Revista Cintilatio
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Succession (2018) | Crítica

La serie que necesitas ver
Succession, de Jesse Armstrong
La excelente ficción de HBO nos muestra el decadente mundo de las grandes élites al tiempo que nos cuenta una historia excelente tanto en su forma, con un impecable estilo cinematográfico, como en su fondo, lleno de personajes complejos y profundos.
Por Roberto H. Roquer | 4 abril, 2024 | Tiempo de lectura: 10 minutos

En 2017 ocurrieron dos cosas interesantes. Por un lado, desapareció de aquellas series y películas que trataban temas como el acoso sexual y las relaciones abusivas el arquetipo, hasta entonces común, del hombre muy adinerado que usa su poder para sostener dichos comportamientos abusivos, por ejemplo Perry Wright en la primera temporada de Big Little Lies (David E. Kelley, 2017), y estos personajes pasaron paulatinamente a ser hombres de clase trabajadora. Por otro, ese mismo año tiene lugar el escándalo del #MeToo, en el que caen, acusados de graves delitos sexuales, nombres como Harvey Weinstein o Jeffrey Epstein, individuos con una cosa en común: su pertenencia a las élites económicas. Es perfectamente posible que estos dos acontecimientos sean totalmente casuales, pero un servidor, usando su cerebro conspiratorio, no puede evitar pensar que, tal vez, a los gerifaltes que controlan los medios de comunicación les entró miedo por un escándalo que denunciaba cómo unas determinadas élites podían abusar sexualmente de cientos de personas impunemente gracias a sus recursos económicos y dieron orden a todos los creativos que tenían en nómina de que las historias que tratasen el tema se enfocaran en hombres de clase trabajadora para desviar la atención de lo que aquello realmente era: un conflicto entre los que son ricos y poderosos y los que no. Así, los productos audiovisuales posteriores se centraron en la cuestión de género de esta lamentable realidad (a pesar de que algunas de las personas denunciadas durante el #MeToo fueron mujeres, como en el caso de Asia Argento) pero ignoraban sutilmente la cuestión de clase, llenándose nuestras pantallas de hombres abusivos y, curiosamente, al mismo tiempo mileuristas o desempleados (como si fueran estos y no los Weinstein de la vida los que podían permitirse pagar más de 100.000 dólares al año en abogados) como hemos visto en casos como Podría destruirte (Michaela Coel, 2020), Ellas hablan (Sarah Polley, 2022), o el marido de Indira Olmstead en la última temporada de Fargo (Noah Hawley, 2023); y al mismo tiempo desapareciendo los que precisamente se aprovechan de su estatus y dinero para sustentar su comportamiento abusivo. Quizá el ejemplo más sangrante sea el de Al descubierto (Maria Schrader, 2022), una película que, a pesar de estar basada en el caso real de Harvey Weinstein, nunca muestra a Harvey Weinstein acosando a ninguna mujer en pantalla y la única escena que vemos de una situación parecida está protagonizada por un hombre de clase trabajadora que insiste a una de las protagonistas en un bar para que se tome una copa con él. En otras palabras, no es habitual que las producciones audiovisuales se atrevan a criticar a aquellos estratos de la sociedad tan poderosos y adinerados que tienen la capacidad de financiar (o dejar de hacerlo) dichas producciones, y es justamente ahí donde cobran una importancia capital series como la que hoy nos ocupa: Succession (Jesse Armstrong, 2018).

Succession cuenta la historia de la familia Roy, una dinastía que controla uno de los grandes conglomerados de medios de comunicación del mundo y está capitaneada por Logan Roy, un magnate y padre de familia que dirige sus negocios con mano de hierro y se comporta de forma abusiva con sus hijos. Cuando Logan anuncia su retiro como presidente, comienza entre sus hijos una carrera por ver quién se hace con el control de la compañía en la que los diferentes intereses chocarán y habrá una lucha constante entre los miembros de la familia por hacerse con el control del imperio.

Entre los grandes éxitos de la serie está el de conformar un elenco de personajes excelentemente escritos.

La serie Succession funciona a dos niveles diferentes. Por un lado, es una afiladísima deconstrucción del mundo actual, concretamente de sus élites, mostrando un mundo en el que el consumo de sustancias, el abuso psicológico (y en ocasiones físico), la manipulación, el chantaje y la amenaza son moneda corriente entre aquellos con el poder para gestionar el conjunto de la sociedad. La forma en que determinados conglomerados económicos juegan a su antojo con la política y utilizan los medios de comunicación para instaurar unas determinadas narrativas. Pero ante todo, es una visión crítica, casi cáustica, de estas élites, de su ambición desmedida y su estilo de vida decadente y frívolo. Aunque sí que existen obras que de alguna forma critican a las clases más altas de la sociedad, como Parásitos (Bong Joon-ho, 2019), El hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019) o In Time (Andrew Niccol, 2011), lo que hace única la crítica de Succession es que no critica a estas élites desde el punto de vista de las clases bajas, sino que se mete dentro del mundo de esta clase alta y lo deconstruye desde dentro, analizando al detalle las diferentes formas en que estos grupos vampirizan al resto de la sociedad.

Un ejemplo lo tenemos, por ejemplo, en la forma despiadada en que estos personajes gestionan sus negocios, llevando en ocasiones a cientos de trabajadores a la ruina solo para satisfacer determinadas rencillas o vendettas personales o jugando con el salario y la forma de ganarse la vida de múltiples personas de una manera totalmente frívola. Sin embargo, donde brilla la serie es en el detalle con el que se describe cómo personas como los Roy actúan en la sociedad actual con total impunidad, violando incluso la ley casi a placer, gracias al pasaporte que les otorga su dinero. La serie evita idealismos ingenuos y es en todo momento consciente de que su retrato del poder casi ilimitado de estas élites (en este caso encarnadas en la familia Roy) no termina de una forma plácida para el espectador. No se va a tratar de vendernos que al final se hará justicia, que estos individuos pagarán por sus actos o que el tiempo va a poner a cada uno en su lugar. Muy al contrario, el leitmotiv de la serie, la idea entorno a la que va a orbitar cada capítulo, es la de la invulnerabilidad y capacidad incuestionable de estos grupos para hacer y deshacer con la sociedad a su antojo, de la injusticia inherente a su omnipotencia.

Un pequeño milagro. Una serie que ofrece una de las mejores críticas sociales vistas en la pequeña pantalla en la última década.

Pero hay otro nivel al que la serie también funciona, posiblemente su nivel principal por así decirlo, que es al modo de tragedia shakespeariana. Shakespeare tenía un tipo de personaje muy particular que está presente en gran parte de su obra (y que más de un autor posterior ha tomado prestado). Hablamos de personajes con una serie de defectos inherentes pero que también tienen unas determinadas aspiraciones y que, en último término fracasan porque nunca son capaces de superar esos defectos. Succession toma esta filosofía y construye un universo de personajes tan profundos como inteligentemente escritos en el que cada uno tiene varias capas que se van desvelando a medida que avanzan los episodios. Connor, el hermano mayor, profundamente extravagante y con un enorme complejo de inferioridad que compensa con esnobismo y arrogancia; Roman, que oculta su inseguridad bajo una capa de humor y sarcasmo; Shioban, la hermana de en medio e hija predilecta de su padre, hambrienta de poder y manipuladora; o Kendall Roy, el segundo hijo de Logan y destinado, en principio, a heredar el imperio, un hombre de frágil personalidad y obsesionado con complacer a su padre, hacia el que en el fondo siente gran temor, y que combate sus inseguridades con el consumo de drogas pero que a la vez está aquejado de una profunda debilidad de carácter y constantemente ve sus aspiraciones fracasar por causa de los defectos inherentes a su naturaleza.

Y en el centro de esta telaraña se encuentra, moviendo los hilos, Logan Roy, el arquetipo de hombre manipulador y padre abusivo que al mismo tiempo que gestiona sin escrúpulos tanto sus negocios como sus relaciones familiares, hace gala de una personalidad narcisista y extremadamente agresiva. Pero a todo ello hemos de sumar una infinita galería de personajes secundarios igualmente bien escritos y que construyen todo un universo humano donde se dan la mano los defectos, los aspectos más oscuros de la personalidad, la ambición sin escrúpulos y el drama humano para darnos, como resultado, un conjunto de personajes que, aunque tienen defectos evidentes, terminan ganándose, de diferentes formas, la empatía del espectador no tanto por sus virtudes como por lo realista que nos resultan. Es imposible por ejemplo, observar a la inseguridad de Roman o el temor a no ser suficiente de Kendall y no vernos, al menos en parte, reflejados a nosotros mismos.

Succession logra construir su propia identidad visual mediante un cuidado estilo voyerista.

La serie está constantemente jugando en esa frontera, en el que el mundo de las élites económicas estadounidenses (y, por qué no decirlo, globales) nos genera primero repulsión pero luego lástima por los personajes que, sin saberlo, están atrapados en dicho mundo. La serie sabe plasmar de forma sutil pero evidente lo miserable de la vida de estos personajes en detalles como su necesidad de consumir drogas para llenar su vacío existencial, su incapacidad de construir relaciones afectivas estables con sus seres queridos o sus vidas en último término, anodinas. La vida elitista de las personas que están en la cima de la pirámide social y económica se representan en esta serie no como algo glamuroso a lo que aspirar, sino como un estilo de vida decadente y embrutecedor que en último término lleva a la perdición a aquellos que lo practican.

Pero tanto mérito como los guiones lo tienen las interpretaciones absolutamente brillantes de todo el reparto, destacando especialmente a Brian Cox. El veterano actor británico da vida a un Logan Roy que genera rechazo por su trato abusivo hacia sus hijos pero, al mismo tiempo, resulta profundamente carismático. El resto del elenco está a la altura, cargando a sus personajes con innumerables matices que los hacen enormemente humanos y con los que, a la larga, resulta imposible no empatizar a pesar de sus innumerables defectos y oscuridades. No hay una sola interpretación que no alcance la excelencia. En conjunto, el reparto logra elevar unos guiones ya de por sí muy buenos a la absoluta perfección.

Todo el reparto ofrece interpretaciones excelentes.

Pero si quienes están delante de la cámara saben de sobra lo que hacen, lo mismo se puede decir de los que están detrás. Succession es una serie rodada con cámaras de película, lo cual le da un aspecto especial, y a ello hay que añadir un estilo visual marcadamente atrevido en el que destaca el uso de la cámara en mano y el uso de zooms que le da un aspecto por momentos cercano al documental y, mas específicamente al voyerismo. La lente se transforma casi en un ojo humano, en otro personaje que por momentos evita mostrar la acción principal de una escena para interesarse más en observar las reacciones, los matices, los detalles que parecen secundarios pero que el realizador quiere que el espectador interiorice, con una precisión casi quirúrgica. La dirección sabe exactamente lo que quiere: hacer que en todo momento el espectador se sienta dentro del mundo que la serie construye, casi como si estuviera atrapado, y lo consigue gracias a su compromiso con un estilo no muy común en producciones de este presupuesto y que le da al conjunto una identidad estética propia.

Succession es, a falta de una mejor palabra, un pequeño milagro. Una serie que mezcla, por un lado, una de las mejores críticas sociales vistas en la pequeña pantalla en la última década y, por el otro, un brillante drama humano sobre un conjunto de personajes bien escritos y mejor interpretados que crean una historia tan apasionante como única. Hoy en día estamos viviendo el apogeo de las producciones televisivas, con producciones para la pequeña pantalla como Juego de Tronos (David Benioff, D.B. Weiss, 2011) o The Last of Us (Craig Mazin, Neil Druckmann, 2023), que rivalizan con las grandes producciones cinematográficas en cuestiones como presupuesto o reparto, pero que también adoptan algunos de los vicios del mundo cinematográfico, como la apuesta por la espectacularidad sobre la sustancia y por los efectos especiales sobre el guion. En este contexto, una serie como Succession, que está cimentada en buenos guiones, grandes interpretaciones y una dirección muy cuidada, nos recuerda a series como Breaking Bad (Vince Gilligan, 2008), Los Soprano (David Chase, 1999) o The Wire (Bajo escucha) (David Simon, 2002), o lo que es lo mismo, al tipo de producción televisiva que logró hacer grande a la pequeña pantalla en su momento.