Mosquito State
Quasimodo arenga desesperado a los coleópteros

País: Polonia
Año: 2020
Dirección: Filip Jan Rymsza
Guion: Filip Jan Rymsza, Mario Zermeno
Título original: Mosquito Sate
Género: Thriller, Drama
Productora: Royal Road Entertainment, WFDiF, Bottleship VFX
Fotografía: Eric Koretz
Edición: Andrew Hafitz, Wojciech Janas, Bob Murawski
Música: Cezary Skubiszewski
Reparto: Beau Knapp, Charlotte Vega, Jack Kesy, Olivier Martínez, Audrey Wasilewski, Daisy Bishop, Dominika Kachlik, Maximilian Kubiak, Seetharaman Krishna, Hai Hung Dinh, Wojciech Bocianowski, Krystin Goodwin
Duración: 100 minutos
Festival de Sitges: Sección Oficial (2020)

País: Polonia
Año: 2020
Dirección: Filip Jan Rymsza
Guion: Filip Jan Rymsza, Mario Zermeno
Título original: Mosquito Sate
Género: Thriller, Drama
Productora: Royal Road Entertainment, WFDiF, Bottleship VFX
Fotografía: Eric Koretz
Edición: Andrew Hafitz, Wojciech Janas, Bob Murawski
Música: Cezary Skubiszewski
Reparto: Beau Knapp, Charlotte Vega, Jack Kesy, Olivier Martínez, Audrey Wasilewski, Daisy Bishop, Dominika Kachlik, Maximilian Kubiak, Seetharaman Krishna, Hai Hung Dinh, Wojciech Bocianowski, Krystin Goodwin
Duración: 100 minutos
Festival de Sitges: Sección Oficial (2020)

Se lleva el galardón a los mejores efectos especiales de esta edición del festival de Sitges. Pero esta parábola de hombres-monstruo, personas aplastadas —por insignificantes— y chupasangres responsabiliza de las crisis económicas y ecológicas a la bolsa.

En primer lugar, cabrá felicitar a Maks Naporowski, Filip Jan Rymsza y Dariush Derakhshani por el merecidísimo galardón y su tremenda labor con los efectos especiales de esta interesante obra. Pero hay otros motivos de peso para decidirse por este visionado: empezando por las animaciones de los créditos, las ilustraciones a modo santoral que marcan los capítulos y la parte fotográfica —en la que predominan las luces liláceas, sugerentes de la locura que posee al protagonista— es más que atractiva. Aunque no lo es menos el subtexto de este Quasimodo moderno, encaramado a esas nuevas catedrales de cristal que son los rascacielos de la urbe capitalista.

Richard acude a una fiesta de ricos, con manjares en la mesa y ostentación por doquier. En un ambiente en que lo aséptico —pero oscuro— se fusiona con las líneas minimalistas más modernas. Los comentarios —machistas y racistas— a modo de porra sobre si será Obama o Hillary Clinton quien gane las inminentes elecciones dejan claro el contexto histórico y se alejan de un mínimo nivel intelectual que favorezca un debate debidamente argumentado. Todos los presentes son triunfadores, a menudo ya desde el instituto. Buena forma física, éxitos deportivos. Dinero. Se muestran muy seguros de sí mismos. Y son unos verdaderos chupasangres. Aprovechados del sistema, sin la más mínima piedad hacia los de escalafones inferiores. Ni siquiera los del inmediato. Y menos si es mujer: pues en este entorno, al igual que hacían los curas de las novelas Josafat (Prudenci Bertrana, 1906) o Nuestra Señora de París (Victor Hugo, 1831), ellas son cosificadas y sometidas al acoso sexual.

No es el caso de Richard, el pez fuera del agua. El tipo retraído ya en lo postural: encorvado, tímido, nervioso y con multitud de neurosis. Alguien que es capaz de amasar pero no de vivir la vida: ¿hay mayor ejemplo que el coleccionar botellas de vino que no piensa beberse? En cualquier otra situación, sería el blanco de las mofas. Seguro que lo fue en el instituto y de ahí sus inseguridades relacionales. Pero, sorpresa: de él depende todo el engranaje y beneficios del resto de esos geyperman, porque se trata del matemático que es capaz de predecir las fluctuaciones de la economía, en qué invertir, e incluso cómo influir en provocar ganancias o pérdidas que tendrán sus consecuencias a nivel global. Y no solamente en lo económico.

Esa revolución interior, ese remordimiento y culpabilidad por estar sirviendo a fines ruines, va a servirse de las descontroladas poblaciones de mosquitos para exteriorizar ese sentirse un monstruo.

El caso es que, pese a presentar un cuadro de paupérrima inteligencia emocional, que le hace discapacitado social, tiene una ética. El personaje del jorobado siempre ha representado la bondad entre la podredumbre —el hombre sencillo y noble que se infecta en contacto con los corruptos—, y que a través del contacto con una mujer de un estrato inferior, se va a empezar a solidarizar. A darse cuenta de hasta qué punto está trabajando para machos alfa que se arrojan a aventuras con un cierto riesgo aparente pero que, en realidad, están enlatadas y les protegen. Y para esto, vaya, qué casualidad: al igual que Possessor (2020), de Brandon Cronenberg, este filme también utiliza —y con más insistencia— el símil con la tauromaquia. El torero tiene un aguijón infinitamente más dañino que el de cualquier insecto, y lo utiliza en una exhibición de poder y abuso hacia el vulnerable. ¿No será que el mundo civilizado está queriéndole decir algo a España con respecto a esta tradición?

Pero la metáfora más importante de esta película viene marcada por unos capítulos que corresponden a las diferentes fases del desarrollo del mosquito: desde que la madre obtiene la sangre que le dará proteínas —el vigor, la virilidad del bróker exitoso—, hasta que se forman los huevos, eclosionan en larva, luego en ninfa y finalmente, en el bicho tal y como lo conocemos —el llamado imago—. Las fases que atravesará Richard. Esa revolución interior, ese remordimiento y culpabilidad por estar sirviendo a fines ruines, va a servirse de las descontroladas poblaciones de mosquitos —una de las consecuencias del calentamiento global— para exteriorizar ese sentirse un monstruo. Si el caminar natural y postura retraída, tímida, del personaje, ya lo encorvaban, su paulatina deformación irá otorgándole ese aspecto a lo Quasimodo, que intentará desesperadamente enamorar a una Esmeralda que aquí no es tan pobre. En este entorno, nadie lo es. Sí lo son, en cambio, esos desgraciados que se ven en las noticias, desde la comodidad de sus lujosas casas.

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SITGES FILM FESTIVAL 2020

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