Volver al lugar que nos vio nacer. Perderse en recuerdos, en calles, en olores de otra época. En los gigantes de piedra que esperan a los lados de las calzadas observando desde los años, que para ellos son menos relevantes y más vulgares. Volver, para encontrar un pedazo que quedó lejos. Bien porque se ha perdido, bien porque se ha dejado atrás. En Nostalgia (2022) Mario Martone vuelve, y lo hace con una película que transpira una melancolía infinita, que busca la redención tanto como el futuro. Es este un cine ampliamente sensorial, donde las imágenes adquieren una dimensión casi háptica, que provocan sentir sus texturas: en un trabajo de cámara exquisito, Martone eleva lo lejano, la «nostalgia» de su título, y la convierte en un acto de puro presente, de creación sensible que investiga el material de los recuerdos y lo vuelve tangible. Con escenas maravillosas como esa en la que el protagonista, encarnado por un excelente Pierfrancesco Favino, lleva a su madre en brazos para bañarla, en la que Martone invoca un sentimiento indescriptible en el que se percibe el respeto, el pasado, la dedicación, el cariño. O aquella en la que se hace con una motocicleta para recordar su juventud a los mandos del manillar, con ese montaje precioso y la luz que cae sobre el casco y la carretera. Nostalgia construye un retrato en el que el tiempo pasado es tan necesario como el presente y el futuro para completar la identidad, y no sufre por ello ninguno de esos clásicos lugares comunes en los que se tiende a romantizar el ayer, sino que se sitúa con gran equilibrio en el punto en el que todo tiempo pasado fue, efectivamente, pasado.
Mario Martone ha creado, con su poesía pretérita, una película de las que hacen grandes los recuerdos situándolos a la vanguardia de su escultural estética.
Nostalgia cuenta la historia de un hombre que vuelve a su Nápoles natal después de haber vivido cuarenta años en El Cairo, ciudad en la que construyó su vida, su familia y su futuro. Pero llegará un momento en el que tendrá que saldar deudas pendientes, volver a ver a su madre, a respirar el aire de su infancia. Y encontrarse con que las cosas que dejó rotas hace cuatro décadas han seguido su curso, adaptándose al paso del tiempo sin llegar nunca a repararse. Porque además, Nostalgia sabe extraer del dolor de los años ese sentimiento de hogar: Martone rueda con mucha clase el momento en el que lo que en la memoria es desgarrador, en el presente, entre los objetos y las personas, es tristemente reconfortante. En una narración calmada pero siempre con algo que decir en la que no hay minutos de sobrecontemplación, Nostalgia tiene un gran alcance a la hora de retratar la mirada taciturna con la que uno mira hacia aquello que se ha ido, citando a Roy Batty, como «lágrimas en la lluvia»: religión, Camorra y pizza se encuentran con la melancolía de una vida de incansable huida a la que solo le hace falta reencontrarse con las piezas perdidas para poder tener un futuro. Mario Martone ha creado, con su poesía pretérita, una película de las que hacen grandes los recuerdos situándolos a la vanguardia de su escultural estética, dando por bueno aquello que dicen de que añorar el pasado es correr contra el viento.