Mirai, mi hermana pequeña
Cambio de estación
• País: Japón
• Año: 2018
• Dirección: Mamoru Hosoda
• Guion: Mamoru Hosoda
• Título original: Mirai no Mirai
/ 未来のミライ
• Género: Animación, Drama, Fantástico
• Productora: Studio Chizu
• Edición: Shigeru Nishiyama
• Música: Takagi Masakatsu
• Reparto: Moka Kamishiraishi, Haru Kuroki, Gen Hoshino, Kumigo Aso, Mitsuo Yoshihara, Yoshiko Miyazaki, Koji Yakusho, Masaharu Fukuyama
• Duración: 100 minutos
• País: Japón
• Año: 2018
• Dirección: Mamoru Hosoda
• Guion: Mamoru Hosoda
• Título original: Mirai no Mirai
/ 未来のミライ
• Género: Animación, Drama, Fantástico
• Productora: Studio Chizu
• Edición: Shigeru Nishiyama
• Música: Takagi Masakatsu
• Reparto: Moka Kamishiraishi, Haru Kuroki, Gen Hoshino, Kumigo Aso, Mitsuo Yoshihara, Yoshiko Miyazaki, Koji Yakusho, Masaharu Fukuyama
• Duración: 100 minutos
El filme del maestro Mamoru Hosoda reflexiona acerca de la niñez, de la familia y del amor aprovechándose del gran gusto y sensibilidad que lo caracterizan. Un relato en el que la fantasía más creativa se da la mano con el realismo más puro y descarnado.
Con el billete recién comprado en la mano y montando en un tren cuyo destino se desconoce, uno se embarca en la travesía que es la vida misma. Terror por lo que no controlamos, expectación por aquello que vendrá tras la siguiente curva, tras el siguiente cruce; pero sobre todo tristeza, la tristeza de cuando se llega al final del viaje y se mira atrás, recordando todo lo que nos ha dado. Así nos presenta el maestro Mamoru Hosoda el filme, uno cargado de la sensibilidad y la poesía a la que nos tiene acostumbrados en el que, como es habitual, nos introduce un mundo en el que la fantasía más depurada, los toques de ciencia ficción y el realismo más crudo se dan la mano para golpear al espectador con mensajes incómodos, pero que deben ser dichos. De este modo seguimos a Kun, un niño de cuatro años que se ve abrumado por un cambio en su corta pero intensa vida: la llegada de su pequeña hermana, Mirai.
La paternidad, presente desde el primer minuto hasta el último, es uno de los temas fundamentales en el filme de Hosoda.
La infancia: tierna, dulce. Una etapa vital fundamental para los seres humanos, pues en ella debemos iniciar el camino, sembrar las primeras semillas y prepararnos para lo que deparará la vida en los años venideros. De una forma un tanto distinta a como hizo Hayao Miyazaki con su archiconocida Mi vecino Totoro (1988) —con la que comparte ciertas ideas— , Hosoda afronta el tema del sufrimiento en la infancia de forma más directa. Recreándose en los llantos y en los arrebatos emocionales tan característicos de los niños se nos muestra la envidia más pura posible, ya que ahora ya no es el centro de atención que estaba acostumbrado a ser. Y así, con una dureza sin par, el cineasta nipón representa la primera vez que, a ojos del infante, pierde el amor de alguien. Un sentimiento de soledad tan profundo como un abismo acompañado de una rabia incontrolable pueden ser una mezcla poco recomendable, más aún en alguien de tan corta edad. Con ello nos invita a reflexionar acerca de la forma en la que vemos y tratamos a los más pequeños, pues su voz no es muchas veces escuchada, pero sienten y padecen de igual forma que los adultos. Por otro lado, el cineasta de Kamiichi pone sobre la mesa la dureza y el sacrificio de la paternidad. Muchas y muy variadas son las películas que tratan este tema —ya sea de forma más o menos acertada—, pero es menester resaltar el buen hacer del nipón en este campo. Con la sensibilidad característica de los japoneses, la evolución de la relación de ambos padres desde la llegada de la niña hasta unos meses más tarde conforma la representación definitiva de que, en el apoyo y en el entendimiento mutuo está el poder de salir adelante: de poder criar de forma maravillosa —y disfrutar al mismo tiempo— a un par de hijos que no siempre lo ponen fácil.
Existen muchos filmes que se benefician del recurso de la repetición —entre los que se encuentran los trabajos de nuestro amado Hong Sang-soo—, y este es uno de ellos. Hosoda maneja los tiempos de la narración de forma espléndida, haciendo que el acto de repetir una estructura narrativa no se sienta pesado; de hecho, todo lo contrario. La forma de encauzar y dirigir el guion es digno de alabanza, puesto que es realmente complicado realizar una cinta de estas características sin tropezar, caer y hacer que se desplome una idea realmente interesante. Es aquí, en la repetición, donde el director despliega su creatividad y regala la bella fantasía con toques de ciencia ficción a la que nos tiene acostumbrados, algo que, a estas alturas, forma parte de su imaginario. De esta forma se nos presentan distintos escenarios en los que, desde los ojos y la imaginación del joven protagonista, somos espectadores de su paso de la inmadurez más absoluta a un punto intermedio entre la responsabilidad de un adulto y la impulsividad de un infante. Parece que Mamoru Hosoda pretende, de esta forma, criticar ese abandono tan temprano y esa prisa que parece que tenemos de que los niños de hoy en día crezcan rápido y, por lo tanto, dejen de disfrutar de esa bella etapa que deben vivir, pues los obligamos —consciente o inconscientemente— a ello.
Un filme sensible, evocador y sincero que abraza la repetición para hacerla suya, obteniendo así un maravilloso resultado lleno de matices.
Ya son muchos años y varios largometrajes los realizados por el director, por lo que a estas alturas ya conocemos sus maneras. Siempre desde la temática familiar reflexiona acerca de la relación entre los miembros del núcleo, acerca de los sentimientos que tienen los unos de los otros. Como ya ha comentado Hosoda en múltiples ocasiones, su inspiración para realizar películas nace de eventos que ha vivido él mismo, por lo que gracias a ello la sinceridad y el realismo de sus trabajos es palpable. Con simplemente unos cuantos planos, en los que no tiene que haber mucha acción necesariamente, es capaz de lanzar mensajes con tal contundencia que, aún sabiendo de quién se trata, asombran. Mirai, mi hermana pequeña (Mamoru Hosoda, 2018) es un filme sensible, evocador y sincero que abraza la repetición para hacerla suya, obteniendo así un maravilloso resultado lleno de matices. Las vías del tren guían, marcan el camino a seguir. Cada uno es libre de escoger las bifurcaciones que se van presentando, realizando modificaciones en los eventos que están por venir. Rara vez somos conscientes de la importancia de los pequeños actos, pues ellos muchas veces son los causantes de cambios radicales. Por lo tanto, viajemos sin mirar atrás, recogiendo aquellas semillas sembradas durante los primeros años y disfrutemos de lo que nos queda por delante. Amor, familia. Qué bonito, ¿no?