Sin novedad en el frente
No llegaron a viejos

País: Alemania
Año: 2022
Dirección: Edward Berger
Guion: Lesley Paterson, Ian Stokell, Edward Berger (Novela: Erich Maria Remarque)
Título original: Im Westen nichts Neues
Género: Bélico. Acción. Drama
Productora: Amusement Park Films, Rocket Science, Sliding Down Rainbows Entertainment
Fotografía: James Friend
Edición: Sven Budelmann
Música: Volker Bertelmann
Reparto: Felix Kammerer, Albrecht Schuch, Aaron Hilmer, Moritz Klaus, Edin Hasanovic, Daniel Brühl, Sebastian Hülk, Adrian Grünewald, Devid Striesow, Thibault de Montalembert
Duración: 147 minutos

País: Alemania
Año: 2022
Dirección: Edward Berger
Guion: Lesley Paterson, Ian Stokell, Edward Berger (Novela: Erich Maria Remarque)
Título original: Im Westen nichts Neues
Género: Bélico. Acción. Drama
Productora: Amusement Park Films, Rocket Science, Sliding Down Rainbows Entertainment
Fotografía: James Friend
Edición: Sven Budelmann
Música: Volker Bertelmann
Reparto: Felix Kammerer, Albrecht Schuch, Aaron Hilmer, Moritz Klaus, Edin Hasanovic, Daniel Brühl, Sebastian Hülk, Adrian Grünewald, Devid Striesow, Thibault de Montalembert
Duración: 147 minutos

De la mano del director alemán Edward Berger nos llega una película bélica absolutamente excelente que se codea con las grandes obras maestras del género al tiempo que explora los horrores de la guerra.

Tradicionalmente, el cine bélico siempre ha tenido preferencia por la Segunda Guerra Mundial, pero en los últimos años hemos visto cómo, de la mano de obras como 1917 (Sam Mendes, 2019) la Primera Guerra Mundial ha vuelto a cobrar cierto protagonismo cinematográfico. Esto no ha de sorprendernos en absoluto, ya que este conflicto bélico encaja a la perfección con las inquietudes actuales. La gran ventaja cinematográfica de la Segunda Guerra Mundial es que ofrece un enemigo totalmente claro, de maldad absoluta e incuestionable (los Nazis) con en que no hay lugar para el relativismo moral. En su lugar, es imposible señalar en la Primera Guerra Mundial a un culpable claro o un bando éticamente inferior al resto, ya que hablamos de un conflicto en el que realmente no se puede decir que hubiera malos contra buenos, sino, en todo caso, muchos buenos luchando entre sí por orden de unos pocos malos. Teniendo en cuenta lo fragmentado y polarizado de la sociedad actual, con una multiplicidad de puntos de vista diferentes pero a la vez carente de grandes ideologías colectivas, es entendible que el público sintonice tan bien con un conflicto como la Primera Guerra Mundial, en el que, a diferencia de en la segunda, no existen absolutos morales sino diferentes perspectivas atomizadas de una misma realidad. En segundo lugar, este conflicto encaja a la perfección con el pesimismo actual: si bien la Segunda Guerra Mundial fue un conflicto terrible, puede decirse que su resolución trajo al mundo un balance claramente positivo, desde el derrocamiento de dictaduras y el triunfo de regímenes democráticos en todo el planeta frente a gobiernos tiránicos hasta la difusión de los derechos humanos. Esto le ha dado al cine sobre este conflicto un tono ciertamente optimista, en el que los sacrificios de la guerra se entienden como el precio a pagar para la construcción de un mañana mejor. La Primera Guerra Mundial, por contraposición, no solo fue una experiencia absolutamente desgarradora para millones de personas, sino que además resultó ser un conflicto totalmente estéril que no trajo ninguna consecuencia positiva ni para los vencedores ni, por supuesto, para los vencidos. Miles de vidas sacrificadas para nada, una visión que sintoniza a la perfección con el pesimismo en el que, tras años de crisis económicas, pandemias e inestabilidad política, todos estamos sumidos. Así, Sin novedad en el frente (Edward Berger, 2022) continua este legado del cine de la Primera Guerra Mundial que nos lleva en esta ocasión a las trincheras del ejército alemán.

La película nos narra la historia de Paul Bäumer, un joven alemán que en 1917 decide alistarse en el ejército de su país durante el transcurso de la Primera Guerra Mundial, imbuido por los ideales patrióticos de la propaganda bélica, junto con sus amigos de la infancia. Una vez en las trincheras, los jóvenes descubren que la realidad de la guerra es mucho más cruda de lo que podrían haber imaginado, en especial tras la muerte de uno de ellos en combate. Poco a poco surgirá una entrañable relación de compañerismo entre los jóvenes y el resto de soldados que les ayudarán a sobrellevar las diferentes experiencias traumáticas vividas durante el conflicto al tiempo que el mando militar alemán está negociando la rendición. La película es una adaptación relativamente libre de la famosa novela semiautobiográfica de posguerra del autor Erich María Remarque del mismo título, esta vez dirigida por el realizador alemán Edwad Berger, el cual no es ajeno a plasmar la historia de su nación en la pantalla, ya que este director tiene en su haber títulos de carácter histórico como puede ser la notable serie Deutschland 83 (Edward Berger, Samira Radsi, 2015), la cual trata los últimos compases de la guerra fría desde la perspectiva de un espía de la República Democrática Alemana infiltrado en la República Federal Alemana.

Las relaciones de compañerismo entre los protagonistas están en el corazón de la historia que el director nos quiere contar.

El cine bélico tiene la ventaja de ofrecer a los directores la oportunidad de usar el marco de la guerra para contar historias que traten sobre diversos temas, ya sean historias de amor como en el caso de Expiación (Joe Wright, 2007); acción, como puede ser el título Malditos bastardos (Quentin Tarantino, 2009) o drama, como en la reciente El amor en su lugar (Rodrigo Cortés, 2021). No obstante, existe un grupo reducido de películas bélicas que tienen la característica de no tratar sobre ninguno de estos temas en concreto, sino de ser películas sobre la guerra en sí misma. Hablamos de cintas como la ya mencionada 1917, Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) o La chaqueta metálica (Stanley Kubrick, 1987). Sin novedad en el frente se suma a esta lista de películas que transforman el género bélico en un arte que equilibra a la perfección la dura brutalidad de sus escenas con la profunda sensibilidad de sus mensajes. Decir que Sin novedad en el frente es una película meramente antibelicista sería quedarse en la superficie. En su lugar podría hablarse más bien de un estudio sobre la naturaleza del ser humano en el contexto de la brutalidad de un enfrentamiento militar. De esta manera, a través de acompañar al protagonista a lo largo de las casi dos horas y media de duración de la película asistimos a un viaje apasionante en el que la constante presión de estar en medio de un tiempo y un lugar tan inhumano permite, a la vez, examinar la humanidad de estos personajes. Veremos así numerosas escenas de amistad entre los protagonistas en situaciones tan entrañables como cotidianas, como puede ser el robo de un ganso en una granja para comer o los intentos de alguno de ellos para seducir a las muchachas francesas, las cuales permiten dar a la película tiempo suficiente para explorar a sus personajes de forma profunda. Cada personaje con el que nos cruzamos se siente único y diferente, desde el hombre maduro que ha perdido un hijo por la enfermedad y que quiere volver a casa para estar con su esposa hasta el joven que aspira a medrar en el ejército y llegar a suboficial para escapar de la pobreza; todos ellos muestran sueños, objetivos y personalidades distintivas, lo cual le da una enorme riqueza al guion.

Absolutamente excepcional. En esta época de franquicias, remakes, secuelas y superhéroes, Sin novedad en el frente es más que una gran película: es un triunfo para el cine.

La película decide concentrar su atención en el viaje emocional de estos personajes, desde las ilusiones y esperanzas de sus primeros días como soldados (condicionados por la propaganda militar de su país) hasta su desencanto con la guerra y su descenso en la desesperación, la desesperanza y el trauma psicológico a medida que la guerra avanza. La pugna que estos soldados tienen no es únicamente con el enemigo, sino también consigo mismos, luchando por salvar a su humanidad de la crueldad de la guerra. Si bien sus cuerpos pueden sobrevivir a los ataques y las explosiones, lo que realmente está en riesgo de ser asesinado no son sino sus almas. El director sabe mezclar magistralmente estos momentos con trepidantes escenas de acción en las que cualquiera de los personajes con los que hemos empatizado tanto está en riesgo de morir, por lo que el espectador está en todo momento en tensión durante las mismas. Es la empatía que inevitablemente se construye hacia los protagonistas de esta historia y su enorme vulnerabilidad la que hace que las escenas de acción funcionen a nivel dramático. La cadencia de dichas escenas de combates con otras mucho más íntimas además confiere a la obra un ritmo casi perfecto haciendo que, a pesar de la duración de la película, sea imposible dejar de prestar atención a la pantalla por un segundo.

Las intensas escenas de combate son uno de los puntos fuertes de la película.

El estilo de dirección de Berger eleva, por otro lado, lo que podría ser una película simplemente correcta en algo que roza el estatus de obra maestra. No hay plano que no sea visualmente fascinante, secuencia que no esté puesta en escena a la perfección ni actuación que no sea brutalmente honesta. Esto es algo que se nota ya en la escena inicial de la película en la cual los planos de quietud de los bosques de Francia se contraponen con la brutalidad y la orgía de muerte de los combates que a poca distancia tienen lugar en las trincheras, donde los uniformes de los soldados caídos son recogidos y trasladados a un cuartel donde se reparten entre los nuevos reclutas. En una escena introductoria de unos pocos minutos, sin diálogo y con una brillante economía de medios, el director ya plantea el tema principal de la película, tema que se sigue explorando hasta los créditos finales. La caída en la oscuridad cada vez más angustiosa del protagonista Paul se muestra no únicamente a través del guion, sino mediante una narrativa visual que usa todos los medios para alcanzar un impacto emocional impecable. A pesar de la profusión de combates y momentos espectaculares en la cinta, el director sabe concentrar su atención en los momentos que realmente importan, los tramos más personales en que vemos a los personajes en intimidad, siempre apostando por la faceta más emocional de los mismos pero en todo momento alejados de la lágrima fácil o el melodrama.

Esto no significa que no existan escenas de acción bélica. Muy al contrario, la película está repleta de ellas y están rodadas con una maestría excelente. Lejos de las visualmente hiperestilizadas escenas de combate que Sam Mendes nos regaló en su gloriosa 1917, la acción de la película de Berger se acerca a lo visto en la secuencia del desembarco de Normandía de Salvar al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998) aunque con una significativa diferencia, y es que el realizador alemán las coreografía de una manera mucho más legible y clara, abandonando el montaje rápido y sentimiento de confusión para, en su lugar, apostar por unas secuencias en las que en todo momento sabemos exactamente lo que está pasando y la cámara, en lugar de recoger información fragmentada de todo el campo de batalla, sigue de manera férrea al protagonista y nos confina a su punto de vista. Destaca por lo tanto el uso de planos largos en dichas secuencias de acción que, junto con puestas en escena realmente complejas, ayudan a dotar a estos momentos de un atroz realismo.

Todos estos factores mezclados dan como resultado una película en la que en todo momento impera el sentimiento de pesimismo. Ninguno de los sacrificios que vemos atravesar a los personajes parecen tener el más mínimo significado y todo su sufrimiento está rodeado de un claro tono de futilidad, reforzando el tema central de la película, el antibelicismo y la crítica al militarismo innecesario. La cinta no escapa de mostrarnos las consecuencias (tanto físicas como psicológicas) de la guerra en toda su crudeza, así como el paralelismo entre los soldados, luchando y muriendo en las trincheras, y los oficiales y los políticos, mandando a jóvenes a morir desde cómodas habitaciones y lujosos despachos. Esta visión encaja a la perfección con lo que fue la Primera Guerra Mundial, una guerra que llevó a millones de personas a una muerte absolutamente fútil. Una guerra en que no hubo vencedores pero todos, de una manera u otra, fueron los vencidos.

Quizá la subtrama política sea uno de los aspectos menos pulidos que nos encontramos en la obra.

Uno de los aspectos quizá menos interesantes de la película es su subrama política, en la cual vemos las negociaciones de la firma del armisticio y las terribles y humillantes condiciones que injustamente se le impusieron a Alemania (lo cual a la larga alimentaría las llamas del resentimiento que dio paso a la Segunda Guerra Mundial). Si bien no hay nada particularmente malo con esta parte de la película, se queda en un mero añadido complementario a la historia principal que nunca parece plenamente aprovechado. Así mismo, y dentro de la tradición del cine sobre la Primera Guerra Mundial de ser políticamente autocrítico y de ver al enemigo más en los altos mandos militares que alimentan la guerra que en los soldados que están al otro lado del frente, la caracterización del general alemán como un líder militar cruel dispuesto a arrojar a sus hombres a una carnicería humana se acerca al retrato un poco estereotipado de oficial despótico que ya hemos visto en otras obras como Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957), algo que no tiene nada de malo pero que se aleja del personaje del oficial que muestra más matices psicológicos y que si bien no renuncia a participar en la locura de la guerra, sí se muestra empático con las penurias que atraviesan sus hombres, como es el caso del personaje interpretado por Benedict Cumberbatch en 1917. De todas maneras, no han de verse estos detalles como poco más que faltas totalmente menores dentro de una película absolutamente magistral en el resto de sus aspectos.

Sin novedad en el frente no es únicamente una película absolutamente excepcional, sino que además, al igual que otras recientes como la interesante Land of Mine (Bajo la arena) (Martin Zandvliet, 2015), salda una deuda que el cine bélico hace años que tiene con Alemania, y es la de mostrar los horrores de las guerras mundiales desde las perspectivas de aquellos soldados alemanes que, tan inocentes como los franceses o británicos, nunca fueron culpables de las decisiones de su gobierno ni de ningún otro delito salvo nacer en el país en que nacieron. Esto es particularmente relevante en el caso de la Primera Guerra Mundial, conflicto del que, contrariamente a lo que la memoria popular parece dictar, Alemania no fue más ni menos culpable que el resto de naciones, y es por ello tan necesario un cine que se aleje de la demonización que solemos ver de estos personajes. Una de las grandes virtudes de las plataformas de streaming es la forma en que están dando voz y presupuestos a realizadores ajenos al ecosistema de Hollywood y a la industria estadounidense, lo cual, en una época de agotamiento creativo del cine norteamericano, es más importante que nunca. Hace una o dos décadas una película como esta hubiera sido impensable, y en esta época de franquicias, remakes, secuelas y superhéroes, Sin novedad en el frente es más que una gran película: es un triunfo para el cine.

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