Siempre he pensado que al cine de Jacques Audiard le faltaba algo. Emoción, pasión quizá, tener la fuerza como para inducir al espectador a un estado de suspensión que haga que las imágenes se transformen en recuerdos. Por citar unas pocas, me pasó con De latir, mi corazón se ha parado (2005), también con la presunta obra cumbre de su carrera, Un profeta (2009), y sobre todo lo pensé con Los hermanos Sisters (2018), tan atrapada en sus personajes como desentendida de lo que vive a nivel emocional en ellos. Dejo esto a modo de prólogo para dejar constancia de que el director francés y yo tenemos una relación complicada, con altibajos, que me apasiona en lo visual y en su tratamiento de la imagen, pero que me pierde a la hora de entender el cine como un artefacto multiorgánico que debe tener cerebro pero también corazón. Pues con PARÍS, Distrito 13 (2021) me ha dejado en silencio, ya que es una película de estilización impecable, cómo no, pero al mismo tiempo sí induce a un estado febril de interacción emocional, sí hace abandonar las riendas de la razón para adentrarse en los claroscuros de lo inconcreto, y sí tiene todas las cartas en la mano que siempre eché de menos en su obra. Un sí absoluto y sin medias tintas. Porque aquí juega a las historias cruzadas y al slice of life, casi como un Rohmer contemporáneo al que seguimos a través de Mi noche con Maud (1969) o un Woody Allen a la francesa enclavado en aquella portentosa Manhattan (1979), muy dentro del mundo de unos pocos personajes a los que explora, mima y trata con ingenio, esquivando los lugares comunes y adentrándose en su psicología sin abandonar nunca el misterio y sin perder nunca la perspectiva de pequeña historia convertida en gran cine.
Además, los diálogos, cautivadores, se enlazan a la perfección con el devenir de la acción, siempre un paso por delante. Y aquí, hemos de sacar a colación la gran baza del filme: su equipo de guionistas. Sobre las historias de Adrian Tomine, un autor de novela gráfica indispensable del cómic americano, están trabajando la tríada perfecta, a saber, el propio Jacques Audiard, la cada vez más importante Léa Mysius, y el as de corazones, la reina de la sensibilidad y probablemente una de las voces más imponentes del cine francés, Céline Sciamma, maestra detrás de obras formidables como Retrato de una mujer en llamas (2019) o Petite maman (2021). De aquí nace un relato delicioso sobre el amor, sobre las relaciones, sobre las apps de intercambio, sobre el bullying —prometo que en determinada escena casi me levanto de la butaca a aplaudir—, sobre la conciencia de clase, sobre las almas gemelas y, por encima de lo demás, sobre el sexo en tiempos convulsos, la comprensión del cuerpo y los sentimientos indescriptibles que manan de ahí. Aunque PARÍS, Distrito 13 sigue a una que se enamora de uno que se enamora de otra que se descubre prendada de alguien más, es mucho más que un enredo, o un galimatías emocional, o de conducta: es un camino amplio en el que las mentalidades casi líquidas, que contienen vida en su más primaria acepción, de Émilie, Camille, Nora y Amber Sweet —interpretados por Lucie Zhang, Makita Samba, Noémie Merlant y Jehnny Beth como si hubieran nacido para ello— se enlazan dejando un poso de cotidianidad, de expresión del azar.
Como un Rohmer contemporáneo o un Woody Allen a la francesa, Jacques Audiard trata con ingenio a sus personajes sin perder nunca la perspectiva de pequeña historia convertida en gran cine.
Después de todo, PARÍS, Distrito 13 es un recorrido formal, en un impecable blanco y negro obra de Paul Guilhaume, que coloca su punto de mira en la intersección entre todas las personalidades que la conforman y, luego, va siguiendo el hilo de cada una de ellas hasta ver cómo explotan y dónde, de qué modo culminan y cuándo lo hacen. Así, las herramientas fílmicas que usa Audiard son sutiles pero funcionales, muy lejos de la frialdad y la desconexión que podría provocar en su obra previa: el uso de la luz, precioso en los espacios cerrados, expansivo cuando trata de dar sentido a los sentimientos de sus personajes; las pequeñas píldoras de narración excéntrica, como cuando Émilie piensa pero no habla; ese sexo tan bien filmado y tan armónico, tan fiel. De hecho, pensando en el cine francés como revulsivo del estado social e individual de una generación dolida y extraviada, PARÍS, Distrito 13 casi hace tríptico con las muy recientes Las cosas que decimos, las cosas que hacemos (2020) de Emmanuel Mouret y la también monocroma e ingeniosa Playlist (2021), de Nine Antico: la digresión superpuesta de estas tres piezas, la una más trascendentalista, la otra más cómica, la que hoy tratamos más sensible y sustancial, propone un entendimiento del zeitgeist siglo XXI que se complementa entre sí en la sombra. Así, lo que queda claro es que la película de Jacques Audiard tiene todo lo necesario para descolgarse de sus premisas y propagarse más allá de lo aparente, convirtiéndose en una obra sencilla, muy trabajada en forma y fondo y maravillosamente simbólica, descriptiva del momento vital de toda una generación y, por supuesto, rodada con un gusto exquisito. Puede que haya llegado el momento de darle el relevo a Un profeta y colocar a esta PARÍS, Distrito 13 en su lugar como la más bella, completa y delicada obra de Audiard.