Sí, North Hollywood (2021), debut en la dirección de Mikey Alfred —fundador de la marca Illegal Civilization— tiene ese algo que se desprende de esa poética de lo urbano, de esa lírica que cuesta mucho traducir en palabras que surge de las tablas, los ejes, la parafina y la música. La obra, a medio camino entre el coming of age y el drama adolescente, funciona porque tiene alma, y se toma a sí misma como un recorrido de corte generacional, en el que explora la relación del individuo con los sueños en la fase de crecimiento; o las ambiciones en su choque contra la realidad que se impone a cada paso. No es una película sencilla tampoco, pese a su apariencia relajada: el corazón de North Hollywood tiene mucho más que ver con el estudio de personaje —amplio, muy amplio— que con la representación del mundo del skate en clave fílmica, y por supuesto con la ambivalencia, que al final es clave en el desarrollo de la persona y que siempre cuesta encontrarla en el cine de crecimiento. Claro que tener a alguien como Ryder McLaughlin protagonizando el tema ayuda, o a un monstruo como Vince Vaughn dejando su impronta, pero después de todo mostrar al personaje principal, Michael, dudando sobre su propia esencia, equivocándose estrepitosamente sin que el nivel de posible identificación decaiga, o demostrando que la vida sobre esas cuatro ruedas es un modo de ver el mundo tan potente como cualquier otro, es lo que hace que la película de Alfred sea como un poema de métrica libre: sensible pero anárquico, sin el sentido claro de la continuidad que le presumimos al cine como medio narrativo, pero tan personal que logra penetrar en cualquiera, por muy lejos que se encuentre de sentirse seducido por los ollies, los kickflips y los grinds.
Un deseable plato de poesía asfáltica, un poderoso estudio ya no sobre un personaje, sino sobre todo lo que tiene alrededor visto desde el interior más estricto.
A pesar de todo, North Hollywood no cuenta con un desarrollo fulgurante, pero tampoco es algo que se eche en falta: sigue a un joven de dieciocho años que quiere hacer del skate un modo de vida, pero que por el camino tendrá que lidiar con un padre que está más en el discurso del «déjate de tonterías y ponte a estudiar» y con unas relaciones personales complejas, tanto por lo complicado del crecimiento personal de todo joven que atraviesa esa edad como por el desarraigo que le produce tener que vivir de la mentira para alcanzar su verdad. Lo fácil hablando de la obra de Mikey Alfred —que por cierto también coprodujo el debut tras las cámaras de Jonah Hill en la muy interesante En los 90 (2018), en la que también interviene Ryder McLaughlin— es tildarla de demasiado centrada en su microcosmos, pero lo cierto es que el drama que expone no depende de su discurso más superficial, sino que se muestra expansivo y amplio, con una profundidad que solo se detecta tras haber culminado el visionado y uno la disfrute en el paladar como una pieza que persevera en el gusto. Las motivaciones en la adolescencia tardía, con sus sueños rotos y sus vacíos; la problemática que surge cuando los mundos entre el «has de hacer esto» y el «es que mi sueño es este» chocan, más allá de la dosis de realidad, que aquí está expresada desde lo ajeno —la película no estudia la pertinencia o no de las decisiones y las elecciones, sino las consecuencias y las diatribas que suponen el simple hecho de tenerlas—; la sinceridad versus la mentira aplicada a uno mismo, sobre todo cuando la verdad es un artefacto esquivo que es más fácil de aceptar cuando se modifica un poco y se adapta a la galería que hay delante; o el propio acto de buscar y encontrar a medias, ya sea el amor o la vocación, hacen de North Hollywood un deseable plato de poesía asfáltica y un poderoso estudio ya no sobre un personaje, sino sobre todo lo que tiene alrededor visto desde el interior más estricto. Nunca fue sencillo crecer y ubicarse, pero qué mejor que aceptar el cambio domando el peor miedo de todos: el que se tiene a uno mismo.