Nadie puede vencerme
La épica de Stoker Thomson

País: Estados Unidos
Año: 1949
Dirección: Robert Wise
Guion: Art Cohn (Poema: Joseph Moncure March)
Título original: The Set-Up
Género: Drama. Cine negro
Productora: RKO Radio Pictures
Fotografía: Milton R. Krasner
Edición: Roland Gross
Música: C. Bakaleinikoff
Reparto: Robert Ryan, Audrey Totter, George Tobias, Alan Baxter, James Edwards, Wallace Ford, Percy Helton, Darryl Hickman, David Clarke, Burman Bodel, Kenny O'Morrison, Phillip Pine, Edwin Max, Herbert Anderson
Duración: 72 minutos

País: Estados Unidos
Año: 1949
Dirección: Robert Wise
Guion: Art Cohn (Poema: Joseph Moncure March)
Título original: The Set-Up
Género: Drama. Cine negro
Productora: RKO Radio Pictures
Fotografía: Milton R. Krasner
Edición: Roland Gross
Música: C. Bakaleinikoff
Reparto: Robert Ryan, Audrey Totter, George Tobias, Alan Baxter, James Edwards, Wallace Ford, Percy Helton, Darryl Hickman, David Clarke, Burman Bodel, Kenny O'Morrison, Phillip Pine, Edwin Max, Herbert Anderson
Duración: 72 minutos

La película de Robert Wise, protagonizada por un gran Robert Ryan, es un opresivo ejemplo de cómo era el deporte del boxeo en las décadas de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, así como su reflejo en el cine.

Allá por 1987, la gran y multifacética escritora Joyce Carol Oates decía en su ensayo Del boxeo, «la vida es como el boxeo en muchos e incómodos sentidos. Pero el boxeo solo se parece al boxeo». En esta joya del deporte pugilístico dirigida por el montador, productor y director Robert Wise, se resume el hecho de cómo en tiempos difíciles la honradez y la lucha por la supervivencia son como el aceite y el agua mezclados y, además, una bomba de relojería que no será capaz de mezclarse jamás. Con un metraje que no supera los ochenta minutos, estamos ante un filme pequeño y sencillo dentro del pujante género de cine negro de la época, que guarda profundas similitudes también con el texto literario de Dashiell Hammett, La llave de cristal, es decir, que es la historia de alguien que solo recibe palos, en este caso tanto fuera como dentro del ring. Alejándonos algo más de este deporte, los hermanos Joel y Ethan Coen adaptaron a su modo y forma el texto de Hammett en su conocidísima y bien ambientada (si bien en color) película Muerte entre las flores de 1990. Hasta aquí todo estaría bien, si no conociésemos el origen del guion filmado por Wise: un poema de un veterano de guerra (Joseph Moncure March) publicado en The New York Times con el mismo título, The Set-Up, que el de la película a estudiar. El poema tuvo tal éxito tras su publicación, que Art Spiegelman lo hizo coincidir con los hechos del escándalo de Fatty Arbuckle en otro proyecto: tanta adaptación sobrepuesta hizo que Moncure March, que también fue ensayista, eliminara de su cuadro de personajes el racismo y antisemitismo por el que un día podría haber sido acusado.

El aspecto atemorizado de Thomson.

El campeonato es, como se podrá imaginar, de pesos pesados, y está filmado justo el año en que Jake LaMotta (protagonista de la Toro salvaje (1980) de Scorsese, que interpretó Robert De Niro) ganaba el primer puesto de pesos medios en el Madison Square Garden. Esta coincidencia tal vez sea una ironía del destino para el personaje interpretado por Robert Ryan (Stoker Thomson) en un escenario muy distinto de los bajos fondos. Stoker anda bastante tocado desde que lo vemos aparecer en pantalla y prácticamente se deja matar (le salva un auténtico milagro) por la irrisoria e hipotética cantidad soñada de ciento cincuenta dólares, que lo es ya para la época, y por la que le vende a la Mafia su propio entrenador y representante. Su mujer, Julie Thomson (Audrey Totter) ya se lo advierte antes de que cruce la calle, diciéndole que treinta y seis años ya le convierten en viejo para el boxeo. Para los nostálgicos de épocas que no existirán ya, esta película sería imposible de rodar ni tan siquiera cuando Carol Oates escribió su ensayo (momento en que las mujeres también empezaron a practicar este deporte en los gimnasios del extrarradio de las ciudades grandes) y que, como la escritora reconoce, ya empezaban médicos comisionistas a exigir también su tajada en el asunto, cosa que si bien salvaba vidas por el momento, también eliminaba toda idea de libre albedrío existente en los ring, y además permitía que púgiles perdieran durante nueve y hasta doce veces consecutivas por K.O. técnico asaltos que hubieran sido mucho menos duros que la misma muerte.

Representa como ninguna la veta de películas como El ídolo de barro o Fat City, ciudad dorada, filmes que sacan lo más sucio de la condición humana a través de combates amañados.

El escenario es igualmente de lo más evocador: con una cartelería que vaticina el principio del fin del sueño americano, que empiezan disputándose dos repartidores de periódicos, vemos cómo el propio agente de Thomson enciende un cigarro pegado a los labios siempre, tachando en el frotar de la cerilla el nombre de su propio representado. Gracias a estos detalles se va construyendo un personaje veterano en estas lides, capaz de soportar escenas dentro de la secuencia del vestuario, que realmente llenan al espectador de congoja y que le mantendrán en vilo no solo hasta el final del combate, sino aún más allá del final incluso del filme. Sobre Robert Wise, debemos decir que siete años más tarde filmaría igualmente Marcado por el odio con Paul Newman, otro filme de púgiles, en el que también aplicaría lo aprendido aquí. En cualquier caso, Nadie podrá vencerme representa como ninguna la veta de películas como El ídolo de barro (1949) o Fat City, ciudad dorada (1972), de Mark Robson y John Huston respectivamente, filmes que sacan lo más sucio de la condición humana a través de combates amañados, pero que saben extraer una extraña belleza a un deporte casi siempre castigado no solo por ello.

La fotografía de Milton R. Krasner sabe jugar a la perfección con lo que se cuenta. Otros trabajos suyos fueron Eva al desnudo (Joseph L. Mankiewicz, 1950), de un estilo más esplendoroso lógicamente; o la ya en color y también más glamurosa La tentación vive arriba (Billy Wilder, 1955). Aquí sin embargo es patente la ambientación de los bajos fondos, el calor nocturno de un pequeño pueblo y su sudor, la necesidad del periodismo en este caso radiofónico, del deporte, las sillas de madera para el público, la gula como recurso practicado por algún espectador, así como las ansias, como en los circos romanos, de venganza ciega, de una audiencia que descarga las tensiones propias y ajenas en forma de odio. Igualmente, debemos decir, que la adaptación al cine del poema es obra de Art Cohn, artífice en coautoría de Diez mil dormitorios (Richard Thorpe, 1957) o Unidos por el crimen (Mañana es otro día) (Felix E. Feist, 1951), la primera de ellas con Dean Martin (Ray) y en las antípodas de esta. El montador, sin el que no entenderíamos el paso del tiempo en el filme fue nada menos que Roland Gross, que editó dos años después El enigma de otro mundo (Christian Nyby, Howard Hawks, 1951). Un dato por el que muchos consideran el filme como casi perfecto es la utilización de un maquillaje a través del que se caracteriza sobre todo al protagonista masculino; y es que el equipo de Gordon Bau supo reproducir en su cabeza la oreja de coliflor de los boxeadores de la época, algo que de primeras no llama la atención, pero que sirve, más que el atormentado sueño del que el pobre despierta, para caracterizarlo como alguien que realmente no sabe hacer otra cosa que no sea boxear, y contradiciendo un poco a Carol Oates en su ensayo, también pelear, ya que no siempre es lo mismo.

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