Revista Cintilatio
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R.M.N. (2022) | Crítica

Personas grises, almas negras
R.M.N., de Cristian Mungiu
Localizada en una localidad rumana en la que la multiculturalidad es despreciada, la película del siempre interesante Cristian Mungiu explora la xenofobia y el racismo desde su acostumbrada parquedad estética, su narrativa flemática y su mirada pesimista.

Cristian Mungiu siempre es un cineasta al que merece la pena acercarse. Con R.M.N. (2022) explora la cerrazón de una sociedad que vive atrapada dentro de su propio autoconcepto, de un pueblo en el que lo único que prima es ese sentimiento de pertenencia, muy por encima de la libertad individual y la colectiva. Es fácil sentirla como algo íntimo, dada la habitual austeridad con la que envuelve sus imágenes, deudora del noul val românesc, y en su estudio sobre la xenofobia, el racismo y el neofascismo encuentra no pocos momentos de brillantez —esa escena en plano secuencia que alcanza el cuarto de hora de una asamblea en la que los asistentes deciden el futuro de unos trabajadores extranjeros que no quieren en su pueblo—, bastantes metáforas muy bien construidas acerca del estado de las cosas en Rumanía —el niño amedrentado, el padre que viene de fuera a establecer su masculinidad tóxica, el control de la población de los osos—, y alguna solución de estilo que no se entiende demasiado bien en un conjunto bastante sobrio en general, pero que contribuye a darle a la película un aura de misticismo que, de algún modo, aparece mucho antes de que sus imágenes se vuelvan inescrutables. Es así que R.M.N. ofrece un turbio tratado acerca de cómo la dualidad con la que el ser humano se enfrenta a la divergencia de raza, de clase, económica o directamente de procedencia se convierte en doble moral dependiendo de si eres tú el que está fuera o el que está dentro.

No es fácil de ver, pero destaca por convertir lo particular en universal en medio de una calma visual en la que no hay más verdad que la que cada uno elige creer.

Mungiu desarrolla el pensamiento grupal en su tratamiento de la muchedumbre.

Su fotografía desaturada y un ritmo narrativo pausado en el que los hechos se suceden siguiendo un orden más simbólico que físico, en el que cada acto tiene una idea figurada detrás, descubre a un Mungiu que no duda en entregar la versión más indigesta de su planteamiento: a pesar de que sus grandes ideas resultan ilustrativas, y el modo en el que enfrenta el conflicto es relevante, el visionado de R.M.N. es duro y no demasiado intuitivo: introduce personajes definidos únicamente por la realidad política y social, y pierde de este modo la oportunidad de establecer lazos entre lo personal y lo ideológico, algo que dado el momento y el espacio concreto en el que está situada —una localidad multiétnica transilvana— podría haber arrojado mucha luz sobre su telón de fondo. Precisamente por esto, es que R.M.N. se siente mucho más cercana en esa faceta social suya al colocar la cámara muy cerca del conflicto, en el que se cruzan realidades candentes del pueblo rumano, como la convivencia con los húngaros o las crisis que han atravesado y atraviesan con los gitanos —por ejemplo, cuando el protagonista reacciona con violencia ante el uso de la palabra «gitano» hacia él—. De este modo, y teniendo en cuenta que la sociedad rumana tiene heridas abiertas, Mungiu —que ya cuenta con una Palma de Oro por 4 meses, 3 semanas, 2 días (2007)— explica las raíces de la xenofobia y el neofascismo desde el miedo, desde el pánico a que «los de fuera les quiten lo que les pertenece» mientras pronuncian elaboradas falacias que cambian de sentido según les interese, aireando a los cuatro vientos que los inmigrantes «no pertenecen aquí» pero dando por buena su propia presencia laboral en otros países. Su tesis tiene mucho más que ver con una ignorancia escapista, con una realidad endémica de un lugar que, pese a todo, es perfectamente extrapolable a cualquier lugar del mundo. R.M.N. no es fácil de ver y pone a prueba la paciencia del espectador en no pocas ocasiones, a pesar de lo cual destaca por convertir lo particular en universal en medio de una calma visual en la que no hay más verdad que la que cada uno elige creer. Mungiu podría haber dado más, pero hasta cuando es así sus imágenes tienen sedimento y cierto duende.