Metro Manila
Cine y honestidad

País: Reino Unido
Año: 2013
Dirección: Sean Ellis
Guion: Sean Ellis, Frank E. Flowers
Título original: Metro Manila
Género: Thriller. Drama
Productora: Chocolate Frog Films
Fotografía: Sean Ellis
Edición: Richard Mettler
Música: Robin Foster
Reparto: Jake Macapagal, John Arcilla, Althea Vega, Miles Canapi, Ana Abad-Santos, Moises Magisa, JM Rodriguez, Erin Panlilio
Duración: 114 minutos
Festival de Sundance: Premio del público (World Cinema) (2013)

País: Reino Unido
Año: 2013
Dirección: Sean Ellis
Guion: Sean Ellis, Frank E. Flowers
Título original: Metro Manila
Género: Thriller. Drama
Productora: Chocolate Frog Films
Fotografía: Sean Ellis
Edición: Richard Mettler
Música: Robin Foster
Reparto: Jake Macapagal, John Arcilla, Althea Vega, Miles Canapi, Ana Abad-Santos, Moises Magisa, JM Rodriguez, Erin Panlilio
Duración: 114 minutos
Festival de Sundance: Premio del público (World Cinema) (2013)

La película de Sean Ellis entrega una historia que mezcla el lenguaje cinematográfico y unos temas y referentes muy realistas para dar como resultado una obra que se siente genuina y personal a la vez que universal y clásica.

¿Qué es lo que hace que una película sea o no especial? No nos referimos únicamente a que sea o no buena, ya que eso es algo que cualquier cinéfilo tiene más o menos ubicado (se requiere una mezcla de buenas actuaciones, una dirección competente, una cinematografía correcta y un guion decente), sino que cuando nos referimos a películas «especiales» nos referimos a cintas que se quedan en la memoria del espectador mucho tiempo después de que los créditos finales avancen por la pantalla, de las que recomendamos enérgicamente a nuestros amigos, familiares o compañeros de trabajo. Las películas que volvemos a ver en repetidas ocasiones esperando descubrir algo especial y nuevo en ellas, algo que nos inspire y nos emocione. Si bien detectar qué hace estas películas especiales es complejo, es fácil reconocer de qué títulos hablamos, y uno que para gran parte de la comunidad cinéfila forma parte de esta lista es Metro Manila (Sean Ellis, 2013), una obra de muy bajo presupuesto que gracias al boca a boca entre los amantes del cine de Asia ha logrado transformarse en una cinta de culto entre la comunidad cinéfila y en un visionado obligado del cine independiente de la última década.

La película cuenta la historia de Óscar, un agricultor filipino arruinado que viaja con su mujer y su hija a Manila para tratar de encontrar trabajo. Rápidamente descubrirá que la ciudad es un lugar terriblemente hostil y tanto él como su mujer se verán obligados a aceptar trabajos penosos para poder comer. Ante esta presión, y teniendo en cuenta su pasado como soldado, Óscar acepta un trabajo como conductor de furgones blindados, donde conoce a su compañero Ong, el cual se ofrece a ayudarle de manera aparentemente desinteresada. A medida que su amistad crece, Óscar descubrirá que Ong está detrás de una serie de robos de dinero en furgones blindados y se ve obligado a ser su cómplice hasta que uno de los robos sale mal y Óscar se convierte en el principal sospechoso, viéndose en ese caso obligado a escapar de la ley a la vez que trata de conseguir dinero para ayudar a su familia.

El director sabe cuándo dar importancia a la acción y al thriller y en qué momentos dejar eso a un lado y centrarse en el drama humano de sus protagonistas.

Vista desde fuera, Metro Manila no es tan diferente de otros thrillers de acción que abordan el tema, siendo uno de los primeros que viene a la mente El transportista (Nicolas Boukhrief, 2004). La mayoría de los ingredientes básicos del género están ahí y no parece pretender la película de Ellis reinventar la rueda. Es cuando se examina de cerca, cuando se aprecia escena a escena, donde todo su brillo sale a la luz y destaca por ser una cinta única en el panorama cinematográfico reciente. En primer lugar, el gran punto a favor de Metro Manila frente a otras obras similares es su dominio absoluto del elemento dramático de su historia. El director sabe que, a pesar de las escenas de acción y del thriller que definen la película, en su corazón late un drama humano, social y familiar que usa la acción y una trama que en su acto final es totalmente trepidante para contar una historia muy personal que no aspira tanto al espectáculo como al relato emocional. El protagonista, Óscar, se muestra de manera tridimensional como un hombre que quiere proteger a su familia, una motivación directa con la que cualquier espectador puede empatizar fácilmente. En lugar de presentar a un personaje innecesariamente complicado, el guion apuesta por construir a un protagonista realista y cercano que encapsula en su figura toda la épica y la narrativa del padre de familia dispuesto a sacrificarse y a usar la violencia para proteger a sus seres queridos y su familia.

Durante la última década, y a consecuencia del paulatino alejamiento de Hollywood de las clases medias trabajadoras que en otro tiempo cimentaron su éxito y su reciente transformación en un entretenimiento para, por un lado, adolescentes de mercados globalizados y, por otro, clases altas urbanitas, el cine mainstream se ha olvidado de comprender a sus personajes masculinos adultos. Todo lo que se salga del patrón del superhéroe o del protagonista adolescente termina reducido a poco más que una pantomima, una parodia de sí mismo que refleja la falta de entendimiento no ya de sus personajes masculinos, sino de la masculinidad como concepto, adoleciendo de una falta de comprensión de las motivaciones, conflictos e idiosincrasia propias de la misma. Si bien es cierto que ocasionalmente el cine de estudio sigue produciendo cintas con personajes masculinos coherentes como puede ser el caso de Hasta el último hombre (Mel Gibson, 2016) o más recientemente El hombre del norte (Robert Eggers, 2022), por lo general es extraño encontrar obras de alto presupuesto que sepan sintonizar con las inquietudes del público masculino adulto de clase trabajadora contemporáneo, evidenciando los problemas de un cine hecho, cada vez más, para uso y disfrute de élites cosmopolitas (o «cosmopaletas», según se mire).

Las escenas de acción están rodadas con brío y en ocasiones son totalmente impactantes.

Afortunadamente, este hueco que ha dejado el cine de estudio ha sido maravillosamente aprovechado por un lado por el cine independiente, que en los últimos años ha generado no solo personajes masculinos, sino también relatos entorno a sus roles y su relevancia en la sociedad absolutamente elocuentes y maravillosos, como puede ser el caso de Good Time (Ben Safdie, Joshua Safdie, 2017) o Tierra salvaje (Max Winkler, 2019) y, por otro lado, por el cine extranjero, que, ajeno a las modas estadounidenses y pasando por un gran momento gracias a las plataformas digitales, ha sabido usar a sus personajes masculinos para decir cosas interesantes, como es el caso de la australiana Años de sequía (Robert Connolly, 2020), la polaca Corpus Christi (Jan Komasa, 2019), o la china El lago del ganso salvaje (Diao Diyan, 2019). Metro Manila encaja a la perfección en la encrucijada entre ambas categorías, al ser una película independiente de bajo presupuesto y ser una coproducción anglo-filipina. Es quizá por esto que el personaje de Óscar conecta de forma tan acertada con la realidad del working class hero, siendo un hombre que se ve obligado a recurrir a la violencia no por gusto o convicción, sino como último recurso para proteger a sus seres queridos. Que ejerce una violencia que no busca dañar a la sociedad, sino protegerla de las fuerzas que la amenazan. La de un individuo que se opone a un mundo peligroso y que, si bien es fruto de dicho mundo, lucha no para perpetuarlo sino para extinguirlo y crear un mañana mejor para sus hijos.

El drama personal de Óscar y de su familia, lejos de ser un relleno, existe para dar a los personajes motivaciones profundas que hagan avanzar la historia y enriquecen el relato. El relato de una familia honesta que trata de salir de la pobreza en una gran urbe de un país en vías de desarrollo y que se termina viendo implicada en actividades ilícitas conecta con la tradición de películas como Rocco y sus hermanos (Luchino Visconti, 1960), pero a su vez la trae al mundo actual globalizado, en la cual los intereses de grandes empresarios con negocios transnacionales chocan directamente con los estilos de vida de personas trabajadoras en otras partes del mundo. Y más allá de eso, recupera una narrativa relativamente olvidada en el cine actual, la de la épica de las historias sobre protagonistas que, siendo víctimas de la pobreza más severa, en lugar de caer en la victimización barata y la condescendencia por parte de los cineastas que eligen contar sus historias, son tratados como héroes, como dueños de su propio destino y como agentes activos (y no meros observadores pasivos) de su propia situación y su responsabilidad para mejorarla. Esto es sin duda un punto a favor del director, el cual muestra una madurez y un respeto por el tema que trata y por sus personajes digno de elogio.

Sabe cómo atrapar el interés del espectador y poner en pantalla personajes tridimensionales y complejos con los que resulta imposible no empatizar a la vez que invita a la reflexión sobre temas intelectualmente provocativos y adultos.

Cuando se reduce a la mínima expresión y se destilan sus temas, Metro Manila nos cuenta una historia de bien contra el mal. Óscar, el protagonista, un hombre íntegro y que respeta la ley, se ve enfrentado a Ong, un hombre corrupto y propenso a actividades delictivas. Pero de manera paradójica, surge entre ambos una sorprendente amistad que crece paralela a su antagonismo. Casi como si cada uno de ellos fuera el reflejo del otro, como si no estuviéramos ante dos personajes diferentes sino ante dos caras del mismo ser humano, del hombre aplastado por la cruda realidad de una ciudad carente de humanidad. Sin embargo, la película evita los blancos y negros morales cuando muestra su lado más político ya que vemos cómo las personas para las que Óscar trabaja y cuyo dinero protege son las mismas élites vinculadas a los negocios sucios que son responsables en buena medida de la situación de pobreza del protagonista. ¿Hasta qué punto la defensa del statu quo en una sociedad intrínsecamente corrupta es moralmente justificable? Cuando Óscar renuncia a sus principios y roba dinero para proteger a su familia, esto se encuadra como algo éticamente justificado a pesar de las reticencias del protagonista. Es así que la película es lo suficientemente inteligente como para no creerse con el derecho de decir qué es lo que está bien y lo que está mal, de darse cuenta de que lo que separa lo correcto de lo incorrecto no es una línea divisoria clara sino una frontera difuminada que depende generalmente de la perspectiva y las circunstancias de cada persona y cada situación.

Al final, Metro Manila es una película que le pertenece a sus personajes. A sus conflictos internos y sus dramas externos, al pequeño universo de criminales, héroes, estafadores, etc. que crean en conjunto. Sin llegar quizá a ser una película coral (algo que la cinta tampoco necesita y que incluso podría haber llegado a funcionar en su detrimento), el guion sí que sabe dar espacio a un abanico bastante diverso de personajes que orbitan en torno al protagonista principal, cada uno con sus propias circunstancias y permitiendo que el espectador vea una faceta diferente de la historia que Ellis nos quiere contar en cada uno de ellos. Esto hace que, tras el visionado, la película se sienta como una experiencia completa y casi transcendental, como una narración épica a pesar de sus historias relativamente pequeñas y personales y de sus personajes hiperrealistas y ordinarios. Si bien es cierto que no veremos en Metro Manila escenas de acción particularmente ostentosas como esas a las que el cine de acción estadounidense nos tiene acostumbrados, los momentos de tensión y violencia más discretos funcionan gracias a su gran peso narrativo y al pulso del directo y logran hacer que el espectador se sienta involucrado gracias a la enorme empatía e interés que nosotros como espectadores sentimos por los personajes.

Metro Manila sabe moverse en todo momento entre la crítica social, el thriller de acción y el drama.

A pesar de su escueto presupuesto, Metro Manila logra evitar los atajos de otras películas independientes y consigue poner en pantalla escenas de acción bastante convincentes y de una factura técnica que poco tiene que envidiar a películas de presupuestos más solventes. El estilo en ocasiones casi de cine de guerrilla (cámara en mano, iluminación minimalista, etc.) encaja a la perfección con la historia. Sin embargo, esto no está reñido con una puesta en escena en ocasiones refinada, estilizada y que, si bien de manera dosificada, se permite extravagancias visuales como montajes paralelos, planos en slow motion o complicados planos secuencia sin cortes que añaden a la cinta una pátina de excelencia formal que no siempre está presente en películas de estos presupuestos y que bebe directamente de otros maestros del género como Michael Mann, Kathryn Bigelow o Paul Greengrass. El rodar de forma íntegra en una localización local le otorga a la película un marcado realismo. Desde los barrios marginales que rodean Manila hasta las concurridas vías del centro de la capital filipina, todo lo que se ve en pantalla se nota como auténtico, como si fuera esta una historia que emana directamente de las calles de la ciudad en la que tiene lugar. Ellis maneja a la perfección los tiempos narrativos y sabe cuando acelerar las cosas para generar tensión y cuando darse a sí mismo tiempo y un ritmo más pausado para explorar a sus personajes, dando como resultado una película de una cadencia casi perfecta que nunca se siente ni muy lenta (como puede ocurrir en ocasiones con los dramas de crítica social) ni demasiado rápida (como suele pasar frecuentemente con el cine de acción más reciente).

Como aspecto negativo de la película puede señalarse el hecho de que en ocasiones puntuales roza el melodrama (en particular cuando vemos el drama propio de la vida de la pareja protagonista) lo cual, en buena medida, puede entenderse como parte de la voluntad de la película para adaptarse a los gustos de las audiencias locales. No obstante, estos momentos son puntuales y en ningún momento llegan a tener un impacto negativo relevante en el conjunto. En general hablamos de una película muy equilibrada en sus aspectos narrativos que siempre sabe mantenerse sobria y evitar los excesos innecesarios. El director sabe tocar diferentes palos (la crítica social, el mensaje político, el drama humano y familiar, el thriller de acción) sabiendo ofrecer una experiencia satisfactoria en todos estos campos sin llegar nunca a excederse en ninguno, lo cual tiene como consecuencia que la película se siente fresca en todo momento y tenga varias lecturas dependiendo de cada espectador.

Al comienzo de este texto nos hacíamos una pregunta: ¿qué es lo que hace que una película sea o no especial? Dejando a un lado consideraciones más técnicas, lo que marca la diferencia al final se reduce a algo tan simple como que al director le importe o no la historia que está contando. A si el realizador únicamente se dedica a colocar la cámara donde menos moleste y juntar planos de una manera coherente o si, en su lugar, tiene una relación personal con los personajes que está llevando a la pantalla y quiere poner algo de sí mismo en la cinta. A si el director vuela de escena a escena con piloto automático o realmente cree que lo que está contando es algo importante. Metro Manila es un ejemplo de libro de esto último, y como consecuencia Sean Ellis nos regala no únicamente la mejor película de su filmografía, sino también una muestra de historia de esas que sabe cómo atrapar el interés del espectador y poner en pantalla personajes tridimensionales y complejos con los que resulta imposible no empatizar a la vez que invita a la reflexión sobre temas intelectualmente provocativos y adultos que no siempre tienen una fácil o rápida respuesta. En otras palabras, cine de verdad, del que cada vez es más escaso.

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