Revista Cintilatio
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Quo Vadis, Aida? (2020) | Crítica

Un mundo lleno de voces
Quo Vadis, Aida?, de Jasmila Žbanić
La cineasta bosnia Jasmila Žbanić compone una obra de sentido del terror muy elaborado que comenta sobre la guerra de los Balcanes deconstruyendo el diálogo a dos bandas entre la vida y la muerte y todo lo que existe en el interregno que queda en medio.
Por David G. Miño x | 20 diciembre, 2021 | Tiempo de lectura: 5 minutos

En julio de 1995 tuvo lugar la masacre de Srebrenica, en la que esgrimiendo razones de limpieza étnica y bajo el contexto de la guerra de Bosnia —parte, a su vez, de la guerra de los Balcanes— ocho mil trescientas setenta y dos personas fueron asesinadas por el Ejército de la República Srpska, que tenía como comandante en jefe a Ratko Mladić, conocido también bajo el atemorizante sobrenombre de «el carnicero de Srebrenica». Sobra decir que fue un evento que conmocionó al mundo entero en el que fue el mayor asesinato masivo de Europa desde la Segunda Guerra Mundial: la desproporción de odio y soterramiento de los derechos humanos, de simple destrucción y abominación ocurría, además, en una zona protegida por la ONU, custodiada por cuatrocientos cascos azules holandeses que tan solo vieron cómo los serbios entraban en su zona segura y cometían uno de los más terribles genocidios de la historia reciente. Así, Jasmila Žbanić, bosnia y poseedora de una mirada crítica de las que no olvidan, construye una película que, apoyada en la poderosa interpretación de Jasna Đuričić, relata esos hechos desde la ficcionalización, adoptando un estilo y un tono cercano al de obras como Colmena (Blerta Basholli, 2021) o Queridos camaradas (Andrei Konchalovsky, 2020). Quo Vadis, Aida? (2020), de esta manera, se puede entender como un relato de expulsión de aire, de exorcismo de propios demonios, en el que la cineasta compone un falso documental de forma cinematográfica muy cargado en lo semántico que, aunque no destaca por una puesta en escena particularmente virtuosa, sí encuentra una conjunción poderosísima entre su sintaxis y la poesía que evoca, trágica e insoportable, pero de talante inevitable.

Jasna Đuričić en una interpretación mayúscula.

La forma que despliega de realzar los espacios —por un lado la base de la ONU, «zona de confianza», por el otro el exterior, a merced de los serbios— tiene algo muy polarizante: a pesar de que, conceptualmente, la primera debería representar la seguridad, y la segunda la incertidumbre, Žbanić viste de impredecibilidad y suciedad sus escenarios, tanto los interiores como los exteriores, con unos planos cenitales que convierten a los bosnios musulmanes en hormigas, con unos soldados de la ONU tan abandonados a sus propias ambigüedades como a la cobardía sistémica de todo el conjunto en bloque —qué patetismo el del comandante Karremans, escapando como un niño asustado, eludiendo sus responsabilidades a través de la puerta, con una Aida como interlocutora que pasaría por encima de quince tanques si tuviera la oportunidad— que representan los que visten uniforme. Aida, de este modo, el sonido de la madre, de la esposa, de la familia, de la amiga, de la profesora, de la sociedad, del pueblo, pone voz al discurso de los cascos azules en una inversión de la palabra fascinante: ella es la traductora de las fuerzas de la ONU que «protegen» a los bosnios de los serbios en ese espacio seguro. En este sentido, sabe perfectamente Jasmila Žbanić que tiene entre manos un material dado a la tendencia, y no se esconde en ningún momento: Quo Vadis, Aida? tiene un objetivo y un elemento marcado en rojo, y no oculta el filo de su navaja cuando se trata de apuntar directamente en una dirección crítica, algo que, en este caso, resulta imprescindible para comprender el conflicto que expone y hacerse cargo de por qué la equidistancia no es una opción válida bajo ningún concepto.

No hay muchas películas tan feroces y taciturnas como Quo Vadis, Aida?, esperanzadora pese a todo, aunque indefectiblemente crítica y de ideas vivas y nítidas.

Quo Vadis, Aida? es una película, además, tan triste como combativa, una grito de inconformismo que usa el lenguaje cinematográfico para reconstruir en lugar de para crear: Jasmila Žbanić mantiene la violencia gráfica en un plano apartado de la vista, pero la usa impregnando cada resquicio de la obra a través de lo sensorial, con esos planos cerrados sobre las sonrisas de los serbios lanzando barras de pan sobre los bosnios hambrientos en el interior de la base de la ONU, tanto o más cruel que un puñetazo en el estómago por la burla que representa, por cómo Žbanić sabe mirar y componer un diálogo entre la maldad del carcelero —aquí pensaba yo en el experimento de la cárcel de Stanford que elaboraba Philip Zimbardo en el 71 sobre las dinámicas de poder— y la sumisión del desprotegido. La forma fílmica, de este modo, se desenvuelve hablando un lenguaje que evoca la urgencia, el fracaso como raza, el fatalismo visto desde la inevitabilidad; y Aida lo personifica como la mártir que vive intramuros, que habla el idioma de todos —pero nadie habla el suyo—, que nunca tiene la última palabra —que no tiene, en realidad, palabra—, que lo intuye todo, que ve cómo la muerte se cierne sobre ella y los suyos y lo único que puede hacer es correr, intentar, perseguir; ser el fantasma que traduce, sin voz, a los que tienen una lengua viperina y desentendida. No hay muchas películas tan feroces y taciturnas como Quo Vadis, Aida?, esperanzadora pese a todo, aunque indefectiblemente crítica y de ideas vivas y nítidas. El futuro es un lugar incierto, injusto seguramente. Lo fácil es salir corriendo de un mundo lleno de voces, lo difícil mirar a Aida a los ojos y preguntarle: ¿a dónde vas?