Saltburn
Mucho estilo, poca sustancia

País: Estados Unidos
Año: 2023
Dirección: Emerald Fennell
Guion: Emerald Fennell
Título original: Saltburn
Género: Drama. Comedia. Thriller
Productora: LuckyChap Entertainment, Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), MRC Film, Media Rights Capital (MRC)
Fotografía: Linus Sandgren
Edición: Victoria Boydell
Música: Anthony B. Willis
Reparto: Barry Keoghan, Jacob Elordi, Rosamund Pike, Richard E. Grant, Alison Oliver, Archie Madekwe, Carey Mulligan, Reece Shearsmith, Sadie Soverall, Millie Kent
Duración: 127 minutos

País: Estados Unidos
Año: 2023
Dirección: Emerald Fennell
Guion: Emerald Fennell
Título original: Saltburn
Género: Drama. Comedia. Thriller
Productora: LuckyChap Entertainment, Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), MRC Film, Media Rights Capital (MRC)
Fotografía: Linus Sandgren
Edición: Victoria Boydell
Música: Anthony B. Willis
Reparto: Barry Keoghan, Jacob Elordi, Rosamund Pike, Richard E. Grant, Alison Oliver, Archie Madekwe, Carey Mulligan, Reece Shearsmith, Sadie Soverall, Millie Kent
Duración: 127 minutos

Emerald Fennell nos trae una película ambiciosa que, a pesar de tener ciertas virtudes, termina aplastada por el peso de sus propias pretensiones, su trasfondo clasista y su dependencia de las otras obras en las que se inspira.

Este texto contiene spoilers sobre Saltburn y Una joven prometedora.

Imagine que va usted conduciendo por una autopista y decide parar a comer en un bar de carretera, donde le sirven, a un precio bastante bajo, un plato que consiste en unas patatas fritas congeladas, unas albóndigas o un filete de merluza de microondas y un yogur de marca blanca como postre. Seguramente piense que teniendo en cuenta el lugar y el precio, ha sido una comida razonable y no le dé más vueltas. Sin embargo, imagine ahora que recibe el mismo menú en un lujoso restaurante del centro de París o Nueva York, galardonado con una estrella Michelín y que presume de tener un cocinero de fama mundial a cargo de sus fogones. Seguramente se sienta profundamente decepcionado. Sin embargo, la comida ha sido exactamente la misma en ambos locales. Lo que ha cambiado es la relación entre las pretensiones de uno y otro restaurante y el producto final que ofrecen. Mientras que uno limita sus aspiraciones a llenar el estómago de los conductores a un precio razonable con comida sencilla (y logra cumplir su modesto objetivo) el otro aspira a ofrecer una experiencia gastronómica extraordinaria, y su incapacidad para satisfacer esta aspiración es la que hace que el plato que en el bar de carretera nos parece correcto, en el restaurante de lujo nos resulte decepcionante. Este ejemplo gastronómico refleja una realidad muy común en el mundo del arte. ¿Qué es lo que define a una obra de arte como pretenciosa? El término «pretencioso» no es sinónimo de malo ni tampoco de sobrevalorado. Generalmente, diremos que alguien o algo es pretencioso cuando se jacta de poseer una originalidad, una inteligencia o una profundidad de la que, a la hora de la verdad, carece. En el caso del cine, para ser más específicos, hablaremos de películas en las que unas ideas bastante simples se tratan de adornar a través del artificio visual y creativo, películas que intentan aparentar una complejidad y una riqueza artística en la superficie que no es posible encontrar en su fondo. Paradójicamente, una película pretenciosa puede ser moderadamente disfrutable, entretenida y hasta tener cosas interesantes, ya que el pecado de la pretenciosidad no tiene tanto que ver con la calidad real de una película, como con la calidad que la película trata de hacernos creer que tiene mediante manierismos vacíos y extravagancias superfluas. Otra definición, esta vez más breve, de pretenciosidad, sería decir que un sinónimo de este término es el título que hoy nos ocupa: Saltburn (Emerald Fennell, 2023)

La película nos cuenta la historia de Oliver, un joven de clase baja que obtiene una beca para estudiar en una prestigiosa institución académica británica. Allí, se enamora de Felix, un joven de familia aristocrática y con el que inicia una gran amistad. Tras la muerte del padre de Oliver, Felix le invita a pasar el verano en la mansión de su familia. Si bien a Oliver le cuesta en un inicio congeniar con la familia de Felix, poco a poco va encajando en el ambiente aristocrático de la casa a la vez que su obsesión con Felix no hace más que aumentar. Sin embargo, la relación entre ambos dará un giro cuando Felix descubra un secreto que Oliver oculta, lo cual da inicio a una serie de perturbadores sucesos en la familia.

El estilo visual marcadamente personal de la película es interesante a nivel estético pero se queda en el simple efectismo superficial y aporta poco narrativamente.

Lo primero que llama la atención al ver Saltburn es su llamativa puesta en escena, con todas las características propias del cine de autor actual, un retorno a la estética vintage (lograda en parte gracias al uso de cámaras analógicas en lugar de digitales) relación de aspecto 4:3 incluida, planos encuadrados dejando mucho espacio negativo, diálogos tan irreales como teatrales y personajes extravagantes. Sin embargo, es cuando uno trata de analizar la motivación narrativa de esta estética cuando se descubre que en el fondo estamos ante un ejercicio de estilo vacío de contenido. A diferencia de otras películas recientes como la maravillosa Los que se quedan (Alexander Payne, 2023) o Mank (David Fincher, 2021) la película no justifica su estética vintage porque esté ambientada en el pasado (los hechos transcurren en 2006) ni porque su narrativa o temática remita al cine de otras épocas, como Drive (Nicolas Winding Refn, 2011) o Death Proof (Quentin Tarantino, 2007). Lo cual implica que la estética de la película, al final, responde meramente a un manierismo superficial que no aporta nada narrativamente. Esto no pretende, en ningún caso, desmerecer las virtudes de la película a nivel estético. De hecho la fotografía seguramente sea el aspecto más solido de toda la película, ofreciendo no solo planos de excelente belleza visual a nivel individual (en ocasiones incluyendo juegos con reflejos en cristales, contraluces, cromatismos, etc.) sino que también dotan al conjunto de la película de una deliciosa identidad propia a nivel visual.

El problema de la excentricidad visual que propone la película es que resulta imposible justificarla como nada más que como un ejercicio de película que pone el estilo sobre la sustancia, o incluso de película en la que el estilo es la sustancia, como en Solo Dios perdona (Nicolas Winding Refn, 2013) o Annette (Leos Carax, 2021) e incluso en este sentido, la puesta en escena termina resultando decepcionante cuando se rasca más allá de la purpurina cinematográfica que adorna su superficie. La película tiene algunas extravagancias tomadas prestadas de otras obras aquí y allá, incluyendo alguna escena subida de tono que busca más impresionar a través del shock a la audiencia que dotar de enjundia a los personajes, pero a la hora de la verdad la dirección termina cayendo en el recurso del plano contraplano de personas sentadas mientras recitan diálogos, sin saber nunca qué hacer con su peculiar estilo visual a nivel narrativo y dando más la impresión de ser una cinta que quiere aparentar ser cine de autor pero se queda corta. En ocasiones incluso se recurrirá a las metáforas visuales (con mucha imaginería infernal y demoníaca) que terminan siendo tan evidentes y tan pedestres que se acercan más a lo burdo que a lo sofisticado. Por poner un ejemplo de esto, seguramente recuerde usted la famosa escena del melocotón en Call Me by Your Name (Luca Guadagnino, 2017). Saltburn trata, sin tapujos, de tener su propio momento melocotón en una escena que tiene lugar en una bañera, sin embargo, mientras que la escena del melocotón funciona en la película da Guadagnino gracias a cómo la película ha estado, durante el metraje previo, construyendo a los personajes y su relación, en la película de Fennell se siente simplemente como recurso de efectismo vacío.

La puesta en escena tiene una imaginería interesante por momentos, pero termina cayendo en el manierismo y el efectismo con demasiada frecuencia.

Por fortuna, gran parte de estos problemas son aliviados gracias a la portentosa interpretación del reparto, y no nos referimos únicamente a Keoghan, que, como nos tiene acostumbrados, nos ofrece una interpretación absolutamente sublime, sino que todo el reparto, desde Jacob Elordi hasta Rosamund Pike, pasando por Carey Mulligan nos ofrecen actuaciones excelentes y que en numerosos momentos llevan, por sí mismas, el peso de la historia. Es de destacar que no hablamos únicamente de grandes interpretaciones individuales (aunque hay mucho de eso, desde luego), sino que estamos ante un ejemplo en que el reparto brilla gracias a las dinámicas y la química que se da entre los actores. Al final, son precisamente las interpretaciones las que acaban sosteniendo en buena medida el peso de la cinta, ya que la curiosidad por ver lo que actores del nivel de Keoghan tienen para ofrecer termina siendo el mayor aliciente de Saltburn. Dicho esto, no puede dejar de mencionarse lo ligerísimamente frustrante que resulta ver a todo el reparto, y en especial a Keoghan, interpretar esencialmente a los mismos personajes a los que ya les hemos visto interpretar en otros momentos de su carrera, y uno acaba lamentando que, aprovechando un reparto tan sobresaliente, no se jugara con el casting dando a los actores papeles diferentes a los que estamos acostumbrados a verles, como en el caso de Steve Carell en Foxcatcher (Bennet Miller, 2014).

Es llamativo cómo, cuando se compara esta obra con el trabajo previo de la directora, Una joven prometedora (Emerald Fennell, 2020) los defectos que la realizadora mostró en aquella obra siguen presentes en esta (una mezcla tonal de comedia oscura y thriller que no termina de funcionar ni como una cosa ni como la otra, un guion plagado de giros totalmente previsibles, personajes caricaturescos bastante pobres en matices que funcionan más como arquetipos que como seres humanos tridimensionales) pero sin embargo las virtudes de la ópera prima de la directora (su tacto a la hora de tratar temas sensibles, una puesta en escena sin demasiadas pretensiones que hacía que la película se sintiera bastante sincera y, por qué no decirlo, el placer reptiliano de ver a Bo Burnham interpretando a un aliado bajo el que se esconde un depredador sexual) sí que parecen estar ausentes en la nueva obra de la cineasta británica. Los defectos que a nivel estético presenta Saltburn no serían un gran problema si, por otro lado, la historia que la película nos cuenta compensara estos atajos estilísticos con un guion sólido. Lamentablemente, y si bien la historia tiene buen ritmo y es razonablemente entretenida, al final adolece del mismo problema que mencionamos antes: su absoluta superficialidad. Rara vez se trata de construir psicológicamente a los personajes más allá de lo que sea necesariamente imprescindible para que la historia pueda avanzar, y toda la profundidad que en un determinado momento podamos querer ver en alguno de los personajes (en particular el protagonista) termina quedándose en un espejismo, en una impostura de complejidad por parte de una película obsesionada por hacernos creer que es más inteligente de lo que realmente es. En una película que se sostiene sobre dos pilares, las relaciones de clase entre personas ricas y pobres y los abismos más oscuros de la naturaleza humana, la película maneja su análisis de los abismos de la naturaleza humana con bastante falta de habilidad. Pero peor es si cabe la forma en que trata la cuestión de las relaciones entre clases sociales diferentes.

La primera impresión que uno tiene al ver Saltburn es la de estar ante una película enormemente influenciada por la obra de Patricia Highsmith, casi como si fuera un cruce entre Mr. Ripley y un post de Instagram, sin embargo, a medida que avanza la cinta, se observan diferencias fundamentales entre Saltburn y las obras que, indudablemente, la han inspirado. Lejos de querer hacer una falacia ad hominem es necesario marcar una diferencia clave entre ambas autoras. Patricia Highsmith era una estadounidense de clase baja que antes de lograr el éxito como escritora pasó por las penurias de la pobreza. Emerald Fennell es británica e hija del fundador y presidente de una de las empresas de diseño de joyas de lujo más importantes de Reino Unido y por lo tanto heredera de una de las mayores fortunas familiares de su país, y británicos y estadounidenses tienen diferencias notables en lo tocante a cuestiones sociales. Los británicos han sido tradicionalmente elitistas y han observado el ascenso social con recelo, siendo Downton Abbey (Julian Fellowes, 2010) buen ejemplo del clasismo todavía hoy subyacente en las ficciones inglesas. En ocasiones, algún director autoconsciente de esto puede usar la sátira para burlarse del elitismo de sus propios compatriotas, como en el caso de The Gentlemen: Los señores de la mafia (Guy Ritchie, 2019) o Kingsman: Servicio secreto (Matthew Vaughn, 2014), pero por lo general no ha de sorprendernos que la idiosincrasia británica vea al pobre que trata de ascender en la escalera social como un arribista y un usurpador. Estados Unidos es todo lo contrario, un país en el que la figura de la persona pobre que a base de capitalismo, ahorro y trabajo duro logra alcanzar la riqueza es venerada como el ciudadano estadounidense ideal, lo cual el cine de Hollywood nos ha mostrado con numerosas cintas, desde Gigante (George Stevens, 1956) hasta Joy (David O. Russell, 2015). Hasta tal punto llega esta diferencia de forma de ver la vida entre ambas sociedades que no es extraño que las personas de clase alta en Gran Bretaña se inventen parentescos aristocráticos y nobiliarios para dar lustre a sus apellidos, mientras que en Estados Unidos ocurre justo lo contrario y no es raro encontrar a los Bill Gates de turno, que no se cansan de contar cómo crearon su imperio en el garaje de sus padres pero dejándose en el tintero que ese garaje estaba en una mansión ya que sus padres eran millonarios.

Las interpretaciones son, con mucha diferencia, lo mejor de la película.

Si bien esto no ha de entenderse en ningún caso como un ataque personal hacia la directora sino como un análisis de la relación entre obra y autor, lo cierto es que Saltburn rezuma un sutil pero incuestionable clasismo que termina comprometiendo toda la historia, y uno no puede evitar cuestionarse si en el caso de una película que trata las relaciones de clase como un tema central, la pertenencia de la directora y guionista a la élite económica de su país condiciona lo que pueda decir de dichas relaciones de la misma forma que, por poner un ejemplo actual, una película que tratara el conflicto palestino-israelí cambiaría notablemente dependiendo de si el director es de Ramala o de Tel Aviv. Películas como la magnífica A pleno sol (René Clément, 1960), o cualquier obra perteneciente al universo de Mr. Ripley, entienden las sutilezas de las relaciones sociales y de poder entre personas ricas y pobres, y saben las dinámicas que se dan en dichas relaciones. Mientras la película de Clément, en buena medida gracias al excelente material original, entiende los matices de sus personajes, con un Philippe que usa su dinero para aprovecharse y tener una relación de tintes abusivos con su amigo y un Ripley obsesionado con ocupar el lugar de privilegio que su amigo tiene pero no valora (incluso puede apreciarse como esto se utiliza para explorar la humanidad de sus personajes, ya que si bien es cierto que Ripley tiene un comportamiento que roza lo psicopático, no es menos cierto que sus crímenes no dejan de ser un reflejo a la mezquindad del adinerado Philippe cuya identidad suplanta, haciendo que la película nos haga empatizar con la voracidad de Ripley para fagocitar la vida de su amigo) en la película de Fennell, todos estos matices desaparecen y quedan reducidos a una visión de las relaciones de clase en la que la parte más pobre es vista entre la condescendencia y el rechazo cuando trata de salir de su lugar en la cadena trófica de la sociedad británica. El protagonista, Oliver, es a lo largo de buena parte de la película despojado de la dignidad que por ejemplo sí tiene Ripley (a pesar de su oscuridad interior) y la cinta parece obsesionarse con mostrarnos lo contrahecho que este personaje es a nivel moral y humano, presentándolo no como un miembro de la clase baja que viene a confrontar unas determinadas estructuras clasistas, sino como un elemento disruptor de una alta sociedad que nunca es cuestionada en profundidad. Paradójicamente, es precisamente la privación de esta dimensión más humana del protagonista lo que más lastra al conjunto de la película, ya que impide hacer un estudio en profundidad de este personaje. En otras palabras, Saltburn está tan preocupada mostrando lo retorcido que es su protagonista que se olvida de darnos motivos para empatizar con él.

Su obsesión por aparentar ser una película inteligente y profunda sin nunca llegar a serlo acaba dejando en evidencia todas sus pretensiones fallidas.

Una de las convenciones de la crítica especializada sobre Fennell es que es una cineasta que cojea en la dirección pero brilla como guionista. Sin embargo, un análisis de su filmografía (que a día de hoy consta de dos películas) sugiere precisamente lo contrario. Sin duda, el campo donde más brilla la británica es en el de la dirección de actores, y algo que no puede cuestionarse de su cine es la capacidad de extraer de su reparto interpretaciones extraordinarias. Es posible que estas grandes interpretaciones hagan que sus diálogos terminen aparentando ser mejores de lo que realmente son, pero su habilidad como escritora es un tanto cuestionable en el momento en que se tiene en cuenta el gran talón de Aquiles de sus dos películas: los giros finales

Si bien el conflicto entre clases es uno de los temas principales de la película, la forma en que se maneja esto termina resultando un tanto simplista y clasista.

En nuestra crítica sobre la pésima Infiesto (Patxi Amezcua, 2023) comentábamos como uno de los grandes problemas con los giros finales es que, tratando de hacerlos imprevisibles, terminen siendo absurdos. Saltburn, así como la otra película de la directora, Una joven prometedora (Emerald Fennell, 2020), nos muestran el problema contrario, que sean extremadamente previsibles. En el caso de la ópera prima de Fennell, hablamos de una película del género thriller (un género que siempre tiene un giro de guion al final) que trata sobre la violencia sexual en la que prácticamente todo personaje masculino (y por si no fuera suficiente, alguno que otro femenino) ha estado relacionado de un modo u otro con algún tipo de violación o intento de violación y que, de repente, nos mete un personaje masculino, Ryan, al que la película está constantemente, y casi de forma machacona, mostrando como el yerno perfecto. Sospechoso cuando menos, tan sospechoso que es suficiente sumar uno más uno y que dé dos para que el único misterio sea saber si la película revelaría que en realidad también es un depredador sexual en el midpoint del segundo acto o ya en el clímax del tercero (al final fue en el medio de ambos, al inicio del tercer acto). Tras esto el personaje protagónico de la película, Cassie, termina falleciendo, pero teniendo en cuenta que estamos en un thriller de venganza, que como su nombre indica, suele terminar con una venganza, ya telegrafiaba el giro final más de lo que un boxeador principiante telegrafía un gancho de derecha. El caso de Saltburn es incluso peor, dado que el giro final no es solo dolorosamente evidente, sino que la película depende de él para funcionar más de lo que Una joven prometedora lo hacía del suyo. (En el siguiente párrafo hay SPOILERS muy grandes, así que si no ha visto la película salte directamente al último).

Generalmente no me gusta mencionar spoilers en reseñas por motivos evidentes, pero en el caso de Saltburn es esencial para entender la pieza que no funciona dentro del conjunto de la película. En la segunda mitad del filme descubrimos que Oliver ha estado mintiendo a Felix sobre sus orígenes para darle pena y acercase a él. Dado que hasta este punto la película no ha dudado en mostrar a Oliver como una persona psicológicamente inestable y con tendencia a comportamientos siniestros y manipuladores, esta revelación, si bien no es previsible, tampoco es sorprendente. Tras esto Felix muere (a lo que siguen otras desgracias familiares) y aunque las sospechas caen inicialmente en Oliver, rápidamente la película hace todos los esfuerzos para tratar de convencernos de que él no es el responsable. El problema es que dado que la película ya ha revelado el carácter sociopático de Oliver, es prácticamente imposible no ver venir durante todo el tercer acto la revelación final de que en verdad ha sido Oliver y no otro el responsable de la muerte de Felix. A decir verdad, durante mi visionado, sobreentendí que la película daba a entender abiertamente que Oliver era el asesino y que la muerte de Felix simplemente había ocurrido fuera de plano por una decisión estética, y me preguntaba si el último acto constaría de un juego de gato y ratón entre el protagonista y aquellos que sospechan de su culpabilidad al estilo de, por ejemplo, El talento de Mr. Ripley (Anthony Minghella, 1999), sin embargo nada de esto ocurre, y en sus compases finales, la película revela a Oliver como el asesino como si esta información fuera no solo desconocida, sino sorprendente para el espectador, de manera que uno termina preguntándose si esto es un giro de guion que salió mal o simplemente un desenlace torpe. El problema es que, a diferencia de Una joven prometedora, película que funciona razonablemente bien gracias a su forma de tratar el tema de la violencia sexual incluso si el final peca de cierta torpeza, en Saltburn el tramo final es esencial para el funcionamiento narrativo del conjunto de la película, y el hecho no ya de que sea totalmente previsible, sino que incluso la revelación resulte un tanto aparatosa, hace que las flaquezas de la película sean dolorosamente evidentes.

Saltburn es, en conclusión, un pastiche. Una película que coge elementos de otras películas y los junta sin llegar nunca a entender qué es lo que los hace especiales, desde la cinematografía vintage que Fennell toma prestada de películas como X (Ti West, 2022) hasta el romance homoerótico veraniego de Call Me by Your Name, pasando por el thriller sobre el choque de clases sociales diferentes inspirado en películas como El talento de Mr. Ripley. Pero este no es su peor pecado, dado que el resultado de este kitsch es una película que resulta razonablemente disfrutable si se ignoran sus defectos, con unas excelentes interpretaciones y que nunca llega a ser aburrida. Su peor pecado es el de ser una película acentuadamente pretenciosa cuyas ínfulas de cine elevado terminan evidenciando más si cabe sus carencias. De igual forma que el protagonista de la película, Oliver, se obsesiona con formar parte de una familia de clase alta que no le acepta como uno de ellos, la obsesión de Saltburn por aparentar ser una película inteligente y profunda sin nunca llegar a serlo acaba dejando en evidencia todas sus pretensiones fallidas.

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