Revista Cintilatio
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Seis días corrientes (2021) | Crítica

Himno de tuercas flojas
Seis días corrientes, de Neus Ballús
Desde el documentalismo, desde unos personajes mitad reales mitad ficcionalizados, Neus Ballús compone una comedia cotidiana que reflexiona sobre el trabajo y la percepción del migrante en una España variopinta, diversa y heterogénea.
Valladolid | Por David G. Miño x | 27 octubre, 2021 | Tiempo de lectura: 3 minutos

Los días de la semana van pasando, y con cada uno de ellos se sucede una situación estrambótica diferente, todas relativas a las personas y unas circunstancias que las hacen únicas y divertidas, distintas por lo interior y dignas de ser observadas con atención. Neus Ballús se detiene en un barrio catalán, y edifica su ficción-no-ficción sobre una empresa de chapuzas a domicilio de fontanería y electricidad que, cada día de la semana, se las verá con una catástrofe de albañilería distinta, y también con una excentricidad humana diferente. Además, en esta tesitura, Ballús introduce a un migrante de origen árabe que no goza de la aceptación total entre sus nuevos compañeros de profesión, y siempre a través de la comedia, organiza una obra de gran interés sociológico —desde su parte más documental y cotidiana— y emocional —si atendemos a sus variables personales y a cómo los personajes interactúan entre sí con naturalidad y desparpajo gracias, claro, a unos «actores» que se interpretan a sí mismos y que, de tan verdaderos que resultan, dan vértigo—. Seis días corrientes no es para nada una película convencional, como sugiere su título, sino una pequeña muestra de cine extraordinario, entendiendo esto como una obra que abandona completamente la zona de confort de la comedia española de chapuzas y ñapas a lo Manos a la obra (Vicente Escrivá, Ramón de Diego, 1997) para entrar en el terreno de la trascendencia invisible, el simbolismo aletargado que se propaga desde el segundo plano.

Una película sencilla y divertida, un canto a la excentricidad que propone la reflexión desde la cotidianidad y el pensamiento desde lo diario.

Valero, Mohamed y Pep protagonizan Seis días corrientes.

Siguiendo a estos tres personajes, cada uno lleno de personalidad y capaz de suscitar en el espectador una sensación de familiaridad muy reconfortante, Seis días corrientes accede a la esencia del costumbrismo de la clase obrera, pero sin ningún tipo de condescendencia ni mirada particularmente tendenciosa: Neus Ballús sabe tocar en todo momento la tecla exacta para sacar una sonrisa y recordar al espectador que la suya es una película diseñada para proponer la reflexión desde la cotidianidad y no desde la suspicacia o la malicia. Valero, Mohamed y Pep —así se llaman los ínclitos operarios— se las apañan para mantener el peso de la película sobre sus hombros y plantear una evolución de sus personajes creíble: cada día, desde un lunes hasta un sábado, con sus pequeños reductos de excentricidad, con sus raciones de locura delimitadas en esos habitáculos ajenos y repetitivos que llamamos viviendas, la estructura del filme expresa una manera distinta de entrar en el imaginario que propone el guion de Neus Ballús y Margarita Melgar, y centrarse en disfrutar de lo kafkiano de sus coprotagonistas «involuntarios» —el anciano fitness, la fotógrafa, el coach— mientras, de modo secundario, el poso va quedando adherido a las paredes: del racismo de barrio a la lucha por sacar la cabeza en un mundo que se queda sin aire, del malestar interior que se esconde detrás del buen humor al silencio que sigue a la sensación de haberse equivocado de lado a lado. Seis días corrientes es una película sencilla y divertida, un canto a la excentricidad que propone la reflexión desde la cotidianidad y el pensamiento desde lo diario. Y que además proporciona nuevos amigos, y eso es algo impagable.