura—, por muchas buenas intenciones y grandes promesas que hayan mediado.

David y Nikki se han separado, y mientras se dan tiempo, acuerdan que se pueden ver con otras personas. Entre ellos dos, además de una llama que se extingue, hay cuatro hijos que sufren esa ruptura con diferentes intensidades. La película de Robert Machoian pone el punto de mira en David, interpretado con excelencia por Clayne Crawford, y desde el primer plano, en el que le vemos sujetando un arma apuntando a su esposa y su nueva pareja mientras duermen, da a entender que, después de todo, y haciendo referencia al título, quizá haya más de dos amantes que podrían morir en esta gesta. Lo que va a transmitir el cineasta a lo largo de todo el metraje con terrible precisión es el debate interno que se genera en el marido, en el que choca un intento lícito por mantener la compostura acordada con su mujer y una ira desmedida y agónica que nace de sus instintos más primarios. Esa pelea interior la traspasa Machoian a la pantalla mediante unos encuadres cortantes e inquietantes —y un más que justificado uso de una ratio de 4/3 que agobia y pone en perspectiva—, que imponen el punto de vista de David al espectador incluso aunque este no quiera, y convierten el visionado de The Killing of Two Lovers en una experiencia casi física.

El comentario que introduce Machoian al enfrentar a su protagonista a sus dicotomías y contradicciones se puede considerar un acto semiótico, que adquiere símbolos universales y conductas estereotipadas de los roles de género y las convierte en un elemento central.

La relación de David con sus hijos supone un punto clave sobre el que pivota la película.

Es fácil ver entre sus referencias obras como Historia de un matrimonio (Noah Baumbach, 2019) o Blue Valentine (Derek Cianfrance, 2010), en tanto su tema central corresponde a la caída de una relación de pareja. No obstante, también podemos establecer una conexión con A Ghost Story (David Lowery, 2017) en su plano más simbólico, pero sobre todo en el estético: la fotografía de Oscar Ignacio Jiménez, con su ruralismo y sus dominancias en los grises, adquiere un valor completamente elemental en el discurso de la película al representar, igual que en la cinta de Lowery, todo un mundo interior a base de luces y sombras. El comentario que introduce Machoian al enfrentar a su protagonista a sus dicotomías y contradicciones se puede considerar un acto semiótico, que adquiere símbolos universales y conductas estereotipadas de los roles de género y las convierte en un elemento central: su dibujo del hombre medio estadounidense enfrentado al deterioro de toda una vida ofrece suficientes matices emocionales como para convertirse en una exposición clara —por su crudeza— de un tipo de lucha interna que escapa al canon habitual que explora el cine con respecto a la ruptura.

Su elemento de thriller, por otro lado, no tan central como el drama, está resuelto con precisión milimétrica. En su interior, guarda escenas verdaderamente tensas que no ocultan una violencia e impredecibilidad implícita casi insoportable —esos cohetes—, y consigue impregnar de patetismo todo lo que tiene que ver con los intentos de David, desesperados y elaborados en base a un estado emocional impostado, por recuperar a su familia. El uso de un diseño sonoro que adquiere un valor primario que pone en contexto el mundo interior del protagonista al obligarnos a escuchar una y otra vez el sonido del revólver girando y demás ruidos industriales que tienen tanto o más valor narrativo que las propias imágenes —y que aportan una intensidad indescriptible al relato—, refuerzan el suspense que vive por debajo de la tragedia, convirtiendo ambos enfoques en un todo integrado que deja sus mejores bazas, en un ejercicio de atrevimiento, en el plano más evocativo y sugestivo. Al final, The Killing of Two Lovers habla de amor como última parada de la entereza humana, y como si fuera un estudio que excede lo ficticio, pone en valor la dificultad de, después de todo, bajar el arma y no pisar el escalón roto que lleva a la destrucción total. Y eso pocas veces lo habíamos visto.