Marcado por el odio
La redención de Rocco Barbella

País: Estados Unidos
Año: 1956
Dirección: Robert Wise
Guion: Ernest Lehman
Título original: Somebody Up There Likes Me
Género: Drama
Productora: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)
Fotografía: Joseph Ruttenberg
Edición: Albert Akst
Música: Bronislau Kaper
Reparto: Paul Newman, Pier Angeli, Everett Sloane, Eileen Heckart, Sal Mineo, Joseph Buloff, Sammy White, Robert Lieb, Robert Loggia, Arch Johnson, Harold J. Stone, Theodore Newton, Steve McQueen
Duración: 108 minutos

País: Estados Unidos
Año: 1956
Dirección: Robert Wise
Guion: Ernest Lehman
Título original: Somebody Up There Likes Me
Género: Drama
Productora: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)
Fotografía: Joseph Ruttenberg
Edición: Albert Akst
Música: Bronislau Kaper
Reparto: Paul Newman, Pier Angeli, Everett Sloane, Eileen Heckart, Sal Mineo, Joseph Buloff, Sammy White, Robert Lieb, Robert Loggia, Arch Johnson, Harold J. Stone, Theodore Newton, Steve McQueen
Duración: 108 minutos

Este drama boxístico de Robert Wise entronca con la tradición cinéfila de una manera que va del drama más rotundo a la más fina comedia. Supone además un canto de amor al más flamante y brillante blanco y negro.

Y es que así se llamaba el que se convirtió por obra y arte de inventiva y picardía Rocky Graziano —y no tanto el polémico religioso que pudiera parecer— el boxeador real en que está basada esta maravilla pugilística digna de Frank Capra, que es discutida por cinéfilos y amantes del boxeo en primer lugar, desde su título original, Somebody Up There Likes Me, que vendría a querer decir algo así como que alguien me cuida desde allá arriba (el cielo), una traducción totalmente diferente, como vemos, al sentido original, y que sin embargo en España se adoptó, debido a que Francia hizo lo propio en este sentido en su estreno. Paul Newman, que venía de su primer estrepitoso fracaso en la taquilla por El cáliz de plata, donde interpretaba a Basil dirigido por Victor Saville en la película ambientada en el primer siglo de nuestra era, fue aquí el actor protagonista, todavía no demasiado compenetrado con la escuela de interpretación Actor’s Studio, si bien su compromiso con el proyecto de Robert Wise era palpable, llegando a seguir e imitar a la persona en que el filme se basaba con enorme rigor. Además de esta segunda película en que Newman hace gala ya de altas dotes interpretativas —se cuenta que su sustituto en el casting bien pudiera haber sido James Dean— el conocido actor venía de realizar gran cantidad de programas y series para televisión, que sin duda le ayudarían a lo que vendría después.

Como decíamos a propósito de Nadie puede vencerme, otro filme de boxeo del mismo director, Robert Wise —alguien que venía de ser montador de Ciudadano Kane (1941) o El cuarto mandamiento (1942) de Orson Welles, entre otras muchas películas de importancia— estamos ante un drama de los bajos fondos neoyorquinos, donde el hasta ahora Rocco es un delincuente, ladrón, expresidiario, así como un prófugo del ejército cuando le toca cumplir con el servicio militar, alguien que diríamos es un desecho del sistema, que encuentra fortuitamente en un gimnasio de boxeadores y a cambio de diez dólares por K.O. perpetrado, una posibilidad auténtica de redención a sus taras. Será fundamental, como en otros dramas de Frank Capra, la figura de su novia Norma (Pier Angeli), una judía que vive con su familia en Brooklyn y que no solo sabe como acercarse a él, sino que le soporta con gran estoicismo. Nos encontramos aquí con un Newman tímido, que suele caminar ensimismado, ya convertido en Rocky Graziano (menos ágil y golpeado por más de uno de los grandes), cabizbajo y con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta. Se le pueden achacar todos los tics de un deportista en este sentido nato, alguien que de hecho y tal y como escribió en su libro Rowland Barber —La noche del escándalo Minsky’s— que muchos consideran una crónica del real Graziano, un tipo que, en realidad, sin ser como Paul Newman, no era malencarado y para muchos hasta guapo. Este material fue llevado a la pantalla también por el guionista Ernest Lehman. El trabajo de maquillaje de John Truwe (El tiempo en sus manos, Un americano en París), basado en la concepción original de William Tuttle (Con la muerte en los talones, El jovencito Frankenstein) fue de lo más acertado, consiguiendo simular no solo la clásica y ya conocida oreja de coliflor, sino también el efecto del ojo sin poder abrirse o las magulladuras en las cejas de manera extraordinariamente fiel. Eso, y la implicación del actor protagonista en cada uno de los combates (esta vez narrados más si cabe que en Nadie puede vencerme, desde la cercanía del primerísimo plano, para aportar la subjetividad necesaria en cada momento).

Si ya en la anterior película pugilística de Wise se optaba por la economía a la hora de narrar —algo que se ve en ambas desde la necesidad de presentar al protagonista lo antes posible—, en esta el ritmo frenético del montaje —hay elipsis y raccords realmente impresionantes— da lugar por momentos a la comedia más amable, algo realmente difícil, y por lo que grandes expertos la han alabado aún más. El responsable del montaje en este caso y al alimón con Wise, fue Albert Akst gracias a quien debemos no solo el trabajo con la moviola, sino el respeto a la puesta en escena original en secuencias como la del baile de boxeadores que se acarician ante Norma, que debe tanto a Luces de la ciudad (1931), de Charles Chaplin. Al mismo tiempo, el flamante blanco y negro logrado por Joseph Ruttenberg (La señora Miniver, Historias de Filadelfia) en la fotografía, también fue digno de encomio y elogio, una demostración de cómo todo suma en un filme de estas características, donde se sabe elegir qué partes deben ser más dramáticas y untuosas, y cuales otras esperanzadas sin concesiones.

Si en la cabeza de Stoker Thomson, solo el dinero sería capaz de salvarlo, en Marcado por el odio es la rebeldía sin causa primero y la nobleza después, cualidades morales más cinematográficas y narrativas, por tanto, y más redentoras también. Como última recomendación para su visionado, creo que fue Joyce Carol Oates en su ensayo Del boxeo quién dijo: «el boxeo va más de ser golpeado que de golpear, del mismo modo que va más de sentir dolor y parálisis psicológica, que de ganar». Créanme cuando les digo que Rocky Graziano sabía bien qué significaba esta frase no solo por haberse criado en un entorno que solo le permitía ver lo hostil. Además, no todo son victorias contra los más grandes por más que en eso tenga algo en común con el Rocky de Stallone. Simplificar su vida a lo que ocurrió en un Chicago que invitaba a huir y por el que obtuvo el número uno de los pesos medios mundial, supone subestimarlo tanto boxística como humanamente, y no digamos en el cine, donde Wise no es como Scorsese en Toro salvaje (1980), que nos pintaba más a un psicópata normalizado del ring, ese Jake LaMotta que acaba contando chistes de los que nadie se ríe en un camerino de mala muerte.

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