La figura de la mujer de Tchaikovsky es bastante confusa en términos históricos. Lo que sí está más o menos claro es que el compositor contrajo matrimonio con una mujer llamada Antonina Miliukova en el año 1877, y que dichas nupcias apenas duraron un mes. Es ese momento histórico el que recoge el ruso Kirill Serebrennikov y, poniendo el foco en ella, crea un relato oscuro y sórdido de amour fou, de exploración de las pasiones bajo el contexto del deseo oculto y la locura que sigue a la insoportable certeza de que, en realidad, todo puede ser una fantasía esquiva, o un relato inconcluso de lo que pudo haber sido. En realidad, la película como unidad de Serebrennikov tiene un poco de esto también: podría haber sido más, incluso podría haberse convertido en un inmersivo estudio de personaje que fuera algo más allá de lo estético y confrontara con más presencia su punto de vista, pero la realidad es que es una obra mucho más psicologista que todo lo anterior: defiende sus inquietudes desde una zambullida visual aplastante y una dirección virtuosa que sufre cuanto más trata de establecer un relato con entidad y una construcción de su protagonista que tenga más fondo que la explicación primitiva del amor paralizante. Sea dicho a este respecto, que pese a que el retrato de Antonina puede sentirse desdibujado por momentos, la función le pertenece completamente a la actriz que le pone rostro: Alyona Mikhailova, el gran descubrimiento de la película que se mete en la piel de la torturada mujer de modo hipnotizante y que, al final, convierte el visionado de Tchaikovsky’s Wife en algo más relevante y profundo de lo que sería en su ausencia.
Se le intuye el calado, pero habría sido mucho más grande de haberlo explorado abiertamente y haber equilibrado con más mesura su aspecto plástico y el estrictamente expositivo.
El punto de partida es, como decíamos, el matrimonio entre el célebre compositor ruso y la joven que se enamora hasta el desequilibrio de él. Si bien la historia es sólida, es en la ejecución donde Serebrennikov pierda la fuerza discursiva que se le intuía al arranque, entrando en un terreno mental en el que el enfoque vira hacia lo abstracto, y en el que sus potentes premisas, tales como la homosexualidad de Tchaikovsky o el estudio de la feminidad vista desde los ojos de Antonina se vuelve insatisfactoria por no saber mantener un enfoque sólido. La sensación de que la oportunidad le ha pasado por delante al cineasta ruso y que la ha dejado escapar por la búsqueda de un ideal estético sobrevuela gran parte del metraje, que además incurre en el error de dilatar un segundo acto que no le hace ningún favor al resultado final: su poesía, exquisita, choca con su sentido de la narración, de un modo parecido a como le ocurría a la georgiana Bebia, à mon seul désir (Juja Dobrachkous, 2021), aunque aquella sí culminaba sus intenciones por no establecer una disonancia entre tono y desarrollo. Así, lo más destacable de la obra, su inmenso apartado visual y una fotografía de claroscuros y contraluces que revelan pura lírica, se convierte en punta de lanza para degustar esta Tchaikovsky’s Wife, una película a la que se le intuye el calado, pero que habría sido mucho más grande de haberlo explorado abiertamente y haber equilibrado con más mesura su aspecto plástico y el estrictamente expositivo.